lunes, 27 de junio de 2016

La ridícula idea de no volver a verte…




Apenas terminó el partido con Chile me rehusé a seguir viendo nada.  No consumo a periodistas ni analistas deportivos porque me aburren. Me quedo con lo que vi, con lo que viví. Me acosté decepcionado por otra final perdida. Pero nada del otro mundo, solo la amargura superficial de no poder ver a mi selección levantando la copa. Una vez más. Hace años que el fútbol no me quita el sueño, aunque después de un buen tiempo de desidia, de aburrimiento, me doy cuenta que cada día me gusta más. Me gusta ver fútbol, disfruto ver jugar a ciertos jugadores. Me alegra su alegría de verlos ganar. Y me entristece su tristeza de verlos perder. En particular me importa un carajo cuánta guita ganan los jugadores, con quién se acuestan, lo que dicen frente a los micrófonos.  Me gusta verlos jugar, hacer lo que mejor les sale. Me gusta que ganen los que me gustan, pero no me asfixia verlos perder. Es parte del juego. En ese sentido soy bastante desapasionado. La pasión elijo ponerla en otras cuestiones. Ya no litigo con eso.

Hoy me desayuno con una noticia peor, mucho peor que esa derrota: Messi renuncia a la selección. Busco información, encuentro declaraciones sueltas, encuentro miles de opiniones. Leo a gente que lo defiende y a gente que lo cuestiona; veo cientos de cartelitos de apoyo, decenas de videos con sus mejores goles. Veo fotos de Messi llorando. Encuentro discusiones acaloradas sobre si Higuaín sí, si Agüero no, si Di María tal vez, si Martino debió o si con Maradona esto no pasaba. Culpas, responsabilidades, chivos expiatorios, comparaciones desmedidas. Pero para mí ya no existen los análisis y los posibles. A mí se me nubla la cabeza. Y deja de importarme definitivamente haber quedado a un paso de ganar otra copa. Lo que pasó, pasó. Es irreversible. Volvimos a quedar segundos. Duele, molesta, jode. Pero en este momento, justo en este momento, tener que instalarme la idea de no ver más a Messi con la camiseta de la selección argentina, me suena a obligarse a hacer un duelo por adelantado. Lo que me arrasa es una nostalgia irremediable, a contramano, bien a destiempo. Y ya no me entra nada en la cabeza.

No me entra en la cabeza la ridícula idea de ver otra vez a Argentina imaginando que Messi está en su casa mirando el partido por televisión.  Dudo si tendré ganas de tomarme dos horas de mi vida para mirar un equipo en el cual está ausente el jugador que más me llena los ojos. No me resigno a no verlo más.  Me acuerdo de una frase de Hernán Casciari, de su cuento “Messi es un perro”. En ese relato dice que “hay que tener mucha suerte para que te guste un deporte y ser contemporáneo de su mejor versión”. No quiero dejar de tener esa suerte. Hoy no me interesan los mundiales, ni las copas América, ni los trofeos de leche. Mi punto de vista es completamente egoísta: me interesa mi felicidad de seguir viéndolo jugar a Messi. Se me hace un nudo en la garganta de solo pensar que lo último que veré de Messi con la camiseta de la selección argentina sea ese llanto tímido (todo lo que él hace, excepto cuando tiene una pelota en sus pies, lo hace con timidez, o como si no le importara), sea esa mirada perdida, ese caminar demolido, ese penal tirado a las nubes. Me duelen los ojos de solo pensar que no volveré a verlo jugar para mi equipo.

Cuando un músico se muere, quedan sus canciones; cuando se muere un escritor, me dejó sus libros. Messi está vivo, y tiene 29 años. No me resigno a verlo muerto tan pronto. Es como el ser querido y lejano que se va para siempre después de regalarte lo mejor de sí. Todavía no es el momento.

No me resigno a recurrir a sus videos para llenarme el alma con su obra. Eso es lo que siento ahora, justo ahora. Es bien elemental, casi primario. Hoy me cago en la AFA, en Martino, en lo que pudo ser y no fue. Me cago en el penal errado, en las malas definiciones de Higuaín y de Agüero, en la expulsión de Rojo, en los cambios que no se hicieron, en lo solo que tiene que arreglárselas Messi contra cinco o seis sabuesos cada vez que agarra una pelota, en la tercera final perdida en tres años. Me cago en todo. Trato de mirar para adelante y veo un hueco que nadie podrá llenar. Hoy me duele más esa decisión personal que el haber perdido otra final.

El lunes se me va pasando en un estado de angustia inexplicable. No tengo ganas de hacer nada. No quiero ver videos ni homenajes de despedida, no quiero leer ni escuchar nada. Voy a la casa de mi vieja y le pido que, ¡por el amor de dios!, cambie de canal. No quiero agregar nada de nada a esta sensación. Porque esto es personal. Esto es entre Messi y yo. Lo único que deseo, ahora, justo ahora, es que Messi seque sus lágrimas y vuelva a hacerme feliz. A mí y a todos los que disfrutamos de su manera de embellecer el fútbol. De su arte.


Esto es lo único que me importa por ahora. El resto, después lo discutimos…



sábado, 25 de junio de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (39)


CAPITULO
39

El expediente constaba de unas setenta fojas. Lo estudié atentamente durante varios días, sin avisarle a Lolei que el legajo estaba en mis manos. Esa vez fui yo quien ocultó la información. A él solamente le conté que la reunión no había sido prometedora y que ya estaba en contacto con un nuevo abogado para seguir con las tramitaciones. Esto era verdad.
También era verdad que lo había conseguido gratis, para decepción del otro abogado. Pensé en llamarlo para recibir mis correspondientes felicitaciones, pero juzgué que sería petulante e inoportuno de mi parte.
Por lo pronto, una esmerada revisión por el archivo me reveló algunos aspectos desconocidos de su vida y me ayudó a comprender de qué hablaban los dos abogados cuando se referían a “ciertas irregularidades”.
Entre los numerosos trámites presentados ante el Instituto de Previsión Social provincial para solicitar su beneficio jubilatorio, Lolei envió una nota en noviembre de 1996 a través de la cual informaba sobre su actual situación. En la misiva se propuso ilustrar los hechos “tal como sucedieron, las circunstancias por las que atravieso y en virtud de ello, expresar los fundamentos a mérito de los cuales, entiendo, justifican con creces la legitimidad de mi aspiración y mi última esperanza de vida”.




En primer término, y de modo destacado, mencionaba tener sesenta y dos años de edad y estar en la indigencia, con precario estado de salud y con necesidad de asistencia médica sostenida.
Aseguraba acreditar alrededor de veintitrés años de servicio efectivamente prestados en diversas áreas del Estado Provincial, en los ministerios de Economía, Gobierno y Educación, con desempeño en cargos profesionales como traductor de inglés, y de jerarquía administrativa como Jefe de División, con la categoría de Oficial Administrativo, clase A.
En cuanto a los hechos, destaca que en los años 1977 y 1978 comenzó a sufrir una dolencia de origen nervioso, por lo cual debió tomar licencias médicas (con carpeta) para encarar un severo tratamiento médico destinado a aliviar los males que tanto lo abrumaban. En ocasión de ese lapso de indisposición dijo haber sido víctima sin causa de un procedimiento policial por el que fue detenido y secuestrado en la comisaría de Berisso, entre tres y cinco días, donde fue objeto de apremios ilegales. Esta barbarie desencadenó en su estado psicofísico una crisis incontrolable, por la cual hubo de ser derivado al Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero. “En este sitio tan  inadecuado y en medio de tanta miseria humana permanecí más o menos tres meses, lo que agregó un nuevo tormento a mis pesares”, describió.
Inmediatamente salido del sanatorio, donde no obstante el sufrimiento no perdió su razón y su lucidez, pretendió reintegrarse a sus tareas habituales en el ministerio de Educación, con un estado anímico y físico resquebrajado por las secuelas irreversibles que los terribles maltratos sumaron a su ya quebrantada salud física y espiritual. Pero recibió, como corolario de “este tiempo de desprecio”, la humillante novedad de que había sido despedido del trabajo. A su juicio, un “hecho lamentable desde el punto de vista ético, humanamente abominable y jurídicamente aberrante”.
Cuenta en la nota que a raíz de tanta irracionalidad sistemática y sin encontrar amparo ni contención frente a tal nivel de crueldad indecible, donde la intolerancia y la arbitrariedad escapaban al control del derecho, y cuyas consecuencias fueron el horror y la destrucción, adoptó “la desesperada decisión de alejarse del sopor de esa alienante pesadilla, partiendo hacia un exilio irrevocable y desgarrador por el que hubo de peregrinar alrededor de quince años, desde Dákar (Senegal), Estoril (Portugal), pasando por Francia, Alemania, Inglaterra y finalmente España, sobreviviendo al desarraigo e irregularmente dada su condición de extranjero, obteniendo trabajos transitorios y casi marginales de diversa índole, como pescador, minero, lavacopas y profesor de idiomas, entre otros”.
Su retorno al país fue para enterrar a sus padres. Ahora, con avanzada edad y los achaques de una vida de infortunios, decía “no tener energías para seguir luchando ni soportar nuevas penurias”, por lo cual intentaba obtener “un inaplazable beneficio jubilatorio que permita salvar mi futuro con un poco de dignidad que restañe algunas de mis viejas heridas, recibiendo al menos alimento y atención médica, toda vez que las exigencias más elementales de mi vida han entrado en colisión dramática con las circunstancias”.
Finalmente, apelaba al andamiaje de la Ley 11.729 como plataforma idónea para sostener los derechos aludidos o cualquier otra norma jurídica que la autoridad de aplicación encontrare adecuada para dar satisfacción a su pedido. Esta ley provincial, sancionada el 15 de noviembre de 1995, tiene alcance a personas que por causas políticas, gremiales o estudiantiles, o las que hayan sufrido prisión, exilio o privación de la libertad que no fueren consecuencia de la comisión de delitos comunes, fueron exoneradas o cesanteadas de los cargos públicos que ejercían en cualquiera de los Poderes del Estado Provincial, Entes Autárquicos o Municipios, o en ejercicio de cargos electivos o desempeñándose en funciones con mandato fijo al 16 de septiembre de 1955, 28 de junio de 1966 y 24 de marzo de 1976, fechas correspondientes a los golpes de Estado perpetrados por fuerzas cívico-militares.
De acuerdo a la ley, “estas personas tendrán derecho a computárseles a los fines previsionales y antigüedad como cumplidos los períodos de inactividad entre el 16 de setiembre de 1955 al 1 de marzo de 1958, 28 de junio de 1966 al 24 de marzo de 1973 y 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre de 1983”.
Meses más tarde, en abril de 1997, la Asesoría General del gobierno provincial desestimó el reclamo porque no encontró pruebas de que la baja del titular se encuadrase en la norma invocada. Y precisaba, en la circular enviada al Instituto, que en la medida en que no se acreditase que la desvinculación laboral haya sido motivada o causada en los supuestos que establece la Ley 11.729, “no se procederá al reconocimiento de servicios con arreglo a sus disposiciones”.
En mayo de ese año, el director de Auditoría del Instituto de Previsión Social notificó a Lolei para que acompañe al expediente una prueba tendiente a acreditar que el cese operado con fecha 11 de agosto de 1978 pudiera ser encuadrado dentro de la normativa invocada, la Ley 11.729.
La resolución presentada por el interesado indicaba, a través de su artículo 1°, que se daba de baja en el ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires al agente Hugo Lionel Cavalcanti Palacios (M.I. 5.152.460 – Clase 1934 – Foja 171095) en los términos del artículo 1° de la Ley 8596, modificada por la Ley 8602, prorrogada y ratificada por las leyes 8692 y 8875, respectivamente.
Esta última Ley facultaba al Poder Ejecutivo, hasta el 31 de diciembre de 1979, a dar de baja por razones de servicio al personal de planta permanente, temporario, transitorio, suplente, provisional, contratado o regulado por convenios colectivos de trabajo, que preste servicios en la Administración Pública Provincial dependiente del Poder Ejecutivo, organismos de la Constitución, descentralizados y/o autárquicos o Palacio Legislativo. E indica, en su artículo 3°, que  las bajas serán efectivizadas teniendo en cuenta la necesidad de procurar un real y concreto proceso depurativo de la Administración Pública Provincial, sin connotaciones partidistas o sectoriales. El siguiente artículo refiere al derecho de cobro indemnizatorio del trabajador dado de baja, y el 6°, remarca que no tendrán derecho a indemnización los agentes que se encuentran comprendidos en algunas de las situaciones siguientes:
1) Los comprendidos en la Ley Provincial 8595 de fecha 29 de marzo de 1976. 2) Los que hayan pertenecido a organizaciones parapoliciales o a grupos de custodia o protección no autorizados legalmente. 3) Los que percibiendo un sueldo no hayan registrado la asistencia correspondiente al servicio a que estaban afectados. 4) Los designados sin cumplimiento de las disposiciones vigentes sobre información previa favorable de la Secretaría de Inteligencia y/o que resultaran con antecedentes desfavorables al momento de dar cumplimiento a tales disposiciones, o bien con documentación de identificación personal adulterada. 5) Los designados sin el cumplimiento de las normas de ingreso vigentes en aquellos casos en que tal situación sea imputable a los mismos. 6) Los que constituyan un factor real o potencial de perturbación del normal funcionamiento del organismo al cual pertenecen. 7) Los que al momento del cese se encuentren en condiciones de gozar de cualquier beneficio previsional, o que ya lo tengan otorgado.
Según Lolei, tras su despido no fue reconocido con ningún pago indemnizatorio, sin que se le notificara además cuál o cuáles de estas razones se encuadraban en su caso.
En octubre de 1997, desde el Departamento de Asesoramiento del organismo previsional se citó a Lolei y a tres testigos que éste propusiera a fin de aportar datos que dieran luz a las sombras que opacaban el expediente.
El encuentro se llevó a cabo en la Subdirección de Auditoría, en La Plata. Los citados debieron responder a un cuestionario elaborado a tal efecto. Cada uno de ellos debió responder si sabe o le consta:  1) Si el Sr. Cavalcanti Palacios fue dado de baja, en qué año y en qué cargos; 2) Si a su consideración su baja obedeció a causas políticas o gremiales; 3) Si era militante de algún partido político en el momento de su baja; 4) Si sufrió detención, exilio y/o algún otro tipo de persecución por parte de las autoridades militares del momento; y 5) la razón de sus dichos.
El primero de los testigos, de apellido Rico, declaró ante el subdirector de Auditoría que conoció a Lolei en el año 1976, cuando llegó a la oficina de Ingreso a la Docencia del ministerio de Educación, adonde le habían otorgado el pase. Venía desde el área de Radiotelevisión Educativa, que pertenecía a ese ministerio. Contó que estando en esa oficina, Lolei tuvo choques con varios compañeros porque repudiaba abiertamente el régimen militar que gobernaba al país. Aproximadamente en el año 1977 desapareció por algunos días; se ignoraba su paradero. Después pudieron enterarse que había estado preso en una comisaría –no supo precisar cuál- y que había recibido apremios ilegales. Tras este episodio, y  durante mucho tiempo, sufrió de estrés postraumático. Se mostraba muy alterado y deprimido. Decide irse a España. Antes de su partida fue echado del trabajo. A su entender, no había causales para su despido, pero que probablemente haya sido por su actitud de abierto rechazo al régimen militar. Se comentaba que dentro de la oficina había varios informantes. Finalmente, Rico dijo desconocer si Lolei militaba en algún partido político; sólo sabía que su padre era radical. Y que conocía los hechos narrados por haber sido su compañero de trabajo.
El segundo de los declarantes, de apellido Goñi, contó que conoció a Lolei en el año 1976 y que sabía de su trabajo en el Ministerio de Educación. De acuerdo a lo aportado, las circunstancias del despido se deberían a que realizó un planteo porque le habían revocado arbitrariamente un pase. La Directora de Personal, Dra. Mendes, le advirtió que no lo hiciera, ya que todo planteo, aún legal, era considerado como gremial. Es más, quien realizaba sugerencias de ese tipo era tildado de comunista y, en consecuencia, expulsado de su trabajo. Al decir de Goñi, esa fue la principal causa del despido, sumado a que era tildado como una persona de izquierda, sin que ello implicara que haya pertenecido a grupos armados. Por eso, consideraba que la baja fue totalmente arbitraria e injustificada, motivada solamente por la intolerancia, ya que no pensaba ni colaboraba con el régimen. Acerca de su actuación política, Goñi apuntó que era un hombre muy expuesto; hablaba en contra de la dictadura y a favor de la democracia. Aún así, dijo desconocer si militaba en algún espacio político. Por último, conoció a través de su compañero y de la Dra. Mendes que había estado detenido durante algunos días en una comisaría de Berisso, donde fue sometido a apremios ilegales que le motivaron varios problemas de salud.
El tercero de los testigos, de apellido Smith, mencionó que trabajó con Lolei en el año 1978, en la Oficina de Ingresos del Ministerio de Educación. Ambos se desempeñaban en la misma oficina. Ese mismo año fue declarado prescindible y dado de baja. Relató que Lolei dominaba varios idiomas y que a raíz de la realización del Campeonato Mundial de Fútbol pidió, por aplicación de un decreto de ley que así lo autorizaba, su pase a la subsede mundialista de Mar del Plata, aprovechando que él era oriundo de esa ciudad, o al menos había vivido allí un largo tiempo. En el Ministerio no tenían voluntad de darle el pase, en parte porque era abiertamente opositor al gobierno dictatorial. Pero tanto insistió que se vieron obligados a autorizar el traslado, en un lapso aproximado a la duración del torneo. Sin embargo, unos quince o veinte días después de reintegrado a su puesto de trabajo, le llegó el telegrama por el cual se lo declaraba prescindible. Para Smith, formaba parte de una “lista negra” elaborada en ese espacio. Añadió que el director de Personal, una vez reinstalada la democracia, se suicidó a causa de las numerosas denuncias que había en su contra. Y concluyó que el despido de Lolei se debió a razones meramente políticas. Sin embargo, no supo asegurar si militaba en algún partido político, aunque sospechaba que sí lo hacía. Dijo saber que era justicialista. También, por comentarios, se enteró que había sufrido una detención, que soportó duros tormentos y que a raíz de su prescindibilidad debió exiliarse a España, donde se desempeñó como profesor de inglés.
El dictamen de la Fiscalía del Estado provincial, en coincidencia con la decisión de la Asesoría General de Gobierno, fijó su criterio adverso a las pretensiones de Lolei, toda vez que no pudo acreditar encontrarse en los supuestos del artículo 1° de la Ley 11.729.
 De acuerdo al organismo, el acto administrativo de baja se desprende que la misma fue dispuesta por razones de servicio y facultando a la partición empleadora al pago de la indemnización prevista por el artículo 4°, en tanto no se da el supuesto establecido por el artículo 6°, inciso 7, ambos del Decreto de Ley 8596/76, modificado por el 8620.
Por lo demás, se arguyó que las pruebas documentales agregadas no lograban probar la causal política de su cese. Y se aludía que cuando surge la internación en el Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero, desde marzo hasta mayo de 1977, no se vislumbraba ninguna relación con la persecución política a la que hacía referencia. Más aún, según constaba expresamente en el informe psicológico, Lolei fue internado porque “estaba muy mal por la ingesta de alcohol”. Y que la detención policial se produjo “por error”.
Las circunstancias apuntadas permitieron concluir que no se probó el móvil político como causante de su despido del ministerio. En consecuencia, la documentación adscripta al legajo resultó insuficiente para requerir de los beneficios reclamados.
Pobre viejo, no hubo caso; lo bocharon de lo lindo. Ahora, “andá a cantarle a Gardel”, parece que le hubieran dicho.


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(XXXIX)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Bar Le Speakeasy
44 Av. d’Arès
Bordeuax
France

16 Janvier 1986
Querido amigo Hugo:
Gracias por tu carta, que recibí en Inglaterra. No te contesté enseguida porque estaba pedo gordo todo el tiempo. Estuve dos semanas bebiendo y yendo de cachondeo. Vi a Kate, pero estaba con su hermana. Ellas no bebían (yo sí), así que no intenté nada. Me preguntas si haces errores en tus cartas. Pues claro que sí, pero son más bien errores que podrían evitar si las leyeras antes de enviarlas. No los tienes cuando hablas. Además, hay algunas palabras que no conozco. Pero eso no es grave, ya que el americano no vale una mierda.
Sigo dando clases en la misma escuela y me gusta porque me pagan bastante bien. Me permite salir los fines de semana. Hay una calle cerca de mi casa que debe tener unos 2 kilómetros de largo. Tengo crédito en todos los bares, y eso que hay unos cuantos. Todos los dueños me conocen. También tengo crédito en bares de otros barrios. Me recuerdan hasta en Pamplona. El jefe de un bar me escribió y me pidió que volviera. Todos los clientes me escribieron algunas palabras. ¡Ya ves, soy internacional! ¡La merluza no tiene fronteras!
Espero que vayas bien y que no seas la razón de un divorcio. ¿Cuándo volverás a Madrid? Hasta que no vuelvas, yo no vuelvo. Tal vez podamos regresar a Valencia, yo en autostop y tú con Rob. O mejor invitar a Rob y a Jan a venir a Elbas con nosotros. O mejor preparar una comida en casa de Rob, yo iré a los servicios mientras tú te comes mi comida. O bien invitar a Mme. Chardy a ver “Tootsie” con nosotros, tomaríamos naranjada.
Me despido de ti. Escríbeme pronto. Te envío nuevas señas porque algunos golfos destrozaron el buzón de mi casa. Un abrazo muy fuerte, de tu amigo abstemio para siempre

Alan

viernes, 17 de junio de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (38)


CAPITULO
38

-¿Por qué no me avisaste antes? ¿No te das cuenta el tiempo que perdimos, las idas y venidas al pedo que hice? Días enteros buscando lugares, hablando con gente indeseable, averiguando opciones secundarias, ¿y vos recién ahora me desayunás con esto? ¿Cuánto hace que tenés este papel?
El viejo me miraba absorto, con el rictus furtivo de un perro que volteó una olla. Como le costaba dar una aclaración veraz, se enredó en pretextos aleatorios sobre su enfermedad, su repentina pérdida de la memoria. Subterfugios que ni él mismo se creía.
La noticia que me tenía preparada desde la noche anterior databa sobre la existencia de un comprobante del Correo Argentino mediante el cual el abogado que ahora tenía el expediente sobre su jubilación, lo citaba a presentarse en su oficina para agregar pruebas sobre el trámite iniciado hacía cuatro años. La notificación estaba fechada en el mes de marzo, es decir, tres meses antes de conocernos.
Obviamente, el viejo no sólo desoyó la citación sino que la escondió celosamente, tal vez sospechando de un probable revés en la resolución de la causa. Y, peor aún, se mantuvo en silencio hasta esa misma mañana, cuando ya habían pasado casi siete meses desde el llamado. No entendía por qué había decidido dilatar la consulta y perder un lapso por demás valioso ocultando ese detalle. A esa altura, entender ya no era necesario; tratar de buscar razones significaba seguir perdiendo tiempo.
En alguna de mis llegadas a deshora como la de la noche anterior, el viejo se ponía incisivo con sus preguntas: “¿Adónde fuiste?” “¿Con quién estuviste?” “¿Por qué llegás a esta hora?” “Me debés una explicación...”. Solía examinarme con arremetido coraje y una buena dosis de caradurez. Yo había aprendido a responder: “¿Te debo una explicación? Mejor te pago con una excusa”.
Desde que no doy explicaciones a nadie, me siento un poco más libre. Pues en casos como el ocultamiento de una información tan valiosa, y ante la gravitación de las dudas que surgían de su comportamiento, decreté que los roles se invertían, y en lugar de pedir explicaciones, daba validez a sus excusas para que fuera libre de responder lo que le diera la gana, aún a riesgo de saber que con sus evasivas no lograba más que entorpecer la realidad. Acto seguido, lo más conveniente era seguir adelante, poner manos a la obra.
Aquella misma tarde telefoneé al abogado y me citó en su estudio para la mañana siguiente. Vivía en Plaza Olazábal, entre la avenida 7 y la diagonal 107, en una gran casa cuya fachada ocupaba todo el ancho de esa pequeña cuadra.
Me recibió él mismo y me hizo ingresar a su despacho. Fue claro y contundente: el expediente estaba viciado de irregularidades, lleno de argumentos que no convencían a los funcionarios sobre su derrotero durante la dictadura, su exilio y su posterior regreso al país. Lolei no podía justificar los años que le faltaban para completar las tres décadas de aportes jubilatorios.
-Me moví hasta donde pude, de ahora en más, todo queda en sus manos-, me dijo extendiéndome en legajo.
-¿Ya está, no hay nada más para hacer, acá termina todo?-, cuestioné incrédulo, asombrado.
-Existe la posibilidad de reiniciar el trámite desde cero, pero llevará su tiempo. Y también su costo económico. Los abogados no hacemos beneficencia.
-Ya lo sé –dije-, por eso son abogados. Pero él no está en condiciones de pagar sus servicios, tampoco yo puedo hacerlo. Él vive gracias a lo poco que logro darle. No tenemos dinero.
-Lo siento mucho por ustedes. Yo te doy la documentación, y si lográs conseguir un abogado que no te cobre un solo peso por el trabajo, avísame así te mando mis felicitaciones. Te repito: al menos yo, no hago caridad. Lo hice hasta ahora con este caso, y ganamos nada, ni yo ni él.
-Le agradezco su sinceridad –reconocí, ya levantándome de la silla-, pero antes de irme, permítame preguntarle si es realmente factible que algún día pueda salirle la jubilación a este hombre. En este momento está enfermo, en situación de abandono, sin nadie que lo ayude, sin percibir ningún beneficio. ¿Puede servir esto de atenuante para conseguir, al menos, una pensión graciable?
-Te digo lo mismo que antes: el expediente presenta muchas anomalías. Si no conseguís un buen abogado, intentá acercarte vos mismo al Instituto de Previsión Social. Será un trajinar engorroso, te lo advierto; no resulta nada fácil que te atienda la persona adecuada, y más si no tenés experiencia en moverte dentro los laberintos de la burocracia previsional. Pero podés hacer el intento. De mi parte, te repito: puedo hacer el trabajo desde el comienzo, pero necesitaré dinero antes de empezar.
Tomé la documentación y la guardé en la mochila. Estuve tentado de preguntarle si se le adeudaba algo por los servicios, pero intuí que en caso de deberle, ya me lo hubiese advertido.
Mientras me acompañaba hasta la puerta me extendió una pequeña tarjeta de presentación. “Por las dudas”, me dijo. La puse en mi bolsillo. Y con un sentimiento de derrota ya corriente por aquellos días, caminé lentamente hasta mi casa, pensando en la manera de comunicarle a Lolei los resultados de la visita.
La tarjeta del abogado la tuve guardada durante años entre mis papeles. Un día lo reconocí en una fotografía de un diario, jurando como ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable. Le había ido bastante mejor que a nosotros.

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(XXXVIII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Chez M Hugues Danic
2 Rue Malbec E10
Bordeuax
France

28 Novembre 1985
Querido Hugo:
Gracias por tu carta. Yo te iba a plantear la misma pregunta, llevaba dos o tres meses. Te escribí hace bastante tiempo. Deben haber perdido tu carta; no importa, ya está. Sólo importa haber recibido una carta tuya.
Por lo que me entero, veo que sigues cumpliendo con nuestro deber sagrado: enriquecer a los dueños de los bares. Es muy buena política. Sigo haciendo lo mismo. Tengo crédito en bastantes bares de Burdeos. Incluso tengo crédito en varios de Pamplona; estuve cinco días en octubre y me cogí unos pedos gordos cada día. Volví borracho a Burdeos y ni me acuerdo haber pasado la frontera francesa, tanto había bebido aquel día.
Me preguntas por qué no menciono sobre mi vida sexual y ya sabes, soy muy tímido, me gusta que lo del sexo pase detrás de una puerta cerrada. Salvo cuando estoy en pedo, que no tengo complejos ni inhibiciones. ¿Sabes? Tenía una novia, pero me dejó. A lo mejor fue porque no llegaba a follarla cuando estaba bebido. No se me pone tiesa la polla cuando bebo.
Sigo trabajando en la misma escuela. He tenido problemas últimamente. Me cogí un pedo en casa de una alumna y el jefe se enteró. Habrá inconvenientes por eso.
En Navidad volveré a Inglaterra. Me echa un poco de menos estar con mi familia, con mis amigos. Sigo ahorrando dinero. Llevas razón cuando dices que nunca tendré una casa, pero soñar con una me ayuda a pasar el tiempo y me permite guardar pasta.
¿Has escrito a Kate? La veré en Navidad, estoy seguro que la pasaremos muy bien. Aquí hace frío.
Oye, amigo, hace mucho que no nos echan del cine o de Portugal. Tienes que hacer algo, es decir, tienes que volver a Europa muy pronto. Ya no hay vomitadas en las calles de Madrid, ni cagadas en las habitaciones. ¡Qué suerte están teniendo!
Me despido. Te quiero muchísimo, un montón. El afecto de tu amigo para siempre
Alan


jueves, 9 de junio de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (37)


CAPITULO
37

El doctor Mario Browne me atendió al día siguiente. Logré comunicarme desde un teléfono público a la salida de una clase en la facultad. Me presenté y expliqué los motivos de la llamada. Cuando nombré a Lolei pareció gratamente sorprendido. “Hace mucho no tengo novedades de él”, dijo. Solicité una entrevista personal. Aclaré que el viejo me había pasado una dirección de su oficina en la calle 8 y que justo en ese momento estaba a unas pocas cuadras.
Accedió sin reparos, “estaré aquí un rato más”, dijo.
Al cabo de diez minutos llegué frente al edificio. No me hizo pasar a su oficina, sino que me atendió en la puerta de calle, entre el bullicio de la peatonal. Browne aparentaba menos edad que Lolei, aunque era calvo, estaba vestido elegantemente y parecía serio y mesurado.
-He estado pensando en él-, me adelantó tras un formal saludo-¿Qué es de su vida?-, preguntó.
Expuse brevemente las vicisitudes más relevantes, haciendo hincapié en su estado de salud y las condiciones en que vivía. Mencioné la imperiosa necesidad de conocer el estado de su trámite jubilatorio.
Noté un creciente gesto de asombro y de incredulidad ante cada descripción que yo aportaba.
-Hay un problema: yo ya no tengo a mi cargo el expediente-, advirtió-. Después de ese inconveniente que tuvimos decidimos que lo más conveniente era pasarla a manos de un colega. Es raro que no te lo haya dicho.
Le manifesté que mi desconocimiento sobre el tema era casi absoluto; incluso le aclaré que recién el día anterior me había hablado de él por ese asunto y por ciertas trabas en el trámite.
-Y lo hizo porque yo se lo pedí, porque había mencionado algo como al pasar, meses atrás, y luego nunca más tocó el tema.
Me animé a preguntarle qué clase de problemas habían tenido y dijo que no importaba, “es un asunto del pasado, no tiene razón volver sobre eso”.
Al percibir que nuestra conversación ya se agotaba, le pedí datos del nuevo abogado. Hurgó en los bolsillos del pantalón, sacó una billetera y la revisó. Extrajo una tarjeta de presentación. No me la dio, sino que me hizo anotar un nombre, una dirección y un número de teléfono.
-Es la única que tengo-, se disculpó-. Andá a verlo cuando quieras a ver qué te dice. Lo único que puedo adelantarte es que la gestión está complicada, hay asuntos que no cierran; no quiero desmoralizarlos, pero veo difícil que le otorguen la jubilación, al menos en un corto plazo-, se sinceró.
No dije nada, ni siquiera atiné a preguntar las razones de su pesimismo.
Ya despidiéndome, reiteré el pedido hecho por Lolei: le dije que deseaba verlo, si no era mayor molestia, que pasara por su casa a visitarlo, más no sea como amigo. Dubitativo, Browne prometió que en algún momento lo haría.
-Me gustaría que viera usted mismo las condiciones en que está viviendo-, fue lo último que le dije.
Anoté mi número de teléfono por si deseaba llamar antes. Lo guardó en la misma billetera y nos despedimos con un apretón de manos.
-Nos vemos pronto-, agregué en el saludo.


Después de la entrevista con Browne me demoré en llegar a mi casa. Visité a una amiga, que vivía a pocas cuadras de la oficina del abogado. Charlamos un rato, entre mate y mate, sobre temas de la facultad. Como siempre me costó ventilar mis asuntos personales, preferí obviar la entrevista mantenida un rato antes.
Ya por esos días, cuando me preguntaban alguna novedad sobre el viejo, trataba de mostrarme optimista y sereno, a contar anécdotas de la vida conyugal –algunos amigos observaban en broma que Lolei era como mi pareja, y en parte algo de razón llevaban- o directamente a esquivar con elegancia la situación. Nunca me gustó cargar a mi gente cercana con angustias o preocupaciones íntimas. Pero en este caso, y después de batallar duro a solas, con el tiempo fui abriéndome en busca de compañía, de comprensión, de ayuda, de distensión. Y siempre, siempre recibí incondicionales respuestas y apoyo, sobre todo del minúsculo grupo de compañeros con quienes conviví en el trajinar diario durante aquellos meses.
Una visita sigue a la otra y, tal vez porque inconscientemente no deseaba volver a mi casa con malas noticias, pasé por una pensión de calle 50 a buscar otro de mis compañeros.
Era un hospedaje plagado de estudiantes y en la habitación de mi amigo no se acostumbraba a tomar mate. Las reuniones, sobre todo si eran de noche y más aún si hacía calor, se amenizaban con cerveza. Birra, faso, libros, música, inmejorables condimentos para solazarse después de un día intenso en actividad y abrumador en noticias. La reunión se extendió hasta casi la medianoche.
Volví demasiado tarde y, como era de esperar, Lolei estaba a los gritos. Alaridos estentóreos que oí desde la calle, desde el preciso instante en que coloqué la llave en la cerradura. Estaba agitado cuando entré a su casa.
Había estado llamándome durante las anteriores cuatro horas, según corroboré luego con el parte informativo de mis vecinas.
-Tranquilo, acá estoy-, dije con voz calma.
-Estas no son horas de llegar, hace como dos horas que te estoy llamando y no venís, ¿dónde estabas?-, inquirió con actitud policial. Y con un toque de mentira en sus dichos.
Yo, medio boleado como estaba, evité cualquier tipo de altercado y me tragué con soda la provocación. Eso de “estas no son horas de llegar” jamás me resultó simpático. Mi falta de libertad también tiene un límite.
Le avisé que esa noche la cena sería austera. “Tampoco yo voy a comer, así que guardá hambre para mañana”. Fui hasta mi departamento y al cabo de unos minutos bajé con un paquete de galletitas, una lata de paté y un vaso de leche fría.
Mientras untaba y repartía la limitada comida, le conté sobre mi encuentro con Browne y sobre el nuevo abogado. Cuando le comuniqué el nombre aseguró no conocerlo.
-¿Vendrá a verme?-, se interesó enseguida.
-Prometió venir-, respondí, contrariado por su repentino cuidado a la visita de su amigo antes que la marcha de su jubilación.
Cuando le narré sin mucho detalles el encuentro de la tarde, me resultó llamativo que no hubiese acotado ni preguntado nada al respecto. Decidí dar por terminada la jornada y anuncié mi partida.
-¿Estás borracho y un poquitín fumado, o me parece a mí?-, atacó de repente.
-¿Estás envidioso?-, combatí desde mi débil trinchera. Me miró sin decir nada-. ¿Estás envidioso porque no te traje nada?.
Adiviné en su cara que sí, estaba celoso. Me reí con ganas.
-Hasta mañana-, saludé aparatosamente.
-No te lo digo ahora porque estás cansado y seguramente no querés pelear, pero mañana tengo que contarte algo que se me había pasado por alto-, se cubrió con su típica pericia de viejo embustero.
Ni quise pensar de qué podría tratarse, le dije que “bueno, mañana me decís, ahora descansá”.
-Hasta mañana-, gritó cuando yo ya estaba entrando a mi casa.


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(XXXVII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Chez M Hugues Danic
2 Rue Malbec Ap.E10
Bordeaux
France

20 Octobre 1985
Querido Hugo:
Muchísimo tiempo sin recibir noticias tuyas. ¿Qué pasa contigo? Espero que vaya bien y que no te aburras demasiado. Te escribí hace dos meses y sigo esperando respuesta. Tal vez me has escrito y no me entregaron tu carta.
Las clases se reanudaron hace un mes y acabo de cobrar mi sueldo. Debo bastante dinero, así que no me queda mucho. Recibo más pasta en las próximas semanas.
Mi vida tiene algunas complicaciones. Hace un mes me asaltaron en mi casa. Eran cuatro golfos, entraron, me pegaron una hostia, me amenazaron de muerte, me amordazaron, me ataron las manos. Después intentaron asomarme al balcón. Fingí un desmayo. Me salvé de puta casualidad. Me llevaron el chequero y gastaron bastante dinero. Ahora tengo miedo de que vuelvan.
Recibí una carta de Kate. Acaba de pasar dos semanas en Madrid. Menos mal que no estuvimos, ¡nos habríamos cogido un pedo fenomenal! Conocí a una chica en la borrachera que tienen en Bayona. Me dijo que me escribiría y que vendría a verme. No tuve más noticias, no creo que quiera salir conmigo.
Doy clases en la escuela de Turismo. Van unas chicas guapísimas, ¡joder! Tienen 20, 22 años y son muy majas.
Ya no bebo tanto, pero de vez en cuando me apetece y me cojo un pedo y ya está. Hay un refrán en francés que dice “Qui a bu boira”, es decir, “quien bebió, beberá”. No dice mentira.
Hace mucho calor aquí. Dentro de dos días estoy de vacaciones. Ya que no estás en Madrid, no iré. Sabes que si no puedo verte, no me apetece esa ciudad. A veces pienso en el banco donde bebíamos coñac juntos. Nos volveremos a ver, estoy seguro. Vuelve a Europa de prisa. Pienso muchísimo en ti. Todos los días miro el buzón y no encuentro cartas tuyas, me digo ‘¿qué pasa con este tío?’
Para ir a la escuela de Turismo debo pasar por los muelles. Hay varias tiendas. En una hay sostenes grandes. Entonces pienso en Josefina. También hay bragas sexys y me imagino a Mme. Chardy, me gustaría mandárselos y ver su reacción.
Volveré a Inglaterra en Navidad. Veré a mi familia, pues la echo de menos.
Te mando un abrazo muy fuerte. Escríbeme pronto. Siempre pienso en ti, pues te quiero un mogollón. Tu amigo

Alan

lunes, 6 de junio de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (36)


CAPITULO
36

-Con esta actitud, nos vamos a quedar acá hasta que nos muramos, algo se nos va a ocurrir-, le dije imperativo, cuando regresé, a la hora de la cena.
El viejo seguía cabizbajo, aunque en realidad parecía dormido. Cuando olió la comida de la bandeja abrió los ojos gradualmente, de a uno por vez, como para que la realidad no le pegara tan fuerte. Amagó con sentarse.
-¿Qué me trajiste?-, inquirió semidormido.
-Arroz con queso, no te imaginás lo rico que está el queso-, conté mientras me acercaba para ayudarlo a sentarse.
Se acomodó a la espera de su ración. Serví dos abundantes cucharadas en el plato y se lo alcancé. Le entró duro y parejo, como siempre.
“Es como el ego, que es fácil de alimentar porque come cualquier cosa”, me dije.
-Está pendiente un tema del que poco hablaste-, comencé a decir mientras el viejo seguía masticando-. Todavía queda el tema de tu jubilación, de los trámites que estabas haciendo, ¿cómo avanza eso? ¿Quién está a cargo del expediente?-, pregunté.
-Un abogado amigo, Marito Browne, él tiene todo-, respondió después de tragar.
-Marito Browne… me suena ese nombre. ¡Tu viejo amigo de la juventud! ¿Y hace mucho que no lo vés, que no tenés alguna novedad?-, dije. Su silencio y su cara de yo no fui fueron respuesta suficiente para entender cuánto tiempo haría que se había desligado totalmente del asunto. “¿Cuánto hace que no lo vés: seis meses, un año, dos años…?”
Siguió sin responder.
-Debe hacer como un año-, dijo al rato, después de meditar largamente.
“Si dijo un año deben ser por lo menos dos”, adiviné.
Me atraganté con varios cuestionamientos: ¿cuánto más dejaría pasar para averiguar por el estado de la jubilación? ¿Por qué esperó tanto tiempo en avisarme quién estaba detrás del caso? ¿No sabe que si no estás encima de ellos los abogados, por más amigos que sean, no mueven un dedo para acelerar ningún trámite?
Resultó que el tipo se pasó años esperando sentado desde la casa que su amigo cayera un buen día con la noticia: “Lolei, ya estás jubilado”, nos damos las manos, “gracias por los servicios prestados”, “ahora sí que estoy salvado”. ¿No hubiese sido mejor idea tratar de contactar a su abogado antes que mendigar por los asilos con la escritura de un departamento plagado de quilombos? Pero elegí callar.
Terminó de comer y me pidió algo para beber: “¿podrá ser un vaso de vino?”
-Por supuesto que no-, dije categórico-, no tengo una bodega en mi casa y además hoy es miércoles; los días se semana no se toma alcohol.
Se rió, buscando el remate de un chiste que no existió. “El vino cuesta dinero, y como dinero para vino no tengo, con agua de la canilla te sostengo”, poeticé.
-Te salió un versito-, descubrió gracioso.
-Anotalo para tu libro, te van a llenar de elogios-, grité desde el baño, donde cargaba una copa con agua.
-Decime adónde puedo encontrar a Marito-, sondeé.
-Debo tener anotado su dirección y su teléfono por algún lado, no sé adónde, dejame pensar, dejame pensar-, repitió con cara de estar pensando.
Me pidió que le alcanzara una agenda vieja apilada entre los libros de la cómoda. Espanté una cucaracha aventurera del lomo, le saqué un poco de tierra y se la di. Buscó un rato largo, mientras yo juntada los platos sucios de la cena. Encontró referencias en la letra M.
-¡Acá lo tengo!-, celebró. Mario Browne. Este es…
Había un número de teléfono y dos direcciones. Una de ellas correspondía a la oficina, en calle 8, sobre la peatonal.
-Está a la vuelta de la facultad-, apunté- puedo visitarlo mañana mismo.
Anoté todos los datos en un papel y corté el papel. Se quejó porque le rompí la agenda.
-Contame algo del estado del expediente, para saber cómo encararlo a este tipo-, lo corté sin responder a la protesta.
-Está trabada por razones técnicas-, dijo. Desde el IPS sostienen que no cumplí los treinta años de servicio necesarios para solicitar el beneficio, pero presenté un amparo porque fui cesanteado injustamente de mi cargo en el Ministerio de Educación, en los años de la dictadura. Me echaron y no recibí indemnización. Y al poco tiempo tuve que exiliarme para salvar mi vida. Cuando regresé al país, con la democracia, desconocieron mis antecedentes y no fui reincorporado. Desde entonces no he tenido un empleo formal y no agregué aportes jubilatorios. La última presentación de pruebas para el legajo fue en el 97, cuando tres testigos declararon en qué condiciones debí dejar mi trabajo. A partir de ese momento estoy esperando un dictamen. Marito confía en que será favorable, pero no sabemos cuándo saldrá la sentencia.
Prometí ocuparme de Browne a la brevedad. “Me harás un gran favor”, festejó, “esa puede ser la solución que buscamos”. Y antes de que me fuera, me llamó a su lado y tomó mi mano:
-Si llegás a verlo a Marito, decile por favor que venga a verme, aunque sea como amigo, por favor que venga-, rogó.
“¿Aunque sea como amigo?”, me dije. Imaginé que algo raro merodeaba en ese pedido, pero le resté importancia.
-Te lo prometo, Lolei, te prometo que Marito Browne vendrá a verte.


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(XXXVI)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Chez M. Claverie
2 Domaine des Tourelles
33700 Merignac - France

21 Juillet 1985
Querido Hugo:
Acabo de volver de Inglaterra. Carlos no vino; lo esperé una semana pero no dio señales de vida. Me alegró que no lo hiciera, pues yo tenía sarna, que es muy contagiosa. Además, ni mi madre ni yo teníamos suficiente dinero y no habríamos podido aceptar el de Carlos. Tomar dinero de un huésped, eso no se hace. La próxima vez lo invitaré.
Espero que no te estés aburriendo en Argentina y que algún día regreses a España. Llevas razón cuando dices que ahora hay un océano entre nosotros, pero confío en que una vez que estés de vuelta y sólo estarán los Pirineos.
Las clases se reanudan dentro de dos meses. Tendré más trabajo, aunque de momento estoy a dos velas. Guardo dinero en el banco pero no lo sacaré porque está destinado a construir una casa en el futuro. Nunca volveré a vivir en Inglaterra; el gobierno es neofascista. Tampoco volveré a trabajar en la Academia de Chardy. Es una puta. La quería, y ahora ya no la quiero.
Tengo muchos defectos, pero nunca he puteado a nadie por nada.
Estuve en Inglaterra dos semanas. Fui a ver a Kate. Estaba tomando un baño cuando recibió tu carta. Se rió cuando le dijiste que debería casarse conmigo. La leí también y me reí mucho. Salimos juntos, nos cogimos un gran pedo. Kate me gustaba cuando estaba en Madrid. Cuando la vi en Navidad, me gustaba. Después volví a estar con ella y también me apetecía. Es muy maja y la quiero mucho. Se ve que me gusta Kate, pero no ligo.
Me marcharé dentro de un mes porque la pareja que me hospeda ha vendido el bar y deberé buscar un nuevo alojamiento. Tú dime cuándo estarás de vuelta en España. Me gustaría volver a verte y pasar mucho tiempo contigo. Sobre todo, quisiera cogerme una buena merluza contigo. Sabes que te quiero muchísimo. Espero que no estés enfadado si he hecho algo que te haya cabreado. Lo siento. Cuando me llamaste casi dijiste que estabas perturbado y por eso no me habías escrito. Enseguida me dije ‘este tío está cabreado porque le he hecho algo’. Si es verdad, te pido mil perdones. Te quiero mucho y siempre quiero ser tu amigo.
Escríbeme pronto. Da mis recuerdos a tus padres, que no me conocen y tal vez nunca me conocerán. Me despido. Te doy un abrazo muy fuerte. Vuelve pronto a Madrid. Te echo mucho de menos

Alan