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domingo, 20 de noviembre de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (47)












CAPITULO
47

En su segundo regreso a la Argentina, Lolei se parecía más a un turista europeo que a un argentino de regreso a su tierra. Su gente le remarcó que ya hablaba “como un gallego más”. De pronto el coño, el carro, el autostop, el echar de menos o el coger pedos se habían incorporado a su léxico con la misma naturalidad de un inglés que aprende el castellano en una academia. Hablaba casi como si fuese Alan.
Parecía un rasgo pintoresco e insignificante, pero en el fondo denotaba una suerte de mimetización acartonada y fría. Era de esperarse: “si hablas como un argentino, te entenderían la mitad de las frases”, se justificaba Lolei. Su rápida adaptación se vislumbraba también en su aspecto saludable: había engordado algunos kilos porque “morfaba y chupaba como un condenado”.
Estuvo unos dos meses en Mar del Plata, donde se reencontró con amigos de la juventud. Recordaron viejas épocas de andanzas. Notó que la vida había hecho estragos con algunos de ellos. Todos estaban cambiados: esposa, hijos, trabajo, es decir, una vida familiar, ordenada y bien burguesa. Muchos habían progresado en lo económico; otros se habían afianzado socialmente. Casi todos eran profesionales. Notó, entonces, que vivían de la forma en que él había planeado para sí mismo su existencia cuando aún era joven y aún vivía en Argentina. Notó, finalmente, que él estaba viviendo una segunda juventud, una nueva adolescencia desbordada, como en aquellos días en que las responsabilidades del ciudadano correcto no estaban al tope de las prioridades.
Se sintió satisfecho.
Luego pasó unos días en La Plata, donde visitó a su tía Julia y a sus camaradas de bares y burdeles. Tuvo intenciones de saludar a Lola, pero ella no estaba en la ciudad.
En septiembre, ya de regreso en Madrid, se reincorporó a la academia con engrandecida energía. Volvió a encontrarse con sus compañeros. Realizó algunos viajes por el interior de España antes del inicio de las clases.
Su relación con Mme. Chardy fue amistosa y profesional. Al parecer, en su ausencia, la directora había encontrado un nuevo galán que la favorecía adecuadamente y con quien ella se sentía muy a gusto.
“Era de esperarse -pensó el viejo-, y era lo que necesitaba: mademoiselle es joven –apenas unos cinco años menos que yo-, y aunque no de mi total agrado físico, es elegante, exitosa e inteligente. Me alegra la noticia. Además, el muchacho es ajeno a la academia, lo cual significa que nosotros no lo conocemos. De ese modo, cuando tenga la oportunidad de tirármela, lo haré sin la culpa de saber a quién estaré engañando”.
De hecho, cada vez que pudo frecuentar a la directora –es decir, cuando ella lo pretendía y lo deseaba-, lo hizo sin ningún tipo de sobresalto moral, fiel a su estilo.


Fue a través de una serie de postales enviadas a su familia desde Portugal, en una de sus frecuentes salidas legales con amigos, cuando el viejo dejó entrever que la estancia española no se trataba de un idilio completo sino más bien una tentativa de huida hacia adelante.
Las sospechas comenzaron recién en su siguiente visita al país, cuando su familia comenzó a atar cabos sueltos y a cotejar con documentación oficial el relato construido por Lolei a través de las cartas y la narración de su “maravillosa experiencia”. Lo que contaba se contradecía en varios puntos con lo que hacía.
De pronto comprendieron que Lolei escondía mucho más de lo que exhibía.
En una postal enviada a sus padres desde Portugal, adonde viajaba frecuentemente con la sola misión de acreditar salidas y entradas de España, Lolei contó que había ido a pasar una semana de vacaciones con amigos y amigas, que viajaron en dos coches y era tal la cantidad de turistas que se encontraban en ese momento que no hallaron sitio adónde dormir, “ni en Coimbra, ni en Estoril, ni en Lisboa”. Es más, una noche no encontraron habitaciones ni en el Sheraton de la capital lusitana. Según su versión, poco importaban las eventualidades, pues a esa altura ya se “recagaban de risa de todo” y “aunque tuvieran que dormir en el piso, ni locos regresarían a Madrid”.
La duda surgió cuando al revisar el pasaporte, sólo por curiosidad, doña Florentina descubrió que su hijo ingresó a territorio portugués vía Badajoz, un día 4 de abril, y siguió rumbo a Lisboa. Desde allí envió la postal, el día 5. Y la salida de Portugal fue sellada el día 6, en la carretera que conduce a Villanueva del Fresno, al sur de Badajoz. La primera deducción fue que el grupo de amigos permaneció dos días en Portugal, y no siete como anunciaba en la postal.
El siguiente indicio fue cuando mencionó que en Coimbra no habían conseguido alojamiento, y le llamó la atención que desde Lisboa se hayan trasladado a más de doscientos kilómetros para tratar de alojarse. No le sorprendió que visitaran Estoril, a menos de treinta kilómetros de la capital. Pero irse de Lisboa hasta Coimbra, una ciudad situada hacia el norte, a más de dos horas de viaje, sólo para buscar adónde dormir, habiendo tantas ciudades y poblados cercanos adónde acudir, eso sí le llamó la atención.
La madre de Lolei olfateó un tufillo a engaño.
De repente localizó en las hojas del pasaporte una importante cantidad de sellados con ingresos a Portugal, y salidas realizadas en el mismo día. La mayoría era por Badajoz, alguna vez por Fuentes de Oroño o Valverde del Fresno.
“Tu madre será maestra y jubilada, pero no es tonta”, dijo Lolei que le dijo doña Florentina al darse cuenta de estas pequeñas irregularidades halladas y los secretos escondidos detrás de la evidencia. “Déjelo que ya es un muchacho grande, debe saber lo que hace”, dijo Lolei que le dijo doña Florentina que dijo don Domingo al momento de trasladarle la inquietud.
-Lo más curioso del caso –reconoció Lolei- es que mamá me advirtió de estos descubrimientos unos años después, cuando yo ya había regresado definitivamente al país. Y contó que no me lo dijo antes porque temió que su sospecha fuera verdad. Y no hubiese soportado saber que su hijo la estaba pasando de pesadillas en España. A papá, como siempre, le importó un carajo. A él se lo reveló enseguida, y el tipo se lavó las manos, ni se calentó. Por eso decidieron mantenerlo oculto, para no hacerse aumentar su preocupación. Pero en definitiva ellos también mintieron: se mintieron a sí mismo. Y sobre todo mamá, que se hizo una malasangre terrible. Ni siquiera en las cartas que me escribía mencionaba el tema. Y yo a la distancia me daba cuenta de que no estaba bien. Cuando respondía y mostraba mi intranquilidad, en la siguiente carta ella apenas hacía referencia a lo que yo cuestionaba. Yo empleaba el mismo procedimiento y contestaba con evasivas. Jamás le mencioné ningún incidente; la impresión que le trasladaba era de una buenaventura que no se ve ni en las películas, y pensaba que ella se lo creía todo. Nunca le mencioné de mis borracheras, de mis peleas, de mis altercados laborales, de cómo los extrañaba verdaderamente. Claro que le decía que los echaba de menos, pero a la manera que se añora cuando se está lejos de alguien, no con la real profundidad del sentimiento. Eso no se lo contaba a mi madre. Verás, una noche me cogí un pedo tan descomunal que terminé en el hospital con la cabeza rota y una muñeca fracturada. Me caí en la calle, eso es todo; perdí el equilibro y me estrolé en la vereda. No me acuerdo de nada, sólo lo que me contaron Josefina y Alex, que iban conmigo y me llevaron al hospital. La cuestión es que me dieron cuatro puntos en la frente y estuve con la mano escayolada unos cuarenta días. La versión que entregué a mis padres, por supuesto fue groseramente inventada: “un accidente de tránsito, me atropelló una moto”, dije. Me pareció inoportuno confesarles que había sido producto de una borrachera, porque supuestamente había dejado de beber después de mi internación en el Melchor Romero. Imaginate a mi madre si hubiese sabido la verdad… Por eso inventamos esa red de mentiras, donde cada uno contaba lo que le convenía y el otro creía también lo que convenía, excepto la verdad. Cuando mamá encuentra ese detalle en el pasaporte, descubre que mis permanentes salidas de España no eran sólo por placer, sino que entrañaban otros propósitos, inasibles para ella. Pero en vez de manifestarme su preocupación se lo tragó sola, se inventó varias hipótesis con el solo fin de convencerse de que mi versión de los hechos era verdadera. Ella me dijo alguna vez que quien no es madre no puede entender jamás lo que es el sufrimiento de una madre. Tal vez llevaba razón. Y lo cierto en este intríngulis de interpretaciones es que ambos decidimos fingir, acordamos tácitamente en que el artificio era más veraz que la mera verdad. Por eso tampoco adiviné que detrás de sus palabras escritas con aparente prolijidad había un sentimiento de angustia irrefrenable. Lo descubrí recién al año siguiente, en otro viaje a Mar del Plata, cuando vi que mi madre, que ya no era joven pero se mantenía enérgica y briosa, se había avejentado a pasos agigantados. Y estaba notablemente desmejorada de aspecto y  de salud. Sin que ella me lo pidiera, supe había llegado el momento de regresar.
Al poco tiempo de un nuevo regreso a Madrid, Alan fue echado a la academia y decidió volver a Inglaterra. Hacía bastante tiempo que sumaba reñidas discusiones con la directora, como corresponde a dos personas de carácter fuerte e inflexible.
Alan era un gran profesor y se llevaba de maravillas con los alumnos. Sin embargo, los continuos desbarajustes en que incurría por la ingesta excesiva de alcohol y otras hierbas, fueron modificando su carácter en el seno del instituto. El inglés llevaba una vida más disipada que la de Lolei, cuando no estaban juntos. Solía amanecerse en las calles, o en bancos de algún parque, tras alguna borrachera que lo dejara inconsciente. A veces, en ese estado, concurría al trabajo. Y allí se trenzaban de lo lindo con mademoiselle.
Ella era una persona severa a la hora de las reglas y solía imponer pautas irrestrictas; una de ellas, la concurrencia a clases en perfectas condiciones de higiene y presencia. Se enojaba cuando algún profesor se aparecía con el traje desaliñado, el pelo revuelto o un aliento de perro descompuesto. Hay que ver cómo se ponía cuando algún profesor aparecía con evidentes signos de borrachera y olor a marihuana en la ropa. Lolei sufrió sus buenos escarmientos por situaciones como esas. Pero luego mademoiselle se calmaba; bastaba llenarle un rato la boca con una polla y todos contentos.
Alan no era de agachar la cabeza y dejarse atropellar, por más que la directora tuviese razón en regañarlo. Él abrigaba un rencor indiscutible: Mme. Chardy pagaba unos salarios casi de miseria y era una persona muy tacaña y ventajera. Y eso a Alan no le gustaba nada. Y para trabajar a disgusto y por un dinero que apenas alcanzaba para vivir de prestado, era mejor buscar otros rumbos. Este planteo, realizado desde el lugar del patrón, es más concreto y efectivo: “si no os gusta este curro, pues búscate otro”. Y Alan, agotado, decidió marcharse.
Lolei sintió profundamente la partida del inglés. Se habían tomado un gran cariño mutuo. Alan solía decirle, en tren de confesiones de borracho, que era como el padre que nunca tuvo. Del mismo modo, el viejo replicaba que era como el hijo que siempre deseó.
Eran grandes confidentes, también sin una copa de por medio.
Por eso, el viejo sintió que un pedazo de sí mismo se desprendía con la partida de Alan. Poco a poco fue comprendiendo que sus días en España tenían cada vez menos sentido.
La idea del regreso se agigantaba como la luna.




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(XLVII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Calle 3 N° 492 1°E
1900 La Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Atherbea
12 Chemin de Barthès
Bayonne
France

4 October 1987
Querido amigo Hugo:
Te escribo otra carta. Espero que hayas recibido la anterior, que escribí en cinco minutos. Te deseo que vayas bien, también tus familiares. ¿Sabes algo? Desde hace un mes tengo un diario, que pongo al corriente cada tarde. Esta vez hay dos cosas que han cambiado: primero, escribo en francés, porque me resulta más fácil el idioma; segundo, en vez de escribir a Harry (un personaje que tú destruiste) ahora lo hago a mi mejor amigo Hugo.
Ya sabes que me gusta escribir. Además, no pretendo vivir una eternidad. Y cuando me vaya a la gran bodega celestial me gustaría dejar algo, si no, si desaparezco sin dejar nada detrás, será como si no hubiera vivido nada. Creo que he visto y vivido un montón de cosas que merecen ser mencionadas.
Por lo pronto sigo parado. De vez en cuando hago algunas chapuzas que me permiten sobrevivir, no muy bien, pero… Dentro de tres meses ya no tendré el derecho a cobrar el subsidio de paro. Ahí sí estaré jodido, sin ingresos. No sé que voy a hacer. Llevo tres semanas sin beber por falta de tiempo y de dinero. Esta semana he escrito a Pepé y a Julito. La semana pasada fui a St. Jean de Luz y a Biarritz con un amigo. La pasé genial. Ahora estoy en Pau, en casa de un amigo.
Acabo de matricularme en la Facultad. Haré otra tesina, ya que cuando Anne me echó dejé todo. Espero lograrlo esta vez. La tesina la haré en castellano.
¿Tú no tienes idea de cuándo volverás? Cuando fui a Madrid vi a la dueña de la casa donde estaba Felicitas. Vi a su marido. Hablamos juntos un ratito y la culpa de todas las borracheras y todos los pedos gordos fue tuya. ¡Te echaron la culpa de todo!
Te doy un abrazo fuerte. Tu amigo que no te olvida
Alan

domingo, 2 de octubre de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (43)

Capítulo 42




CAPITULO
43

Poco más de un mes después a la detención llegó la internación. Según él mismo lo contó al ingresar al hospital, se hallaba en un estado de excitación inusual, incrementado por los recuerdos de ese terrible y cercano episodio. Y que estaba atravesando una crisis de alcoholismo como nunca antes. “Chupaba como un cosaco”, recordó el viejo.
Tras la liberación de la comisaría se demoró algunos días en regresar al trabajo y permaneció en la casa de su tía, donde lo acompañó su madre en todo momento. Con su padre, que estaba en Mar del Plata, sólo habló por teléfono una vez. Allí le dijo que “había movido unos hilos” para conocer sobre su paradero y facilitar su liberación.
Lolei sospechó que de esa forma quería atribuirse, con esas gestiones, el hecho de haberle salvado la vida.
A Lola no volvió a verla sino hasta después de su salida del Melchor Romero, y le contó al detalle todo el calvario soportado en los últimos meses. Ella se mostró atenta y gentil, escuchó la historia, pero no se dejó conmover hasta el punto de sentir compasión. A unos pocos de sus compañeros de trabajo les narró su odisea, también luego de la internación.
Como si hubiese despertado en su interior un “volver a nacer”, Lolei previó la posibilidad de perseguir nuevas experiencias para recomponer su alma dormida y beoda. Sus inclinaciones artísticas, sus ímpetus literarios, el denodado esfuerzo volcado años antes por rastrear la historia familiar, de repente habían desaparecido, o habían sido vencidos por la potencia de la apatía y el vicio. Todos sus alicientes pasados se habían esfumado. Vivía días de ostracismo espiritual.
Durante varios meses, sus días empezaban en el trabajo en el ministerio y terminaban en algún antro de mala muerte, entre ginebras, putas y pervertidos de toda laya. Rara vez se solazaba con el cuerpo de alguna mujer, y si lo hacía era porque su estado de ebriedad no superaba la barrera de lo escandaloso.
Cuando traspasaba sus propios límites, llegaba a protagonizar escenas indecentes y confusas, de esas que no eran consideradas convenientes para una persona de su estirpe. Bataholas similares armaba en su propio hogar cuando regresaba muy excedido de sustancias, de esas que provocaban los más variados rumores en el vecindario. De esa época dataría el episodio que alguna vez me contó Dora, según el cual Lolei corrió a su tía con un cuchillo con intenciones homicidas y la vecina debió refugiar a Julia en su propia casa hasta que la policía acudió a aplacar el entuerto.
Un mes después de salir del Melchor Romero, Lolei buscó dar un paso más en su carrera como Procurador. A casi dos años de obtener su título universitario, intentó reincorporarse a la facultad de Derecho.
El 8 de junio de ese año 77 escribió una carta al Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales para solicitar la readmisión como alumno regular y así poder rendir las materias de Economía Política y Derecho Financiero, únicas asignaturas adeudadas para obtener su diploma de Abogado.
“Razones de salud mantuvieron al suscripto alejado de esa Casa de Estudios y a los efectos que Ud. Estime corresponder adjunto el pertinente certificado médico”, explicó al Procurador en su breve misiva. El permiso le fue otorgado al cabo de un mes. Pero Lolei ni siquiera pisó la facultad.
A su padre volvió a verlo recién en las vacaciones de verano. Lolei, como cada año, viajaba a Mar del Plata para pasar las fiestas de fin de año con su familia. Viajó con Julia en el tren que salía desde Constitución.
Por aquellos años, Domingo Cavalcanti ya se había alejado de los primeros planos de la política local, aunque seguía siendo un referente para el partido, en días en que la actividad partidaria estaba fuertemente restringida por la persecución del régimen dictatorial. El plan de exterminio cívico-militar ya estaba en marcha y en plenitud, y Mar del Plata era un foco llameante.
Al ex concejal y diputado provincial lo había tocado desde cerca el accionar de la furia asesina del Estado, y Lolei se enteró de un episodio lamentable recién un año después de ocurrido. El padre se lo contó aquella navidad. No había querido divulgarlo antes “por miedo”. Y se decidió a confesárselo a su hijo conmovido por el mal trance vivido en febrero de ese año.
El hecho involucraba a quien era por entonces socio en la inmobiliaria que Cavalcanti compartía en la calle Rioja al 2000, don Federico Báez. La causa llegó a juicio recién treinta años más tarde, cuando ya ninguno de los miembros de la familia Cavalcanti estaba en este mundo.
Esto ocurrió en octubre de 2007, cuando en el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata se dio inicio a una nueva audiencia del Juicio por la Verdad que impulsada por los Organismos de DDHH de la ciudad, desde el año 2000. En esa oportunidad brindó declaración testimonial Angel Roig, ex intendente de Mar del Plata, a quien el Juez Roberto Falcone le solicitó que relatara los hechos que él conocía acerca del asesinato de la familia Báez, ocurrida a principios de marzo de 1976.
Roig contó que conocía a Federico Báez (padre) por la militancia en la UCR desde hacía muchos años y que fue a través de Domingo Cavalcanti, también militante radical, que se enteró del secuestro Federico Báez, su esposa y su hija, ocurrido en el domicilio familiar. Cavalcanti le relató que en el procedimiento habían participado la Policía y el Ejército, y que además del secuestro se habían robado una suma de dinero de la inmobiliaria que compartía con Báez.
Dado que por publicaciones locales se enteraron que en la ruta 2, en las proximidades de Dolores, se habían encontrado 3 cadáveres cubiertos de cal, decidieron viajar hacia esa localidad para averiguar si este hecho podía relacionarse con el secuestro de los Baéz.
Roig viajó junto a Cavalcanti y dos personas más, y se dirigieron a la comisaría de Dolores. El comisario les relató que un policía había encontrado los cuerpos y les mostraron fotos. A pesar del estado de los mismos, los pudieron reconocer.
Roig también recordó que junto con Adalberto Castro, previamente a la aparición de los cadáveres, se entrevistaron con el coronel Barda en el GADA 601, quien les dijo que seguramente los Báez iban a aparecer.
Con relación a Federico Báez (h), Roig recordó que éste llamó a su domicilio para averiguar si era cierto que su familia había sido asesinada. En esta oportunidad fue atendido por su esposa ya que él se encontraba viajando a Dolores por el tema de la aparición de los cadáveres en esa localidad. Federico volvió a llamar posteriormente y Roig le pudo confirmar lo ocurrido.
Su última comunicación con Federico fue a través de una nota que éste envió por correo y en la que le agradecía las gestiones realizadas por su familia. Además le aclaraba que él no había tenido que ver con el asesinato del Coronel Reyes y que esperaba volver a encontrarlo en una militancia democrática.
Roig recordó que Federico (h), luego de una breve militancia radical, había comenzado a hacerlo en la JP.
Más tarde se enteró, de forma indirecta, que posteriormente al secuestro de su familia, Federico Báez (h) también fue asesinado.
Todos los detalles de este episodio no me fueron brindados por Lolei. (*)
Sobre el hecho en particular, sólo refirió que lo narrado por su padre aquella navidad fue detonante para comenzar a analizar un viraje en su vida.
De pronto el temor por su presente, acrecentado por el secuestro y la sesión de torturas a que había sido sometido, se extendió hacia su familia. Se asustó. Se asustó por él mismo y por los otros. Curiosamente, sintió miedo por lo que podía sucederle a su entorno.
-La cosa estaba complicada, no era broma, estaba jodida en serio. Sentí, después de mucho tiempo, que necesitaba estar cerca de ellos. Incluso pensé en regresar a Mar del Plata. Pero tampoco era un lugar seguro. Había, sin embargo, una luz de esperanza, una contingencia concreta que podría aprovechar para estar en las dos ciudades. Al menos por unos meses, trasladarme cerca de mis padres y conservar mi puesto de trabajo en ministerio. En junio del 78 se jugaba el Mundial de Fútbol, y Mar del Plata era una de las sedes. Había muchos trabajos temporarios. Debía conseguir la forma de obtener uno…


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(XLIII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
31 Ruedes
Chênes-Liège
Bordeuax
France

1 Feuvrier 1987
Querido amigo Bombachitas:
También podría llamarte Hugo ‘Chupasostenes’ Cavalcanti Palacios, y varios otros motes que ahora no se me vienen a la cabeza.
Gracias por tu carta, que recibí hace una semana. Siempre me alegra tener noticias tuyas, aunque las últimas me sorprendieran un poco. Nunca me contaste lo que habías hecho en la playa.
Como verás, ya no vivo en el otro sitio, que era un bar adonde aún voy seguido. Ahora vivo con mi novia Anne, una chica muy simpática a la que quiero muchísimo. Estamos juntos hace unos cuatro meses y tal vez un día tengamos un crío. No sabemos, pero me encantaría tener un hijo con ella. Es mi intención permanecer a su lado.
Cuando quieres de verdad a alguien siempre hay peleas y las nuestras a veces son muy violentas, como las que teníamos nosotros en Madrid. Recuerda si no cuando te denuncié a la poli. Se lo conté a mi novia y me pidió que te dijera que merecí ese manotazo que me diste, ya que con actitudes como esa incito a la gente a darme una hostia.
Escribirte una carta divertida me resulta difícil. Es que ya no bebo tanto como antes y me contento con estar junto a Anne. A propósito, la otra Anne, Anne Bennet, tuvo un problema: no quiso dejar sus tetas al gobierno inglés para el puente sobre el Canal de la Mancha, así que el gobierno se las privatizó.
Mi madre tiene muy buena impresión de ti. Me dice “este tío debe ser un profe terrible, ya que no paro de bostezar cuando escribe sus chorradas, mentiras y exageraciones”.
Te regalo una canción. La escribí medio pedo. Se llama
‘Canción de Hugo’
Letras y música: Alan Rogerson

Hugo Cavalcanti                     Siempre bebiendo
Hugo Cavalcanti                     Se coge muchos pedos
Hugo Cavalcanti                     Se caga en el suelo
Hugo Cavalcanti                     ¡= Borracho!

Se mea en su cama                Hugo Cavalcanti
Se caga en su bombacha         Hugo Cavalcanti
Se come muchos mocos          Hugo Cavalcanti
Se chupa los cojones               Hugo Cavalcanti

Hugo Cavalcanti                     Llegaba borracho
Botella en el culo                    Hugo Cavalcanti
Enculó a la jefa                       Hugo Cavalcanti
¡Qué buena borrachera!          Hugo Cavalcanti

Madame Chardy         y          Hugo Cavalcanti
Su polla y su culo                    Hugo Cavalcanti
Su botella y sus tetas              Hugo Cavalcanti
Su pedo y su coño                  Hugo Cavalcanti

Bueno, basta de groserías, espero que me perdones. Tal vez nos veamos en Madrid en septiembre. Voy con mi novia Anne; le gustaría conocerte. Te mando la foto que ella me sacó en la Navidad, en Inglaterra. Ambos estábamos borrachos. Te mando un abrazo fuerte

Alan

lunes, 4 de enero de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (24)


CAPITULO
24

Domingo Cavalcanti asumió su banca a fines de abril de ese año y se hizo cargo de la presidencia de la Comisión de Justicia e Instrucción Pública.
De inmediato, junto a Ángel Roig, se reunieron con el intendente socialista Jorge Lombardo, para ponerse a disposición y entender como intermediarios ante las máximas autoridades provinciales y nacionales en toda gestión que redundaran al bien común de la ciudad. Los legisladores se interesaron sobre la cesión de cincuenta hectáreas de tierra comunal con destino a la provincia, para construir una cárcel modelo tendiente a subsanar la ausencia de un establecimiento de esa naturaleza. El proyecto no prosperó.
Interesado en los progresos educativos, el diputado impulsó varias obras en distritos de la sección y mantuvo frecuentes encuentros con el ministro de Educación provincial, Dr. René Pérez, con quien plasmó además una relación personal de respeto y admiración.
En este contexto, propició el traslado del Instituto Mixto General Alvarado de Miramar, que redundó en una notoria ampliación de la matrícula y grandes beneficios para la localidad. También hicieron efectiva la entrega de más de veinte subsidios a entidades de bien público de Mar del Plata, fondos destinados a la ampliación de obras edilicias. Y compartió junto a autoridades educativas, de la corriente ruralista Coninagro y la Asociación de Cooperativas Argentinas de la iniciativa de comenzar a impartir el programa de enseñanza de la materia Cooperación en las escuelas primarias bonaerenses.
El diputado Cavalcanti acompañó al gobernador Anselmo Marini y sus ministros en la visita a diversas obras públicas a lo largo de la provincia. En una larga recorrida por los distritos de General Belgrano, Pila, Lezama y Chascomús, destacó la capacidad de gestión del gobernador “para encontrar soluciones a las urgencias de los vecinos, a través del diálogo y el contacto directo”.
Días después se manifestó a favor del ministro de Gobierno, Eduardo Esteves, que fue interpelado en la Cámara de Diputados por la actuación de la policía en una protesta de conscriptos frente al concejo deliberante de Miramar, que terminó con disturbios. “Es un hecho político, no policial, producto de un pleito interno”, arguyó el diputado. Y sentenció sus dichos resumiendo que “en vez de traer estos problemas vergonzosos a la Cámara, deberíamos ponernos a trabajar para el bien de todos”.
Paralelamente a su tarea como legislador, Cavalcanti cumplía con honorabilidad y solidez su cargo como dirigente del partido en su ciudad, labor que le valía la aprobación de sus correligionarios.
En una reunión en Mar del Plata con el presidente del  Comité  provincial de la UCRP, Raúl Alfonsín, a quien recibió junto a su coterráneo y también legislador, Ángel Roig, se empezó a delinear un nuevo rumbo para el partido, en el marco de las dificultades que se avecinaban a nivel nacional, merced a las fuertes presiones emanadas desde los poderes económicos y las fuerzas armadas.
El doctor Alfonsín era un abogado de 39 años que había sido concejal en Chascomús, diputado provincial durante los gobiernos de Frondizi y Guido y diputado nacional bajo la presidencia de Illia. Como flamante titular del comité provincial de la UCRP, ya se perfilaba como un cuadro de centro-izquierda que empezaba a alejarse de la línea unionista y conservadora del balbinismo, dirección que se acentuaría tras la caída del gobierno constitucional.
Hacia esa posición de orientaba  Cavalcanti, que meses más tarde sería designado como delegado de la UCRP Nacional en Catamarca para dirigir la etapa final de la campaña electoral, lo que dejaba visible su posicionamiento dentro del partido y en el plano político.
“La distinción conferida a nuestro convecino eleva así a una posición de trascendencia nacional a un auténtico radical, forjado en las duras luchas que no supieron de desmayos y que cobraron dimensiones singulares cuando ser opositor a los gobiernos traía aparejada una gran dosis de heroísmo”, destacaron los matutinos locales.
Pero la convención en la provincia del norte finalmente no se haría.

La última actividad como legislador de la que se tiene testimonio fue la presentación de un proyecto de ley, en conjunto con su par Juan Carlos Maffía, por el que se autorizaba al Banco de la Provincia de Buenos Aires para acordar al Poder Ejecutivo un crédito destinado a la construcción e instalación de establecimientos para alojar y reeducar a menores sometidos a proceso.
La iniciativa se argumentaba sobre “la lamentable situación que se origina por la carencia de institutos que puedan cumplir una tarea de verdadera readaptación con los menores delincuentes, ya que al ser alojados en convivencia con avezados malhechores, la tenencia por el Estado contribuye a una mayor corrupción, con el grave problema que ello entraña para los damnificados y para la sociedad”.
Una semana después, el 28 de junio, devino el golpe militar de la Revolución Argentina, que derrocaba a Arturo Illia de la presidencia de la Nación, de Anselmo Marini de la gobernación y de Jorge Lombardo de la intendencia marplatense.
El golpe de Juan Carlos Onganía, en su carácter de dictadura permanente, disolvió los cuerpos legislativos, la Corte Suprema de Justicia y los partidos políticos.
Pero lejos de quedarse en lamentos, Cavalcanti, junto a varios dirigentes marplatenses, participó de la reunión convocada por el Comité Provincial, que con mucha discreción y a instancias del Dr. Raúl Alfonsín, se realizó en la ciudad de Avellaneda. Tiempo después Alfonsín fue detenido por un breve tiempo por haber pretendido abrir el comité.
Con el tiempo fue estrechando sus contactos con los sectores de centroizquierda, como el socialismo y comenzó a desarrollar, desde la Provincia de Buenos Aires, un pensamiento socialdemócrata dentro del radicalismo, que tendría un considerable impacto en la juventud. Rechazó expresamente la lucha armada como camino de progreso social y apoyó la consigna “elecciones libres y sin proscripciones”.  La lucha dentro del partido iba tomando nuevas aristas.
Para Cavalcanti, entusiasta defensor de las formas democráticas y firmes convicciones, pero a su vez un vehemente antiperonista, los caminos de negociación fueron estrechando sus caminos y, ya debilitado moral y físicamente, con 65 años a cuestas, fue cediendo terreno al paso de nuevas figuras en la conducción del comité. Tomó distancia, mas sin abandonar la pelea.
Era respetado por sus pares, a tal punto que poco a poco fue transformándose casi en una leyenda viviente del radicalismo marplatense y en fuente permanente de consulta. Pero bajó notoriamente el perfil batallador que le valió su prestigio y ya no tuvo mayor peso en las decisiones importantes. Participaba en actos menores, reconocimientos y agasajos a correligionarios que, como él, iban alejándose gradualmente de la escena política.



La última aparición pública probada data del mes de mayo de 72, en una comida en Miramar que tendría como presencias destacadas al ex presidente Arturo Illia y al ex gobernador Anselmo Marini, además del vicepresidente del comité provincial, Yoliván Biblieri, el titular del comité local, Albano Honores, y otros dirigentes menores.
Al almuerzo realizado en el restaurante “Rincón” asistieron unas setenta personas.
“Llamó la atención la escasez de gente -el restaurante tenía amplios claros- y fueron también pocos los aplausos a los oradores que expusieron al término del almuerzo”, graficó el cronista del matutino marplatense La Capital sobre el acontecimiento.
Los discursos fueron mayormente moderados, como si estuvieran en consonancia con la cantidad de público presente y el real contenido del agasajo. Allí, Domingo Cavalcanti fue arengado desde que se dispuso a hacer uso de la palabra –“Vamos… dale con todo, bien fuerte”, dicen que recomendó en un murmullo un joven que estaba a su lado-, pero su breve discurso sólo hizo centro en la figura del general Perón y el peronismo, eludiendo las vicisitudes del partido y el contexto que se atravesaba por aquellos días. “El 25 de mayo de 1973, luego de siete años de desgobierno vergonzoso, se entregará, dicen, el gobierno a quien elija el pueblo”, expresó, invitando a “no escuchar el canto de las sirenas de quienes proponen el frentismo”. A Perón lo calificó como “ese prófugo que prostituyó el país” y al peronismo, “década infame”. Y concluyó: “esa época no volverá porque el pueblo no lo quiere”.
El caudillo miramarense Honores, luego, enfatizó que “la lealtad a las ideas políticas es lo último que debe perder el hombre” y atacó la convocatoria de Héctor Cámpora –candidato de Perón y luego presidente de la Nación- para conformar la plataforma del Frente Cívico de Liberación Nacional, que reuniría a varias fuerzas políticas, entre ellas un sector del radicalismo. “Estoy de acuerdo en que debemos servir a la República, a la democracia y la libertad, pero jamás servir a aquel que nació de un mal vientre cuando nosotros nacimos de madres dignas”, sintetizó.
“Vivimos momentos difíciles, y el mejor modo de no equivocarnos es ser fieles a nosotros mismos y al partido. Vemos cómo se va oscureciendo el panorama, pero podemos encontrar nuestra brújula en los principios radicales que pueden poner fin a un país estancado. Pero algo debe quedar en claro: el radicalismo no va a estar en frente alguno”, fueron las mesuradas palabras de Anselmo Marini.
La alocución de cierre estuvo a cargo del ex presidente Illia, quien con su habitual acento cansino, de pie y con las manos en los bolsillos, hizo una defensa del estado de derecho, puntualizando que “el derecho no impide la revolución”. Pero descartó que la solución a los males del país sean los pactos. “No queremos dictaduras ni gobiernos que improvisan, porque en esto no se puede improvisar”, dijo. Y concluyó argumentando que “todos hablan de un cambio. Y es verdad, todo cambia. Pero el cambio debe tener como única base revolucionaria firme el derecho vivo, el derecho permanente”.
Hubo aplausos y, de inmediato, el desbande.


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(XXIV)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
Les Viviers
Claouey
33950 - France

19 April 1984

Querido amigo Hugo:
Gracias por tu carta, la recibí hace dos días. Me alegró mucho. Me pone contento saber que vas bien y que los problemas que tuviste se han resuelto. Yo sigo trabajando de cartero, sólo me queda una semana y ya está, “buenos días, Francia”. Este trabajo que tengo no me gusta mucho, es muy soso, pero me pagan bastante bien. Suelo ganar hasta 12.000 pesetas por semana y con ese dinero mes las apaño. Me cojo muchos pedos, y el problema es que al día siguiente me cuesta levantarme.
He recibido una carta de Anna “yo no me trago su leche” Keene. Se siente un poco chunga, tiene deudas y pronto quiere volver a España, pero no cree poder hacerlo. Preguntó por ti.
Me alegra saber que Pepé ha recibido el dinero que le debía. Se lo habría mandado antes si lo hubiera tenido. Es un tío muy majo, se portó muy bien conmigo, igual que tú. Cuando vuelva a Madrid pagaré el dinero que debo a José Luis. Ya sé que es un hijo de la gran puta pero es ajeno a mi carácter no pagar mis deudas.
¿Así que fuiste de copas con Sam Grant? ¿Se puso a leer su biblia en el bar? Es un buen chaval. ¿Tienes noticias de Ronnie? ¿Ya no te llevas bien con él? Personalmente yo no creo que sea mala persona, el problema es que algo no le va bien en el coco, es medio chiflado. También recibí una carta de Mme. Chardy. Me pidió que pusiera unos anuncios en la facultad de Manchester. Ya lo hice.
Me dijiste que te habían pasado algunas cosas, ¿qué cosas?
Bueno, empiezo a despedirme. Escríbeme pronto y dime si son correctos algunos de estos dichos: “meter la hoz en mies ajenas”, “ser gallina en corral ajeno”, “poner a uno como hoja de perejil”. Te doy mis señas de Francia, al principio de la carta. Voy a estar por allí a partir del 1 de mayo. Acudiré a la manifestación que tendrá lugar ese día y haré lo de siempre: Bodega + Botella = Tajada. (La gente unida/siempre estará bebida)

Alan


PS: Te cuento un chiste: Un muchacho escribe una tarjeta a Dios. Le pone: “Querido dios, soy de una familia muy pobre, no tenemos dinero, llevamos 8 días sin comer. Además, voy a tener 8 años la semana que viene. Por favor, querido dios, mándeme 8.000 pesetas para que mi familia me pueda comprar un regalo”. Los carteros la leen, se conmocionan, se apiadan del niño. Hacen una colecta y logran mandarle 4.000 pesetas. En la tarjeta ponen “de parte de Dios”. Al poco tiempo, el muchacho escribe otra tarjeta para dar gracias: “Querido dios, gracias por el dinero que me mandó. Recibí 4.000 de las 8.000 pesetas que le pedí. No se preocupe Ud., sé lo que habrá pasado: esos hijos de puta que trabajan en la oficina de correos deben haberme robado el resto”

lunes, 14 de diciembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (20)


CAPITULO
20

En el 62, Domingo Cavalcanti festejó sus 60 años rodeado de su familia y un nutrido grupo de amistades –mayormente correligionarios- con una novedad: había sido elegido como precandidato a senador provincial por la UCRP.
La decisión fue adoptada durante una deliberación realizada en Avellaneda, donde se confeccionó la lista de legisladores que competirían en la interna partidaria a realizarse a fines de ese mes. El marplatense ocupaba el tercer lugar en la Quinta Sección, detrás de Juan Pedro Espaudoburu, de Rauch, y Pedro O. González, de Maipú. La lista sería sometida a elecciones internas a fines de ese mes.


Por esos días, se producía la visita al comité local de la UCRP del candidato a vicegobernador bonaerense Fernando Solá, acompañado por el presidente del comité provincial, Emilio Parodi. Se ajustaban detalles de propaganda de cara a los comicios de marzo.
A comienzos de febrero fueron proclamados los candidatos de la UCRP de Mar del Plata, que destacaban a Domingo Cavalcanti para senador en tercer término, los jóvenes Mario Giordano Echegoyen (h) y Ramón Rosas para concejales, y Ángel Roig para intendente, entre otros.
En la asamblea realizada en la sede partidaria de calle San Martín hablaron el presidente de la Junta Electoral César Nivio, el presidente del comité del distrito Nicolás Trivissono, y el diputado nacional Mario Giordano Etchegoyen, quien no reparó en elogios hacia el candidato a gobernador provincial Crisólogo Larralde: “es un hombre del futuro argentino”.



En medio de una esforzada campaña, el candidato a senador se manifestó repetidamente en una discusión en torno al cierre de casas de juego en Mar del Plata, sancionadas por una ordenanza del concejo deliberante por presencia de jóvenes y apuestas de dinero.
Mientras, se hacían sentir fuerte rumores sobre la integración de una lista única de candidatos, promovida a partir del Movimiento Unidad de la UCRP.
En varios círculos internos del partido y en los medios de comunicación locales y nacionales, se destacaba la figura de Cavalcanti por sus probadas condiciones para ocupar el cargo al que se postulaba.
Pero el destino tenía preparado un duro revés. El 23 de febrero se produjo el inesperado fallecimiento del candidato a gobernador, Crisólogo Larralde, mientras daba un discurso de campaña en Berisso. El hecho conmocionó al mundo político. Numerosos dirigentes marplatenses participaron del sepelio en Buenos Aires, y el regreso agregaría un hecho trágico a un panorama ya luctuoso.
Tras las exequias de Larralde, la comitiva se dispuso a almorzar en la localidad de Avellaneda, pero al no conseguir lugar, decidieron emprender el regreso hacia Mar del Plata. Se detuvieron finalmente en Chascomús, donde comieron con el intendente de Maipú, Sr. Elizondo, y el candidato a senador de ese distrito, Pedro González.
Tras la pausa, Roig, Larrauri y Giordano Echegoyen (h) tomaron la posta en su Mercedes Benz, adelantándose para llegar con la debida antelación al comité local, donde esperaban numerosos correligionarios. Detrás partió el Morris conducido por Domingo Cavalcanti, a quien acompañaban los candidatos a concejales Julio José Marceillac y Policarpo Ramírez.
Aproximadamente a las 19.45, sobre el kilómetro 255 de la ruta 2, ya en jurisdicción del partido de Guido, el Morris comandado por don Domingo mordió la banquina y, tras una vana maniobra por recuperar la normalidad del vehículo, se cruzó de carril y volcó aparatosamente, yendo a parar a la banquina.
En esa circunstancia, se abrió el techo corredizo y Ramírez quedó con medio cuerpo fuera del automóvil. Sufrió graves heridas en la cabeza, que le causaron la muerte en forma inmediata, pese a los esforzados auxilios de la gente que se acercó al lugar. Marceillac terminó con una herida leve en la frente y Cavalcanti ileso.
Los compañeros que habían partido en el Mercedes Benz se enteraron de la tragedia cuando arribaron al comité.
Policarpo Ramírez tenía 48 años y había nacido en La Pampa, pero estaba radicado en Mar del Plata desde hacía dos décadas. Las crónicas periodísticas destacaron que Ramírez era entusiasta y capaz, militaba en la Unión Cívica Radical y estaba al frente de un subcomité barrial. Era propietario de una modesta mercería en el barrio Cerrito. También había sido un destacado ajedrecista.
Abiertamente consternado y colmado de condolencias, Cavalcanti continuó con sus actividades y su campaña. Las adversidades no lo detuvieron.
-Las consecuencias de su malestar se trasladaron al ámbito personal-, contaría Lolei, que destacó la capacidad de su padre por desdoblar su conducta en cada ámbito-. La actividad política seguía primando en su vida-, lamentó.
Siguió participando en actos públicos y asistió con frecuencia a reportajes y debates en el canal de televisión local, donde mostró su apoyo a la nueva fórmula Fernando Solá-Emilio Parodi. Esperaba con confianza su triunfo y el de la UCRP.
En las elecciones del 18 de marzo se produjo un resultado inesperado: las victorias peronistas y neoperonistas, que terminarían de dar un golpe de gracia al gobierno radical nacional.
El justicialismo y sus partidos adherentes ganaron 10 de las 14 provincias, incluido Buenos Aires, con el sindicalista Andrés Framini para la gobernación. Este hecho en particular hizo precipitar los acontecimientos y diez días más tarde el presidente Frondizi era apresado por las Fuerzas Armadas y enviado a la isla Martín García.
El triunfo peronista fue desconocido y las provincias fueron intervenidas.
En sus cuatro años de gobierno, Frondizi había sufrido veintiséis planteos militares y seis intentos golpistas que culminaron con el ingreso de ministros ajenos a sus ideales. En su gestión, se había ejecutado el plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), por el que los presos por actividades contrarias al orden público podían ser juzgados por tribunales militares. Pero a pesar de este guiño a la constante presión de las tres fuerzas armadas, el presidente fue cediendo a esas convicciones y se aprobó la participación del peronismo proscripto en las elecciones, confiados en que tendría nuevamente el apoyo del partido que le había ayudado a llegar al poder.
El titular del Senado, José María Guido, se hizo cargo de la presidencia. Oscar Allende, que había dimitido del cargo días antes, dejó la gobernación en manos del interventor Emparanza.
Domingo Cavalcanti no obtuvo su banca en el Senado provincial.



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(XX)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
I Bradgate Street
Ashton –II-Lyne
Tameside - Manchester

January 3 1984
Hola amigo:
Gracias por tus cartas, la última la recibí hoy, la otra hace una semana. No te escribí antes porque todavía no habías recibido las que escribí hace bastante tiempo. No te preocupes si demoro demasiado, ya me conoces. No es porque no piense en ti, al contrario, lo hago muy seguido. El problema es el de siempre: “buenas intenciones nunca cumplidas”. En Inglaterra, se acostumbra a realizar una promesa cada fin de año, “A New Year Resolutions”; pues esta vez me he prometido escribirte más a menudo, ¿vale?
No sé lo que deberías hacer, a veces es más difícil elegir que no tener las posibilidades. Eso me ha pasado mil veces. Por supuesto quiero que te quedes en España para que estés a mano, pero me doy cuenta, por lo que dices, de que tienes la oportunidad de un buen trabajo. Otra oportunidad, en un futuro, tal vez no la tengas. Es un dilema que sólo tú podrás resolver.
En cuanto a mí, bastantes noticias para darte. Durante las fiestas salí mucho. Me emborraché mucho también. Con mi familia fuimos a una fiesta a casa de una amiga nuestra. Había mucha gente y yo me puse en pedo. Me caí al suelo, vomité en la chaqueta del marido y la representación artística se acabó con una cagada en mis pantalones. ¡Qué vergüenza! Mi madre se puso a llorar. ¡También estaba en pedo, joder! Al día siguiente tuve que dar la cara. Afortunadamente casi nadie se mató en mi cagada.
No te dije en mi última carta que había solicitado empleo en la Banca. Pues ayer me dijeron que no había tenido éxito. Tampoco te dije que si no conseguía este empleo, me marcharía de Inglaterra. Es la verdad, Hugo, me voy a marchar. Se lo dije a mi madre hace unos meses y ya está: me voy.  Sólo quiero conseguir un puesto en el cual pueda trabajar con idiomas, no trabajar en la puta mierda toda mi vida, es decir en una tienda, en una oficina, vendiendo lavadoras o máquinas de escribir. Porque tanto tú como yo queremos our cake and eat it y por eso me voy. Además, como te he dicho, Inglaterra está jodida.
Te dirás, “este tío cambiará de idea”. Pues no, no lo haré. Porque cada semana mi madre va a cambiar a pesetas parte del subsidio de paro que estoy cobrando. Voy a cambiar 10 libras, o sea 2 mil pesetas por semana. Si consigo trabajo cambiaré más. Cuando recibas esta carta tendré unas 4 mil pesetas; no es mucho, pero algo es algo.  Es probable que vuelva a Madrid en septiembre, cuando tenga más dinero y empiecen las clases. No quiero volver allí con el bolsillo vacío. Cuando haya ahorrado lo suficiente le enviaré a Pepé el dinero que le debo.
Bombazo: escribí a Kate Devine. Recibí una carta y parece que me ha perdonado las tonterías que cometí aquella noche. Me invitó a ir a Cambridge, donde trabaja como enfermera. Volverá el día 8 de este mes y saldremos juntos. Me pidió que le mandara tus señas y se las daré. También te daré la foto que me mandó. Tú estás muy chulo, yo muy feo.
Recibí una carta de Josefina. Dale mis recuerdos. También recibí una de Anne Bennet, ¿te acuerdas? Ahora vive en Argüelles y trabaja no sé dónde. Danny me llamó por teléfono cuando estaba hoy en la biblioteca. Mi madre le dijo que volvería para Londres. No estaba contento. Vendrá para aquí el 11 de febrero; el 13 es mi cumpleaños. Tendré 25.
Rob y Jan se casaron. No me invitaron a la boda, me extrañó un poco y no me molestó nada. Tenían mis señas y yo tengo las suyas, viven en Luton, a 50 kilómetros de Londres. Pero no les llamé ni les escribí nada. Si hubiesen querido que fuera me hubieran invitado, ¿no?
Bueno amigo, escríbeme pronto, no bebas tanto. Da mis recuerdos a todos en el bar. Tu amigo que no te olvida, un abrazo muy fuerte
Alan