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lunes, 4 de enero de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (24)


CAPITULO
24

Domingo Cavalcanti asumió su banca a fines de abril de ese año y se hizo cargo de la presidencia de la Comisión de Justicia e Instrucción Pública.
De inmediato, junto a Ángel Roig, se reunieron con el intendente socialista Jorge Lombardo, para ponerse a disposición y entender como intermediarios ante las máximas autoridades provinciales y nacionales en toda gestión que redundaran al bien común de la ciudad. Los legisladores se interesaron sobre la cesión de cincuenta hectáreas de tierra comunal con destino a la provincia, para construir una cárcel modelo tendiente a subsanar la ausencia de un establecimiento de esa naturaleza. El proyecto no prosperó.
Interesado en los progresos educativos, el diputado impulsó varias obras en distritos de la sección y mantuvo frecuentes encuentros con el ministro de Educación provincial, Dr. René Pérez, con quien plasmó además una relación personal de respeto y admiración.
En este contexto, propició el traslado del Instituto Mixto General Alvarado de Miramar, que redundó en una notoria ampliación de la matrícula y grandes beneficios para la localidad. También hicieron efectiva la entrega de más de veinte subsidios a entidades de bien público de Mar del Plata, fondos destinados a la ampliación de obras edilicias. Y compartió junto a autoridades educativas, de la corriente ruralista Coninagro y la Asociación de Cooperativas Argentinas de la iniciativa de comenzar a impartir el programa de enseñanza de la materia Cooperación en las escuelas primarias bonaerenses.
El diputado Cavalcanti acompañó al gobernador Anselmo Marini y sus ministros en la visita a diversas obras públicas a lo largo de la provincia. En una larga recorrida por los distritos de General Belgrano, Pila, Lezama y Chascomús, destacó la capacidad de gestión del gobernador “para encontrar soluciones a las urgencias de los vecinos, a través del diálogo y el contacto directo”.
Días después se manifestó a favor del ministro de Gobierno, Eduardo Esteves, que fue interpelado en la Cámara de Diputados por la actuación de la policía en una protesta de conscriptos frente al concejo deliberante de Miramar, que terminó con disturbios. “Es un hecho político, no policial, producto de un pleito interno”, arguyó el diputado. Y sentenció sus dichos resumiendo que “en vez de traer estos problemas vergonzosos a la Cámara, deberíamos ponernos a trabajar para el bien de todos”.
Paralelamente a su tarea como legislador, Cavalcanti cumplía con honorabilidad y solidez su cargo como dirigente del partido en su ciudad, labor que le valía la aprobación de sus correligionarios.
En una reunión en Mar del Plata con el presidente del  Comité  provincial de la UCRP, Raúl Alfonsín, a quien recibió junto a su coterráneo y también legislador, Ángel Roig, se empezó a delinear un nuevo rumbo para el partido, en el marco de las dificultades que se avecinaban a nivel nacional, merced a las fuertes presiones emanadas desde los poderes económicos y las fuerzas armadas.
El doctor Alfonsín era un abogado de 39 años que había sido concejal en Chascomús, diputado provincial durante los gobiernos de Frondizi y Guido y diputado nacional bajo la presidencia de Illia. Como flamante titular del comité provincial de la UCRP, ya se perfilaba como un cuadro de centro-izquierda que empezaba a alejarse de la línea unionista y conservadora del balbinismo, dirección que se acentuaría tras la caída del gobierno constitucional.
Hacia esa posición de orientaba  Cavalcanti, que meses más tarde sería designado como delegado de la UCRP Nacional en Catamarca para dirigir la etapa final de la campaña electoral, lo que dejaba visible su posicionamiento dentro del partido y en el plano político.
“La distinción conferida a nuestro convecino eleva así a una posición de trascendencia nacional a un auténtico radical, forjado en las duras luchas que no supieron de desmayos y que cobraron dimensiones singulares cuando ser opositor a los gobiernos traía aparejada una gran dosis de heroísmo”, destacaron los matutinos locales.
Pero la convención en la provincia del norte finalmente no se haría.

La última actividad como legislador de la que se tiene testimonio fue la presentación de un proyecto de ley, en conjunto con su par Juan Carlos Maffía, por el que se autorizaba al Banco de la Provincia de Buenos Aires para acordar al Poder Ejecutivo un crédito destinado a la construcción e instalación de establecimientos para alojar y reeducar a menores sometidos a proceso.
La iniciativa se argumentaba sobre “la lamentable situación que se origina por la carencia de institutos que puedan cumplir una tarea de verdadera readaptación con los menores delincuentes, ya que al ser alojados en convivencia con avezados malhechores, la tenencia por el Estado contribuye a una mayor corrupción, con el grave problema que ello entraña para los damnificados y para la sociedad”.
Una semana después, el 28 de junio, devino el golpe militar de la Revolución Argentina, que derrocaba a Arturo Illia de la presidencia de la Nación, de Anselmo Marini de la gobernación y de Jorge Lombardo de la intendencia marplatense.
El golpe de Juan Carlos Onganía, en su carácter de dictadura permanente, disolvió los cuerpos legislativos, la Corte Suprema de Justicia y los partidos políticos.
Pero lejos de quedarse en lamentos, Cavalcanti, junto a varios dirigentes marplatenses, participó de la reunión convocada por el Comité Provincial, que con mucha discreción y a instancias del Dr. Raúl Alfonsín, se realizó en la ciudad de Avellaneda. Tiempo después Alfonsín fue detenido por un breve tiempo por haber pretendido abrir el comité.
Con el tiempo fue estrechando sus contactos con los sectores de centroizquierda, como el socialismo y comenzó a desarrollar, desde la Provincia de Buenos Aires, un pensamiento socialdemócrata dentro del radicalismo, que tendría un considerable impacto en la juventud. Rechazó expresamente la lucha armada como camino de progreso social y apoyó la consigna “elecciones libres y sin proscripciones”.  La lucha dentro del partido iba tomando nuevas aristas.
Para Cavalcanti, entusiasta defensor de las formas democráticas y firmes convicciones, pero a su vez un vehemente antiperonista, los caminos de negociación fueron estrechando sus caminos y, ya debilitado moral y físicamente, con 65 años a cuestas, fue cediendo terreno al paso de nuevas figuras en la conducción del comité. Tomó distancia, mas sin abandonar la pelea.
Era respetado por sus pares, a tal punto que poco a poco fue transformándose casi en una leyenda viviente del radicalismo marplatense y en fuente permanente de consulta. Pero bajó notoriamente el perfil batallador que le valió su prestigio y ya no tuvo mayor peso en las decisiones importantes. Participaba en actos menores, reconocimientos y agasajos a correligionarios que, como él, iban alejándose gradualmente de la escena política.



La última aparición pública probada data del mes de mayo de 72, en una comida en Miramar que tendría como presencias destacadas al ex presidente Arturo Illia y al ex gobernador Anselmo Marini, además del vicepresidente del comité provincial, Yoliván Biblieri, el titular del comité local, Albano Honores, y otros dirigentes menores.
Al almuerzo realizado en el restaurante “Rincón” asistieron unas setenta personas.
“Llamó la atención la escasez de gente -el restaurante tenía amplios claros- y fueron también pocos los aplausos a los oradores que expusieron al término del almuerzo”, graficó el cronista del matutino marplatense La Capital sobre el acontecimiento.
Los discursos fueron mayormente moderados, como si estuvieran en consonancia con la cantidad de público presente y el real contenido del agasajo. Allí, Domingo Cavalcanti fue arengado desde que se dispuso a hacer uso de la palabra –“Vamos… dale con todo, bien fuerte”, dicen que recomendó en un murmullo un joven que estaba a su lado-, pero su breve discurso sólo hizo centro en la figura del general Perón y el peronismo, eludiendo las vicisitudes del partido y el contexto que se atravesaba por aquellos días. “El 25 de mayo de 1973, luego de siete años de desgobierno vergonzoso, se entregará, dicen, el gobierno a quien elija el pueblo”, expresó, invitando a “no escuchar el canto de las sirenas de quienes proponen el frentismo”. A Perón lo calificó como “ese prófugo que prostituyó el país” y al peronismo, “década infame”. Y concluyó: “esa época no volverá porque el pueblo no lo quiere”.
El caudillo miramarense Honores, luego, enfatizó que “la lealtad a las ideas políticas es lo último que debe perder el hombre” y atacó la convocatoria de Héctor Cámpora –candidato de Perón y luego presidente de la Nación- para conformar la plataforma del Frente Cívico de Liberación Nacional, que reuniría a varias fuerzas políticas, entre ellas un sector del radicalismo. “Estoy de acuerdo en que debemos servir a la República, a la democracia y la libertad, pero jamás servir a aquel que nació de un mal vientre cuando nosotros nacimos de madres dignas”, sintetizó.
“Vivimos momentos difíciles, y el mejor modo de no equivocarnos es ser fieles a nosotros mismos y al partido. Vemos cómo se va oscureciendo el panorama, pero podemos encontrar nuestra brújula en los principios radicales que pueden poner fin a un país estancado. Pero algo debe quedar en claro: el radicalismo no va a estar en frente alguno”, fueron las mesuradas palabras de Anselmo Marini.
La alocución de cierre estuvo a cargo del ex presidente Illia, quien con su habitual acento cansino, de pie y con las manos en los bolsillos, hizo una defensa del estado de derecho, puntualizando que “el derecho no impide la revolución”. Pero descartó que la solución a los males del país sean los pactos. “No queremos dictaduras ni gobiernos que improvisan, porque en esto no se puede improvisar”, dijo. Y concluyó argumentando que “todos hablan de un cambio. Y es verdad, todo cambia. Pero el cambio debe tener como única base revolucionaria firme el derecho vivo, el derecho permanente”.
Hubo aplausos y, de inmediato, el desbande.


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(XXIV)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
Les Viviers
Claouey
33950 - France

19 April 1984

Querido amigo Hugo:
Gracias por tu carta, la recibí hace dos días. Me alegró mucho. Me pone contento saber que vas bien y que los problemas que tuviste se han resuelto. Yo sigo trabajando de cartero, sólo me queda una semana y ya está, “buenos días, Francia”. Este trabajo que tengo no me gusta mucho, es muy soso, pero me pagan bastante bien. Suelo ganar hasta 12.000 pesetas por semana y con ese dinero mes las apaño. Me cojo muchos pedos, y el problema es que al día siguiente me cuesta levantarme.
He recibido una carta de Anna “yo no me trago su leche” Keene. Se siente un poco chunga, tiene deudas y pronto quiere volver a España, pero no cree poder hacerlo. Preguntó por ti.
Me alegra saber que Pepé ha recibido el dinero que le debía. Se lo habría mandado antes si lo hubiera tenido. Es un tío muy majo, se portó muy bien conmigo, igual que tú. Cuando vuelva a Madrid pagaré el dinero que debo a José Luis. Ya sé que es un hijo de la gran puta pero es ajeno a mi carácter no pagar mis deudas.
¿Así que fuiste de copas con Sam Grant? ¿Se puso a leer su biblia en el bar? Es un buen chaval. ¿Tienes noticias de Ronnie? ¿Ya no te llevas bien con él? Personalmente yo no creo que sea mala persona, el problema es que algo no le va bien en el coco, es medio chiflado. También recibí una carta de Mme. Chardy. Me pidió que pusiera unos anuncios en la facultad de Manchester. Ya lo hice.
Me dijiste que te habían pasado algunas cosas, ¿qué cosas?
Bueno, empiezo a despedirme. Escríbeme pronto y dime si son correctos algunos de estos dichos: “meter la hoz en mies ajenas”, “ser gallina en corral ajeno”, “poner a uno como hoja de perejil”. Te doy mis señas de Francia, al principio de la carta. Voy a estar por allí a partir del 1 de mayo. Acudiré a la manifestación que tendrá lugar ese día y haré lo de siempre: Bodega + Botella = Tajada. (La gente unida/siempre estará bebida)

Alan


PS: Te cuento un chiste: Un muchacho escribe una tarjeta a Dios. Le pone: “Querido dios, soy de una familia muy pobre, no tenemos dinero, llevamos 8 días sin comer. Además, voy a tener 8 años la semana que viene. Por favor, querido dios, mándeme 8.000 pesetas para que mi familia me pueda comprar un regalo”. Los carteros la leen, se conmocionan, se apiadan del niño. Hacen una colecta y logran mandarle 4.000 pesetas. En la tarjeta ponen “de parte de Dios”. Al poco tiempo, el muchacho escribe otra tarjeta para dar gracias: “Querido dios, gracias por el dinero que me mandó. Recibí 4.000 de las 8.000 pesetas que le pedí. No se preocupe Ud., sé lo que habrá pasado: esos hijos de puta que trabajan en la oficina de correos deben haberme robado el resto”

lunes, 21 de diciembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (22)


CAPITULO
22

Ya como presidente del Comité local de la Unión Cívica Radical del Pueblo, cargo al que accedió tras vencer en las internas de ese año, Domingo Cavalcanti se abocó a fortalecer los lazos de unidad en el partido y reafirmó su perfil de candidato a cargos provinciales.
En su actuación como titular del Comité de distrito estrechó los vínculos con distintos sectores vecinales de la zona sudeste de la provincia. Interpuso sus mejores oficios y tramitó la visita del gobernador Anselmo Marini a la localidad de Mechongué, donde se presentaron trabajos destinados a la instalación de energía eléctrica en ese paraje.
En abril del 63 integró la lista de candidatos a diputados provinciales en la interna de la UCRP, que elegía postulantes para los comicios en los que se consagraría la fórmula Illia-Perette para la presidencia de la Nación y a Marini-Lavalle para la gobernación.
El 8 de diciembre se impuso en la interna partidaria que lo consagró presidente del Comité de la UCRP en el partido de General Pueyrredón. Apadrinado por el diputado nacional Giordano Echegoyen, don Domingo encabezó la lista Rosa y obtuvo 1.109, contra los 771 que consiguió la lista Verde, que postulaba a Ángel Roig (h). La lista mayoritaria integró 16 afiliados a la conducción, en tanto la minoría sumó 8. También se eligieron delegados al Comité y a la Convención Nacional, en ambos casos, por la provincia de Buenos Aires.
Momentos después de finalizado el escrutinio, el flamante titular se dirigió a la parcialidad y luego de hacer un llamamiento a la unión, esbozó su programa de acción. En su estilo claro y efusivo, don Domingo manifestó que la lucha entre radicales había terminado. Agradeció la inmensa colaboración de las mujeres que apoyaron a la facción Rosa y, conmovido, dijo llegar a la presidencia del radicalismo bajo una guía e inspiración que sirven de ejemplo: la consagración de Mario Giordano Echegoyen, que jamás claudicó en sus ideales. “La lista Rosa ha triunfado, pero ya no queda más color ni bandera que la del radicalismo”, finalizó.
Lolei invocó aquel triunfo con cierta indiferencia, como si se tratara de un logro menor en una carrera extensa que, sin embargo, seguía siendo promisoria. O como aquellas personas que acostumbradas a los éxitos, van naturalizando cada conquista sucedánea.

Me alcanzó un artículo que narraba aquel acontecimiento y me pidió que lo leyera. Se trataba de una nota del semanario Gente, fechada el 15 de diciembre, que llevaba el simple título de “Amigo de Zabala Ortiz y Lavalle”, con una volanta que anunciaba “Lo votaron las mujeres” y una fotografía a una columna que mostraba al protagonista leyendo un diario.
 “Soy un hombre modesto y este triunfo partidario es el fruto de la labor de muy buenos amigos y por sobre todo radicales, que se han envejecido luchando por esta divisa”, dijo a este semanario don Domingo Cavalcanti, que a los 62 años de edad ha obtenido la jefatura del pueblo de Mar del Plata, en comicios internos, imponiéndose sobre Ángel Roig (h) por 1109 votos contra 771, heredando así el poder político de Mario Giordano Echegoyen, línea unionista de la UCRP.
“Cavalcanti dice de su circunstancial y derrotado adversario que ‘es un hombre capaz e inquieto, con quien he compartido muchos años la acción legislativa en el Concejo Deliberante’. En el alto mando radical tiene sus mejores amigos en el vicegobernador Lavalle, el canciller Zavala Ortiz y los hermanos Leopoldo y Facundo Suárez. ‘Con estos últimos ocupé muchas tribunas para decir a los argentinos un puñado de verdades’.
“Se siente orgulloso de la forma eficiente que trabajó en esta elección interna la mujer radical, cuyos sufragios ‘me dieron la mayor ventaja’ y ante una pregunta afirma que Echegoyen no se retirará de la acción política. ‘Es político por naturaleza. El partido lo necesita y yo me orientaré en su ejemplo y trayectoria para llevar adelante a la UCRP en Mar del Plata’.
“La casa radical es uno de los viejos sueños nuestros que trataré, primordialmente, de hacer realidad. Conseguiremos crédito, haremos reuniones de todo tipo, pero la casa de hará’, dice, y agrega que otras de sus aspiraciones es la instalación de una activa biblioteca que funcione en el partido. Fuera de su actividad política se ocupará de visitar todos los barrios marplatenses para interiorizarse de sus necesidades, especialmente las villas miserias, ‘de tan lamentable contraste con esta pujante y bella Mar del Plata’.
El final de la nota lleva un apartado cuyo título es ‘Maestro y padre’, y resume lo siguiente: “Cavalcanti ejerció la docencia durante 17 años en Oriente, partido de Coronel Dorrego, dejado cesante en 1937 mediante un simple despacho telegráfico. Dice que eso lo favoreció económicamente, pues encaminó su actividad hacia el comercio, instalándose con una oficina inmobiliaria. Tiene tres hijos: uno estudiante de Abogacía, otro que hace la conscripción en la base Naval y una mujer bachiller y empleada. Su esposa, Florentina Palacios, es maestra normal, retirada en 1952. Confiesa que es un mal fisonomista, lo que al parecer no influye en sus éxitos políticos, y antes de terminar el reportaje tiene un buen recuerdo para los periodistas locales, recalcando que es un hombre modesto pero que no puede sustraerse a la satisfacción de haber logrado la presidencia de la Unión Cívica Radical del Pueblo”.
Lolei no emitió ningún comentario después que terminé la lectura. Ni siquiera pareció prestar excesiva atención. Tampoco supo responder cuando pregunté a qué se refería su padre cuando confesaba ser ‘un mal fisonomista’.

Me extendió un nuevo recorte. Es breve, me dijo. Es así de breve: “Para muchos no estaba previsto, pero ocurrió: ganó la lista rosa y en segundo término la verde; unionistas las dos. O casi unionistas, puesto que el primer candidato, don Domingo Cavalcanti, pertenecía a las huestes de Giordano Echegoyen en el orden local y de Zavala Ortiz en el nacional… Los más suspicaces llegaron a hablar de una maniobra sutil, habilidosa, para conseguir, precisamente, ese resultado: mayoría y minoría para quitarse del medio a los verdes de la fracción que en el orden nacional responde a don Ricardo Balbín”.
-Si hay alguna conclusión que puedas sacar de todo esto, te pido que me lo digas-, me comentó el viejo con desgano.
Le dije no tener nada para agregar. Tras un nuevo silencio, me pidió un cigarrillo. Fumó solo, en silencio. Yo seguí revisando papeles, sin hacer comentarios. De pronto habló:
-¿Te estoy aburriendo mucho con toda esta historia?
-No, hombre, ¡es más divertido…! Pues en verdad no es divertida, pero es historia. La historia de tu padre y tu historia. Es lo que hay, ¿no? Si hubiese sido escritor o estrella de rock sería otra cosa, pero se construyó eso y debemos aceptarlo como eso. Nunca está de más refrescar el pasado, ¿no te parece?
-¿Y que tal si hablamos un poco sobre vos, sobre tu historia? Debes tener mucho para contar…
-¡No jodas, cabrón! Que con tu padre nos estamos haciendo una opípara panzada. Mi vida no tiene importancia…
-Algo debes tener interesante para decirme, no seas…
-Mejor me voy. Otro día seguimos. Muero por saber cómo termina todo.
Sin dejarlo hablar le acomodé la cama, apagué la luz grande y huí como rata por tirante.



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(XXII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
I Bradgate Street
Ashton –II-Lyne
Tameside - Manchester

January 25th 1984

Querido Hugo:
Gracias por tu carta. La recibí hace una hora y yo acababa de echar la mía al buzón. Me alegra mucho recibirla. Gracias por las fotos. ¿Quién es ese señor que está de pie detrás de ti? Las he colocado en mi álbum. Son las primeras fotografías del año nuevo, espero que me mandes más.
Lamento lo del accidente; esas cosas ocurren cuando estás borracho. Una vez cogí un pedo con Danny, me caí al suelo y me rompí la cabeza. Paré el tráfico en el túnel que pasa debajo del Támesis para que me llevaran a un hospital. Al día siguiente no recordaba nada. Gracias a Dios llegaste a tiempo al puesto de Socorros.
Lo de José Luis no me extraña nada. Que te haya pedido dinero… es un gilipollas, además de catalán. Berta también está chalada; también, catalana. Un ligue perfecto… Pero te digo una cosa más: cuando vuelva le pagaré el puto dinero que le obsesiona tanto.
Si quieres que escriba a tus padres sólo dímelo y lo haré con mucho gusto. Les diré que eres una de las mejores personas que he conocido. Y les diré que nunca harías una cosa así y que has cambiado mucho. Puedes contar conmigo, lo sabes. Espero que este accidente no haya perjudicado tus posibilidades en tu tierra, si es que vuelves. ¿Me seguirás escribiendo, verdad? Y cuando tengas un buen puesto, ¿me invitarás?
Tampoco me extraña que Ronnie te haya hecho esa guarrada. A Ronnie algo no le va bien en el coco. Si yo hubiera estado en tu lugar habría tenido ganas de romperle la cara, aunque al final seguramente no habría hecho nada. Es la segunda vez que te hace una cabronada, ¿verdad?
Sí, llevas razón. En inglés decimos “to pull the strings” pero en un contexto limitado decimos más bien “I´ve got a friend who works there” y se entiende muy bien. Si hablamos de enchufes y enchufismo, en términos generales, decimos “it’s not what you know, it’s who you knows”. Pero al fin y al cabo llevas razón, también he oído varias palabras o frases tuyas que empleamos aquí, no mucho pero que existen. Aún oí la palabra “derth” pero en sentido económico, la oí una vez en seis meses. Otra vez, palabras que existen pero no solemos utilizarlas.
Hablas de mi diario. Me he puesto a escribir otra vez. Anoche nevó mucho. En Escocia la nieve llega hasta el cuello; en Manchester, hasta los tobillos. Hubo otros muertos anoche, antes hubo doce.
He escrito a Anna Keene, espero que no esté muerta. Porque han dicho que si tragas leche con un tiempo así, se congela en la boca y es como si tragaras piedras. Recemos juntos por ella.
Bueno, escríbeme pronto. Dime si quieres que escriba a tus padres; lo haré con mucho gusto. Un abrazo muy fuerte de tu amigo que no te olvida
Alan


PS: Recuerdos a Pepé, Julio (y José Luis). Perdona mi castellano, pero llevo prisa; he quedado con un amigo a jugar al ajedrez. Y beber unas copas…

sábado, 24 de octubre de 2015

Lolei y la democracia



Lolei, entre la lucha colectiva y la resignación


En pocas horas hay elecciones en todo el país. Elegiremos un nuevo presidente. No es cualquier cosa. Tenemos por delante un gran desafío. Ir nuevamente a las urnas y ser responsables de poder elegir otra vez a quienes nos representarán para conducir el destino de nuestra patria  es una conquista que debería enorgullecernos como sociedad. Nos costó mucho poder alcanzar y mantener esto. Nos costó persecuciones, muertes, desapariciones, crisis económicas, represiones, desigualdad, especulaciones financieras, vaciamiento patrimonial, sometimiento cultural. Estuvimos de rodillas y hoy estamos en el sano proceso de querer volver a levantarnos.
Hoy, más allá de las diferencias de proyectos políticos y de los intereses individuales de cada uno de nosotros como votantes, estamos frente a la posibilidad de usar, con total libertad, la mejor herramienta a nuestro alcance para sentirnos protagonistas. Está en nuestras manos el derecho y el deber de conducir nuestra propia historia. Y esto es algo que no tendríamos que pasar por alto.
La democracia todavía puede ser perfectible, pero sigue siendo el mejor sistema con el cual podemos proclamar a nuestros gobernantes, asumiendo el compromiso de luchar por la justicia, la libertad y la soberanía de nuestro pueblo.

Desde hace algunos años, cada vez que estamos frente a una elección tan importante vuelvo a acordarme de mi amigo Lolei. No solamente porque con él hablábamos de política y tratábamos de entender las causas y las consecuencias del ejercicio de la política en los actos más básicos de nuestras vidas, sino porque su propia historia estuvo atravesada, en buena medida, por el hecho político, como mecanismo de supervivencia, de lucha y de herencia familiar.
A mí me interesaba la parte familiar. El padre de Lolei fue un apasionado actor de su tiempo. Como militante y luego como dirigente en varios niveles, abrazó una causa y defendió con todas sus convicciones. Mal o bien, luchó por lo que pensaba con la mirada puesta en el prójimo.
Lolei me habló mucho sobre su padre y su militancia. (Más adelante nos ocuparemos con más amplitud de esa historia). Sentía un raro orgullo por él, si bien no compartió sus ideas por completo. La activa participación del padre de Lolei comenzó en Mar del Plata, hacia comienzos de 1940. Dentro de la Unión Cívica Radical, llegó a ocupar varias veces una banca en el concejo deliberante, fue la voz cantante de numerosas discusiones, presidió el partido a nivel local, estableció vínculos con destacados dirigentes del movimiento, profesó un antiperonismo furioso, llegó a obtener un lugar en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. 

Domingo Cavalcanti (padre de Lolei)  en un acto
realizado en la plaza San Martín de Mar del Plata.
(Diario "La Mañana", 10 de mayo de 1958)
Se consideraba un auténtico defensor de la democracia, aunque supo aclamar y ovacionar el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón. No se guardó ningún elogio para la autoproclamada “Revolución Libertadora” que destituyó a un presidente elegido por el pueblo para asumir el poder de facto. En criterios como esos radicaban las diferencias con Lolei. Cuando se es “anti –algo” se es capaz de defender lo indefendible con tal de no ceder un milímetro a evidentes postulados de la realidad.
Mi amigo Lolei se decía radical por herencia paterna, pero a veces pensaba más como peronista por sus propias convicciones. En esa disyuntiva pasó buena parte de su vida. Cuando su padre debió dejar la banca de Diputados en 1966, por el golpe de Juan Carlos Onganía, Lolei ya estaba trabajando en el ministerio de Economía. Luego pasó a la cartera de Educación. Aprendió a callarse sus ideas por conveniencia. El horno no estaba para bollos y el silencio significaba no solo salud sino trabajo. Lolei sí creía en la democracia. Y no le agradaba ver al peronismo proscripto. Si había que vencer al peronismo, debía ser a través de las urnas, pensaba Lolei. No por eso había dejado de votar a Arturo Illia en 1962, justamente con el partido Justicialista sin la posibilidad de participar en la contienda. Pero ya se sabe que las convicciones, a veces, también tienen sus límites intelectuales.
Diez años después del golpe de Onganía, que había dejado a su padre en el inicio de su ocaso como dirigente político, Lolei vio desde adentro cómo el denominado Proceso de Reorganización Nacional encabezado por Videla y sus secuaces detentaban la presidencia para poner en marcha una maquinaria de destrucción nunca antes vista. Desde su rutinario puesto de trabajo en Educación, se arriesgó a reclamar por el regreso de un sistema democrático y a denostar la presencia en el poder de los dictadores. Se le dio por alzar la voz en el momento menos indicado. Tuvo que ser aleccionado con un par de sesiones de masajes corporales: unos golpecitos, algunos días de encierro, un poco de picana. Se salvó de la muerte o la desaparición, pero las heridas internas nunca le sanaron. Lo dejaron “libre”: primero sin empleo, luego sin futuro. No eran días positivos en su vida personal y decidió marcharse. Esperó desde España.
En 1983 celebró a la distancia el triunfo de Raúl Alfonsín, un hombre a quien su padre conocía desde sus primeros pasos en la arena política, allá por mediados de los años 60. Se ilusionó por su presente y se entusiasmó por el futuro de su país. Se lamentó por no haber estado aquí para sentir de cerca el fervor popular por un nuevo regreso de la democracia. Pensó que la luz estaba encendida otra vez y no quería volver a perderse en la oscuridad. Pero Lolei ya no era el mismo. Él creía que, en ese momento, era necesario participar. “La democracia se consolida con la participación de todos nosotros”, me decía que se decía en aquellos días. Participación y compromiso, esas eran palabras necesarias para que la historia no volviera a repetirse.
Pero cuando había decidido regresar, su salud ya estaba resentida. No tenía fuerzas y su espíritu había flaqueado bastante. Sintió que era demasiado tarde. Cuando realmente estaba en condiciones óptimas de asumir el compromiso de la lucha, las limitaciones estructurales eran tan grandes que debía optar por cuidar su propia vida antes que arriesgarse a morir por una causa. Mucha gente murió por defender una causa justa y Lolei, en silencio, los admiraba, y se lamentaba no haber tenido encendido el espíritu de defender con el cuerpo lo que le dictaba su alma. Cada uno es un hombre de su tiempo y él no tuvo las agallas necesarias para enfrentarse a ese tiempo. Los poderes fácticos subsisten, en gran medida, en base al temor del pueblo. Eran días de miedo y Lolei lo sintió. Cuando creyó que el miedo a la lucha había desaparecido, lo que se había engendrado en su interior era otro miedo, más profundo, más paralizante y más elemental. Su presente y su futuro eran un enigma. Estaba enfermo y con pocos medios de subsistencia. La preocupación pasó a ser individual. La causa democrática debe ser colectiva, y Lolei ya no estaba para responsabilidades comunes. "Para mí, el tiempo de la lucha colectiva ya pasó”, me dijo.
En parte llevaba razón y en parte se equivocaba. Lo que se había evaporado era su propio tiempo para la discusión colectiva, eso era cierto. Él creía que el poder del pueblo se construye desde la democracia, desde la participación individual con conciencia colectiva. Cuando quiso ejercer ese deber, no había condiciones de seguridad que se lo permitieran. No era fácil expresarse sin arriesgar nada. Luego se le hizo tarde. La  democracia se fue rehaciendo a los tumbos, pero así y todo fue alcanzando una próspera consolidación, con diferencias y discusiones, con proyectos no del todo convenientes para muchos, con una mayoría postergada por decisiones mezquinas que favorecían a pocos. Pero seguía en pie. Para quienes vivieron épocas de terror como él, existían condimentos dignos de ser celebrados. Lo que sí le preocupaba era una creciente pérdida de interés por la verdadera participación, esa que debemos ejercer como ciudadanos activos para querer modificar la realidad. El rol del sujeto democrático debía exceder el simple acto de poner un sobre con la boleta más conveniente dentro de una urna y esperar otros dos años para repetir el procedimiento. Había algo que estaba fallando.

Cuando hablaba de esto con Lolei, yo era un muchacho de vientipocos años que había sido adolescente durante los 90. Formaba parte de una generación nacida en los años del miedo, del terror silenciado, que interpretaba el hecho político como un acto de mera aspiración personal, en el que los políticos se enriquecían a costa del esfuerzo de la mayoría. No estaba en nuestra agenda de jóvenes ni el interés por entender nuestro pasado ni la conformación de un futuro por fuera de lo personal. El individualismo primaba en nuestras decisiones, de suerte que si me iba bien en la vida yo era el único artífice de mi éxito, pero si nos iba mal era por culpa de una clase de dirigentes políticos que tomaban malas decisiones y se robaban todo lo que debería ser para el pueblo. No existía el entorno ni la coyuntura. Las cosas sucedían porque sí. Éramos como sujetos inanimados, sin conciencia social, sin más esperanza que la de salvarse uno mismo a cualquier precio. Votábamos porque una ley así nos lo exigía; del resto se encargarían los políticos. Nosotros estábamos para llenar nuestras modestas vidas de acuerdo a las directrices de una autosatisfacción regida por las leyes del mercado de consumo. Si alguien tenía el tupé de tratar de inquietarnos con una propuesta medianamente ligada a “lo político”, huíamos despavoridos a refugiarnos bajo las faldas de la moral y las buenas costumbres mal aprendidas del ciudadano de bien que no se mete en cuestiones oscuras. Nosotros éramos buenos y los políticos eran malos. Y si el país se iba a la mierda por malas decisiones de los políticos, nosotros nos quedábamos cruzados de brazos, esperando un milagro que llegara desde el puto cielo para revertir la cagada. “No fuimos nosotros, fueron ellos”, decíamos señalando con el dedo acusador a los “verdaderos” responsables, como si con eso nos bastara para exculparnos. Éramos la herencia viviente de gobernantes nefastos, y nada podíamos hacer para modificar esa realidad.
Lolei no entendía esa parte del pasado reciente de jóvenes como yo, mayormente desinteresados en la construcción de una realidad colectiva y, además, educados con todas las limitaciones posibles sobre el conocimiento de nuestra historia. No podía entender la resignación, la falta de esperanza de nosotros los jóvenes. “Yo –me decía- soy quien debo estar resignado. No tengo tiempo de pensar más que en mí mismo porque tampoco tendré tiempo de vivir otro cambio. Lo mío es apenas sobrevivir. Pero vos que sos joven, si no podés soñar con cambiar esta mierda, realmente vos y este país van a estar perdidos en serio”.
Pese al consejo, la resignación era un estandarte que mi amigo Lolei mantenía elevado a cada momento de nuestros días de convivencia. Era contradictorio pero razonable a la vez. Yo no comprendía todavía que gran parte de esa claudicación tenía una derivación directa con el entorno político que nos rodeaba.

Ahora recuerdo un par de situaciones.  A poco tiempo de conocernos, a mediados del año 2000, se suicidó el Dr. René Favoloro. Un tiro en el corazón se rajó ese hombre que se hizo grande por curarlos. Tomó una decisión extrema que horrorizó y sorprendió a todos, y dejó en evidencia cómo una sociedad corrupta, manejada y dirigida por dirigentes y hombres corruptos, podía conducir a las peores consecuencias. “Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga…”, escribió el cirujano en su carta de despedida.
Ese hecho conmovió mucho a mi amigo Lolei.  Entendió que la esperanza dejaba de ser un valor elevado. Poco podía esperarse de un país regido por un puñado de privilegiados adormeciendo a todo un pueblo y postergándolo al indecoroso rol de mirón en una fiesta privada, exclusiva. Habían pasado casi veinte años desde la vuelta de la democracia pero el pueblo seguía sin despertar. Y lo que es peor, según palabras de mi amigo que recuerdo con una nitidez extraordinaria, “nos están cogiendo sin forro y sin vaselina, y pareciera que eso nos gustara”. Si el pueblo no se ponía en movimiento, esta vez sí estaríamos perdidos.

La otra situación tiene que ver directamente con Lolei.
Desde el día en que lo conocí y durante los siguientes tres años que vivió, Lolei estuvo esperando el beneficio jubilatorio al cual tenía derecho por haber trabajado toda su vida. El único problema era que sólo podía justificar veintitrés de los treinta años que obligaban la ley para obtener su jubilación. No importaba que hubiese tenido que exiliarse durante seis años por razones políticas, luego de ser echado de su puesto, y no haber sido reincorporado a ningún trabajo cuando regresó. Tampoco bastaron la infinidad de legajos presentados ante el Instituto de Previsión Social ni mis pedidos de auxilio ante toda clase de autoridades para tratar de que ese hombre de sesenta y cinco años, en estado de indigencia, sin ningún tipo de ingreso, pudiera tener una ínfima retribución que le permitiera pasar el resto de sus días dignamente. Sencillamente, no llegaba a los treinta años de aporte y punto; con eso bastaba para que le sea negado el derecho como trabajador a tener una jubilación decente.
Lolei murió sin haber recibido siquiera una miserable pensión.




Extractos de la carta enviada por Lolei en noviembre de 1996 al Instituto Provincial
de Jubilaciones y Pensiones, solicitando un beneficio jubilatorio que nunca recibió. 
Con el paso de los años comprendí que esa injusticia tenía un claro trasfondo ligado directamente a cuestiones políticas. Me pregunté cuántas personas como él sufrieron el mismo rechazo y tuvieron que conformarse con terminar en medio de tamaña ignominia, a cuántos argentinos como Lolei les fue negado ese derecho elemental. Entendí que la exclusión es una decisión política. Que los representantes elegidos por el pueblo tomaron determinadas medidas para beneficiar a unos y dejar afuera a otros. Que la reparación de derechos corre por cuenta de los gobernantes, es cierto, pero no sería del todo posible si el pueblo se mantiene dormido, en la cómoda quietud de dejar que la dirigencia actúe en detrimento de las mayorías. Y que el hecho político no debe ceñirse al mero acto de la votación. Si queremos cambiar la realidad que nos rodea, es nuestro deber dejar de ser sujetos pasivos para transformarnos en animadores del cambio.
No puedo evitar imaginar qué hubiese sido de Lolei si la dirigencia de aquellos años hubiera tenido la voluntad política de restituir derechos elementales, como se hizo años más tarde, aunque todavía muchos se quejen de ese tipo de actos de justicia y vilmente los menosprecien. El cambio de época me hizo entender a qué se refería mi amigo Lolei cuando me decía que, pese a su momento de resignación, no hay que abandonar ninguna lucha, porque las transformaciones siempre son posibles.
Les guste o no les guste a muchos, esas grandes transformaciones vienen acompañadas de una mirada inclusiva, en dar oportunidades donde otros las niegan. Y, les guste o no les guste a muchos, entre ellos a quienes pensaron y siguen pensando como el padre de Lolei, las grandes transformaciones siempre llegaron cuando la democracia nos dio gobernantes que, con aciertos y errores, pensaron en las mayorías.
Hoy la democracia nos da ese tipo de posibilidades y dejarlas pasar es una condena a nosotros mismos  como pueblo. Las grandes esperanzas no se construyen en soledad. La democracia se defiende con participación. Y la política hoy es la mejor herramienta para expresarnos y sentirnos parte de un proceso de integración, que promueve las oportunidades individuales y los valores colectivos.
Creo que a todos nos mueve una consigna, y es que podemos ser mejores como personas y como sociedad. Que el bien común lo hacemos entre todos. Podemos y debemos exigir una mejor calidad de gobernantes. Debemos acompañarlos con el voto y luego no abandonarnos, porque la libertad de elegir no nos exime de nuestras responsabilidades como ciudadanos. En las ganas de mejorar y en ser protagonistas está la clave. Celebremos que hoy podemos serlo.
Creo que Lolei hubiese estado feliz de vivir en un país como el que tenemos hoy.