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sábado, 2 de abril de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (32)




CAPITULO
32




El viernes 25 de mayo de 1973, el diario platense El Día publicó un nuevo artículo de Lolei, otro esmerado trabajo surgido de las investigaciones sobre los antepasados de su familia política. El texto indagaba aspectos menos conocidos de Aristóbulo del Valle y sus vínculos familiares, que tenían entonces escasa relevancia en los trabajos biográficos del político.
Lolei me comentó que se valió de los beneficiosos aportes de Marta del Valle, sobrina de don Aristóbulo y prima de Lola, con quien mantuvo una estrecha relación, más allá del parentesco. Marta, también muy interesada en su historia parental, lo dotó de material de primera mano o libros que relataban la trayectoria de su tío, a los que ella aprobaba o criticaba con extensas y precisas anotaciones en los márgenes de las páginas.
El artículo se tituló “Una histórica partida de nacimiento: Aristóbulo del Valle y Julia Tejedor” y está acompañado de un retrato a una columna del político.
Relata lo siguiente:




“De los trabajos biográficos escritos sobre el Dr. Aristóbulo del Valle, ninguno menciona el nombre de su esposa, ni siquiera que el ilustre tribuno fuera casado. Su matrimonio, realizado en Buenos Aires, reviste la curiosa coincidencia de convertirlo en sobrino de quien habría de ser, con el correr del tiempo, su irreconciliable opositor político.
“En el libro 5 de Matrimonios, folio 128, de la Iglesia de Monserrat, se registra la siguiente partida:
“En 19 de octubre del año del Señor de 1865, habiendo el Sr. Provisor y Vic° Gral. Dispensado las tres conciliares menciones sobre el matrimonio que libremente (como consta del boleto N° 955 que se registra en este archivo), intentaba contraer D. ARISTOBULO DEL VALLE, de 20 años de edad, natural de Buenos Aires, hijo legítimo de D. Narciso del Valle, natural de Buenos Aires, y de Da. Isabel Valdivieso, natural de Buenos Aires, con Da. JULIA TEJEDOR, de estado soltera, de edad 25 años, hija legítima de D. Martín Tejedor y Da. Jerónima Monterroso, natural de Buenos Aires, no habiendo resultado impedimento alguno canónico, y estando hábiles en la doctrina cristiana y dispuestos a la Confesión y Comunión Sacramental, enterado en su libre y espontáneo consentimiento el Pbro. D. Cayetano Misente, Teniente Cura de esta Iglesia, lo desposó por palabra de presente in facie Ecclesiae, según la forma ritual, siendo testigos don Carlos Tejedor, de 48 años de edad, domiciliado en la calle San Martín y Da. Isabel Valdivieso, de 40 años de edad, natural de Buenos Aires, domiciliada en la calle Venezuela n° 461. Y en señal de verdad lo firmamos. El cura de la Parroquia: Manuel Velarde”.
“La novia, bautizada en la misma iglesia el 24 de enero de 1845 (libro 7 de Bautismos, folio 287), había nacido el 29 de noviembre de 1844, de manera que al casarse contaba también con 20 años y no 25, como por error se asienta en el acta transcripta. Muertos los padres en 1859, Julia y su hermana menor, Dolores, fueron criadas y educadas como hijas por el tío paterno, Dr. Carlos Tejedor, y su esposa Da. Etelvina Ocampo y de la Lastra.

Federales y Unitarios
“¿Habrá sido del agrado del Dr. Carlos Tejedor la elección de su sobrina? Muy lejos estaba el novio de ser un buen partido para una joven como Julia, criada con todos los halagos y comodidades que la posición y económica y social que su tío podía brindarle. Aristóbulo del Valle ocupaba en ese entonces el modesto empleo público de Escribiente 1° en las oficinas de la Contaduría General de la Nación, con cuyo sueldo costeaba sus estudios de abogacía, que finalizó recién en 1869.
“Pero además Aristóbulo era hijo del Coronel Narciso del Valle, Edecán del Gobernador Juan Manuel de Rosas, de quien era ferviente partidario.
“Al producirse la revolución de 1839 para derrocar al Restaurador (siendo uno de los conspiradores Carlos Tejedor), el Coronel del Valle y su ayudante, el joven Capitán Juan Florencio Monteagudo y Echeverría, organizaron las milicias que sofocaron el levantamiento en Dolores. En Buenos Aires, frustrado también el movimiento, Tejedor fue a parar a la cárcel, hasta que, indultado por Rosas, se exilió del país y no regresó hasta después de Caseros.
“¿Cuáles serían los sentimientos del enérgico y voluntarioso Dr. Carlos Tejedor hacia su sobrino político? Más aún, muerto el Coronel del Valle el 6 de agosto de 1849, la madre de Aristóbulo casó el 5 de junio de 1850 con el capitán Monteagudo y Echeverría, cuyo hermano Eleuterio había contraído matrimonio en 1837 con Da. Balbina Josefa Elordi y Maza, nieta del Dr. Manuel Vicente de Maza, distinguido miembro del partido federal y a la sazón presidente de la Legislatura. Del primer hijo varón de este matrimonio fueron padrinos D. Juan Bautista Ortiz de Rozas (primogénito del Gobernador) y su esposa Da. Mercedes Fuente y Argibel (prima hermana de Da. Encarnación Ezcurra de Rosas)
“No es extraño suponer que el joven Aristóbulo –con demasiada tradición federal en la familia- haya despertado poca simpatía en el unitario Dr. Tejedor, a cuyas convicciones políticas sumaba el recuerdo de sus tíos Dionisio y Nicolás. El Mayor Dionisio Tejedor, Ayudante de Campo del General Paz, fue alevosamente asesinado  desde una azotea el 23 de junio de 1829 al entrar a Córdoba, mientras llevaba en la mano una bandera parlamentaria para intimar la rendición de las fuerzas de Facundo Quiroga, que había ocupado la ciudad. Por su parte, Nicolás Tejedor fue “uno de los jóvenes más entusiastas por la causa de la libertad, abandonó al azar de una causa sin suerte su vida, intereses y porvenir. Partió para el ejército y luego le tocó morir entre los soldados de Lavalle, por las mismas causas que su hermano había caído al lado del General Paz”, según cuenta Ángel Carranza en su “Bosquejo histórico acerca del Dr. Carlos Tejedor y la Conjuración de 1839.
“Enemigo de Rosas fue también el Dr. Pastor Obligado y Tejedor, primer gobernador constitucional de la provincia de Buenos Aires.

La personalidad de Julia Tejedor
“Lo cierto es que Julia Tejedor aceptó enamorada al joven estudiante de Derecho que sólo contaba con un modesto empleo público, y mantuvo inalterable el afecto de la unía a sus tíos –y padres de crianza-, a quienes visitaba con asiduidad. Los avatares políticos que enfrentaron a estos dos grandes hombres públicos –del Valle y Tejedor- no influyeron en sus sentimientos.
“Cuando con motivo de su muerte –el 11 de abril de 1918- las crónicas sociales del periodismo pusieron de relieve su personalidad, su distinción y su prosapia patricia, un solo diario destacó un aspecto de Da. Julia Tejedor que vale la pena tener en cuenta: “…compartió con del Valle los duros comienzos de una vida que no fue holgada ni menos cómoda para el ilustre hombre político que conquistó su posición y fijó su porvenir con el esfuerzo perseverante de su trabajo. Fue ella la compañera consoladora y enérgica de las horas difíciles y angustiantes de la incertidumbre juvenil, y en muchas ocasiones fue ella quien tuvo en sus manos el libro en el que del Valle aprendía y a la vez le animaba con su palabra y su fe en el porvenir (…) Sería difícil poder decir de aquellos tiempos, cuanto debía del Valle en el comienzo de su vida, a su propio esfuerzo o a la energía de su compañera…” (El Diario, 12 de abril de 1918)
“La vida mundana de Julia Tejedor comenzó años después de su casamiento, cuando su marido consolida una posición económica holgada y se convierte en un político expectable. Fue entonces ella una persona culta y refinada que compartió todos los gustos y las inquietudes de Aristóbulo: el interés por la política, su afición artística y los viajes a Europa. E hizo el papel de exquisita anfitriona en un hogar visitado continuamente por personalidades del mundo político y social.

del Valle y Tejedor
“Unidos por un parentesco cercano –nunca mencionado- estos dos hombres notables aparecieron siempre en terrenos políticos opuestos. Así, en 1876, con motivo de las elecciones para gobernador y vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, dos fórmulas opositoras se presentan en pugna por la primera magistratura bonaerense: Carlos Tejedor-José M. Moreno y Aristóbulo del Valle-Leandro N. Alem. Triunfó la primera.
“La revolución de 1880 los enfrenta nuevamente. Tejedor, gobernador de Buenos Aires y candidato a la presidencia de la Nación, se levanta en armas contra el presidente Nicolás Avellaneda, que prohijaba la candidatura del general Julio Argentino Roca. Del Valle, presidente del Senado, apoya al gobierno nacional en contra de Tejedor, a quien esta vez le tocó perder, renunciando a su cargo de gobernador y retirando su candidatura a la presidencia.
“En esa revolución de 1880, que dejó en Buenos Aires un saldo de más de 5 mil muertos, también combatió a favor del gobierno nacional el Tte. Cnel. Florencio Monteagudo –hermanastro de Aristóbulo del Valle- como 2° Jefe del Regimiento 12 de Caballería. Un año después, en 1881, este militar contrajo matrimonio con Dolores Tejedor, hermana de Julia y la sobrina menor del Dr. Tejedor.
“Cuando el 29 de enero de 1896 falleció repentinamente el Dr. Aristóbulo del Valle, su esposa abandonó definitivamente la vida social, imponiéndose un voluntario  retiro en su hogar. Da. Julia Tejedor de del Valle falleció en Buenos Aires a los 73 años de edad, Al sepelio de sus restos, realizado en el cementerio de la Recoleta, asistieron el presidente de la República, el vicepresidente, ministros y numerosos actores del mundo político y social porteño.
“(En La Plata residen dos sobrinas carnales del Dr. Aristóbulo del Valle: Dolores Monteagudo Tejedor de Marziali, a la vez sobrina carnal de Julia Tejedor, y Da. Noemí Bermejo Monteagudo de Hirschi, viuda del Dr. Jorge Hirschi, distinguido profesional platense, y sobrina del Dr. Antonio Bermejo, destacado jurisconsulto, político, legislador, ministro nacional y presidente de la Corte Suprema de Justicia desde 1905 hasta 1929, y quien durante la Revolución de 1880 combatió en las filas que apoyaron al Dr. Carlos Tejedor.)”



Por aquellos días, Lolei había reencaminado con éxito su carrera de Derecho. Desde hacía dos o tres años rendía alguna materia en condición de alumno libre, con logros dispares. Sus prioridades estaban centradas en su trabajo en el Ministerio y en su matrimonio, que no atravesaba su mejor momento.
Alguna noche se animó a confesarlo: “mi matrimonio nunca tuvo una etapa de plenitud; era una lucha casi diaria mantenerlo vivo. Había días fantásticos, semanas serenas, tardes tensas, noches lujuriosas, mañanas armónicas, meses insostenibles. Peleábamos mucho, siempre peleamos mucho. Yo cada tanto escapaba. Pero las evasiones con el tiempo perdieron efecto y cada vez tenían menos sentido. Tomar la decisión de terminar la carrera de abogacía fue una resolución que involucraba varias necesidades: una personal, relacionada con la obtención de un logro satisfactorio en una empresa iniciada hacía más de quince años, y otro que apuntaba a conformar aspiraciones familiares, las de la mía propia que ansiaba contar en sus filas con un hijo universitario, y las de mi esposa, que insistía en las posibilidades de nuevas alternativas laborales y económicas. A mí en el fondo ya no me interesaba ejercer como abogado, pero la sola ostentación del título podía abrirme nuevas puertas. Mientras tanto, el estudio me permitía tomar distancia de mi hogar y servir de excusa para aislarme cuando quisiera”.
A mediados del 68, un mes después del homenaje a Florencio Monteagudo en La Providencia, Lolei aprobó sin mucho brillo Historia Constitucional. Volvería a las aulas recién al año siguiente para rendir Derecho Civil III y IV, ambas con buen resultado.
En el 70 obtuvo un distinguido en Derecho Agrario y superó a duras penas Derecho Constitucional. “El tiempo me alcanzaba para rendir dos materias cada año, una a mediados y otra hacia el final. A ese ritmo, al cabo de dos o tres años estaría recibido”, calculó Lolei.
Pero en el 71 fue aplazado en Derecho Social en la mesa de julio, y debió rendir nuevamente en septiembre, donde sí aprobó. No se presentó en la instancia de diciembre. Y tampoco lo hizo durante todo el 72. Los fantasmas del abandono definitivo volvieron a rondar por su cabeza.
-Aquel año -recordó-, preparé un par de materias pero no me presenté. Había vuelto a beber con intensidad y estaba desganado. El tiempo libre lo ocupaba en la lectura o en las biografías. En esa época avancé mucho en la historia de don Aristóbulo-, se justificó.
En el 73 tomó impulso nuevamente y sobre el final de ese año hizo un buen examen para aprobar Derecho Civil V. Quedaban unas pocas asignaturas pendientes, y en un agitado año 74 rindió con éxito Filosofía del Derecho y dos días más tarde, Derecho Internacional Privado.
-Eso fue en julio -comentó el viejo-. Recibí inusuales felicitaciones de mi familia, como si de pronto se hubiera reavivado su interés por mi carrera. Después entendí que en realidad estaban contentos por lo que había pasado a comienzos de ese mes. No te imaginás cómo estaba de exultante mi papá.
No hacía falta ningún adivino para entender ese comentario: el 1 de julio de 1974 moría el presidente de la Nación, Juan Domingo Perón.
En diciembre aprobó Sociología y Derecho Administrativo I. Fue el mejor año en la facultad, después de dos décadas de inconstante voluntad. En agosto del 75, con una calificación sobresaliente en Derecho Constitucional II, Lolei ratificó que el esfuerzo no había sido en vano y como broche al primer paso de su carrera, recibió el título de Procurador.
Desde entonces, el prestigioso diploma otorgado por la Universidad Nacional de La Plata, hermosamente enmarcado detrás de un vidrio, descansó dentro del enorme ropero de la casa de su tía Julia.



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(XXXII)
Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
Chez Pazinette
Cidex 307/1
33950 – Lège-Cap Ferret
France

11 Février 1985
Querido Hugo:
Perdóname por no haberte escrito desde hace mucho tiempo, pero no sabía dónde te encontrabas, si en Madrid o en Argentina. Por eso llamé a Mme. Chardy. Espero que vayas bien. Siento que no hayas podido volver a tu país, ¿qué ocurrió?
Mi hermana me dijo que había recibido tu carta, pero todavía no me la ha mandado. Pasé las fiestas en Manchester. Llevé a un chico francés. La pasamos muy bien, cogiéndonos pedos todos los días. Así derroché todo el dinero que tenía y nos volvimos a dos velas. Después fui a buscar trabajo en el País Vasco, San Sebastián, etc, pero no había nada. Aproveché mi estancia para cogerme mis buenos pedos. Me gasté todo el dinero que tenía. Intenté encontrar en Burdeos y nada. Estaba en casa de un amigo. Di una vuelta por todas las academias y no salió nada. Estaba chungo y a punto de volverme a Inglaterra.
Entonces me llamó el jefe de una escuela y me contrató. Trabajo dos días por semana y saco 5.000 francos por mes, que serían unas 50.000 pesetas. Doy clases a unos niños que no quieren aprender el idioma y eso no me gusta. Prefiero dar clases a adultos, son más formales. Tendré que aguantar.
Ahora busco alojamiento en Burdeos. Ya no estudio castellano. Tengo pereza. Mis estudios de portugués tampoco avanzan: cojo un libro, lo ojeo y lo tiro. Paso más tiempo pensando en lo que haré. Me quedaré unos meses en Burdeos y después no sé. Si sigo trabajando tendré vacaciones en abril y me gustaría volver a verte. Te echo de menos, mi mejor amigo. Tal vez tenga otros amigos, pero dondequiera que esté estaré pensando en ti.
Te doy un abrazo muy muy fuerte. Escríbeme pronto, tu amigo
Alan

PS: Te regalo un cuentito, espero que te guste. Se intitula

“Gran pelea entre dos plomos”

Un día recibí una llamada. La persona se llamaba Vinicio, alias ‘Cojones Redondos’. Me dijo que Hugo Cavalcanti había amañado las elecciones de la Academia  y que él era aún más plomo que Hugo. No le creía, y entonces fui a averiguar. En la calle Santa Engracia la gente hablaba de calumnias y que Hugo ‘Chupasostenes’ iba a partir la cara a ‘Cojones Redondos’.
Vi un cartel que decía ‘La batalla de los plomos’. Me acerqué al recinto donde iba a tener lugar la pelea. Había muchísima gente. Vi a los hinchas de Hugo, unas dos mil personas, todas borrachas, gritando ‘Pedo, Borracho, Hugo es más plomo’. Luego vi la hinchada de Vinicio, todos estaban muy tranquilos, leyendo libros para niños. Había silencio.
Entró Hugo, casi en pelotas, un sostén en la cabeza, unas bombachitas rojas, medias amarillas y una capa donde se leía ‘Yo me cojo muchos pedos’ en letras azules. Llevaba una botella en la mano y daba traspiés. Los hinchas se pusieron de pie y comenzaron a cantar el himno, levantando una botella. Cantaron dos veces ‘Vivan las buenas borracheras’.
Luego entró Vinicio, también en pelotas, con una braga en la cabeza, medias rojas, una capa blanca con las palabras ‘Yo escribo libros para niños’. Vinicio cogió el micrófono y dijo: ‘Soy el más plomo, y Hugo es abstemio’. Al escuchar este agravio, Hugo le dio una patada en los cojones, y con gesto victorioso, bebió un trago. Dijo a todos: ‘Hago bostezar a mis alumnos’. Vinicio se levantó y se puso a sofocar a Hugo con el sostén que este llevaba en la cabeza. Le quitó la botella y la colocó en su polla. Hugo gritó: ‘me cago en mis bombachitas’. Le quitó la botella a Vinicio y se la introdujo en el culo. Vinicio se tiró un pedo y la botella salió como una bala; le pegó en la cabeza a Hugo. Se cayó, se levantó, cogió la botella y echó un trago. Volvió a metérsela en el culo a Vinicio. Luego se quitó el sostén, lo chupó dos veces y empezó a sofocar a Vinicio. Este decía ‘¡basta, basta, tú has ganado!’
Hugo estaba extenuado, tirado en el suelo. Se levantó y la hinchada festejó. ‘Hugo es el vencedor’, ‘Patoso, paleto, plomo, cógete otro pedo’, gritaban. Pregunté a un hincha si Hugo se había desmayado. ‘En absoluto –me contestó- tiene un pedo bien gordo’. Vinicio, llorando, dijo que no daba más clases, que iba a seguir escribiendo libros para niños: ‘¡Lo admito: Hugo es el profesor más plomo y aburrido de la Academia, pero yo soy el segundo!’

Fin

lunes, 18 de enero de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (27)


CAPITULO
27

Los arduos trabajos de investigación de Lolei también fueron dando sus frutos. El primero que vio la luz fue un artículo publicado el domingo 9 de abril de 1967 en el diario El Popular de Olavarría, en adhesión al centenario de la ciudad y se tituló “Apuntes biográficos del Teniente Coronel Don Florencio Monteagudo”.
El texto, bastante extenso, ocupaba una página entera del matutino y estaba acompañado por una imagen fotográfica del militar. La misma nota, aunque abreviada, aparecería años más tarde, en la edición del viernes 19 de noviembre de 1985 en el diario El Día de La Plata, bajo el título “El Comandante Monteagudo – Un vecino de principios de siglo”.
El artículo firmado por Lolei narra lo siguiente:



Nació en la pequeña villa de Nuestra Señora de los Dolores (Dolores, provincia de Buenos Aires), el 7 de noviembre de 1852. Era hijo del coronel Juan Florencio Monteagudo y Echeverría, porteño, descendiente de la familia del doctor Bernardo Monteagudo. Su madre, doña Isabel Valdivieso, era santafesina, hija de padres chilenos y perteneciente a una de las familias más aristocráticas del país trasandino. El historiador Angel Justiniano Carranza la recuerda en su libro “La Revolución de 1839 en el sur de Buenos Aires”, al referir los acontecimientos revolucionarios que tuvieron lugar en aquella zona durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas: “…Esa misma noche, no encontrándose tela celeste para embanderar el pueblo, merced a un prodigio de actividad y abnegación, se tiñeron con añil varias piezas de bramante, por las patriotas señoras Benita Sánchez de Calvento (hermana del juez de Paz), Melchora de Valdivieso y sus hijas Marta y Laureana, su nieta Isabel, joven de peregrina hermosura, y otras damas; de manera que antes de las 24 horas más de 500 banderas flameaban al viento.”
Casada en primeras nupcias con el coronel Narciso del Valle, tuvo de éste tres hijo: José, Aristóbulo y Delfor del Valle. Al quedar viuda contrajo nuevamente matrimonio con el coronel Monteagudo y Echeverría, el 5 de junio de 1850. De este matrimonio nacieron además de Florencio, tres niñas: Ana, Rita e Isabel. Unidos por un gran afecto, los hijos de ambos matrimonios de doña Isabel Valdivieso se consideraron verdaderos hermanos en todo momento.
El 14 de junio de 1853 Florencio Monteagudo fue bautizado en la Iglesia de Dolores, siendo sus padrinos don Nicolás Coronel y doña Mercedes Somalo y Cires de Coronel. Junto con sus hermanos, Florencio pasó su primera infancia en el pueblo natal, donde realizó los estudios primarios. El 24 de enero de 1868 fallece su madre. En el libro 8, Folio N° 594 del Libro de Defunciones de la Parroquia de Ntra. Sra. de los Dolores (Dolores, provincia de Buenos Aires)se registra la siguiente partida:
“En veinte y cuatro de enero del año del Señor de mil ochocientos sesenta y ocho, el infrascripto Cura de esta Parroquia de Dolores dio licencia para sepultar el cadáver de Isabel Valdivieso, viuda de Juan Monteagudo, de cuarenta y dos años de edad, natural del país, domiciliada en el cuartel primero, que murió el día de hoy de cólera, testimonio de Julio Pereyra, de veintisiete años de edad, domiciliado en el cuartel primero, y de Manuel Pereira, de treinta y siete años de edad, domiciliado en el cuartel dos. Recibió los Santos Sacramentos. Hizo testamento, por señal de verdad lo firmamos: el Cura de la Parroquia, Manuel María Erausquín. Testigo: Manuel Pereira.

Revolución del 73
Su profunda vocación militar lo llevó a ingresar al ejército luego de concluir sus estudios secundarios en Buenos Aires. En el año 1873 fue dado de alta como oficial y con el grado de Teniente 1°, formando parte del Regimiento 4 de campaña que marchó a ocupar la frontera norte de Buenos Aires, prestando servicios en el fortín “Lavalle Norte”, a las órdenes del coronel Próspero Norri desde setiembre de ese año hasta el 1° de setiembre de 1874, fecha en la cual fue transferido al Regimiento 1° de Caballería de línea en Nogoyá (provincia de Entre Ríos)
En ese año de 1873 llegaba a su término la presidencia de Sarmiento. El ambiente político convulsionado presagiaba violencias inminentes. Acusados de fraudulentos los comicios presidenciales que consagraron la fórmula encabezada por el doctor Nicolás Avellaneda, no tardó en producirse un movimiento revolucionario, cuyo estallido ocurrió el 24 de setiembre de 1874, asumiendo la dirección del mismo en las provincias del interior el general Arredondo.
El gobierno nacional designó al general Julio Argentino Roca para sofocar la insurrección y este se dirigió con sus tropas al encuentro de Arredondo.
El Teniente 1° Monteagudo integraba  las tropas al gobierno comandadas por el general Roca, participando así en su bautismo de armas en defensa de las oficialidades de la Nación. El 2 de noviembre tomó parte en la batalla de Villa de la Paz, en la provincia de Mendoza, y el 7 de diciembre  en la de Santa Rosa, librada en la misma provincia. Sofocado el movimiento revolucionario, la valentía y arrojo mostrados por el Teniente 1° Monteagudo durante ambas jornadas le valieron la recomendación de sus superiores y el ascenso a Capitán, el 18 de diciembre de ese mismo año.
El diploma de ascenso, junto con otros dos más, fue obsequiado al Museo Histórico de la municipalidad de Dolores “Los Libres del Sur” por Don Luis Monteagudo Tejedor, hijo del militar.
Transferido al Regimiento 6° de Caballería de Línea, expedicionó a las órdenes del coronel Octavio Olascoaga hasta la provincia de Catamarca, desempeñando a su paso por Santiago del Estero “varias comisiones de importancia”, según consta en su foja de servicios. Pasó poco después a la primera línea de la frontera con el Chaco, a las órdenes del coronel Mariano Obligado y después a la segunda línea “La Soledad”, donde fue nombrado jefe del fuerte “Sunchales”, jefatura que desempeñó  hasta 1878.

En la frontera bonaerense
El 5 de setiembre de 1878 es ascendido al grado de mayor, teniendo en cuenta los relevantes méritos que nuevamente acreditan sus superiores. En ese mismo año pasa con su cuerpo a Carhué, en la frontera sudoeste de la provincia de Buenos Aires, haciendo desde allí las expediciones que preparaban la Campaña del Desierto, bajo las órdenes del teniente coronel Freyre.
Refiere el historiador Juan F. Lázaro en su estudio sobre “El origen y la evolución del partido de Adolfo Alsina”  que esas tierras, en el año 1876, continuaban fuera de la línea de frontera con los indios, pero que en el transcurso del siguiente año habrían de ser incorporadas definitivamente a la civilización. El 23 de abril de 1876 el coronel Nicolás Levalle hizo construir un fuerte sobre las barrancas del lago Epecuén, al que dio el nombre de General Belgrano y en el cual estableció la comandancia de las tropas a su cargo. En las adyacencias del fuerte se fundó un pueblo cuya pierda fundacional fue colocada el 21 de enero de 1877 y que se llamó Adolfo Alsina. A fines de 1878 un grupo de militares y vecinos presentaron un petitorio al gobierno, solicitando que se declarase al pueblo cabecera del partido y que se nombrara un comisario y un juez de paz, por cuanto el desarrollo alcanzado por la población así lo requerían. Y se advertía que en una próxima fecha en que debían marchar las tropas que constituían la guarnición “podían quedar los vecinos sin autoridad alguna y librados quizás a muy enojosas circunstancias”.
El mayor Monteagudo fue uno de los firmantes de este petitorio elevado al gobierno, cuyo texto y nómina de solicitantes inserta el historiador Lázaro en el estudio mencionado.
Durante la Campaña del Desierto, consta en la foja de servicios existente en el Ministerio de Guerra que “el general Levalle le confió durante la misma comisiones de peligro y confianza, por las cuales y por los hechos  de armas en que se ha encontrado, ha merecido recomendaciones especiales” (sic)

La batalla de Remecó
En la localidad de Remecó (departamento de Guatraché, provincia de La Pampa), tuvo lugar una de las más encarnizadas batallas contra los indios. Allí el mayor Florencio Monteagudo pudo demostrar no solamente su temeridad sino también su extraordinaria actitud como militar. El coronel Juan Carlos Walther, en su obra “La Conquista del Desierto”, refiere este encuentro en estos términos:
“…Ante la noticia que en la laguna Remecó se hallaba el capitanejo Lemir con sus indios, el teniente coronel Herrero dispuso que el mayor Florencio Monteagudo tratara de caer a la brevedad con una pequeña fuerza sobre sus tolderías, mientras que el resto de la columna lo seguía de cerca para apoyarlo oportunamente. El mayor Monteagudo llevó sobre sus enemigos una violenta e impetuosa carga, a pesar de ser allí las indiadas en proporción de 4x1 contra los nuestros. Los despedazó en todas partes donde obstinadamente trataran de hacer pie alentados por su mayor número, causándoles 27 muertos, muchos heridos, y tomándoles prisioneros mucho mayor número de indios y chusma que lo apresado en la primera toldería, como así también varias lanzas y armas de fuego. Los indios algo rehechos después de su derrota atacaron las tropas del mayor Monteagudo, pero avistando el resto de la columna del teniente coronel Herrero, se retiraron”.
Antonio G. del Valle en su libro “Recordando el pasado – Campañas por la civilización”, destaca también la brillante actuación de Monteagudo en la batalla de Remecó, subrayando la superioridad numérica –cuatro veces mayor- de los indios.}
Al día siguiente, 26 de enero, participó en otra batida similar en la localidad de Marecó, distante algunas leguas de Remecó. En esa oportunidad, se sumó a la inferioridad numérica de los soldados una terrible tormenta de viento y lluvia en medio de la cual se realizó el combate, que culminó con un nuevo triunfo para el ejército. Allí resultó muerto el capitanejo Lemor, cuyas indiadas fueron deshechas.
El coronel Olascoaga transcribe en su obra “Estudio topográfico de La Pampa y Río Negro” una carta que fuera enviada al general Nicolás Levalle, y cuyo original se encuentra en el archivo del Ministerio de Guerra. La esquela dice:
“Carhué, 29 de  enero de 1879. Muy grato me es participar a V.S. que la comisión del mayor Herrero que dejó ordenada V.S. a su retirada de aquí y que yo despaché el 18 del cte, ha dado el más espléndido resultado, pues habiendo batido a los salvajes  por tres veces consecutivas les ha causado 272 bajas… El mérito de esta operación V.S. sabrá justamente apreciarlo, pues en los combates reñidos hasta el piquete de infantes tuvo que contener con su nutrido y certero tiro a los salvajes, que con obstinación poco usada desde hace tiempo, hacían el ataque de nuestras fuerzas.
Al felicitar a VS muy cordialmente por el éxito de la jornada, debo recomendar especialmente el valor y excelente disposición del sargento mayor D. Benito Herrero y el mayor graduado Florencio Monteagudo y demás oficiales de la tropa que de ella han participado… habiendo tenido que batirse contra cuádruple número de enemigos.
Dios guarde a V.S. Clodomiro Villar. Jefe interino de la División Carhué”

Una misión difícil
En el mes de junio, dice el coronel Walther en el libro antes mencionado, Monteagudo integraba la segunda división que tenía por destino la región de Traru-Lauquen (hoy partido de General Acha, La Pampa). De acuerdo con el plan de operaciones trazado, Levalle, a medida que fuera avanzado iría dejando cada tanto pequeñas partidas o piquetes que servirían de enlace hasta Carhué. El propósito era explorar las sierras de Lihuel-Calel como así también el río Chadí-Leuvú (Salado). Iniciaron la marcha el 1 de junio, llegando el día 4 a Leuvucó. Allí levantaron el primer fortín y reiniciaron el avance tres días después. El día 11 Monteagudo encabeza una pequeña expedición, la cual consta en el diario de operaciones del general Levalle: “A las 6 pm mandé al mayor del Regimiento 6° de Caballería D. Florencio Monteagudo con 20 hombres a Utracán, distante 10 leguas de este punto, con el objeto de batir sus alrededores”.
Mucho  debía conocer Levalle las condiciones de este oficial para enviarlo a realizar una batida de salvajes que por su indómita belicosidad habían despedazado tropas mucho más numerosas que los escasos 20 hombres con que Monteagudo contó en dicha oportunidad.
Con razón habría de decir años después un diario: “Monteagudo combatía al frente de sus tropas si las había, o con dos soldados, o con uno, y hasta solo; a caballo o a pie, con espada, sable o lanza según la circunstancia. Atacaba serenamente resuelto y daba o recibía mandobles sin mirar para atrás, como los antiguos caballeros” (El Popular, 1 de julio de 1908)
Las tropas siguieron avanzando. Habiendo llegado a las tierras de Lihuel-Calel, acamparon allí hasta el día 18 de junio. Refiere el coronel Walther que el propósito no era sólo explorar la región, sino también hacer una batida sistemática de las márgenes del río Salado y la costa norte del Colorado, en cuyos densos montes se ocultaban las guerreras indiadas de Namuncurá, que habían reclutado un grupo considerable de ranqueles.

Tres caciques bravíos
Monteagudo, al frente de un puñado de hombres, inició un avance exploratorio desde Lihuel-Calel y en dirección al paso del Salado (próximo a la desembocadura del río Curicó en el Colorado). A poco de andar descubrió una indiada con la cual se trabó en lucha, consiguiendo no sólo triunfar sino también capturar –según Walther- a los tres más bravos caciques de los Pampas: Namuncurá, Agneer y Querenal. Estos habitaban la región de las sierras de Choique-Mahuida, siendo salteadores y asesinos de las tribus vecinas. Sustentando sus ideales, Agneer y Querenal defendieron tenazmente con su vida –continúa refiriendo Walther- las tierras que creían pertenecerles. En su informe, el mayor Monteagudo sostuvo que “Agneer y Querenal han muerto con una lanza en la mano y un puñal en la otra, defendiendo con el celo de una pasión salvaje el desierto que creían dominar eternamente”.
Nombrado nuevamente por Levalle para combatir a los indios, los alcanzó y batió en Chadelcofú, matando a los indios que se negaban a rendir.

La insurrección de Tejedor
En el año 1880 una nueva lucha fratricida vuelve a conmocionar al país.
 El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Dr. Carlos Tejedor, se levanta contra el gobierno nacional. El presidente Avellaneda se ve obligado a trasladar provisoriamente la capital de la República al municipio de General Belgrano, decretando la intervención de la provincia insurrecta. Por su parte, Tejedor declara a Buenos Aires en estado de defensa, y Nación y Provincia inician inmediatamente sendos aprestos militares.
En esta oportunidad, el mayor Florencio Monteagudo, nombrado segundo jefe del Regimiento 12 de Caballería, peleó también en defensa del gobierno nacional. Consta en su foja de servicios que combatió en la jornada más sangrienta de esta insurrección: el combate de Puente Olivera, cuyas alternativas narraría tiempo después el propio doctor Tejedor en su obra “La defensa de Buenos Aires”.
Monteagudo marchó luego con su regimiento a la intervención de la provincia de Corrientes.
Merece destacarse esta eventualidad por cuanto Monteagudo combatió contra las fuerzas leales al gobernador aún cuando su casamiento con Dolores Tejedor (sobrina carnal del gobernador bonaerense) estaba próximo a celebrarse.
Supo así cumplir con su deber de militar honesto a carta cabal y por encima de ambiciones personales o mezquinas apetencias: “Los cinco galones que ostentaba sobre su kepí y llevaba con orgullo sobre su cabeza venerable los tiene bien ganado”, publicará El Popular el 18 de julio de 1908.
Que el doctor Tejedor supo comprender la actitud de Monteagudo y valorarla es prueba elocuente, en tanto que al año siguiente, el 24 de agosto de 1881, fue conjuntamente con su esposa Da. Etelvina Ocampo, padrino de casamiento de su sobrina. La boda se celebró en la Iglesia Nuestra Señora de Balvanera. Los padrinos de Monteagudo fueron su hermanastro, doctor Aristóbulo del Valle, y la esposa de éste, Julia Tejedor de del Valle (hermana de Dolores Tejedor). Más aún, el doctor Tejedor pidió expresamente a su sobrina que los hijos que tuviera agregaran al apellido paterno (Monteagudo), el de Tejedor, materno, deseo que los descendientes cumplieron.
Enviado algún tiempo después a la frontera norte de Santa Fe en carácter de Jefe Accidental de la misma, Monteagudo desarrolló allí una labor sumamente eficaz y proficua. No solamente organizó expediciones que batieron numerosas indiadas salvajes, sino que también hizo levantar buena cantidad de fortines en defensa de la colonia Presidente Avellaneda, situando Monteagudo la comandancia de sus fuerzas en la localidad de Avispones.
Al estallar la revolución de 1890 consta en su foja de servicios que permaneció destacado en Olavarría a las órdenes del gobierno nacional.

Sus últimos años
Ascendido a teniente coronel por la valiosa labor que realizara en la frontera de Santa Fe, no pudo permanecer mucho tiempo más en servicio activo, pues como años después diría de él el doctor Drago frente a el ataúd de Monteagudo: “A medida que se acercaba el lauro con que posterioridad debía orlar su frente, la vida de privaciones que entonces caracterizaba a los campamentos, que no tenían más techo que la bóveda celeste, ni otro abrigo que el que le proporcionaban las ramas de arbustos raquíticos, le generó una dolencia fatal”
Retirado de la vida militar se radicó con su familia en la ciudad de La Plata a principios de siglo. Allí adquirió una hermosa casona en la calle 6, en el solar donde posteriormente se levantó el moderno edificio del Colegio Eucarístico. Pasó sus últimos años dedicado a tareas rurales en un campo que poseía en copropiedad con su hermano, el doctor Aristóbulo del Valle y don Mariano Demaría. Falleció el 30 de junio de 1908.
Los diarios más importantes de Buenos Aires y de La Plata destacaron desde sus columnas la muerte de este distinguido militar. El sepelio de sus restos fue una imponente manifestación de duelo, congregándose en la Iglesia de San Ponciano, donde se realizó una misa de cuerpo presente, una concurrencia que colmaba las naves del templo. Personalidades y distinguidas figuras de la sociedad porteña y platense se hicieron presentes: el arzobispo de La Plata, monseñor Francisco Alberti, José Camilo Crotto, Delfor del Valle, Raymundo Salvat, coronel Ramón Falcón, Mariano Demaría, Julia Tejedor de Del Valle, Luis Monteverde, Horacio Oyhanarte, José Abel Verzura, Julio Arditi Rocha, Juan Vilgré Lamadrid, entre otros.
El diario “La Voz de la Iglesia” publicó la siguiente nota necrológica: “Ha caído uno de nuestros más gloriosos soldados que ha dado brillo y renombre a las armas argentinas, al par que dignificó con una vida honesta de creyente sincero la sociedad en que vivió. Descendiente de patricios, supo llevar su apellido limpio y digno del origen… Dios premie las virtudes del meritorio soldado que tan señalados servicios ha prestado a la sagrada causa y a la patria”.
NOTA: Las hermanas Dolores Tejedor de Monteagudo y Julia Tejedor de del Valle (esposas de Florencio Monteagudo y Aristóbulo del Valle, respectivamente) pertenecían a una antigua y distinguida familia avecinada en el Río de la Plata desde las tempranas épocas del virreinato. Muchos de sus miembros ocuparon meritorios y expectables cargos en el Gobierno y el Ejército, como el teniente coronel Miguel Tejedor, jefe del Cuerpo de Blandengues de la Frontera; Antonio Tejedor, alférez combatiente durante las invasiones inglesas y militar de la Independencia, recordado por Ángel Justiniano Carranza en su obra “Bosquejo histórico acerca del doctor Carlos Tejedor y conjuración de 1839”; Dionisio Tejedor, capitán del ejército del General José María Paz, de quien era Ayudante de Campo y cuya trágica e injusta muerte relata el mismo general Paz en sus “Memorias” y Domingo F. Sarmiento en “Facundo”; Nicolás Tejedor, joven fogoso y enemigo del entonces gobernador Juan Manuel de Rosas, y en cuyo domicilio –dice Carranza en el libro antes mencionado- solía reunirse el Club de los Cinco que complotaba contra Rosas, y uno de cuyos integrantes era el doctor Tejedor. Este último, años después alcanzó la primera magistratura bonaerense, cargo en el cual lo había precedido su pariente, D. Pastor Obligado, primer gobernador constitucional de la provincia de Buenos Aires. Julia y Dolores Tejedor eran hijas del doctor Martín Tejedor y de Da. Jerónima Monterroso (prima hermana de Ana Monterroso, esposa del general Lavalleja). Huérfanas a temprana edad, fueron criadas por Carlos Tejedor y su esposa Etelvina Ocampo.
Los hijos del teniente coronel Florencio Monteagudo y Dolores Tejedor son Dolores Monteagudo Tejedor de Marziali; Luis (casado con Mariana Irma Martínez Alchurrut); Carlos (casado con María Esther López Merino) y Abel (casado con Elsa Ardigó).

Para completar la información, no está de más apuntar que del matrimonio entre Luis Monteagudo Tejedor y Mariana Irma Martínez son hijos Luis Alberto Monteagudo Tejedor (casado con Miriam Mirambell) y Lola Irma Monteagudo Tejedor (casado con Hugo Lionel Cavalcanti Palacios).  Esta última boda se celebró el 30 de enero de 1963 en La Plata, siendo los testigos las señoritas Corina Galarregui y Alicia Fabregat por la novia y el doctor Luis Monteagudo Tejedor (h) y el señor Alberto Palacio por el novio. La ceremonia religiosa fue el 1 de febrero en la Parroquia San Ponciano. Fueron los padrinos la señora Florentina Rosario Palacios y el señor Luis Monteagudo Tejedor.

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(XXVII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
Les Viviers
Claouey
33950 - France

1 Juin 1984
Querido amigo:
Gracias por tu carta, la recibí esta mañana. Siento que hayas tenido problemas con Josefina y con Julio. Espero que se resuelva pronto.
Estoy en el bar con un café, no beberé alcohol esta tarde, ya que anoche fui a una fiesta. Todo era gratis, así que cumplí con mis obligaciones y cogí un pedo fenomenal. Volví a las 3 de la madrugada, me levanté a las 8 con una resaca que ni veas. En la fiesta me puse a hablar con un tío y tu nombre surgió. Este señor me dijo “mais oui, Monsieur Cavalcanti, il est le pire professeur de l’Academie, n’est-ce pas? Il ne donnera jamais de cours a mes enfants, aux elections en France pour élire le pire professeur d’Espagne, moi et beuacoup beuacoup de gens avons vote pour lui, les enfants dorment bâillent y ronflent pendant ses cours en plus d’est toujuors pété” ¿Qué te parece, tío? Eres conocido en Francia también.
Acabo de terminar de trabajar, estoy muy cansado. Dime, Hugo, ¿cuáles son tus planes respecto a este empleo en la Embajada Argentina? ¿Estarás en Madrid o en otro sitio? Porque si te vas, quizás no te vuelva a ver nunca más y me dolería mucho. A veces pienso que un día iré a tu país, comeré con tu familia, y después de la comida yo te diré: “¿Hugo, te apetece dar una vuelta?”, y vamos de cabeza al bar y nos cogemos una tajada gorda.
Estoy soñando, como siempre, pero a mí gusta soñar de vez en cuando. Sé que los sueños casi nunca se realizan.
Cuando Josefina te dice esas cosas no le hagas caso, no me jodiste la vida. Cuando estuve en Madrid, gracias a ti la pasé mejor y además me diste mucho dinero, que te debo. Para mí no es importante, sabes que no le concedo importancia a la pasta. Lo importante fue tu amistad y tu afecto, que no olvidaré jamás. Y otra cosa: si no hubieras sido mi amigo, habría bebido la misma cantidad de alcohol, solo o con otra persona. Así que no te preocupes, si pudiera yo haría exactamente lo mismo con la misma persona: tú, mi amigo Hugo. Ya está.
Para terminar, te pediré un favor. Te lo pagaré, claro. ¿Me puedes mandar un paquete de Bisonte, el periódico El País y, si puedes, un plano del Metro? Si no puedes no te preocupes. Te mando un abrazo fuerte fuerte. Cuídate y escríbeme pronto
Alan