miércoles, 18 de noviembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (9)



CAPITULO
9



El padre de Lolei nació en Ayacucho, en el centro de la provincia de Buenos Aires, casi con el comienzo del siglo, en 1902. Domingo Cavalcanti era hijo de un inmigrante italiano que desde su Montalto Fugo natal había partido hacia América en la década del 1870, en plena oleada inmigratoria hacia estas tierras. No tenía hermanos y viajó con varios primos y vecinos de su pueblo que buscaban un mejor futuro. La mayoría de ellos se quedaron en Brasil.
El abuelo de Lolei, Domingo Cavalcanti y Crevaro, hijo de Vicente y de Elena Crevaro, llegó a la Argentina cuando apenas superaba los veinte años de edad, con una valija holgada y nadie que lo esperara. Junto a otros emigrados que deambulaban por la Capital emprendió diversos trabajos de corta duración. Era un buen carpintero, pero el oficio no le rendía adecuadamente y se vio obligado a emplearse en labores inconsistentes. En la búsqueda de la prosperidad partió hacia el interior de la provincia. Fue albañil en Luján y peón rural en Mercedes. En Las Flores conoció a Saturnina Molina, doce años más joven, y se casaron a fines del 1898. Cuatro años más tarde, ya afincados en Ayacucho, nació Domingo, su único hijo.
La madre de Lolei era la antepenúltima de once hermanos. Sus padres, Felipe Amaro Palacios y Rodríguez Saldaña, nacido en Salto, Uruguay, y Florentina Salguero y Morales, de Carmen de Areco, provincia de Buenos Aires, se casaron en 1888, cuando ella tenía apenas quince años. Vivían en Arrecifes cuando, a partir del año siguiente al matrimonio, comenzaron a engendrar hijos, a razón de uno cada dos años. En 1889 nació Celina, en el 91 Felisa, en el 93 Delcia, en el 95 Felipe y en el 97, Alfredo. Tras un 99 tranquilo, en 1901 llegó Juan Manuel, y en 1903, Emilio. En 1905 nació María Esther, en 1907 Florentina Rosario, en 1909 José Raúl y, para terminar, en 1912, Julia Argentina.
La mayoría de los hermanos terminaron viviendo en La Plata. Las mujeres se desempeñaron casi todas en la docencia; los hombres eligieron diversos oficios. Quien más se destacó fue Alfredo, que ocupó durante varios años la gerencia del Banco Hipotecario en la capital provincial.
Florentina Rosario Palacios Salguero y Domingo Cavalcanti Molina se conocieron a principios de los años 30 en La Plata, donde se casaron un par de años más tarde. Allí, el 13 de noviembre de 1934, nació Lolei, a quien no tuvieron la misericordia de anotarlo con el nombre de Hugo Lionel. 
-Es un nombre muy mersa-, reconocía el viejo.
A Lolei le siguió Delcia, en el 37, y Juan Manuel, en el 43, quedando así conformada la familia de los Cavalcanti Palacios que, tras el nacimiento del primogénito, se habían instalado en la próspera Perla del Atlántico.
Los primeros años de su vida, Lolei alternó sus días entre Mar del Plata y una acogedora casa de campo que la familia poseía en San Agustín, un pequeño caserío ubicado a unos veinticinco kilómetros de Balcarce, y cerca también de Miramar y Necochea.

Por aquellos días, junto a tíos y primos de su misma edad, el pequeño Hugo Lionel (sepan disculpar el exabrupto) comenzó a transitar una infancia cómoda, feliz y decente. Su madre había cedido sus horas de docencia para dedicarse plenamente a su crianza. Su padre se hizo cargo de la economía doméstica y estaba ausente casi toda la semana, pues ocupaba su cargo de educador en Oriente, un paraje cercano a Coronel  Dorrego. 
Don Domingo realizó ese trabajo hasta el año 37, cuando fue dejado cesante a través de un simple despacho telegráfico. Pese a esta contrariedad, el panorama tendió a mejorar. En Mar del Plata, se dedicó de lleno al negocio inmobiliario, en un momento más que propicio para el sector. Instaló su oficina en la zona comercial y al poco tiempo se asoció con uno de los martilleros de mayor prestigio en la ciudad.
Por aquellos años, Mar del Plata se había dividido ya en varios barrios, situación que señalaba un aumento también de su población.  La ciudad, poco a poco, dejaba de ser sólo una estancia de verano y los pobladores permanentes iban ganando su lugar. Llegaron barrios como La Perla, Playa Grande, La Loma, Bristol, Nueva Pompeya, Estación Vieja, Puerto, Don Bosco, San José y Cincuentenario.
Los habitantes de cada uno de estos barrios se agrupaban por afinidades económicas y sociales. Cada vivienda tenía su estilo. En La Loma o Playa Grande, se concentró la gente adinerada que llegaba para veranear. Se construían enormes palacetes, casonas o chalets, con estilos dispares desde modelos futuristas, hasta estilos clásicos o coloniales, líneas francesas o versallescas. 
La clase media, en cambio, se fue distribuyendo, en un principio, en la zona del centro y alrededor de la Estación Vieja, San José o Don Bosco. Más tarde lo harían en La Perla o Los Troncos. Sus viviendas eran casas de tamaño mediano, algunas con un local al frente, una sala grande que incluía la cocina y que muchas tardes era lugar de cita para tomar mate con los vecinos.
También por esos años, se acentuó la demolición viejas construcciones y  la renovación se convirtió en una obsesión. El gobierno conservador tiró abajo la vieja rambla, símbolo de la Mar del Plata tradicional, y construyó la rambla de Bustillo, que es la que se conoce en la actualidad.
La ciudad se extendió en todas las direcciones: hacia el norte, incorporando los barrios Camet, La Florida, Constitución y Caisamar y hacia el sur, Punta Mogotes y más tarde Alfar, y hacia el oeste Batán. También se expandió hacia el interior, donde los sectores medios se ubicaron en los barrios Plaza Mitre, San José, Primera Junta y con características obreras y comerciales, los barrios Don Bosco, San Juan, Los Andes, El Martillo y otros. 
Se comenzó con la construcción de los clásicos chalecitos con porche y un pequeño jardín en el frente, con techos cubiertos por típicas tejas coloniales. Estas viviendas se distribuyeron por todos los barrios y su carácter social fue cambiando en la medida en que se desplazó la cocina por el living y la chimenea, en torno a la cual se reunía la familia junto a los amigos.
La bien constituida familia Cavalcanti Palacios se instaló en un amplio caserón en la zona de Don Bosco, sobre la calle Jujuy.
El negocio inmobiliario se expandió junto con la ciudad y don Domingo fue ganando posiciones en el mercado y en el ámbito social. Al poco tiempo comenzó a participar de las reuniones en el comité de la Unión Cívica Radical, donde emprendería una ascendente carrera política. Este aspecto en particular definiría el resto de su vida y por derivación el de su familia. La relación con Lolei se modificaba de acuerdo a los cambios de humor devenidos de las instancias políticas. Cuando más activa era su contribución a la causa, tanto más se iba ensanchando la grieta en el vínculo con su hijo mayor.

Carnet de Domingo Cavalcanti, que acredita
su profesión de "educacionista"

Para Lolei, existían cuatro o cinco actividades, cuatro o cinco pensamientos a los que podía recurrir para tratar de recrear los recuerdos más tempranos junto a su padre.
Algunos transcurrían en torno a aquel idílico paisaje solariego de la quinta de San Agustín, paseando de su mano a través de caminos interminables hacia lugares desconocidos, en los que sentía que esa mano protectora que lo acompañaba tenía un significado de resguardo eterno, del lazo paternal que sería una guía para siempre. Otros recuerdos lo depositan en el viejo caserón del pujante barrio Don Bosco o caminando por la rambla frente a la playa, siempre sujetado por los fuertes brazos de ese hombre de apariencia endeble, de cuerpo pequeño pero vigoroso, siempre actuando como un guardián de ese ser diminuto y liviano que estaba dando sus primeros pasos en este mundo. Alguna otra imagen lo devuelve a festivas tardes familiares rodeada de tías maternas, de sus primeros primos, de niños tan pequeños como él revolteando por todos lados mientras él y su padre permanecen apartados, en un mundo único, creando un universo destinado solamente a dos personas. Un mundo donde existía la verdadera felicidad, donde su padre era el verdadero dios. Y luego existe el recuerdo de un padre que va volviéndose muchos, que divide sus momentos con sus nuevos hermanos y va mutando su aspecto cariñoso para transformarse en un hombre de mirada dura, de gestos ceñudos y alocuciones ampulosas, un carácter que años más tarde, cuando su capacidad de entendimiento fue madurando, don Domingo adquiriría en interminables discusiones políticas, esas que fueron construyendo el camino de las mayores pasiones. El nuevo Domingo Cavalcanti, que mudó su rol de padre y guía para transformarse en un ciudadano interesado en los avatares del pueblo, dejó un vacío en el pequeño Lolei. Y marcó el recuerdo perdurable de cuando pasó a identificarlo como un ser distante, secundario, hasta prescindible. El nuevo Domingo Cavalcanti convertiría a su hijo en un nuevo Lolei, protegido de su madre, envidioso de sus hermanos, marcado por una desgarradora sensación de desamparo.
El pequeño mundo infantil de aquellos lejanos días en San Agustín, del burgués caserón de la dinámica Mar del Plata, con sus playas exclusivas, sus calles animadas, su gente apuesta y urbana, su arquitectura distinguida, ese mundo sincronizado bajo el amparo de un padre que se distanciaba, fueron para Lolei fragmentos persistentes de recuerdos de la primera etapa de su vida. Recuerdos con sabores cada vez más amargos a medida que pasaban los años.
Mientras tanto, aún sin entenderlo todavía, su vida iba atravesando las etapas del conocimiento con la mayor de las comodidades prodigadas por su familia, de la mano de ese padre que aún sentía como su padre.


*********************************************************************

(IX)

Segovia, 25-V-80
Queridos papá y mamá: Estoy por aquí con unos amigos, de vacaciones de fin de semana. Además vinimos a comer el famoso cochinillo asado segoviano. Ya pronto les veré y les contaré mis andanzas. Hasta pronto y un abrazo grande
Lolei

*****
Segovia, 25-V-80
Querida Julia: Gracias por tus líneas que recibí. Ando en fin de semana por Segovia con unos amigos. Como verás, paseo bastante en cuanto mi trabajo me lo permite. Estoy ganando bastante bien y la suerte me acompaña, gracias a dios. Pronto estaré por allá de vacaciones. Un beso grande
Lolei

*****
Porto Alegre, s/f
Mi buen amigo: Yo tengo mucha nostalgia de España, e de cierta manera estoy muy arrepentido de no estar más en Madrid. Yo creo que la verano ahí debe ser muy bueno con estas ticas maravillosas, con esos ojos e las bocas calientes jodiendo por las noches todos los días. Las ticas españolas son na verdad as melhores mujeres que yo encontré, pues son muy guapas. Recuérdate de Paloma e Concha en el bar Costa Verde… Qué buenas las ticas, no? Fue terrible no encontrarlas más, pues sería una buena joda. Un gran abrazo en tu viaje del parque del Retiro e cuéntame cómo fue tu viaje a Cuba.
Clayton Lehugeur

No hay comentarios.:

Publicar un comentario