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viernes, 31 de enero de 2020

"Políticas del discurso": Palabras vivificantes en la praxis docente


Reseña de "Políticas del discurso", de Diego Singer, para la Revista Ideas.


En su número 10, la revista Ideas (revista de filosofía moderna y contemporánea) incluyó una reseña de Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela, el libro de Diego Singer que publicó Nido de Vacas en 2019.



Revista Ideas es una publicación de la Red Argetina de Grupos de Investigación de Filosofía (Ragif), que tiene una frecuencia semestral y se distribuye de manera gratuita.

Compartimos con nuestros lectores el comentario realizado por Mariano Gaudio (Universidad de Buenos Aires) sobre la obra.

Para conocer más sobre esta publicación y sus números anteriores, se puede acceder a través de revistaideas.com.ar

Para acceder al PDF de la reseña: http://revistaideas.com.ar/wp-content/uploads/2019/11/ideas10_rese%C3%B1as_singer.pdf

Para acceder al PDF del número 10: http://ragif.com.ar/revista_ideas/IDEAS10Dobles.pdf


***

Palabras vivificantes en la praxis docente


Por MARIANO GAUDIO

(UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES - ARGENTINA)


Reseña de Singer, Diego, Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela, Buenos Aires, Nido de Vacas Ediciones, 2019, 157 pp. 







No podría escribir una sola línea sobre este libro sin antes confesar algunas cosas. En primer lugar, que conozco a Diego desde nuestros tiempos mozalbetes, cuando comenzamos la carrera de Filosofía a mediados de los años ’90. Pese a nuestras diferencias, o gracias a ellas, rápidamente hicimos buenas migas. En segundo lugar, que compartí con él algunas de las experiencias que constituyen estas “intervenciones filosóficas”, es decir, trabajamos en el mismo colegio durante un tiempo. En tercer lugar, que más allá de nuestros re - encuentros intermitentes y emocionantes, siempre guardo una gran admiración por su quehacer polifacético, desde el taller de filosofía y las clases en el penal de Devoto, hasta su paradigmático “filosofía a la gorra” y este mismo libro. Si se me permite un tramo más de apreciaciones subjetivas, diría que en mi amigo brillan ciertos rasgos muy marcados y sobresalientes para esta época y para esta profesión: es, ante todo, un apasionado de la filosofía, lo que lo empuja y empodera para pensar y escribir, lanzándose siempre más allá de lo establecido; es, además, una persona prístina, que no teme esconder sus ideas, ni teme no caer bien, que jamás buscaría la condescendencia del auditorio, y menos aún esta ría dispuesto a relegar sus posiciones para ser aceptado; en este sentido, también es irreverente y desfachatado, pero sobre todo honesto, comprometido con sus convicciones y respaldado en un trabajo filosófico artesanal, serio y profundo. Todas estas caracterizaciones, con coherencia y a la vez con complejidades (matices, rupturas y resignificaciones), atraviesan el periplo que va desde nuestra juventud hasta la actualidad, y están latentes y se cristalizan en esta gran ópera prima. Dicho lo que tenía que ser dicho (un cúmulo de apelaciones a la emocionalidad), no queda más remedio que desplegar el análisis objetivo, frío y despiadado, que mi amigo Diego sabrá comprender.
Políticas del discurso está compuesto de tres partes, precedidas de una sustanciosa introducción: un conjunto de efemérides que recorren ordenadamente las celebraciones cívicas, una serie de textos dirigidos a los egresados, y un tercer grupo heterogéneo y caratulado como “otras intervenciones”. Desde una mirada superficial se podría creer que se trata de un mosaico variopinto de producciones esporádicas y ocasionales; sin embargo, lejos de ameritar una lectura llana o rápida, el libro es intenso, articulado en una fecunda densidad conceptual, y permanentemente desafiante a través de preguntas que punzan la reflexión. Con inspiraciones y resonancias de Nietzsche, Foucault y Deleuze –entre otras tantas voces que solapada o explícitamente emergen aquí y allá–, Diego Singer transforma cada intervención en el puntapié de un pensar en elaboración y que invita a configurar cuestiones que hasta el momento se daban por obvias. El acto de tomar la palabra y de enaltecerla con contenido se convierte en una praxis que moviliza, que sacude los horizontes de sentido y que interpela en el doble filo de la concepción de mundo gramsciana, es decir, en la teoría y en la práctica, en la reflexión y en la acción, en la íntima conexión entre filosofía y política.
En la “Introducción” (pp. 11-25) encontramos una presentación general de las partes del libro y una justificación fugaz y aparentemente extraña: “me interesa compartir una experiencia en torno a la producción de discursos institucionales en el ámbito de una escuela, ya que la enorme mayoría de las reflexiones educativas han arrojado este tipo de discursos hacia una zona marginal” (p. 13). Precisamente este descentramiento inicial se revela como el lugar de enunciación idóneo para interpelar. Por otra parte, esta aclaración está envuelta en un abanico de consideraciones muy interesantes sobre la discursividad, desde las condiciones para la escucha (el libro comienza con la incomprensión de la prédica de Zaratustra y prosigue con la creación del lugar y del auditorio) hasta la disputa por el sentido de las palabras y el rasgo político de la intervención discursiva. Para mostrar cómo se involucra la subjetividad en la práctica docente, Singer apela al concepto –de raíz foucaultiana-clásica– de parrhesía, que en tanto que contrario a la adulación, aspira a que el interpelado en determinado momento ya no necesite del discurso de su maestro, y justo por ello éste tiene que asumir el riesgo de la franqueza, de ofender, enojar o irritar al otro. Esta incomodidad se cristaliza notablemente en la experiencia de la lectura de la Carta abierta a la Junta Militar de Rodolfo Walsh: “Me interesaba sacudir, de alguna manera, el modo en que los alumnos habían aprendido a adaptarse a una forma de discurso aceptable para la institución” (p. 17). Claro que el sacudón se convierte en un cimbronazo para la implícita visión oficial de la escuela. En este contexto el ejemplo que Singer toma de Foucault (el caso de Platón con Dioniso) resulta sugestivo, a la vez que testimonia el compromiso del pensador con la tarea de desarmar “el sentido común que impide el aflorar de lo no dicho, pero más que nada, de lo no dicho de aquello que nombra. Es decir, impide torcer el sentido dominante, la interpretación hegemónica” (p. 18). Se trata, entonces, no sólo de una disputa por el sentido de las palabras, sino también de un arduo trabajo de desencubrir las capas de sentido que encauzan y normalizan la discursividad. Lo incómodo pulula en todo el proceso, electriza a sujetos e instituciones, revive la dimensión política.
Así la intervención se entrelaza con la memoria, la revalorización de la palabra en la era de la hiper(in)comunicación, e invita a habitar una comunidad de escucha donde jamás se subestimen a los interlocutores y donde se comprometan las subjetividades. Así el discurso se encarna en politicidad, en un marco de enseñanza anti-autoritario y de palabra no-totalizante. Pero sucede que la escuela está plagada de rituales que regulan los actos conmemorativos y las ceremonias, que atrincheran el cerco de lo institucionalmente correcto. Y sería comprensible –razona Singer– que la institución quiera saber (y/o controlar) lo que se dirá en su nombre. No obstante, lejos de inhibir, esa tensión inherente –el acecho de lo prohibido– acentúa la exploración: “Me interesa pensar sobre todo cómo las políticas del discurso están operando, de qué maneras y hasta qué punto podemos transformarlas” (p. 22). En este sentido, el carácter “filosófico” de las intervenciones se sustenta, según el autor, no tanto en las referencias a los filósofos, como sí en la relación con un saber cuya disputa siempre está en lo discursivo, en la materialidad del lenguaje, donde se juega la potencialidad de la filosofía. Este aspecto se observa claramente en la intervención con motivo del “Día de la Independencia”, donde Singer se concentra en el desfasaje entre 1810 y 1816 y en la necesidad de llevar a la palabra –en este caso, a una Declaración– lo que se hace (p. 60) y lo que parecía imposible: “Abrir posibilidades creando un porvenir es una función esencial del discurso; implica asumir un riesgo, desarticular relaciones de opresión y constituir a la vez nuevos lazos” (p. 62).
Como señalamos, la primera parte se compone de “Efemérides” (pp. 27-85) ordenadas cronológicamente. Y comienzan con un plato fuerte: el 24 de marzo. Por un lado, el texto se conecta con lo indicado en la “Introducción” respecto de las posibilidades transformadoras del discurso y, por otro, remite de inmediato, en nota al pie, a la “Carta para Nunca más” incluida en la tercera parte del libro y dirigida a la dirección de la escuela. La intervención hace hincapié en cada una de las palabras (Memoria, Verdad, Justicia) que definen la conmemoración, y las encabeza con sugestivos epígrafes de Saramago, Cicerón y Gandhi. Pero Singer se vale justamente de la primera, la memoria, para legitimar la suspensión de las actividades cotidianas y la realización de actos escolares caracterizados como ejercicios políticos de memoria colectiva; es decir, la memoria abre la necesidad no sólo de reflexionar, sino también de preguntarse por el cómo de la reflexión: “¿cómo hacer para que ese recuerdo se mantenga vivo y no se convierta en una pieza de museo […]?” (p. 29), y en especial cuando ese recuerdo es doloroso, y más aun cuando ese dolor fue producido por el gobierno sobre la propia población. En cuanto a la Verdad, argumenta Singer, aunque sobre los hechos históricos haya distintas versiones, se pueden lograr acuerdos mínimos (“No todas las «verdades» tienen el mismo valor”, p. 31); acto seguido, parte del Nunca más para establecer una caracterización de la última dictadura que luego confiesa que parece ser una parte o un lado de la verdad. El problema reside en cómo se plantea el asunto; porque, así dicho, se da pie para tener que reponer el otro lado, que además vendría a completar y dar vuelta el sentido de lo primero. Diego sólo señala este posible camino, pero lo deja sin explorar (probablemente porque su posición al respecto es muy clara y precisa en la “Carta para Nunca más” que analizamos luego), e ingeniosamente asocia la justificación del accionar represivo con la demanda de seguridad. La Justicia, por último, se erige en una de las principales marcas de la sociedad argentina posdictatorial, y sorprende la declaración de Borges, tras presenciar un día en el juicio, subrayando la paradoja de que los militares que abolieron el Código Civil ahora se acojan a él, y que incluso haya abogados dispuestos a defenderlos. Al respecto agrega Singer: “el Estado puede cumplir dos funciones tan diferentes que esencialmente son opuestas: ser garante de la justicia […] o ser el ejecutor del terror” (p. 34), para concluir en que vale la pena recordar, porque denota vitalidad.
Ahora bien, la intervención con motivo del 24 de marzo cobra mayor color y fuerza si se la lee en consonancia con la “Carta para Nunca más” (pp. 135-141) que Singer envía en febrero de ese mismo año a la dirección de la escuela. La carta alude a una insistencia por realizar tal acto: ante todo, concede, reconoce y agradece el poder trabajar el tema dentro del aula; pero a la vez insiste, insiste en lo que considera una necesidad, concediendo que tal vez sea visto como una provocación, y que sin embargo tiene que llevarla adelante. Diego evoca a Saramago (“Mi pregunta es: por qué tengo que callar cuando sucede algo que merecería un comentario más o menos ácido o más o menos violento”, p. 137) y a El hombre rebelde de Camus, e insiste; insiste porque hay una injusticia, una causa por la cual vale la pena arriesgarse. Además de argumentar su posición, desarma lo que sería el sustento de la escuela para no hacer el acto: la presunta “neutralidad”. Al igual que la verdad completa señalada arriba, a nuestro entender esta posición reedita, con mayor o menor complicidad, la denostable y absolutamente insostenible teoría de los dos demonios; sin embargo, Diego mantiene la compostura y primero se atiene a lo formal, la incorporación oficial del feriado al calendario, y luego ataca la médula del problema: “en el ámbito educativo en el que nos movemos, creo que no puede ser de ninguna manera pensable la neutralidad” (p. 138). La disposición de las aulas, el uniforme, el perfil de profesores, etc., muestran que la institución toma decisiones. Frente a esto, si el problema son los padres, qué pudieran pensar o decir (un argumento recurrente de los directivos), los mismos padres que se quejan por cantidad de nimiedades, entonces –prosigue, con cierta retórica– ¿cuánto le añadiría a sus quejas inertes un acto escolar valioso por sí, un acto que hasta otorgaría valor a sus quejas? Además, serían unos pocos. Y, de realizarse el acto, él mismo asume el riesgo de decidir qué decir, consciente de representar la voz pública de la institución; esto es, asume el riesgo de tomar posición, de no ser neutral, de intentar ecuanimidad, porque todas estas acciones superan la abstención. La educación es política, y “no podemos abstenernos de educar” (p. 139). La carta continúa con otras consideraciones (los pocos alumnos que sabían sobre esta fecha, el rol de los docentes y de los adultos al eludirlo, la problemática reconstrucción de la verdad histórica, la mirada crítica sobre el relato del gobierno) hasta desembocar en una confesión sumamente interesante: “Cuando empecé a estudiar filosofía no se me cruzaba por la cabeza ser docente […]. La verdad es que a cinco años de haber empezado este trabajo conservo el entusiasmo del primer día y lo hago porque todavía tengo la firme, quizás un poco ingenua, convicción de que tengo algo importante que decir […]. [E]l día en que sienta que no tengo algo importante para decir va a ser mi último día como docente” (p. 141). Diego sabe que su palabra se tornó rimbombante, pero la mantiene, porque es franca, porque responde a la fidelidad con las propias verdades, por las batallas que valen la pena, porque no se puede ser docente e invitar al pensamiento crítico y al compromiso social sin encarnar en primera persona esas premisas, porque al fin y al cabo las instituciones nos forman pero nosotros también formamos parte de las decisiones de las instituciones. (Nota Bene: en ese 2011 se realizó el acto por el 24 de marzo con la intervención reseñada arriba, y se sostuvo mientras –y sólo mientras– Diego trabajó en el colegio).
Como docente uno tiene ciertas preferencias sobre las efemérides en las cuales intervenir: además del 24 de marzo, el 1° de mayo, el 25 de mayo y el 12 de octubre configuran eventos muy jugosos para la reflexión. En el caso del 1° de mayo (pp. 43-48), Singer se detiene en tres aspectos: en primer lugar, el origen histórico y la cuestión semántica, pues comenzó llamándose “Día de los Trabajadores” y pasó a denominarse “Día del Trabajador” o, peor, “Día del Trabajo”, lo que significa que se olvida la dimensión colectiva o comunitaria del trabajo. En segundo lugar, el carácter vertebrador del trabajo, dado que ocupa gran parte de la vida cotidiana, define la identidad y la relación con los objetos, pero no constituye un destino prefijado y siempre conviene preguntarse “si creemos en lo que estamos haciendo” (p. 46) y si efectivamente es lo que queremos hacer. En tercer lugar, la dimensión intersubjetiva –y, por lo tanto, ética y vinculante– del trabajo, aspecto que nos interpela de distintas maneras, nos vuelve corresponsables de las condiciones, y hasta se explicita en la postura frente a las protestas.
En cuanto al 25 de mayo (pp. 49-54), el autor deja de lado lo histórico y se desplaza a un plano más conceptual-filosófico. Se propone analizar el término “revolución”, y para ello parte de Rousseau y de la famosa idea según la cual el hombre nace libre y en todos lados vive como esclavo. Esa libertad arrebatada, ese encadenamiento a la servidumbre, o el mismo panorama de las desigualdades sociales, conllevan la justificación de la revolución, cuyo protagonismo no puede residir en los dominantes sino en los dominados. Ahora bien, “¿qué es lo que lleva de la pasividad a la revolución?” (p. 51). Luego trae a colación un texto del joven Gramsci donde no sólo se manifiesta, bajo la hipócrita intención de civilizar, el verdadero afán de dominio, sino también el rasgo destructivo, la “máscara colectiva” (p. 52) con la que se cubre el dominador, es decir, el imperialismo europeo que arrasa con las culturas de otros continentes, se olvida de su propia lucha por la liberación y se indigna con las rebeliones de aquellos a los que acusa de bárbaros y salvajes, los mismos bárbaros y salvajes que reaparecen con la inmigración. Aquí la pregunta es: “¿por qué la energía puesta en la liberación puede continuarse en energía puesta al servicio del sometimiento?” (p. 53). Claro que en este punto sucede que, así como Rousseau sirvió de inspirador a la Revolución de Mayo, la reflexión de Gramsci sirve de termómetro sobre el papel del criollismo pos-1810: ¿cómo es que la liberación se convirtió en sometimiento? Por último, Singer echa mano de Arendt para caracterizar el hecho revolucionario, que no se colma con el cambio y la violencia, sino que se define por ser el comienzo de algo completamente nuevo, y pregunta: “¿Será posible que una forma de organización libre no continúe algunos de los mecanismos de opresión anteriores? ¿Se puede realizar cabalmente el deseo de comenzar de nuevo?” (p. 54).
En relación con el 12 de octubre (pp. 75- 80), Singer plantea una pregunta de fondo: “¿Qué posibilidades tenemos de escuchar aquello que está oculto entre nosotros?” (p. 75), y la analiza desde tres cuestiones: la identidad, la diversidad y el racismo. A propósito de la identidad, señala que el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural” es la única conmemoración que trasciende al país y hace referencia al continente, lo cual por otra parte y al mismo tiempo muestra que la identidad nunca es algo prístino y localizable, sino una suerte de “rompecabezas vivo” (p. 76) en permanente transformación. La diversidad representa un avance respecto de la denominación anterior (“Día de la raza”), pero contiene el peligro de invisibilizar un dato importantísimo, a saber, que las distintas culturas no estuvieron y no están en condiciones de igualdad, con lo que el respeto podría encubrir el antagonismo entre dominantes y dominados. En esta trilogía conceptual el racismo funciona como el momento más concreto: Singer juega con la expresión “blanco sobre negro” (p. 78) para enlazar, por un lado, la clarificación de un estado de cosas –las configuraciones sobre la identidad y la diversidad desembocan, en la práctica, en posiciones racistas–, con el mito de la pulcritud que tan bien expone Kusch frente al hediento estar americano y, por otro lado, con el orden mundial imperialista que se ha repartido el mundo y ante el cual Sartre exhorta en el prólogo del clásico Los condenados de la tierra de Fanon: “Al principio ustedes ignoraban, quiero creerlo, luego dudaron y ahora saben, pero siguen callados” (p. 80). Así, una vez que sabemos esto, la ignorancia –concluye Diego– se convierte en una decisión política, y entonces esta fecha se resignifica en una invitación a explorar lo americano, la mixtura de diversidad en la identidad, el mestizaje que simplemente está en nosotros.
La dificultad de la ecuación entre identidad y territorio –un ademán foucaultiano– aparece también en el discurso sobre el “Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas” (pp. 38-39), donde la cuestión del nacionalismo, el significado de la soberanía y la amenaza de una potencia extranjera, se conjuntan con el desafío de comprender el heroísmo. Desde luego, este tema se entrelaza con el “Día de la Soberanía Nacional” (pp. 81-85), quizás el único discurso en el que Singer abunda un poco más en los hechos históricos, partiendo de una carta de San Martín donde festeja “que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca” (p. 81), preguntándose hasta dónde se puede sostener una posición soberana, y vinculando la metáfora inicial con el pensamiento masticado según Schopenhauer (p. 84), es decir, con la naturalización de la visión de un grupo determinado que se pretende dominante, que se instala como sentido común y trata de soslayar la disputa por el sentido. Pero justamente con motivo del Aniversario de San Martín (pp. 63-68) el autor propone un abordaje distinto: no ya con la intención de desmitificar al “Padre de la Patria”, sino con la idea de conectar mediante la admiración; y encuentra en un hecho, el que San Martín se haya hecho mudar transoceánicamente una biblioteca de setecientos libros, no sólo una complicidad personal, sino fundamentalmente un significado profundo de la liberación, que incluye tanto la superación de la servidumbre como la creación de un pensamiento propio (p. 66).
No obstante, en otras intervenciones Singer no se ve tentado de asociar la conmemoración a una figura emblemática. Así, por ejemplo, en el “Día de la Bandera” (pp. 55-57) reflexiona sobre el compromiso comunitario que implica la jura a la bandera. Este discurso es particularmente significativo, porque fue pronunciado ante el ritual del juramento de lxs alumnxs de primaria y con la presencia de padres y autoridades, y porque ciertos pasajes fueron considerados “poco apropiados” y desde entonces no se le permitió volver a pronunciar discursos ante toda la comunidad educativa (p. 55 nota). Quizás el aspecto conflictivo sea el señalamiento de que la jura no conlleva un compromiso a ciegas: “Puede suceder que el sentimiento genuino de comunión sea utilizado para ir contra algún grupo” (p. 57); y pone como casos el mundial de 1978 y la recuperación de Malvinas. De cualquier manera, constituye otro motivo –junto con la “Carta” reseñada arriba– de indagación e interpelación sobre el posicionamiento docente en contextos de presión institucional. Un segundo ejemplo es el “Día del Maestro” (pp. 69-73): en vez de dedicarlo a Sarmiento, Diego ensaya con lxs estudiantes un debate –no incluido en el libro– sobre las características positivas y negativas de lxs docentes. Algunos aspectos del docente ideal: que tenga el deseo encendido, que valore el espacio, que problematice, que sea coherente entre la teoría y la práctica, autocrítico, que conciba la autoridad como construcción, y que genere pequeñas rupturas y apertura a lo nuevo. A nuestro entender, este discurso, al igual que el anteriormente reseñado, merecerían un excursus más detallado.
La segunda parte de Políticas del discurso se titula “Egresados” (pp. 87-122) y se compone de intervenciones de despedida de lxs estudiantes, salvo la última, que es una despedida del profesor mismo. Los textos naturalmente están cargados de oralidades y de emocionalidad, muy en consonancia con una visión político-pedagógica que tiene por base los afectos y con un discurso que interpela en función de la transformación individual y comunitaria. En el primero, “Tomar la palabra” (pp. 89-92), Diego echa mano de recursos retóricos y de su gracia para justificar precisamente que él quería hacer ese discurso y que podría decir muchas cosas que no va a decir, y que sin embargo las dice. Y queriendo/no-queriendo, se suscita la paradoja: “¡sean capaces de morir y abracen un caballo!” (p. 91) –afirma, inspirado en Nietzsche, e incitando a la continua metamorfosis del sí-mismo. Luego recula y se pliega en el gesto valiente y responsable de tomar la palabra. De todos modos, en “Misterio y porvenir” (pp. 93-95) encuentra una manera –a nuestro entender más diplomática– de decir lo (no)dicho en el discurso anterior: con Sartre, exhorta a una existencia no condenada por ningún ser fijo, sino a hacerse permanentemente en devenir. Se trata de la condena de la libertad para morir, para ser-otro, para desatar cualquier esencia que se pretenda dada y consumada. Y en “Profesión imposible” (pp. 101-103) se observa la contracara necesaria –ahora para el docente– de la misma exhortación a la libertad: valiéndose de Freud –que sostiene que analizar, educar y gobernar son actividades imposibles–, Singer contrasta justamente los procedimientos técnico-instrumentales de aquellas profesiones que denotan resultados seguros y controlables, con lo que no se ajusta a la lógica, a la medición, a las soluciones, a lo calculable, etc. Lo imposible forma parte del deseo, es incolmable, “es siempre un exceso respecto a los objetivos pautados y siempre lo vamos a ver ocupando los márgenes: como resistencia, como silencio, como producción extraña, como un puente que no sabemos bien hacia dónde conduce” (p. 102). Lo imposible constituye la acción de educar y el desafío siempre por delante.
En otras intervenciones, en vez de tomar una idea y explorarla en diferentes aristas, el autor elige condensar y ordenar –quizás hasta aforísticamente– un conjunto de reflexiones. Tal es el caso de “Paraskeue” (pp. 97-100), “Siete lecciones sobre el desaprendizaje” (pp. 105-108) y “Tres cosas que aprendí de mis padres” (pp. 115-118). Más allá de que irónicamente parecen una suerte de compilado de consejos prácticos y simples, lo interesante reside en el posicionamiento que suponen: por una parte, las ideas en efecto sirven en algún sentido para la vida, poseen un sustento filosófico y brotan de lo trabajado durante el año en las clases de Filosofía; pero, por otra parte, todas esas reflexiones requieren una reapropiación y, por lo tanto, un desandar el camino para abrir paso a la vida misma, a las intensidades, al otro que siempre está junto con nosotros, a la creación, al mirar (pp. 98-99), a la aventura, a la posibilidad, a la incerteza, a lo extraño (pp. 105-108). La tensión se ubica justo entre el aspecto necesariamente personal de autorrealización y separación de los padres, y el hecho de que lo individual a la vez siempre remite y se entrelaza con lo social y con “la red que amorosamente otros tejieron alrededor nuestro” (p. 118), para producir nuevas formas de comunidad.
Un párrafo aparte merece el apartado “Un circo en común” (pp. 109-113), un discurso compuesto monstruosamente (“todo lo intenso es monstruoso […,] una combinación rara, inesperada, de elementos que jamás hubiéramos soñado que podían convivir”, p. 98) de pasajes de escritos de lxs estudiantes. De alguna manera, se trata de un discurso esperado, porque un docente liberador no puede formarse sin afinar la capacidad de escucha, sin amalgamar su discurso en un semblante polifónico. Las reflexiones de lxs estudiantes atraviesan la presión social-familiar-apariencial sobre lo que se espera de ellxs, la articulación de lo individual con la sociedad, la cuestión de la responsabilidad, el modo de ver e interpretar la realidad, la asfixia y encarcelamiento de las instituciones, el disciplinamiento, la des-privatización de los problemas, y la apertura hacia nuevas posibilidades. Singer enfatiza esto último con la metáfora de la llegada del circo a un pueblo, que conlleva no sólo una especie de pequeña revolución local, sino también un legado: alguien se va con el circo “para explorar la propia potencia” (p. 113).
Coherentemente, la “Carta de un profesor que no sabe lo que hace” (pp. 119-122) representa la despedida del espacio de trabajo en que surgieron estas intervenciones, con un motivo expuesto de inmediato: la tristeza de la rutina, el ahogo de la potencia, la sujeción de la institución. Hay un adaptarse que en su declinación costumbrista imposibilita el quehacer inadaptado. El molde petrifica el contenido. Según Diego, muchas cosas tendrían que cambiar para que en una comunidad de enseñanza-aprendizaje se mantenga encendido el deseo: las formalidades, la pasividad, las quejas, el utilitarismo, el miedo y la resistencia a lo nuevo; ahora bien, todos los actores (institución, directivos, profesores, alumnos) coinciden en un punto: “no meterse en problemas” (p. 120). Cabe aclarar que la carta está dirigida a lxs estudiantes y fechada el 6 de marzo de 2017, es decir, a comienzos de año, y que en lo sustancial replica para sí lo que en otras ocasiones exhortaba para con sus estudiantes. Y cierra (o empieza a cerrar) el periplo con otra frase de Zaratustra: “es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz a una estrella danzarina” (p. 122).
No obstante, el libro posee una tercera parte, “Otras intervenciones” (pp. 123-157), de una composición bastante heterogénea. Además de la ya reseñada “Carta para Nunca más”, hay dos textos breves (“Estrategias” y “Un vidrio”, pp. 143-148) y producidos como materiales para la reflexión en las clases de Sociología, a partir de situaciones cotidianas y de interpelación donde el Otro irrumpe, ya sea como un chico que pide monedas y primero saluda, ya sea como un tal Luis que limpia los vidrios de los autos atascados por el tránsito. En ambos casos la irrupción del Otro sacude la condición de persona, del que interpela y del interpelado. Y también hay dos textos que se vinculan directamente con las problemáticas del libro: uno escrito para una jornada de capacitación docente, y otro como reconstrucción de la experiencia del autor en la cárcel de Devoto.
Con impronta butleriana, “Estamos en problemas” (pp. 125-133) constituye una pieza excepcional: se trata de un texto pensado para los colegas docentes y en función de definir el proyecto educativo institucional en torno de los valores, pero que se destaca por cuanto hace de una expresión espontánea, la experiencia concreta de no saber qué decir sobre el tema, el disparador o la disposición inicial para reflexionar sobre la cuestión ética. La primera evidencia es que “no hay posibilidad de no posicionarse éticamente cuando educamos” (p. 127). Sin embargo, esta evidencia no permite ir demasiado lejos, en tanto y en cuanto no se extiende prístinamente a un conjunto de valores, sino como mucho a la propia libertad. Por ende, sin un fundamento último, o sin valoraciones eternas, estamos desamparados y el peso de toda la responsabilidad recae sobre la decisión. Vía Sartre y vía Nietzsche, Singer no suscribe un nihilismo total, sino la necesidad de redefinir todo: “La crisis de los valores no implica su desaparición, sino su disolución en un mar de pequeños valores donde ninguno sobresale” (p. 128). Aunque los valores no desaparecen, sí sucumben los mecanismos de legitimación que otrora sustentaban los emisores de tales valores, las autoridades y las instituciones; y entonces los docentes, al igual que los políticos, los padres, los sacerdotes o los jueces, encuentran completamente erosionada su posición. Por otra parte, la recuperación de Kant, del legado de la Ilustración y de los ideales que ésta pregonaba, en nada permiten re-posicionar a la naufragada subjetividad contemporánea, no sólo por la falta de fuerza y vigencia, sino principalmente por el carácter instrumental, normalizador y homogeneizante. “La escuela valora el esfuerzo, la progresión y la responsabilidad. […] ¿Qué tipo de sujeto está a la base de esa formación? Un sujeto predecible” (p. 131). Y aquí acontece la crisis: además de que la escuela no logra fabricar tales sujetos predecibles, tampoco tiene la más mínima certeza de que ésa sea –o cuál deba ser– su tarea. Aquí la razón se devora a sí misma, se desfonda y disuelve sobre sus propios cimientos. Ante semejante panorama, el autor propone atenuar los ánimos: ni recaer en valores absolutos, ni el escepticismo radical. Que nada tenga valor por sí mismo significa “un nuevo llamado” a la “irrenunciable capacidad de crear y proporcionar valor en el mundo” (p. 132); es decir, en medio de un maremoto de fragilidades se reabre el desafío de construir vínculos y prácticas valiosas.
El último texto, “Filosofar en Devoto. La detención de los cuerpos” (pp. 149-157) muestra una experiencia pedagógica que se separa de todo lo anterior. El contexto de encierro, la violencia institucional, la reconfiguración del tiempo, convergen de pronto en un grupo muy peculiar en el Taller de Filosofía. Además de recoger algunas voces ciertamente significativas, Singer se pregunta por qué, por qué tenía la sensación de estar frente a un grupo extraordinario, o también, qué tipo de disposición surgiría en este contexto determinado que la haría tan afín con la filosofía. Y sostiene que, en contraste con la vida vertiginosa del afuera, la situación de encierro permite un grado de detenimiento, una velocidad e intensidad tan particulares, una suerte de retiro de lo cotidiano, etc., condiciones todas –como la enfermedad o el dolor (Nietzsche), como el infierno del presente (Camus)– que propician el pensamiento filosófico. Y si en algo coinciden la enseñanza y la filosofía, concluye, es ante todo en la perspectiva de “ponernos continuamente en crisis, no importa cuánto hayamos avanzado en su práctica” (p. 157).
Así habló Singer. Pletórico de energía, de márgenes, de posibilidades, de caos para una estrella danzarina. Forjando una comunidad de escucha. Sacudiendo el corsé de lo institucionalmente establecido. Punzando con preguntas y ofreciendo generosamente instancias de sentido, frágiles y discutibles, pero con elaboración y franqueza. Muriendo en su ensimismamiento, para abrazar un caballo (que sin dudas querremos conocer). Es una bocanada de aire fresco, tanto para oxigenar el acartonado discurso sobre la enseñanza de la filosofía y sobre la petrificada praxis docente, como para el perimido desdén hacia los heterogéneos modos vivos, y fundamentalmente vivificantes, de repensar la filosofía con un público amplio.









jueves, 5 de diciembre de 2019

"Políticas del discurso" en bibliotecas populares y educativas





Desde que empezamos a presentar el libro de Diego Singer, "Políticas del discurso", en abril de este año, en distintas escuelas, institutos de formación docente, bibliotecas y otros espacios culturales, fuimos dejando ejemplares para que el libro esté disponible para toda la comunidad educativa y el público en general.




Aquí está la lista de espacios donde puede consultarse, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Gran Buenos Aires y provincia de Buenos Aires:

CABA

- Centro Universitario Devoto (Complejo Penitenciario Devoto) (Bermúdez 2651)
- Centro Educativo para Niños en Tiempos y Espacios Singulares N°3 (Gutenberg 3674)
- Biblioteca "Juanito Laguna" - UTE (Bartolomé Mitre 1984)

GBA

Ciudad Evita
- Escuela "Dr. Mariano Etchegaray" (Manzana 16 Secc 1ª Circ 1ª)
Moreno
- Instituto Superior de Formación Docente N° 21 "Ricardo Rojas" (Merlo 2591)
San Justo
- Escuela de Educación Técnica N° 4 "Juan Manuel Fangio” (Villegas 2231)
San Antonio de Padua
- Instituto Superior de Formación Docente N° 109 "Juana Azurduy" (11 de Noviembre 570)

Provincia de Buenos Aires

9 de Julio
- Biblioteca Popular “El Provincial” (Acceso a Villa Fournier y Los Pinos)

Carlos Casares
- Escuela Primaria N° 2 "José de San Martín" (Alte. Brown y Balcarce)

Colón
- ISFDyT N° 124 “Dr. Juan B. Marenzi” (Calle 42 e/13 y 14))
- Biblioteca Popular “Mariano Moreno” (Calle N° 1027)

Chacabuco
- Escuela de Actividades Culturales  (Avellaneda 127)

Los Toldos
- Casa Museo Eva Perón (Eva Perón 1026)

Pergamino
- Bachillerato Popular “La Grieta” (Güiraldes 2049 – Bo. Kennedy)

Rojas
- Biblioteca Municipal “W.T. de Plácido” (Av. 25 de Mayo y Kennedy)
- Escuela Secundaria N° 1 “Francisco P. Moreno” (Leiva 156 - Rafael Obligado)
- Escuela Secundaria N° 2 “Adolfina Valenzuela” (Sarmiento y Ejército de los Andes - Carabelas)
- Escuela Secundaria N° 3 (20 de Diciembre y V. Vértiz)
- ISFDyT  N° 125 (Lamadrid 202)
- Escuela Secundaria N° 5 (H. Lagos y Ballesty)
- Escuela Secundaria N° 6 (Pte. Perón y Mármol)
- Escuela de Educación Técnica N° 1 “D. Luis Busalleu” (Larrea 455)
- CEPT N° 10 (Hunter)
- Escuela “San José”  (F. Roca 486)
- CIIE (9 de Julio 436)




martes, 27 de agosto de 2019

Diego Singer presentó en Rojas su libro "Políticas del discurso"



La actividad se desarrolló en la sede del Instituto Superior de Formación Docente y Técnica 125, ante una concurrencia numerosa.

El docente y filósofo también encabezó en Rojas y Salto charlas de su ciclo "Filosofía a la gorra"





El pasado viernes 23 de agosto, el docente y filósofo Diego Singer encabezó en Rojas una nueva presentación de su primer libro, "Políticas del discurso", publicado a comienzos de este año. Se trató de la tercera presentación de la obra, siendo esta la primera desarrollada en la ciudad de donde es oriunda la editorial responsable de la publicación.

El encuentro tuvo lugar en en la sede del Instituto Superior de Formación Docente y Técnica Nro. 125, donde el autor estuvo acompañado por el editor de Nido de Vacas, Federico Riveiro, y el director de la colección FilosoQué?, Ezequiel Evangelista.

Tras este evento, que contó el auspicio de la secretaría de Cultura de la municipalidad de Rojas, Singer compartió una charla-debate de su ciclo "Filosofía a la gorra", que se realizó el sábado 24 en la cervecería Inca. En tanto, el domingo 25 se trasladó a la ciudad de Salto, donde replicó la actividad en el bar Gropius. Estos encuentros formaron parte de la XI edición de las jornadas de circulación y producción filosófica "FilosoQué?", que lleva adelante el profesor Ezequiel Evangelista.

“Políticas del discurso” reúne discursos, cartas y otras intervenciones que fueron preparadas para actos de efemérides oficiales y ceremonias de graduación en la institución donde Singer trabajó durante diez años como docente de Filosofía y Sociología. También recoge otros textos de experiencias ligadas a la enseñanza, como su paso por el Centro Universitario de Devoto (CUD).

El libro fue lanzado en el mes de abril y tras el éxito de ventas conseguido a pocas semanas de su lanzamiento, ya tiene en circulación la segunda edición, que se consigue en librerías de Rojas, Junín, Pergamino, Capital Federal, San Isidro, Córdoba, Rosario y Azul. También a través de Mercado Libre, con envíos a todo el país y desde todo el mundo mediante la plataforma Amazon.

A continuación, compartimos un resumen de imágenes, videos y coberturas periodísticas de estas actividades.


Presentación de "Políticas del discurso" en Rojas










Videos 📹


Cobertura del evento de Noticias de Rojas 👆

Entrevista de Diego Singer con los medios de comunicación 👈





Cobertura del evento por parte del noticiero central de Clyfer TV 👆


Fragmento del discurso de Ezequiel Evangelista, director de Filoso-Qué? 👈

Fragmento del discurso de Diego Singer 👈

Lectura del discurso: "12 de octubre: Día de la Diversidad Cultural" 👈

Final de la charla 👈



Filosofía a la gorra en Rojas



Este encuentro tuvo lugar el sábado 24 por la tarde en Inca Cervecería Artesanal, donde Singer realizó su charla "Albert Camus: el absurdo y la muerte".








Videos 
📹

Fragmento de la charla 👈

Fragmento: La sensación de absurdo (1) 👈

Fragmento: La sensación de absurdo (2) 👈

Fragmento: El mito de Sísifo 👈

Final de la charla 👈



Filosofía a la gorra en Salto


Este encuentro tuvo lugar el domingo 25 por la tarde en el bar Gropius, en esta ocasión presentando su charla "Tener una idea es algo raro. Homenaje a Gilles Deleuze".









Agradecimientos

Desde Nido de Vacas Ediciones y FilosoQué? agradecen a todas las personas que hicieron posible la realización y el éxito de esta serie de actividades: a las autoridades del ISFDyT Nro. 125 de Rojas por ceder el espacio y por la organización del evento; a la dirección de Educación, Cultura, Deportes y Turismo de la Municipalidad de Rojas, y en especial al director de Cultura, Alejandro Elcoro, por el auspicio y el acompañamiento; al personal docente, auxiliar y alumnos del Instituto; a las estudiantes del primer año del Profesorado de Educación Inicial del ISFDyT 125 por sus trabajos; a Javier Rodríguez, de Inca Cervecería Artesanal (Rojas) y Andrés Larroude, de bar Gropius (Salto), por la sesión de sus espacios para las charlas; a Ludmila Padilla y Emiliano Raggi, por las fotos en Rojas; a Miguel Ángel Mantecón y Patricia Rodríguez por las fotos de la jornada en Salto; a los medios de comunicación de Rojas y de Salto por la difusión; a numeroso público que acompañó todas las actividades; a Diego Singer, por su confianza y compromiso hacia este proyecto.





domingo, 28 de julio de 2019

“Hay que discutir los límites del discurso y tomar riesgos para tejer nuevos lazos de receptividad”


En su primer libro, el filósofo y docente Diego Singer compila discursos escolares y problematiza el lugar de la escucha en situaciones rituales. “¿Cómo articular un discurso de manera tal que llegue al otro y lo transforme; que genera un problema allí donde había una certeza?”. 


“Políticas del discurso”, publicado este año por Nido de Vacas Ediciones, se presentó a fines de julio en la ciudad de Buenos Aires.






“Todos los discursos de este libro proponen un auditorio que no se dirigen al otro con condescendencia; porque si uno se dirige en forma condescendiente, en la mayoría de los casos el otro se acomoda a ese lugar. Como docentes, nosotros debemos disputar en el otro qué tipo de receptividad va a tener; nadie tiene una única forma de recepción, y si bien puede haber reacciones más conservadores (del tipo: esto no se entiende, o: esto fue desubicado) es importante que podamos tejer lazos con la forma de receptividad que puedan conectar con ese pequeño riesgo que nosotros tomamos al enlazar discurso y verdad de modos nuevos”.
De esta manera, el docente y filósofo Diego Singer sintetizó uno de los ejes que componen su primer libro, Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela, una compilación de textos nacidos, en su mayoría, de su experiencia como profesor en una escuela secundaria, a través de los cuales analiza el hecho de tomar riesgos en la relación del discurso: “ese riesgo implica ir más allá de lo que se espera de la palabra; y significa que siempre hay una escucha abierta, receptiva; y si no la hay, es importante generarla”.

Políticas del discurso fue presentado el 26 de julio en las instalaciones de Dain Usina Cultural, ubicado en el barrio porteño de Palermo, a sala llena. Se trató de la segunda presentación, tras la realizada en la librería Notanpuan de San Isidro en el mes de abril, a pocos días de su lanzamiento.
El libro, publicado por la editorial rojense Nido de Vacas, reúne discursos, cartas y otras intervenciones que fueron preparadas para actos de efemérides oficiales y ceremonias de graduación en la institución educativa donde trabajó durante diez años como docente de Filosofía y Sociología. También recoge otros textos de experiencias ligadas a la enseñanza, como su paso por el Centro Universitario de Devoto (CUD).
El autor estuvo acompañado por el editor Federico Riveiro; el director de la colección FilosoQué?, Ezequiel Evangelista, quien habló en representación de la editorial; el escritor Jonás Gómez y la profesora de filosofía Anahí Llanes, quienes aportaron diferentes miradas sobre la obra.



A continuación, transcribimos los discursos completos de los protagonistas que dieron vida al encuentro:

Ezequiel Evangelista: “Me intrigaba la forma en la que 
Diego iba a trabajar con los símbolos patrióticos”

Quiero contarles cómo surge la iniciativa de hacer este libro, que es el cuarto de este quijotesco proyecto que comenzamos el año pasado, que es la editorial “Nido de Vacas”. 

Les confieso que estos días estuve preocupado. Estaba pensando qué decir esta tarde. Por suerte soñé con mi profesor: Juan Carlos Llauradó. No recuerdo qué me dijo. Pero si recuerdo que estábamos sentados a su mesa algunos de sus amigos y que nos habíamos reunido a leer “Políticas del discurso”, el libro de Diego. De manera que este sueño me dio la excusa para nombrarlo, para homenajearlo y también para convocarlo esta tarde. Todo sueño que se precia de vigilia, cuando acaba tiene el sabor de la frustración: no pude y no podré leer éste y otros tantos libros con Juan, quien falleció a principios de 2017. Este sueño tenía, sin embargo, una pista de lo que debía decir hoy: esto es, aquello que diría sentado a la mesa de Juan.
Conocí a Diego durante mi último año de estudios del profesorado de filosofía. Me tocaba hacer las prácticas docentes. Elegí, para hacer mis observaciones de clase, un curioso taller de filosofía que se realizaba en el Centro Universitario de Devoto (más conocido como CUD), espacio que funciona dentro del penal. Un amigo en común que tenemos con Diego, Lucas Ortiz, me había invitado reiteradas veces a conocer esta singular experiencia docente.
Viernes a viernes nos fuimos conociendo. Recuerdo cuando lo entrevisté, mientras aguardábamos los permisos de las requisas, los candados y los pasadores del servicio penitenciario, para entrar al aula. Recuerdo mi torpe desempeño en la primera clase que dicté, un poco obligado por el entusiasmo de Lucas y de Diego. Fue también en el taller del CUD donde escuché el primer discurso de aquellos que componen ese imprudente formato que es “Filosofía a la gorra”. Luego frecuenté algunos bares y centros culturales para enredarme en otros conceptos y autores, y también en otros formatos de la filosofía de Diego como el ciclo: “Lecturas Cruzadas”.
De la mano de mi profesor teníamos en mente un ciclo de charlas. A fines de 2015 le propuse a Diego que visitara mi pueblo, Rojas. Aceptó la invitación de inmediato, y me contó de otros municipios del interior bonaerense donde lo recibían frecuentemente. Desde entonces mis vecinos lo han escuchado, en reiteradas oportunidades, hablar de la arquitectura nómade de su propuesta, y de algunas de sus lecturas predilectas, como por ejemplo: Nietzsche, Foucault y Butler.
Siguiendo el espíritu de su arquitectura nómade, hemos organizado actividades con Diego y otros pensadores y pensadoras en Rojas y ciudades aledañas tanto en escuelas como en bachilleratos populares, en centros culturales, bibliotecas, conservatorios y próximamente también en bares.
La primera vez que vino a Rojas, Diego también estuvo sentado a la mesa de Juan Carlos Llauradó. Recuerdo el momento incomodo de ese almuerzo. En medio del “ida y vuelta” de estos dos filósofos, Juan le preguntó a Diego si alguna vez había pensado en publicar. Diego contestó que no, contó que fue librero muchos años y que sabía de primera mano cómo funcionaba el mercado editorial y esos supuestos concursos literarios donde el ganador terminaba pagándose los libros y oficiando además de editor, distribuidor y vendedor. Juan en un gesto de comprensión le dijo: “esperame”, fue hasta el escritorio, le trajo un ejemplar de su único libro publicado en vida, el poemario: “Dones simbólicos”, y dándoselo comentó: “te lo regalo, este es el libro que me pagué yo”. Se trataba del primer premio del XXI certamen internacional de poesía de una editorial chupasangre cualquiera.
En fin, Juan no llegó a ver la edición de su libro: “Literales ausencias”, que inaugura la colección de Filosofía de la editorial Nido de Vacas, y mucho menos el segundo volumen de la colección: “Políticas del discurso”, el libro de Diego. Creo, sin embargo, que le hubieran gustado, él era un amante de los libros, del pensamiento crítico, de los formatos no convencionales. Creo también que no hubiera dejado pasar la oportunidad de hacerle notar a Diego su cambio de perspectiva.
En otra de sus visitas a Rojas, Diego me contó algo que ese mediodía se había guardado, y es que él había estado escribiendo de hecho un libro. Lo había estado escribiendo un poco “sin querer” –según dijo– durante los diez años que trabajó en una escuela secundaria. Resulta que un día le asignaron un acto escolar y escribió un discurso bastante corrido de lo que suele decirse en los actos escolares. A pesar de todo, a los directivos y a la comunidad escolar les gustó y decidieron convocarlo para otro acto. Con los años se hizo de un repertorio de discursos en relación a las distintas efemérides. Además dio discursos en ceremonias de entrega de diplomas en esa misma escuela donde trabajaba y escribió otros textos para otras instancias, como por ejemplo un discurso para una capacitación docente o textos para usar en clase.
En aquella charla trasnochada me confió que en algún momento había pensado en publicar un libro con todo ese material, pero que cada vez le parecía más lejana la idea, ya que para entonces había dejado de dar clases en la escuela.
A mí, me pareció un material único en su formato, un texto que podía interpelar a un público muy diverso y en particular remover ciertos conservadurismos del mundo docente que uno habita y en el marco del cual uno da batalla también, y lo más importante de todo, me generaba mucha intriga la forma en la que Diego iba a trabajar con los símbolos patrióticos. Nos juntamos con Fede (Riveiro), nuestro editor multifacético, y redactamos una lista de razones por las cuales Diego Singer debía publicar su primer libro a través de nuestro humilde proyecto editorial nacido en un pueblo perdido en la pampa bonaerense.
Sinceramente no creo que la lista de razones fuera tan brillante pero, de lo que no me cabe duda, es que la actitud de Diego de confiar en una editorial que recién arrancaba para publicar su primera obra, fue un gesto de generosidad, de consecuencia y de compromiso. Así que queríamos aprovechar este momento para decirte gracias Diego por hacernos pensarlo todo de nuevo y por hacernos revisar nuestra manera de relacionarnos con nuestra memoria colectiva, con estas fechas que se nos ocurren significativas en términos de comunidad, nación y humanidad, por ofrecernos herramientas desde la filosofía para darle una vuelta de rosca a esas ocasiones que la rutina de la escuela termina transformando en instancias repetitivas e intrascendentes.
Desde Nido de Vacas tenemos la convicción de que las bases mismas de nuestra sociedad pueden ser discutidas. En una época de proliferación de discursos autómatas y autocomplacientes, creemos urgente hacer circular otros discursos, voces que expongan la fragilidad que somos, que nos desafíen a forjar nuevos lazos afectivos y políticos para afrontar esa fragilidad tan íntima y de la que tanto nos escondemos. En este sentido, creemos que hacer libros, en uno de los peores momentos de la historia editorial argentina, es un gesto de resistencia.
Para terminar, quiero mencionar quienes aportaron su trabajo, su arte o su apoyo en este proyecto: a Federico Riveiro, mentor y motor de la editorial; a Martín Malamud, que engalanó la tapa y la portada con sus ilustraciones; a Ayelén García Pinasco por la fotografía del autor; a Emiliano Raggi, diseñador de las tapas de las colecciones de la editorial; a Fernando De Luchi, que inició junto con Fede esta aventura. A Dain Usina Cultural por el espacio. A quienes nos acompañan en esta mesa.
Gracias también a todos los que hicieron su aporte en la preventa de este libro; con sus compras y sus apoyos logramos superar las metas que nos pusimos para financiar el proyecto, tanto es así que tuvimos que hacer una segunda edición de “Políticas del discurso” apenas un mes después de su salida a la calle.
A todos ustedes que se acercaron para acompañarnos, gracias por su tiempo, por su atención y espero que disfruten de este encuentro.

Jonás Gómez: “Se respira en la lectura una intención genuina de activar el pensamiento crítico”


A la hora de escribir un texto, sea para la descripción de un dentífrico o para una investigación sobre la economía en el medioevo, hay que lidiar con dos problemas: qué voy a contar y cómo voy a contarlo.
El primer problema, la variable de qué voy a contar, se resuelve con la idea que impulsa el texto. 
El segundo problema, el cómo contarlo, con el tono del texto. Y lograr que esos dos pilares estén asentados en un terreno firme no es nada fácil.
En el caso de Políticas del discurso Diego pudo resolver muy bien esas dos cuestiones. Llegó a un tono en el que la lectura es dinámica, el sonido fluye y, a la vez, hay materia. Porque aunque el proyecto partió de la base de los discursos (y a partir de ahí uno podría esperar cierto registro oral) lo que se encuentra en la lectura es un nivel de espesor que interpela.
Ya en el recorrido del libro se encuentra la respuesta a cómo se articula la filosofía en un espacio educativo. Tanto a nivel institucional como a nivel humano. O, para ser más precisos, se percibe la variedad de maneras en las que intervino Diego durante los 10 años que fue profesor en una escuela secundaria.
Esas respuestas y la respuesta a la pregunta de qué clase de profesor fue en ese ciclo de tiempo, se encuentran en estos discursos, expuestos (al menos la mayoría) en actos escolares, pronunciados como intervenciones para la comunidad de alumnos, padres y docentes, en fechas específicas del calendario escolar y en despedidas para los egresados.
Pero ¿qué implica una política del discurso? ¿Qué hay de específico en estas fechas? ¿Por qué decidió intervenir a través de una serie de discursos? 
A partir de estas fechas se puede comprender (o intentar comprender) el modo en el que una nación se piensa y se narra a sí misma. No es lo mismo generar un momento de reflexión el 24 de marzo que dejar el salón de actos vacío. 
No es lo mismo poner en contexto a San Martín que usar la palabra “emprendedor” para describir sus acciones políticas y militares.
No es lo mismo hablar de la clase trabajadora en el día del trabajo que no hacerlo y dar por sentado su rol, o considerarlo como una parte accesoria del funcionamiento de la economía.
A partir de estas fechas es posible pensar cuáles son los relatos que circulan en la población (resaltados por el sistema educativo) para contar su propia historia.
Pero queda claro que, en el modo de ponerle el cuerpo al rol de docente, Diego no se quedó en el discurso, muchas veces ingenuo (o editado con una intencionalidad mezquina específica), con el que una institución educativa se dirige al alumnado para tocar estos temas. Si hay algo que recorre el libro, de principio a fin, es la propuesta de ponerse en cuestión, a uno mismo, a la historia del país, a la sociedad, a las instituciones, al modo en el que ejercemos nuestra ciudadanía. 
Lo que se respira en la lectura es una intención genuina de activar el pensamiento crítico, sea frente a un grupo de adolescentes o en el centro educativo de la cárcel de Devoto. 
¿Y cómo se hace eso? ¿Cómo se intenta activar la reflexión? Con la palabra. Tomando la palabra, haciendo uso de una palabra imantada, una palabra que tenga peso, que remueva algo en el otro y en uno mismo. 
No alcanza con señalar con el dedo, hay que, también, ponerse en cuestión uno mismo. La intervención que se haga en ese contexto tiene que estar llena de palabras comprometidas con el ejercicio de pensar, no puede ser una intervención de utilería, no puede ser una simple opinión. Porque, como les recuerda Diego a sus alumnos en uno de estos discursos, opinar no es lo mismo que pensar.

Anahí Llanes: “La escucha, si es genuina, abierta y generosa, también se construye colectivamente”

Antes que nada quiero agradecer a Diego por la invitación a ser parte de esta presentación. No es este agradecimiento un acto protocolar. Quiero destacar la generosidad de abrir el espacio de participación, de encuentro y de escucha, sobre todo a quienes recién nos estamos iniciando como educadores.
Esto tiene que ver con cómo consideramos las lógicas de producción del conocimiento. ¿Quiénes producen el conocimiento? ¿Las grandes personalidades, los especialistas, la elite? ¿O más bien sostenemos una producción colectiva donde todos tengamos la oportunidad de formar parte? Cuando pensamos en la presentación de un libro, en la conformación de un panel, o en cualquier evento relacionado con la cultura, tomamos un posicionamiento al respecto. 
Y eso tiene mucho que ver con la inquietud que plantea Diego en su libro, porque al preguntarnos cómo construir otro tipo de escucha nos preguntamos también por quiénes son los sujetos que forman parte de la producción de los saberes. ¿Cuál es la noción de alumno que construimos? ¿Un ente meramente receptor y pasivo ante la palabra del docente? ¿O un sujeto activo, que se involucra, que participa, que forma parte de la cultura y, por ende, que se transforma al intervenir en su realidad?
Todas estas cosas están en juego al hacernos la pregunta inicial con la que abre el libro: ¿cómo articular un nuevo tipo de escucha? Y creo que el primer paso, la primera condición de posibilidad, es habilitar el encuentro, eso que estamos haciendo ahora: encontrarnos como iguales, participando de un evento que tiene que ver con el conocimiento, involucrándonos, poniendo el cuerpo. La escucha, entonces, si es genuina, abierta y generosa, también se construye colectivamente. Esto tiene que ver con qué sentido le damos a nuestras prácticas de enseñanza. Considero que ese es el núcleo duro olvidado en el campo de la educación. ¿Cuál es el sentido de nuestra práctica como educadores? ¿Para qué enseñamos? ¿Por qué? ¿Desde dónde nos posicionamos? En base a esos supuestos iniciales construimos el cómo.
La dimensión del sentido y los efectos de la palabra en la educación fue considerado, nada más y nada menos que por Paulo Freire, uno de los voceros más destacados y más conocidos de la Educación Popular. Muchos se ríen o desconfían cuando escuchan esta expresión, bastante banalizada. Se piensa corrientemente en una educación rebajada para los pobres. Y en realidad hablamos de una práctica que disputa y cuestiona los sentidos dominantes de las prácticas educativas. Que visibiliza que no existe la neutralidad en la educación y que siempre nos posicionamos ideológicamente. Que tomamos postura en relación a los alumnos, al conocimiento y, por supuesto, en relación a nuestras prácticas.
La palabra, el discurso, entonces, toma otra dimensión; forma parte de un entramado más complejo y pierde ingenuidad. No podemos considerarla aislada del sentido desde el cual enseñamos. Freire hablaba (y en ese hablar proponía, se posicionaba en) una educación dialógica como alternativa y resistencia a la pedagogía del oprimido. Fíjense la potencia de la palabra: puede ser instrumento de opresión y también de resistencia, de disputa. 
Pensar la educación como práctica dialógica implica otros modos de circulación de la palabra y de los saberes; implica también sacar a los alumnos de la invisibilización y del silencio para que se conviertan en sujetos y para eso, volvemos al comienzo, necesitamos encontrarnos, abrir un espacio de encuentro. Visibilizar esto es poner sobre la mesa el posicionamiento fuertemente político que atraviesa a la educación y a la práctica del discurso.
Hay algo que quiero destacar de este libro, de Políticas del discurso, y es que es el resultado de pensar y analizar el sentido de la propia práctica. Es un ejemplo del conocimiento que se construye a partir de una reflexión aguda, profunda y genuina de la propia experiencia. Donde la misma experiencia es escuchada y es recibida, no es subestimada. Y así, el discurso se convierte en una práctica, en una práctica política.
Y desde el discurso, entonces, buscamos interpelar nuestras experiencias sociales cotidianas. Eso es lo que considero que intentan hacer los discursos que Diego incluye en su libro. De esa intencionalidad de dislocar el sentido común vienen las “Intervenciones filosóficas en la escuela”: por un lado, poner en tensión nuestras concepciones y prácticas cotidianas en torno a lo social pero, por otro lado, (y esto me interesa especialmente porque tiene que ver con el campo de estudio que elijo) ejercer la práctica de la filosofía desde nuestras propias experiencias. 
Lo cual nos lleva, finalmente, a seguir haciéndonos preguntas: ¿Pará qué filosofía? ¿Para qué filosofar? ¿Cuál es el sentido de nuestras prácticas como profesores de filosofía? 

Para escuchar estas intervenciones, click en el enlace 👇




Diego Singer: “Siempre hay una escucha receptiva; si no la hay, es importante generarla

Cuando empecé a escribir lo que ahora es un libro, no lo hice pensando en escribir y publicar, sino que fue parte de la praxis docente. La decisión de publicarlo pasó porque el trabajo que hacemos como docentes no se piensa como esa distinción clásica del mundo griego, entre praxis (obra) y poiesis (poesía); la praxis se relaciona con la acción en la cual no está involucrado un producto final, como puede ser un libro. Los docentes hacemos praxis, pero nunca nos pensamos como autores; no nos subjetivamos de esa manera. Muchas veces actuamos como mediadores de obras que escribieron otros, con contenidos legitimados en términos de saber dentro de un formato libro.

Además de todos los discursos escolares, el libro tiene al final un texto que refleja mi experiencia de trabajo en el CUD (Centro Universitario de Devoto), que funciona en la cárcel de Devoto. Me interesó mixturar dos universos heterogéneos: por un lado la escuela, y por otro un espacio como la cárcel, donde no se espera que aparezca el docente, un lugar pensado para la reclusión o el castigo. 
Estos discursos fueron escritos para ser leídos en actos escolares; es algo a lo que llamamos una situación ritual (solamente algunos de los textos del final del libro fueron utilizados dentro del aula). El modo en que la escucha se prepara para una situación institucional (es decir, ritual) y el modo de una intervención dentro del aula son distintos. Me fui dando cuenta de que el discurso de la intervención institucional, particularmente en la escuela, muchas veces está subvalorado. En última instancia, pocos se atreven a decir: “¿para qué estamos acá?”; “el discurso nadie lo escucha”. Los padres están esperando sacar fotos a sus hijos, y eso parece ser lo único que importa. 
Al mismo tiempo, los discursos tampoco son cuidados desde quienes los enuncian; son discursos que se repiten, y las orejas están esperando esa repetición. La pregunta que surgió, entonces, fue cómo aprovechar ese espacio en un momento cultural en el que la ritualidad está subvaluada. 
La única posibilidad no es acomodarse a un ritual dentro de un ritual, es decir, jugar el juego de que estamos diciendo algo en lo que se suponía era un espacio y un momento especial; una situación de excepción en relación a lo que sucede en la dinámica de la enseñanza y el aprendizaje. En esa circunstancia esperada, que sirve para poner en paréntesis otros discursos (el himno, la bandera, etc.) y centrarnos en un aspecto que muchas veces tiene que ver con una identidad nacional, ¿cómo podemos hacer para que esa escucha empiece a abrirse de otro modo y puedan recuperarse otra clase de preguntas?
La cuestión era disputar los sentidos de un discurso, lo que se espera que se diga en un discurso como los escolares, sino también los límites mismo de lo que puede ser reconocido como un discurso. 
Siempre se entra en comunidades que nos preceden; en un lenguaje (que es anterior a uno); en una forma de comprender lo que se puede decir y lo que no se puede, y cuáles son esos límites (que son anteriores a uno); se entra en una escuela, una institución con ciertas prácticas y formas de hacer y reproducir una forma de ser. A veces tenemos ganas de hablar porque hay algo de esas forma que nos incomoda y queremos ver hasta dónde podemos disputar esos espacios dentro de la institución; sin tener que decir “acá no se puede hacer nada” y sin dejar de jugar esos juegos de autocensura en los que muchas veces nos acomodamos para seguir cumpliendo esos roles como si no pasara nada.
Esos lugares que reproducimos sin arriesgar cierta incomodidad (algo que excede al ámbito escolar) no le caben simplemente a la autoridad, esa que garantiza que se sigan diciendo las mismas cosas; es un juego donde empiezan a jugar los alumnos, los padres, los docentes. 
Hay un problema importante con los límites que nos autoimponemos y las formas en las que aceptamos lo que puede ser dicho y lo que no puede ser dicho. A veces nos gusta decir que es un problema de la autoridad, pero pocas veces arriesgamos a romper con esos límites y ver qué pasa. Cuando efectivamente se hace, pasan muchas cosas, sobre todo si se hace de modo genuino. 
Parte del espíritu de este libro tiene que ver con que muchas veces me bajaba del estrado de donde los chicos recibían sus diplomas, y se acercaba algún familiar para decirme: "¡Qué bueno lo que leíste!". Entonces, la relación a cierto riesgo que implica ir más allá de lo que se espera de la palabra, significa que siempre hay una escucha abierta, receptiva; pero si no la hay, es importante generarla.
Los grandes creadores jamás se acomodaron a las formas de configurar una nueva obra, sino que crearon su propio público; lo forzaron. La idea de la creación siempre implica forzar algo; el modo en que quienes nos escuchan está esperando. Cada vez que aparece algo nuevo, entrenar la escucha, abrir un estómago (como decía Nietszche) para digerir eso, requiere de un trabajo. Y una palabra que no sea condescendiente con ese a quien se dirige tiene que demandar ese trabajo. 
Todos los discursos de este libro proponen un auditorio que no se dirigen con condescendencia (al menos esa fue mi intención), porque si uno se dirige en forma condescendiente, el otro se acomoda a ese lugar (en la mayoría de los casos; por suerte también hay rebeliones). Nosotros debemos disputar en el otro qué tipo de receptividad va a tener; nadie tiene una única forma de recepción. 
Y si bien puede haber reacciones más conservadores (“esto no se entiende”, o: “esto fue desubicado”) es importante que podamos tejer lazos con la forma de receptividad que puedan conectar con ese pequeño riesgo que tomamos al enlazar discurso y verdad de modos nuevos.
En una época de hipercomunicación y constante creación de discursos, debemos poner atención en la hiperproducción. Lo aprendimos de Platón: “opinión” y “pensamiento” son cosas distintas. A veces debemos tener cuidado con expresar todo lo que pensamos y tratar de rescatar algo que hoy en día no aparece en esta proliferación productiva de los discursos (sobre todo en las redes sociales), que es la escucha. Es muy difícil escuchar: enseguida queremos decir, queremos contestar, queremos discutir. El error de la discusión y la polémica; no estoy en contra de la polémica, pero hay que saber mucho para poder polemizar. 
Me interesó comenzar a pensar de qué manera tiene que estar articulada la palabra para que llegue al otro de una forma no autoritaria (como expresando: “tenés que reproducir esto”; “callate, escuchá; repetí la historia”); el discurso tiene que llegar interrumpido, problematizado. 
Y una buena manera de hacerlo, sobre todo si nos dirigimos a adolescentes, es evidenciar los problemas. Es decir, mostrar que lo que estamos pensando está vivo. Las escuchas adolescentes puede que estén más vivas que las nuestras, y enseguida perciben cuál discurso está vivo y cuál no; se percibe en el tono, en el modo en que se dispone el cuerpo. 
Entonces, hay una cuestión fundamental para quienes nos dedicamos a la docencia: cómo hago para articular un discurso de manera tal que llegue al otro y lo transforme, lo toque; algo que generaba una certeza empiece a generar un problema. 
(…)

Para escuchar esta intervención, click en el enlace 👇











Sobre el libro
Lanzado en el mes de abril de este año, y tras el éxito de ventas conseguido, esta obra ya tiene en circulación la segunda edición, que se consigue en librerías de Rojas, Junín, Pergamino, Capital Federal, San Isidro, Córdoba, Rosario y Azul. También a través de Mercado Libre, con envíos a todo el país y desde todo el mundo mediante la plataforma Amazon.

El autor
Diego Singer nació en Buenos Aires en 1978. Es profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y Maestrando en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad. Ejerció la docencia en Nivel Medio en las materias Sociología y Filosofía. Dictó clases en el Taller de Filosofía del programa de Extensión Universitaria UBA XXII en el CUD (Centro Universitario Devoto). Coordina grupos de estudio y realiza encuentros abiertos de Filosofía en todo el país. Dicta regularmente clases para profesionales de salud mental en hospitales de la Ciudad de Buenos Aires. Es docente de la Diplomatura de Estudios Avanzados en Psicoanálisis y de la Especialización en Teoría y Práctica Psicoanalítica (UNSAM). Dirige la Diplomatura en Subjetividad y Estado (UNLZ).

Ficha técnica
Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela. Diego Singer.
Nido de Vacas, 2019. 160 páginas. 21 x 14,8 cm.
Colección: Filoso-Qué?/ 2
Edición: Federico Riveiro, Ezequiel Evangelista. Ilustraciones: Martín Malamud. Diseño de tapa: Emiliano Raggi. Fotografía del autor: Ayelén García Pinasco.