jueves, 26 de noviembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (12)


CAPITULO
12

Volví a la hora de la cena, con una botella de vino y empanadas. Lolei estaba despierto, acostado en el sofá, leyendo. Había una pila de libros, fotos y cartas tiradas en el suelo, signo evidente de que había estado trabajando. Cuando me vio entrar con la comida se le iluminaron los ojos y la boca no le cabía en la cara.
-¡Te acordaste de la comida!-, dijo efusivamente, con voz lastimera.
-¿Cuándo me olvidé de traerte la cena, pedazo de cabrón?-, contesté con gesto serio.
Sabedor de que mis respuestas eran en tono de broma, ya que todas las noches, invariablemente, me hacía el mismo comentario cada vez que le llevaba de comer, me dijo “no seas hijo de puta” y empezó a incorporarse de la cama. Una vez más intenté llevarlo a la mesa y una vez más se negó.
Ya no había forma de que comiera con un plato sobre la mesa. Siempre lo hacía sentado en el sofá, con una mano sosteniendo el recipiente y con la otra cargando la comida.
Recuerdo una tarde que, tras una reñida discusión, limpié de arriba abajo la casa –limpiar a la manera en que podía limpiarse semejante cúmulo de mugre-, lo obligué a sentarse en una silla, frente a una mesa, con copa y servilleta y todos los chiches, para que comiera como un hommo sapiens. Accedió sin oponerse, pero lo primero que hizo fue levantar un plato con una mano y cargar la comida con la otra.
“Total, la mesa para que apoyes está al pedo”.
Lo ayudé a sentarse en el camastro, puse las empanadas y el vino sobre la mesa y me acomodé en la silla frente a él, como siempre. Le alcancé una empanada, que devoró en el lapso que tardé en ir hasta el baño a enjuagar un par de copas. Me pidió la segunda y se la tragó antes de que terminara de servir el vino. Yo acometí con la primera, que terminé mientras él embuchaba la cuarta. Recién entonces elogió la comida y me preguntó de qué estaban hechas.
-De mierda-, le dije-. Mierda de mono tísico.
-No seas asqueroso que estoy comiendo-, se quejó.
Y mientras largaba una carcajada me estiró la mano para solicitar una quinta ración y el vaso con vino. Se lo alcancé y brindamos. Se lo tomó de un trago y pidió más. “Las empanadas son de carne cortada a cuchillo, y están ricas porque no las hice yo; las compré en la rotisería que está frente a terminal”, informé. Me miró con indiferencia, aprobó el comentario con un movimiento de cabeza y un mohín de complacencia. Reclamó la última.
Casi no hablamos de nada durante la cena porque, en realidad, eso no podía llamarse técnicamente cena sino depredación de alimentos. Verlo comer era una experiencia fascinante. Era como retroceder en el tiempo hasta la Edad Media, o a la era de las cavernas y observar el comportamiento de un espécimen extraño. Daba ternura y un poco de bronca vislumbrar hasta qué punto podía caer un hombre en estado de desesperación y abandono de sí mismo. Pero así estaban las cosas.
Cuando se dio por satisfecho, me pidió que lo llevara hasta el baño. Caminamos lentamente, él agarrando la silla, y lo ayudé a sentarse en el inodoro. Me fui a levantar los restos de comida que había esparcidos sobre la cama, sacudí las frazadas, acomodé las sábanas, aplasté las almohadas. Quedó presentable.
Volvimos del baño y lo ayudé a sacarse la ropa. Primeros las zapatillas, después el pantalón y el pullover. “La camisa y las medias me las dejo”, pidió.
Se acostó y lo tapé.
-Listo, viejo; ahora falta que cante una canción de cuna o te narre un cuentito.
-Quedate un rato más que no tengo sueño-, reclamó.
-No pensaba irme ahora, todavía queda vino y tenés que contarme esa historia tan graciosa de Marito que me va a hacer caer de culo de la risa. Ya me la estoy imaginando.
-No me acuerdo qué iba a contarte-, justificó. Voy a ser honesto: te mentí. Te lo dije con la excusa de que vinieras. Y me trajeras comida.
-Sos un viejo pelotudo y desconfiado. Ya sabés que igual vendría aunque no tengas nada para contar. Y que traería algo para morfar.
-No me digas pelotudo-, gimió.
-No te comportes como tal-, exigí. Prendí un cigarrillo y se lo alcancé-. Acomodate bien si vas a fumar, no quiero sacarte de acá hecho cenizas.
Encendí uno para mí. Le pregunté qué estaba leyendo cuando llegué con la comida.





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(XII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4° (Barrio de Chambery)
Madrid – España

De: Alan Rogerson
61 Adams Gardens Est.
Rottherhithe
London – England

Manchester, Tuesday 30 Aug 1983

Querido amigo:
Recibí  tu carta hoy, hace media hora. Gracias por escribirme. Me alegra saber que tú también estás bien a pesar de la lluvia. Aquí hace un buen tiempo, no digo que haga mucho calor pero está agradable, adecuado para consumir litro tras litro de una buena cerveza inglesa.
Sigo empapelando y pintando. Es un rollo, pero tengo que pagar algo a mi madre, ¿verdad? Lo hago porque hace falta y porque me gustaría que mi madre tuviera una buena casa. Está jubilada y me pidió que empapelara, ¿qué otra cosa podría hacer? Si mi madre me pidiera que dejara de beber lo haría (un poco, al principio).
Esto me recuerda que mi hermana se compró un video (robado, por supuesto) y la semana pasada compramos la película “The life of Brian”. Sigue dándome mucha gracia la cita: “¿Madre, esto no quiere decir que te violarán, verdad?”, “Pues un poco, al principio”. ¿Te acuerdas Hugo? ¡Qué risa!
El fin de la semana pasada salí con mis amigos. Fuimos a una fiesta y, como siempre, cogí un gran pedo. Pero por primera vez no me propasé, hice un esfuerzo que ni veas. Me dije: “Alan, no vas a meter la pata”. Y no lo hice. Tendré más oportunidades, de eso estoy seguro.
Voy a estar una semana más aquí y luego iré a Londres a buscar trabajo. Aquí cobro el subsidio por paro, unas 24.000 pesetas al mes, no es mucho, pero me las apaño, dado que no doy nada a mi madre porque no lo acepta.
Mañana viene mi tía así que tengo que apresurarme para acabar lo de la casa. Se va a quedar unos días. Es muy maja. Mi madre está bien. Acaba de salir para cobrar su jubilación. Ayer era día de fiesta, ella salió; supongo que ¡se cogió un pedo, joder! Pienso que también odia a los abstemios, pero no tanto como nosotros.
Muy pronto mi hermana se va de vacaciones con amigos, a Bélgica. Van al “Beer festival”. En inglés llamamos estos festivales así y en los folletos de las agencias de viaje ponen el mismo nombre, me parece que porque nadie tiene los cojones para llamarlos como lo que realmente son: ‘BORRACHERAS’.  Si yo fuera, cogería una borrachera a tope. A lo mejor podría hacerme echar de Bélgica.
Pusiste en tu carta que no te iba a escribir. Siempre te voy a escribir, con tal que tú me escribas. Sabes que te quiero mucho. Mi problema es que me cuesta mostrar mi afecto. Es uno de mis muchos defectos. Aún hago esto con mi hermana Lynda, y la quiero muchísimo. Así que perdóname si en el pasado me he portado mal contigo, si he querido ir a mis anchas pasando de todo. Pero al mismo tiempo te quería y sigo queriéndote. ¿Me perdonarás, no? Tengo un gran afecto para ti y espero, caiga quien caiga, que no me olvides.
Da mis recuerdos a los amiguetes de la academia. Oímos decir en los noticiarios de aquí que Mme. Chardy tuvo un ataque de corazón. Alguien le robó  un par de bragas que había tendido en la terraza. Le habían costado 200 pesetas. La policía cogió al golfo. Mme. Chardy pidió al juez de instrucción que lo colgaran de los cojones hasta que le pagaran las 200 pesetas, más intereses. Cuando pienso en Mme. Chardy y su obsesión por la pasta me pongo enfadado. Nunca he conocido a una persona tan tacaña, y me cago en esa clase de gente. Si volviera a Madrid, no querría trabajar otra vez allí por dos razones: pienso que Mme. Chardy no tiene corazón (recuerda el rollo de los libros, sabía que estaba chungo de dinero y quiso descontarme 440 pesetas por un libro) Y la segunda es que no quisiera que se repitieran los problemas que tuve allí.
Por lo pronto, ya veremos lo que pasa. Estos próximos días serán decisivos. Y sabré si mi futuro mejorará o se hundirá. Espero que algo me salga.
Te voy a mandar dos fotos: una de mi madre, que se llama Eillen, y otra de mi hermana Lynda. Escríbeme pronto. Cuando recibas esta carta estaré en Londres. ¡Ojalá!

                                                                                                                                             Alan

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