viernes, 13 de noviembre de 2015

Ochenta y uno

Estoy seguro que esta será la peor entrada de todas las que se encontrarán por acá. Lo explicaré con toda la brevedad posible y las pocas ganas del caso. Hoy, 13 de noviembre, Lolei hubiese cumplido 81 años. Desde hace varios días venía pensando en bucear algún recuerdo para compartir aquí. Pero los pocos que fui encontrando en la recorrida me resultaron o pobres o muy complicados de contar. Y no tenía ganas de cargar con el peso de esa responsabilidad. La verdad es que no soy amante de las efemérides y me cuesta escribir sobre tal o cual cosa en particular en fechas especiales.
Hace pocos días, en el aniversario de la muerte de mi abuelo Antonio, publiqué algo que había escrito sobre él meses atrás. Ya estaba hecho, no lo ideé para la ocasión. Podría haberlo compartido antes o después, o tal vez nunca.
En este caso es distinto, porque tenía que prepararme mentalmente para esta fecha, y la verdad, no tuve tiempo ni ganas de redoblar esfuerzos en este sentido. Pude haber continuado con su historia, que ya va entrando en la primera decena de capítulos, o pude haber extraído algún pasaje más lejano del relato y hacer una semblanza sobre este momento.
Pude haber hecho eso o directamente no haber hecho nada.

Mientras me debatía entre lo poco y la nada, volví al archivo de Lolei. Si algo me gusta en esta vida es mirar sus fotos.
Me encanta meter las manos en las cajas repletas y encontrar estampas en blanco y negro, en sepia, en tamaños imposibles, de caras que nunca conocí, de lugares que nunca caminé, de momentos que nunca viví, de un tiempo que no fue mío y que jamás volverá. En las fotografías de mi amigo Lolei siempre intento descubrir un sentido a lo desconocido. Es tratar de penetrar en ese mundo detenido en una imagen a través de personas que fueron de carne y hueso y hoy son polvo.
Todavía no sé por qué me asalta esa extraña sensación de placer y nostalgia cuando veo sus fotos. La misma sensación que me lleva a repetir ese simple acto de redescubrimiento efímero cada vez que no encuentro las ideas deseadas para escribir. Y es raro porque muchas veces ese movimiento, ayuno de todo raciocinio, ni siquiera logra inspirarme, como se puede apreciar cabalmente en este preciso instante.
Pero igualmente regreso, a cada rato, porque los placeres que no tienen sentido no son merecedores de ser explicados. Y eso es otra cosa que me apasiona en esta vida: no explicar lo que no vale la pena ser explicado. Eso y escribir sobre por qué no tiene sentido escribir sobre lo que no puede explicarse. Y también mirar el archivo de fotos de Lolei, para encontrar nada especial, ni siquiera inspiración.



Tras fracasar una vez más en la buscada inspiración, resolví optar por la tarea más fácil a mi alcance, antes que se termine este día y el recuerdo pierda todavía más sentido: recordar lo que hubiesen sido los 81 años de mi amigo Lolei compartiendo un puñado de sus fotografías, tomadas al azar de la caja más pesada.
Solamente imágenes. Instantes de su vida congelados para la eternidad. Sin palabras ni explicaciones, que a esta altura están sobrando.
Era esto o la nada misma.

Siempre algo es algo… y peor es nada. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario