CAPITULO
4
Me
esforcé por analizar todo lo que había escuchado para sacar alguna conclusión.
Comprendí la dificultad de deducir algo coherente, por los datos reunidos y por
la fuente de información de esa reseña.
Desde
el vamos era evidente la visión extremista y parcial de Dora, que aportaba más
dudas que certezas. Lo más perturbable de todo lo que había oído era la
maniobra de expulsión que se tramaba desde el consorcio de viejas que parecían
dueñas del edificio. Era dable convenir que el mal olor y el volumen demasiado
alto de la radio existían, es cierto, pero sólo en los parámetros de gente
prejuiciosa, despechada y plagada de mala voluntad se podía exagerar una medida
semejante para deshacerse de una simple molestia. Se hablaba con demasiada
liviandad de dejar a alguien en la calle por tan poca cosa. Parecía que no era
lo más importante la mera actualidad de la situación sino inquinas personales
de antigua data.
A
juzgar por lo expuesto por Dora, el viejo no era una persona fácil de tratar y
contaba con antecedentes que, examinados someramente, podían catalogarse como
negativos, aún tratándose de apuntes dispersos y tendenciosos. Borracho,
drogadicto, putero, violento, exiliado, gorrón, ladronzuelo, apático,
negligente con el aseo, ignorado por su familia, disoluto, profesor de idiomas,
abogado. Un perfil en general poco envidiable si habría que atenerse a las
características descriptas por mi vecina. Sin embargo, no eran suficientes para
llegar a justificar de ninguna manera su expulsión.
Era
asombroso descubrir cómo cierta gente llevaba a extremos insospechados las
cuestiones más irrisorias. Como si el norte de sus vidas, de su chato
bienestar, se apoyaran en solucionar un simple problema de olores y sonidos.
De
pronto me encontré ante una nueva disyuntiva: actuar a mi manera habitual, es
decir, hacerme a un lado, no inmiscuirme asuntos ajenos y dejar que todo
siguiera el curso que debiera seguir, según el arbitrio de quienes se veían
verdaderamente perjudicados; o aprovechar la circunstancia que se presentaba
para tomar contacto con el misterioso viejo del E, tal como lo venía pensando
desde mi llegada al edificio, y, una vez lograda su amistad, buscar una salida
favorable a semejante nimiedad, que pintaba para terminar en desastre. En
resumidas cuentas: quedarme de brazos cruzados sin mover el culo de mi casa o
intervenir en el evento, actuando incluso como mediador en la disputa. De
momento ambas opciones parecían igualmente válidas y ninguna complicada de
aplicar.
Sin
tiempo para divagaciones o desvelos ajenos, decidí seguir adelante con lo mío.
Tenía mi atención puesta en otras realidades. Para qué complicarse la vida con
asuntos de tan poca relevancia, me dije. Por mucho que me esmerara, yo no
estaba en condiciones reales de ayudar a nadie. ¿Qué podía hacer yo por una
persona desahuciada y desconocida, cuando apenas si tenía lo justo y necesario
para mantenerme a mí mismo, tanto económicamente como espiritualmente? ¿Cómo
podía ofrecerle a otra persona algo de lo que incluso yo carecía? ¿Estaba en
condiciones de ponerle el pecho a una situación que prometía traerme más
problemas que satisfacciones? Definitivamente no.
Pero
el destino viró para el lado que se le antojó, una vez más. Como siempre. Y dos
días después de esa charla con Dora, me encontré iniciando un camino sin
retorno, un derrotero que no había previsto ni imaginado.
El
encuentro con mi vecino del departamento E sucedió esa noche, casualmente. Digo
casualmente, pero lo cierto es que yo estaba en el lugar indicado en las
circunstancias adecuadas, y no estoy seguro que la fatalidad opere en esas
condiciones.
Pasó
lo que tenía que pasar, y punto.
(IV)
Barcelona,
25-X-79
Querida
Julia: Con este trabajo de agarré (cogí) estoy yirando como loco. Llegué aquí
hoy a la mañana en avión desde Frankfurt (Alemania), donde estuve 6 horas.
Antes estuve dos días en París. No sé si esta noche salgo para Andorra. De
todos modos, el lunes 29 tengo que estar en Madrid para trabajar, pues me han
llamado urgente desde Madrid. ¿Sabes qué? Tengo ganas, más adelante, de
quedarme a trabajar aquí o en París. Un beso
Lolei
*****
Barcelona,
25-X-79
Queridos
papá, mamá y Julia: Esta mañana he llegado en avión desde Alemania (Frankfurt).
Estoy trabajando a lo loco como intérprete, pero el domingo me regreso a Madrid
porque en el hotel de París me encontré con un mensaje que me presente urgente
el lunes 29 a trabajar. Quizá esta noche salga para Andorra. Ya estoy tan
mareado de viajar y Jorge Duizeide cambia tanto los itinerarios que estoy reboludo.
Ya ni sé qué idioma tengo que hablar cada media hora. Un beso enorme
Lolei
*****
Madrid,
21-XI-79
Queridos
papá y mamá: Estoy de nuevo en Madrid y estoy preocupado porque no he recibido
una sola carta de vos, y yo les escribí tres y hace un mes que estoy aquí.
Espero que ustedes estén bien. Cuando reciba carta de vosotros, les escribiré.
Un abrazo de
Lolei
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