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martes, 8 de noviembre de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (45)


CAPITULO
45

En noviembre del 78, luego de un par de meses de cuidadoso razonamiento, Lolei decidió abandonar el país. Lo sostuvo y lo repitió en innumerables ocasiones: fue la determinación más difícil de su vida.
En sus últimos años había atravesado una cantidad de crisis que lo sumieron en la angustia y la incertidumbre. Y a cada paso que ensayaba intentando sortear los obstáculos, aparecía uno nuevo que lo frenaba, lo bloqueaba en un camino sin salida. No podía sentir sino un recargado abatimiento. La posibilidad del exilio se presentó como una forma de renacimiento.
-No tengo manera de explicarlo, pero dentro de lo incómodo y deplorable de la decisión, sentía que el exilio no se trataba de algo terrible, sino más bien como un movimiento natural de supervivencia, un paso que, de alguna manera, contribuía a abolir el destino. No reparaba en los inconvenientes, en las rupturas, en los saltos que dificultan cualquier proyecto importante; pensándolo de manera comprensiva, se trataba de reencaminar una existencia plagada de contratiempos y evitar consecuencias que se vislumbraban como trágicas. Ahora pienso que no sé si fue el miedo lo que me condujo al destierro; creo que fue el mero deseo de rehacerme a mí mismo...
Esa fue su conclusión, hecha a destiempo, es decir, veinte años después de su decisión. Confesarle que no creía demasiado en sus supuestos no haría más que salirme de la línea de su propio relato. Al fin y al cabo, lo importante no era mi opinión sino la versión que él proyectaba de su propia vida. Sea como fuere, lo hecho, hecho está.

Lo indiscutible es que Lolei partió desde Buenos Aires hacia España el 19 de noviembre de ese año, en un vuelo que llegó al día siguiente a Dakar, Senegal. Permaneció hasta el 21. Ese día se embarcó hacia Las Palmas, ciudad donde iniciaría su derrotero por el viejo continente.
El destino era Madrid, donde lo esperaba su amigo Pablo. En realidad, este tal Pablo (de quien no dimos con su apellido) era un militante de alguna facción política que había logrado escapar de la persecución militar hacía dos años, y tras vagar por varias ciudades de América y de Europa, se había afincado en la capital española, donde solía recibir a exiliados latinoamericanos. De cómo Lolei tomó conocimiento de su existencia y logró el contactar a esta persona, aún sigue siendo un misterio.
Lolei se asentó en una pensión donde ya estaban una pareja de argentinos y un estudiante brasileño, y de inmediato conoció a varios sudamericanos que vivían en otras habitaciones de la casa. Pese a contar con una buena cantidad de dinero -buena parte de sus ahorros y otro tanto proporcionado por su familia-, entendía que era menester conseguir con prontitud un trabajo que le permitiera subsistir. Tenía que generar sus propios ingresos.
Llegó con referencias de varios institutos de idiomas e incluso una editorial, donde podía ejercer sus conocimientos como traductor.
A principios de diciembre, y luego de un breve peregrinaje por un bar –donde ofició de lavacopas algunos días- ingresó a la Academia de Idiomas Gref, para ocupar un cargo como profesor de inglés.
Un viejo amigo diría que poner a Lolei a trabajar en un bar era más peligroso que un cirujano con hipo, o que ponerle rueditas a las muletas. “Imaginate a Mc Gyver como empleado de una ferretería… pues a su dueño le iría igual que si pusieran a Hugo detrás del mostrador de una cantina”, resumió Alan Rogerson, el joven inglés que compartió los primeros años de Lolei en Madrid, como colega en la academia y compinche de tabernas. Fue su gran amigo y compañero.
Le costó poco y nada ganarse la simpatía de sus compañeros de trabajo y de la pensión que compartía con muchachos de toda clase de procedencia. Porque al albergue que lo cobijó a su llegada a Madrid se fue sumando gente de varias nacionalidades, algunos exiliados como él, otros jóvenes estudiantes o simples viajeros en busca de aventuras.
Lolei de inmediato hizo buenas migas con Clayton Lehugeur, un brasileño oriundo de Porto Alegre, médico recién recibido, que había llegado a España hacía unos meses. Clayton era joven y parrandero. Cuando las clases en la Universidad Complutense -donde estaba haciendo una especialización-, se lo permitían, recorría los bares de la ciudad en búsqueda de diversión y de chicas con quienes ligar. No era de extrañar que el viejo se prendiera enseguida en la joda. Empezar a conocer Madrid a través de sus bares parecía estar ideado desde el vamos, como en una guía turística básica de los borrachines.
En una de esas fondas se empleó como lavacopas. Él sabía que sería temporario, hasta conseguir un trabajo mejor remunerado. Sin embargo, la corta experiencia le proporcionó numerosas satisfacciones: tareas sencillas, bebidas a gusto y muchos amigos. Lolei se movía en los bares como los peces en el agua, y gracias a su carácter resuelto y simpático se granjeó enseguida de nuevas relaciones. Lo acompañaba con su buena disposición para la bebida, rasgo que compartía con gran parte de la clientela.
Pronto fue conocido como el “abuelo”, pues pese a sus 44 años era el más viejo del grupo de estudiantes que se reunían allí cada tarde.
A  Lolei le encantaba transformarse en el centro de la atención y todos se apasionaban con sus historias. Le gustaba hablar de su vida y de la odisea que lo había depositado en ese país, de sus desventuras y de su prosapia. Los más jóvenes lo escuchaban con devoción, como si se hallaran frente a un faro existencial. Sucedía hasta que el alcohol hacía su tarea y el viejo trasmutaba en un picado común y corriente.
Tuvo éxito con las mujeres, y junto a Clayton Lehugeur se anotaron fecundas conquistas en los pocos meses compartidos. El brasilero siempre recordó a Concha y Paloma, dos muchachas de buena predisposición que conocieron en el bar Costa Verde.
Clayton se volvió a su país a fines de ese año, con la promesa de regresar algún día. Pero en enero probó suerte en Buenos Aires y consiguió un puesto en el Hospital de Niños. Quedaron en encontrarse en Argentina o en Brasil, como si Buenos Aires y Porto Alegre quedaran a diez cuadras de distancia. Sólo se enviaron algunas postales y cartas, pero jamás volvieron a verse.
Lo mismo ocurriría más tarde con todos los camaradas que Lolei fue cosechando a lo largo de su estancia europea. La mayoría de ellos, compañeros de la Academia  y socios de barra en los bares madrileños.
El bar de Pepé fue uno de los puntos ineludibles de encuentro para el grupo de profesores de la Academia Gref, que contaba con muy pocos abstemios. A esas alturas, la relación de Lolei con el alcohol ya había superado a las peores etapas vividas en Argentina, donde había sido internado poco más de un año antes.
No dudaba en aducir que la distancia, la nostalgia por su tierra y por sus afectos, la soledad de su espíritu extrañado, lo tornaban vulnerable de las adicciones. Sea como fuere, Lolei hizo en España muchas actividades; vivió experiencias únicas, conoció gente protectora y macanuda, recorrió sitios maravillosos, pero en todos, absolutamente todos, participó su amigo inseparable: el alcohol.
Algo es cierto: nunca se quejó de su adicción. Tampoco ensayó poses de remilgado a la hora de incursionar en cualquier clase de drogas y experiencias carnales; más bien diríase que formaron parte de su cotidianeidad y de su aprendizaje. Sólo que, a veces, los excesos le condujeron a tomar decisiones incorrectas, a pelearse con amigos innecesariamente, a abordar relaciones con brusquedad, a tener roces con personas equivocadas. Nada del otro mundo. Aunque a menudo se cargaba de penas transitorias y se sumía en una aflicción culposa. Pero todo era hasta que la tormenta pasaba; luego, la normalidad.
Su gran compañero de juergas fue el inglés Alan Rogerson, quien integraba el cuerpo de profesores en Gref. Alan tenía veinte años y era de Manchester. Llegó a Madrid movido por la necesidad de mejorar su economía y las ansias de trasponer nuevas fronteras físicas y mentales. Había tenido una educación prolífica en cuanto a idiomas: hablaba y escribía perfectamente el francés, se defendía con lograda maña en el castellano y llegó a interpretar con buena puntería el portugués y el italiano.
Alan era pragmático: se esmeraba en estudiar el idioma de aquel país que deseaba conocer y lo hacía con mayor dedicación en la medida en que nacían las posibilidades de ver cumplida su meta. Así, cuando supo que su destino no estaba ceñido a su tierra sino a buscar suerte en otros pueblos cercanos, su primera preparación, antes que reunir dinero suficiente para la excursión, era idiomática.
Tenía una notable capacidad de aprendizaje. Su compañero René supo decir que si le hubiese dado conocer la China antes que España, hablaría un balbuceante mandarín antes que su académico pero correcto castellano.
Con Lolei compartía además su afición a la lectura y a la escritura, aunque Alan utilizaba un estilo más callejero y un temario menos pretencioso. Pero lo que los unió, sin dudas, fue la casi devota eficacia por combatir a los abstemios. Así lo proclamaban ellos como en un acto de fe: “muerte a los abstemios”.
Tanto les gustaba beber hasta emborracharse que veían en el prójimo indiferente al alcohol como una amenaza a sus placeres disipados.
Alan lo recordó en varias ocasiones: se cogían unos pedos tan grandes que eran dignos de recordarse. Y protagonizaron, como en una película de humor, antológicos episodios que incluyeron caídas ampulosas, peleas callejeras en donde debía intervenir la policía, grescas en tabernas y discusiones airadas que más de una vez culminó a los golpes.
Gran parte de los altercados provenían por desavenencias políticas o mujeriles. Los grandes momentos vividos lo hicieron estando borrachos. Dentro y fuera del trabajo, se embriagaban y armaban unos escándalos quijotescos.
Alguna vez Lolei terminó en pelotas en el medio del bar, con los calzoncillos puestos como sombrero y exhibiendo sus vergüenzas al grito de “vengan a por estos cojones bien argentinos, hijos de la madre patria que los parió”.
Alguna vez Lolei, pasado de drogas y alcohol, arremetió sin piedad contra la directora de la academia, la respetada Mme. Chardy, con intenciones abiertamente amatorias, lo cual le valió una dura reprimenda y lo dejó al borde de la expulsión. (Luego, con métodos menos obscenos, logró materializar su propósito poseyéndola de arriba abajo, como dios manda).
Alguna vez, Lolei y Alan fueron expulsados de Portugal por encabezar un desorden de bochornosa magnitud.
Excepto en sus grandes peleas beodas, que se solucionaban cuando el efecto de la caña y la resaca los tornaba a su estado de sobriedad, y pese a los veinticinco años de diferencia, Lolei y Alan consumaron una amistad inquebrantable, tan inquebrantable como la que ambos sujetaron por la bebida.



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(XLV)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Calle 3 N° 492 1°E
1900 La Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Madrid - España

21 Mayo 1987
Queridísimo amigo Hugo:
Estoy en Madrid haciendo una tesis sobre la emigración española en Francia. Ni bien llegué fui a la cafetería y comí con María Carmen. Hablamos de ti; te quiere mucho. Vi a Julio, a Pepé, a Esther. Sin jactarme, todos se pusieron contento de verme. Julio me invitó a dormir a su casa, pero yo no quise. Vi a Mme. Chardy, se alegró al verme. Josefina y Mary fueron hasta el bar de Pepé y bebimos. No estaba pedo pero faltó poco. Pepé me dijo que Conchita tiene un cáncer; le compré unas flores. Fui a ver a Carlos y le corrompí; terminó medio pedo en el bar enfrente de su casa. Nos encontraremos esta tarde.
Milagros ha aprobado sus exámenes y ahora está en la facultad. Hablamos de sus lápices, que lanzada por el aire, ¿te acuerdas? Fui a la casa donde viví, me tomé unos tragos con Javier, el hijo de la patrona. Después fui a su bar, La Flor, que queda al lado de Akela. Felicitas trabaja allí. La patrona me invitó dos cañas y tortilla. También estuve con Pilar; la visité en la zapatería. Quedamos en cenar pero llegué con pedo gordo y no quiso ir.
Voy a menudo a Akela, ya no están cabreados conmigo. Al principio me dijeron que tú y yo hicimos grandes mierdas en su bar.
Anoche fui a Malasaña. Hubo una redada y la policía detuvo a mucha gente. Aporrearon a todo el mundo. Antes de ayer, en la calle, un joven quiso venderme pasto. Como no quise comprar sacó una de esas navajas de mierda y pretendió robarme. Me tiró el pasaporte al carajo. Cuando vio que se juntaba gente, se escapó.
No puedo empezar a consultar los archivos en el Ministerio hasta el lunes, así que paso mi tiempo bebiendo. No he visto a Rob; fui a su casa y no atendió nadie. Tengo la impresión de que sigue cabreado conmigo. ¡Ojo, Hugo, la ley ha cambiado aquí y los argentinos ya no tienen los mismos derechos de antes! Lo advierto por si deseas volver.
Te envía recuerdos tu novia, la vieja del bar de Pepé. Mi novia está cabreada conmigo. Hace poco peleamos, me mordió los dedos y tuve que ir al hospital. Me gustaría que me escribieras. Te mando un gran abrazo
Alan


lunes, 14 de diciembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (19)


CAPITULO
19

De vuelta al ruedo como concejal, promediando el 59, Domingo Cavalcanti volvió a ocupar un lugar central en la escena política y mediática local. Ya por entonces, y en medio de disputas por elecciones internas en el seno de las distintas facciones del radicalismo, comenzaba a tomar fuerza la posibilidad de una precandidatura para diputado nacional.
Al mismo tiempo, encumbrados dirigentes se afanaban en lograr la unidad del partido de cara a futuras contiendas. De la mano del diputado nacional Giordano Echegoyen se había logrado una unidad en Mar del Plata, pero que no dejó conformes a todos. Quedaron resabios de la antigua división, que no apoyaban la candidatura del diputado para presidir en comité local.
A principios del 60, Cavalcanti se puso al frente del Movimiento Unificador y encabezó un encuentro a puertas cerradas con delegaciones de distritos vecinos, encuentro que incluyó la presencia de Miguel Angel Ortiz Zavalla, presidente de la Junta Nacional de Unidad Radical.
Pero las gestiones no prosperaron y el radicalismo se debatió en internas para definir candidatos de cara a las elecciones de marzo. Cavalcanti conquistó la minoría, cosechando un interesante caudal de votos.
Sin embargo, la estrategia del partido fue tomando un viraje poco esperado que aumentó las tensiones en los ánimos de la UCR del Pueblo. Y allí el veterano dirigente, una vez más, fue crucial protagonista de la discusión.
A inicios de febrero se realizó una reunión que tuvo como objeto analizar aspectos de la campaña electoral próxima. Se anunciaron algunos hechos sobresalientes: el principal, la visita de Ricardo Balbín para dar el puntapié inicial y la orientación que se le daría a dicha campaña. El eje, en este sentido, radicaba en que no se atacaría a la masa peronista.
De inmediato, el candidato a concejal Cavalcanti se mostró contrario a toda conciliación con el peronismo. A viva voz, detalló que en una reciente reunión en Miramar, se habían impartido órdenes de no atacar a los partidarios del “régimen depuesto”, a lo cual ya había acotado que no aceptaría tales directivas.
A esta posición salió al cruce el secretario de propaganda del comité, Luis Casares, quien replicó que no se trataba de impartir órdenes sino de poner de manifiesto el espíritu de conciliación entre los argentinos que se alentaba desde la UCRP. Agregó que se debía comprender al pueblo peronista y dejar de perseguirlo, pues representaba un sector importante del país, era digno de respeto y de los derechos que la Constitución acordaba para todos los partidos. Y que no debía caerse en el error del gobierno con su política persecutoria. Luego preguntó a Cavalcanti si cuando los conservadores realizaban su política fraudulenta de engaño, de odio y de vergüenza contra los radicales, había protestado como lo hacía ahora con el peronismo. Casares sintetizó el espíritu que campeaba en los círculos dirigentes del radicalismo popular: hay que recapacitar y en vez de orientar esfuerzos en sentido negativo con ataques inconducentes al pueblo, debía criticarse y analizarse la acción dañina del gobierno nacional.
Exaltado, Cavalcanti refutó las acusaciones. Y cuando se discutieron ambos criterios, una mayoría se volcó a favor de Casares, entre otros el concejal Roig y el diputado nacional Giordano Echegoyen.
Cavalcanti anunció que renunciaría a su candidatura a concejal y a su afiliación partidaria, si era necesario. Y se retiró de la sala. Sobre el final del mitin, el diputado nacional Giordano Echegoyen expresó, visiblemente acalorado: “Si es necesario hablar al pueblo peronista para encauzarlo, yo lo haré desde la tribuna. ¡Debemos terminar con los odios y luchar por la pacificación!”.
-Papá era un hombre de convicciones firmes. A veces, más que convicciones parecían caprichos. Era bueno para las arengas, no para el debate. Cuando perdía alguna discusión, en vez de acatar una decisión mayoritaria, propia de una conducta democrática, enseguida cortaba por lo sano, se ofendía y amenazaba con renunciar. Lo hizo montones de veces en la política. Amigos suyos llegaron a contarme más tarde que en realidad no sentía tanto, tanto odio hacia los peronistas. Pero como demócrata íntegro estaba contra toda clase de componendas y no pensaba en claudicar de sus arraigados ideales por unos cuantos presuntos votos. Aún hoy no sé si creerles y cómo interpretar esas palabras-, reconoció Lolei.
Domingo Cavalcanti finalmente no renunció, obtuvo una vez más su banca en el concejo y siguió defendiendo denodadamente sus ideales.
Esto quedó graficado con una anécdota ocurrida en el inicio de sesiones, que es una irrecusable demostración de su talante batallador: “Han comenzado las sesiones en el HCD y ya Don Domingo Cavalcanti, que tiene un genio vivo, puso la primera pica: hay que retirar esos instrumentos de tortura vestigios de la tiranía derrocada en 1955, dijo, refiriéndose a la campana de alarma que un cierto presidente del Concejo colocó precisamente para llamar la atención del brioso concejal radical y ahogar su voz cuando la levantaba a alto tono para enrostrar alguna pellejería. El presidente sonrió socarronamente al oír la protesta de Cavalcanti. Moriondo también sonrió por lo bajo… y los demás concejales, sin decirlo, estaban apoyando la idea del concejal radical”.


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(XIX)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas  Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
I Bradgate Street
Ashton –II-Lyne
Tameside - Manchester

Sunday 11 December 1983

Hola amigo:
Hoy es domingo y por fin me he puesto a escribir cartas, siendo la tuya la más importante. Si no las escribo hoy no lo haré hasta la semana que viene, porque salgo los domingos y me cojo unas merluzas que tardo dos o tres días en reponerme. Opino que es mejor escribir antes que empiece la borrachera, ¿verdad?
Aquí ningún cambio; sigo parado y como le pasa a mucha gente, creo que no podré conseguir trabajo. No me hago ilusiones, pero al mismo tiempo no me doy por vencido. ¿Y tú, qué tal las clases? ¿Tiene muchos alumnos? Estoy contento de que ganaras las elecciones en la academia. Tú también debes sentirte orgulloso, campeón cinco años seguidos… ¿batiste récord? Y Vinicio, elegido como el profe más interesante… Pobre Vinicio, es buena persona pero un plomo perdido. Algo debe tener, pues es más exitoso que nosotros con las chavalas. Tal vez porte una polla enorme…
No recuerdo si te lo dije, pero las fotos han sido reveladas. No las tengo ahora, se las envié a Danny y me las devolverá en cuanto las tenga. Te enviaré alguna. Las sacamos en Manchester cuando fuimos de cachondeo. No todas han salido bien. Ya verás la tripa que yo tenía aquel día por la cantidad de cerveza que bebí.
Supongo que pronto habrá fiesta de Mme. Chardy… Sí, amigo, me acuerdo aquella noche, después de la comida nos cogimos una tajada en Akela, yo compré una ronda y todos los demás se fueron sin invitarme. Tú te enfadaste, ¿te acuerdas? También tenías miedo de que llegara borracho, y estaba bien, llegué medio pedo y me puse a eructar a causa de la salsa picante.
Y en Nochevieja tú y yo fuimos a la Puerta del Sol, allí nos cogimos otro pedo y no nos acordamos cómo volvimos para casa. ¡Joder, tío, nos cogíamos unos pedos bien gordos! Pero gracias a ti la pasé bien. Debo darte las gracias por mucho. Te debo tanto porque para mí has sido (y sigues siéndolo) mi mejor amigo. Yo no merecía un amigo como tú, porque quieras o no fui yo quien te empujó al borde de la quiebra. Y si un día me hubieses dicho ‘¡basta!’ ya no me habría quejado, muchas veces no merecía tu amistad. Mucha gente no podría aguantar a una persona como yo. Tú lo hiciste. Gracias por todo, querido amigo.
Acabo de comprar una lata de ‘Do It Yourself Beer’: hierves el agua, pones el líquido y lo dejas. La cerveza es como un niño, tienes que amarla, hablar con ella, protegerla, echarle piropos a medida que se fermenta, y el resultado es una borrachera acojonante. Cada lata contiene 40 pintas, o sea 120 cañas, y la cerveza es dos veces más fuerte que la española. Ha sido una de mis mejores inversiones.
¿Irás a casa de Ronnie en Navidad? Veté allí, tiene un autoservicio cojonudo. Es muy fácil: abres el armario, coges una botella y ya está. Yo lo he hecho y es una maravilla.
He escrito a Pepé y a Josefina. ¿Sigues yendo allí? ¿Por qué no vas al bar Peterson? Caías muy bien a José y a Julio. Además, de vez en cuando ponen música andaluza. A mí no me gusta nada. Esta semana iré a Manchester a ver si consigo la cinta; habrá más posibilidades allá.
Son las 3:30 aquí y se está haciendo de noche. Dentro de 3:30 horas estaré en el pub. Se abre a las 7, a las 8:30 estaré medio en pedo, a las 9:30 en pedo y a las 10:30, pedo gordo. Se cierra a las 10:30, no atienden después de esa hora.
Bueno, amigo, te deseo Merry Xmas and a Happy New Year. I hope next year I’ll be able to see you. I miss you, don’t get too pissed over Xmas. I’ll only be getting pissed because it is my duty to the Fatherland. Take care. Your friend, thinking about you
Alan

PS: Ya son las 4, así que la borrachera empezará dentro de 3 horas. Estoy esperando. No dejo de mirar el reloj.
PS1: Ahora faltan 60 minutos para la borrachera. Son las 6 en punto.
PS2: Ahora faltan 10 minutos para las 7. Me he puesto guapo, con traje, corbata, etc. Te escribiré al volver. Acaba de empezar a nevar. Voy a salir a dar una paliza a los abstemios…
PS3: Lunes a las 2 de la tarde: Anoche obtuve un buen resultado: me cogí un pedo bien gordo. No beberé hasta el domingo que viene. Esta mañana recibí una carta de René; está bien. Me dice que no te ha visto y pregunta por ti. Deberías ir a verlo, se queja porque lleva bastante tiempo sin poder cogerse un pedo, ¡joder!. 

sábado, 21 de noviembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (11)


CAPITULO
11

A los 19 años, Lolei se inscribió para cursar la carrera de Abogacía en la facultad de Derecho de La Plata. Emprendió el viaje tras el Festival de Cine del 54. Vivía con su tía Julia en un modesto departamento sobre calle 10 y comenzó a granjearse un lugar en los círculos más selectos. Mientras tanto, perfeccionaba sus estudios de idiomas inglés y francés, asistía a tertulias con los nuevos y numerosos amigos cosechados en el ámbito universitario. Vivía días de tranquilidad y disfrutaba del bienestar que le otorgaba un pasar económicamente holgado. 
El mayor de los hijos del ya concejal radical Domingo Cavalcanti y la maestra Florentina Palacios iba en camino a acrecentar el orgullo que sobre él cimentaron sus padres y gran parte de su numerosa familia.
Por aquellos días mantenía una nutrida correspondencia con antiguas amistades de su adolescencia en Mar del Plata, algunos de los cuales se quedaron en esa ciudad, en tanto que otros emigraron por razones de estudio. La mayoría de las cartas relataban nimiedades propias de jóvenes recién emancipados y sin mayores intereses que amoríos fugaces o sucesos mundanos que poco aportan a sus intereses intelectuales.
No es éste un dato menor. De esa época proceden los poemas más rematados de un Lolei que se va convirtiendo en un profuso lector y va puliendo sus primeras creaciones. Con el correr de los años, la comunicación con muchos de sus viejos camaradas iría menguando hasta casi desaparecer.
“Te escribo bajo los rayos de un tibio sol primaveral, sentada en mi lecho, admirando el paisaje que me ofrecen el arroyo y las pajas bravas del terreno baldío, mientras mis pensamientos se bullen pa’ acá, pa’acullá, pa’ donde dobla el viento”, cuenta su amiga Leda en una carta enviada desde Mar del Plata. La joven amiga divagaba entre superfluas acotaciones del quehacer terrenal y experiencias de índole más bien frívolas, con alusiones de un  humor y una animosidad rayanas a lo infantil. Con letra negligente y estirada, Leda gastó un par de carillas para notificar sin ampulosidad que acababa de leer una carta enviada a su hermana Delcia; para expresar su confianza de éxito en cierta asignatura que deberá rendir en la facultad; para pedirle que no utilice más el término ‘chuponcito’ porque le da asco; para acusarlo de desgraciado porque no responde a las cartas que le envían sus amigos al tiempo que cuenta, sin ponerse colorado, que entre sus actividades cotidianas juega a la canasta con sus amigos al menos dos horas cada día; para decirle, por eso, que puede irse ya sabe dónde; para tildarlo de engrupido y odioso, y pedirle más modestia a la hora de exigir regalos; para anunciarle que posiblemente se llegue hasta La Plata con el fin de saludarlo por su cumpleaños; para agregar que mientras escribe hay dos caballos que se están haciendo cariñitos; para recordarle que es un engrupido (“de falsas grandezas tapás tu pobreza con falso oropel”, como el tango Porque me das dique), y añadir que ese juicio es en broma pero debería hacerle un poco de caso; para revelarle que se termina la hoja y no vale la pena gastar otra para seguir escribiéndole; para, finalmente, en una posdata al margen y en sentido inverso, notificarle que volvió el Fini, todo tostadito y más churro que nunca.
No menos angustiante son los relatos de Marito Browne, compañero en el Colegio Nacional y camarada de fallidas empresas literarias, ahora en la Capital, también abocado al estudio de Derecho.
Con Marito, recordaría más tarde un viejo y achacado Lolei, compartieron los mejores años del secundario y fueron compinches de no pocas conquistas amorosas.
-La mejor parte la llevaba él porque era más pintón y charlatán, manejaba un Morris que era toda una novedad para la época, y no perdonaba una ocasión con ninguna mujer. No le daba pudor saberse un asqueroso-, se reía el viejo.
“Perdoname si molesto tu atención, superconcentrada en tu amada ausente, con estas vacías líneas”, poetizaba Browne antes de anunciar que su propia vida se deslizaba plácidamente como una góndola por las serenas calles del Venetto, sin líos ni patadas ni incendios. Le cuenta que está alejado del ambiente de las mujeres para poder rehacerse de su última relación, de la cual salió muy maltrecho. Una retirada estratégica, dice Marito. Porque quedó medio turulato del golpe de su contrincante. Y porque no puede reponerse, francamente. Pero promete que en cualquier momento llamaría a Mimí para ir alguna milonga, a ver si tiene alguna amiguita en buen estado.
De aquel pintoresco manojo de recuerdos epistolares, lo más importante se posa en el tratamiento que Marito elucubra sobre la embarazosa trama de desencuentros y tensiones en torno a Lolei y su historia con Helena y Teresa, una historia, por lo demás, de previsible desenlace. Browne ensaya una hipótesis que aclara poco: “Creo que la Negra Tere va al Mallinckrodt. En ese colegio a vos te conocen la Bubuchi, Mabel, Sara, la Negra López, Ivonne y la Bucky. Ahora bien, de todas esas, ¿quién conoce tu historia con Helenita? Indudablemente, la segunda: Mabel. Igualmente, no entiendo qué interés puede tener ella un hacerte daño irreparable y quebrantar tu gran pasión por la Tere. Podría ser peor que la bomba H y Gina Lollobrígida juntas. Bueno sería que ahora, que las cosas van como sobre rieles con la Negra, tengas que romper tu compromiso cuasi matrimonial porque sale a la luz otra vez el asunto de Helenita”
La respuesta de Lolei y los pormenores del intríngulis aún son un misterio para muchos.
Días después, el propio Browne acomete con la respuesta a una llamativa seguidilla de tres cartas en siete días enviadas por el profuso Lolei, entre abril y mayo del 54. La transcripción textual de sus líneas es esclarecedora:

Buenos Aires, 19 de mayo de 1954

Estimado novio oficial de la Negra Tere:
Recibidas tus cartas de los días 30/4/54, 2/5/54 y 6/5/54, y enterándome de su exitoso examen, declaro: me cago en vos. Me congratula que este, tu segundo compromiso del año (el primero fue con…) hayas podido salvarlo sin los tropiezos propios de un bestia como vos. Te felicito en serio por el éxito obtenido e insto a seguir por la senda de la superación para que la honra de tu familia y Mar del Plata toda tengan pronto, muy pronto, un boludo más con título. Así sea.
Continúo: voy a hablar un poco de mí porque si no esto es al fin de cuentas una sarta de boludeces que extractadas no dicen nada. Pero como de mí no hay nada que hablar, pasamos a otro tema. Noticias de la vida porteña no te puedo dar porque, como te conté antes, sigo alejado del ambiente. Con  decirte que recién hace dos días conseguí levantarme una mina, que es una “sierva”, lo único que conseguí en dos meses estando acá.
(Me voy a tomar la leche y sigo. Perdón, pero son las cinco)
Volví. Ahora que tomé el té soy bien peronista. El sábado salí con Antonio, que al final no sigue Medicina sino Derecho. El tipo este se va a pasar toda la vida eligiendo carrera. A Mimí hace como un mes que estoy por llamarla pero nunca la llamo; voy a ver si la llamo ahora para saber si tiene alguna milonga.
Acabo de llamarla pero no estaba porque se había ido a una academia de decoración. Hablé con la flaca Inés; te manda saludos y te felicita por el éxito obtenido.
Quiero aclararte que el día que me llamaste estaba en la escuela; si mal no recuerdo me telefoneaste un día jueves, y precisamente ese día tengo práctica de tiro (Tiro al blanco, con Mauser; no interpretes mal). Así que otro “año” que vengas tratá de que no sea un jueves.
El día que tenga guita (será de acá a veinticinco años) me voy a hacer una escapada a esa hermosa ciudad Eva Perón a pasar un fin de semana. Te avisaré unos días antes para que tengas preparada una fiesta, ¿entendido?
La semana pasada, caminando por Santa Fe, me encontré con… ¡Perla! Estaba más divina que nunca y la muy desgraciada se mandó una sonrisa que me dejó estúpido; te juro que si no fuera por la gente que había me la agarro y la chuponeo de arriba abajo.
Otro tema. Espero que a tu padre todavía no lo hayan detenido como decían… pero como están haciendo unas razzias bárbaras y se la tienen jurada… Yo no sé si allá pasó lo mismo que aquí el 25, que cuando los comités radicales de las secciones 7° y 8° se estaba festejando el triunfo (porque las noticias que traían los fiscales así lo hacían suponer), vino la policía y se llevó detenidos a los fiscales y los duplicados de las actas con los resultados. Y luego se anunció el triunfo del oficialismo. Si fue así como cuentan, debe ser fraude más vergonzoso de la historia política del país. Por eso espero que vos y tu familia estén bien y seguros.
Termino… Te mando unas fotos de la Fiesta de las Cruces en Ecuador. Después me las devolvés porque son las únicas que tengo y no puedo conseguir los negativos.
Ahora me voy a estudiar porque si no mañana me fondean en tres materias.
Saludos a cualquiera que veas y a vos un abrazo
M.B.

Varias consideraciones hizo Lolei, muchos años después, acerca de esta carta. Aunque en principio, poco y nada referido a la Negra Teresa y su supuesto compromiso.
-Era muy joven y estaba enamorado de ella, pero también pensaba mucho en Helenita, no sé, no tiene importancia ahora, no vale la pena hablar de eso-, comentaba el viejo, mientras barajaba un manojo de fotos de la época-. La cuestión fue que Marito tardó años en visitarme, en eso estuvo bastante acertado. Nos encontrábamos todos los veranos en Mar del Plata, a veces también en el invierno. Reencuentros habituales con toda la barra. Probablemente en el Bristol, donde integrábamos el grupo más numeroso. En esos años, en el Bristol se realizaban los bailes más distinguidos y al cual solamente tenían acceso los jóvenes de familias pertenecientes al sector de la aristocracia. Había porteros que actuaban con cierta severidad si alguien ajeno al medio intentaba colarse. También asistíamos a los famosos bailes que se organizaban en el Salón Dorado del Club Mar del Plata, donde recién promediando los 50, los jóvenes se atrevían a poner sus pies en tan selecto reducto. Eran tiempos en que Eduardo Armani con su jazz y Julio De Caro con su típica iban imponiendo un nuevo ritmo, por supuesto muy refinado. Debe haber por ahí fotografías de alguna velada tanguera con De Caro. A veces íbamos a Tajamar, la boite que Osvaldo Fresedo abrió en avenida Tejedor y Constitución. Fue la segunda boite de la ciudad; la primera fue Pancho Fredy, que estaba a unas pocas cuadras. A Marito le gustaba el tango mucho más que a mí; siempre fue habitué de las milongas en Buenos Aires. De todos modos, creo que le interesaba más las mujeres de los bailes que cualquier orquesta.
Con una inmensa caja llena de fotografías en blanco y negro apoyada sobre su regazo, esa tarde el viejo se aprestaba a despacharse una vez más con una de sus interminables historias juveniles. Me acomodé en la silla, encendí dos cigarrillos, le alcancé uno y escuché. Me gustaba oír sus historias.
-En Mar del Plata, igualmente, preferíamos pasar más tiempo en la playa que ninguna otra cosa. Toda nuestra vida transcurrió en torno al mar, eso es un hecho. Hay infinidad de historias en Playa Grande, en la Bristol, en La Perla. Nosotros nos juntábamos en La Perla, alquilábamos siempre la misma carpa cada verano. Mirá esta foto-, me dijo, alcanzándomela.
Era de enero del 55, en ese balneario. Un grupo unido y alegre, en la puerta del gran toldo. “Ahí están Alicia, César, Adolfo Sierra, Nancy, la gringa Mayer, las Díaz Vaccari (la rubia es Mimí, la de al lado es Inés), el Fede Dillon, el despeinado soy yo”, describió.
Al fondo de la imagen, algo alejada, como si no hubiese querido unirse al grupo para la foto (o no la hubiesen invitado) aparecía una mujer que miraba sonriente la cámara. Estaba sentada, casi acostada sobre una silla. “Parece una colada”, le dije, “pero no le hace asco a la cámara”. Le veía cara conocida; la había encontrado en otro retrato, estaba casi seguro de reconocerla por el peinado. “Esa es la Negra Tere”, se le escapó.
Sí, era la mentada Teresa, la misma que había visto tocando la guitarra dentro de una carpa; la misma que, en una foto de dos veranos anteriores, posaba solitaria en esa playa, sentada sobre la arena y con las manos sosteniéndose las rodillas, con el mismo peinado pero el pelo negro más corto, con una sonrisa tímida y fresca, un traje blanco, sus ojos claros refulgentes bien abiertos.
No pude más que decirle “qué linda era la Tere, viejo”. De verdad que era muy bella.
-Habíamos peleado, por eso se alejó del grupo para la foto-, interrumpió.
-Aunque no se la ve muy enojada, fijate la sonrisa; el irritado parece ser otro, sos el único al que no se le ven los dientes...
Sonrió con la boca y con los ojos, y me alcanzó otra foto en la que estaba otra vez la Tere, con un pañuelo al cuello, un modesto saco de lana y la sonrisa más ancha pero igual de atractiva. Estaba rodeada de dos mujeres, una morocha de pelo corto y cierta gracia, y una rubia con peinado ondulado y gesto melancólico. “Esta es Mabel”, dijo señalando a la primera; “la otra es Helena”.
-Me quedo con la Negra Tere de acá a la China-, apunté de inmediato.
-Igual esa foto es vieja, debe ser del 50 o 51- apuntó.
Me fijé en el reverso y le notifiqué la fecha: enero del 55, más o menos como las otras. “Ahora entiendo por qué la cara de culo: la de Helenita, la tuya en la playa y la que estás poniendo justo ahora”. Cambió enseguida el gesto, largó una sonora carcajada y le mandó saludos a mi vieja. Me pidió otro cigarrillo, que le alcancé ya encendido.
-Helena siempre andaba con cara de culo, como quien  vive con desgano, enojada con el mundo. Una pena, porque cuando podía –o cuando quería- era simpática, era amable, a veces hasta mostraba rasgos de buen humor. Pero se reía poco. Y eso la afeaba. La gente que no ríe se vuelve fea. No duramos mucho tiempo juntos, imaginate.  Eran muy amigas con la Tere, con Mabel, con Alicia, con Mimí también. Mimí tuvo un flirteo con Marito en el último año de la secundaria, pero no prosperó porque a él le gustaba demasiado andar atrás de otras polleras. Después siguieron siendo amigos, incluso creo que se llevaron mejor. La cuestión es que cuando me peleo con Helena empiezo a estar más seguido con Teresa, comenzamos a tener mayor confidencia, a contarnos más cosas que nos pasaban. La Negra Teresa siempre me había gustado, esa es la verdad. Pero había un inconveniente: Teresa no sabía de mi noviazgo con Helena. Es todo un embrollo complicado de explicar y fácil de entender. Todas estas muchachas eran un año menor que yo, lo cual significa que cuando yo terminé la secundaria, ellas entraron en el último año. La Tere ya estaba viviendo en Buenos Aires, Mabel se fue para allá ese mismo año y Helenita se quedó en Mar del Plata. Por esas cuestiones de mujeres, que personalmente me da trabajo entender, Helena y Mabel tuvieron una pelea, estando aún en Mardel. En ese tiempo me pongo de novio con ella, con Helena. Por entonces la Negra, que ya estaba en Buenos Aires, toma distancia de Helena, por carácter transitivo. A se pelea con B, y C hace lo mismo con B porque su cercanía a A. En fin. Yo trato de sacar ventaja y a medida que afianzo mi relación con Helena, dejo a Mabel y la Tere por los suelos, haciendo hincapié en la Tere, que había tomado partido por la otra y no por ella. No sé por qué insistía en castigarla si en verdad era la que me gustaba. A los pocos meses me separo de Helena, en no muy buenos términos. En el verano del 54 empiezo a noviar con la Negra, no sin dejar por los suelos a Helena. Después yo me voy a estudiar a La Plata y ella a Buenos Aires. Allá se encuentra con Mabel, que se traslada a la capital para hacer el último año de la secundaria, en el mismo colegio, el Mallinckrodt. Mi compromiso con la Negra Teresa marchaba de lo mejor; yo estaba enamorándome por primera vez en mi vida y creo que ella también. Pero la distancia complicaba un poco las cosas, pese a estar a pocos kilómetros. También estorbaba la relación el hecho de que sus padres no terminaban de aceptarme. Pese a ser abiertos en ese aspecto, nunca me dejaron entrar a su casa y cuando nos encontrábamos, lo hacíamos en un bar o en alguna plaza. De todas formas fueron pocas las citas que tuvimos en Buenos Aires antes de que todo estallara. Después me entero que Mabel y Helena se habían amigado. Por ende, también se habían reconciliado Helena y Teresa. Los años me fueron enseñando la capacidad destructiva de dos o tres mujeres que conocen a un hombre y sus intimidades, sus debilidades. No fue tanto como vaticinaba mi amigo Marito (“peor que la bomba H y Gina Lollobrígida juntas”) pero tampoco fue un lecho de rosas. El desgaste fue lento y mis artimañas no resultaron suficientes para salvarme. El final de la historia puede resumirse en esas dos fotografías: la primera, el grupo de amigos juntos en la playa con la Negra a un costado, alejada de todos pero más que nada de mí; la segunda, la misma Negra rodeada de sus amigas, pocos días después. A veces la amistad perdura más que el amor, ¿no? Ahora no estoy seguro cuándo se concretó nuestra ruptura. Sí sé que fue mi primer desengaño amoroso en serio, el primero que me dejó alguna herida en el corazón…
Cuando yo largué una ruidosa risotada, porque me causó gracia el trillado “herida en el corazón”, noté que Lolei inclinaba la cabeza hacia la fotografía que sostenía en su mano derecha, una mirada aciaga, casi perdida, que parecía recorrer el tiempo más allá de la imagen, como queriendo encontrar la eternidad de esa otra mirada que le devolvía el retrato.
-Tenés razón, era muy linda la Negra-, me dijo con una voz solemne mientras giraba la foto para mostrármela; era la de la Tere en la playa, sentada sola con la sonrisa tímida y graciosa-. Y eso es todo-, anunció-: una historia más de amores y desencuentros, sin ningún brillo, sin ninguna distinción, como no sea de que me pasó a mí. Tal vez un presagio para lo que vendría.
Le pregunté si la había visto después, qué había pasado con ella, con Helena, con Mabel, y como respuesta recibí un pedido inesperado.
-Dejame un rato solo que quiero dormir. Vení más tarde y traé cigarrillos y vino y te cuento una historia sobre Marito que te vas a caer de culo de la risa.






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(XI)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Calle Norte 8 (Chalet)
Salou – Tarragona

De: Alan Rogerson
I Bradgate Street
Ashton –II-Lyne
Tameside - Manchester

6 August 1983
Querido amigo:
Espero que te encuentres bien. Yo, regular. Como ya lo ves, estoy en Manchester, en casa de mi madre, y estoy aquí después de haberlo pasado muy mal. Tardé cinco días en llegar y la mala suerte que tenía todavía me asombra. Te lo voy a explicar todo.
Quedé con Claudia aquel día, un domingo, pues me dijo que me iba a pagar un billete para Lyon. Pero desgraciadamente, como un par de gilipollas, perdimos el autocar en Tarragona y tuvimos que pasar la noche en un hotel.  A las siete de la mañana cogimos el tren para la frontera. Te llamé un poco antes, fui a buscarte dos veces pero no estabas en la casa.
Llegamos a la frontera, yo casi cagándome, pasé a Francia. No me pidieron el pasaporte. No me gustó tanto el lugar. Desde ahí cogimos el tren para Narbonne, donde Claudia había quedado encontrarse con su novio. Este llegó en coche y pasamos la noche en un camping, en Toulouse. Al día siguiente ellos volvieron para España.
Claudia me dejó 1.000 pesetas, con ese dinero me las apañé. Te explico cómo: estuve esperando más de tres horas, hasta que un tío me cogió (en español, cabrón, no en argentino), me dejó a 100 kilómetros de Burdeos. Desde ahí una pareja de Manchester me llevó hasta Burdeos. Joder, Hugo, ¡nos cogimos un pedo en el coche!, y la noche la pasé en la calle, como tantas veces en Madrid. Al día siguiente intenté encontrar trabajo en Burdeos. Una hostia: me gasté casi toda la pasta, me quedaban 400 pesetas. De Burdeos me fui a un pueblecito cercano, donde pasé la noche. Hice autostop a París, y llegué en 6 horas.
¡Qué suerte! En París hay muchos camiones que van para Inglaterra, pero aquel puto día, ninguno. Fue al mercado de mercancías, al mercado del Norte. Pedí a muchos camioneros, pero nada, una chorrada. Pedí a uno que me llevara hasta el norte, para mi sorpresa dijo que sí. Me llevó a 120 kilómetros de la costa y del puerto. Anduve 4 kilómetros hasta el peaje. Un marica me llevó a Dunkerque. Pasé todo el puto día allí pidiendo a los camioneros que me llevaran a Inglaterra.
Era el viernes, y yo había salido el lunes. Un policía me aconsejó que me fuera a Calais, a 25 kilómetros de allí. Otra vez a dedo. Llegué en muy poco tiempo. Pasé casi 12 horas esperando. En Calais había un mogollón de ingleses. En vez de pasar por la aduana (viajeros sin coche) pasé por la aduana de coches. Había tantos que los polis no me vieron. Fíjate, Hugo, yo tenía 60 pesetas; me colé, tenía miedo. Me decía ‘¿qué me pasará si me piden el billete, y si me echan al calabozo y tengo que pagar?’. Cosas por el estilo me daban vueltas por la cabeza.
Cuando vi los acantilados de Dover sentí una alegría… Me dije ‘estoy en mi pueblo, estoy en mi tierra’. Pero esta vez bajé del barco con tres toneladas de mierda en mis calzoncillos. Afortunadamente no pidieron los billetes, pasé por la aduana y me sentí a tope, ¡de puta madre! Esperé tres horas. ¡Hijos de puta!, los ingleses no paraban. Pedí a un tío que me llevara a Londres. Me dejó en Windsor, ciudad en la que viven los ricos, la gente repipi, unas sabandijas. El tío era alemán y le acompañé porque no conocía Inglaterra. Windsor queda a 40 kilómetros de Londres, así que le pedí una ayuda porque quería ir directamente a Londres. Me dio 600 y con ese dinero cogí el tren. Llegué a la casa de Danny a las dos de la mañana. Estaba durmiendo pero se alegró mucho cuando me vio. Al mismo tiempo me recibió con una mala noticia: un buen amigo mío estaba muerto, lo habían asesinado.
Me fui a las 8 de la mañana. Cogí el autocar en Londres, que mi madre había pagado. Y eso es todo. Recorrí unos 600 kilómetros, crucé el Canal y llegué a Londres con 600 pesetas. Debería considerarlo como una hazaña. Pero cuando pienso en ello me vienen malos recuerdos: los últimos dos meses para mí significaron una puta mierda. Quiero olvidarme de ellos, no quiero que se repitan. Estoy hasta los putos huevos de no comer, de dormir en la calle, de tener deudas y no tener dinero para pagarlas, etc, etc, etc. Me gustaría agradecerte, hiciste todo lo posible por mí en Salou. Me salió muy mal por culpa de estos dos hijos de la gran puta; tú te portaste muy bien, de puta madre, tío. Pero el resultado fue lo mismo gracias a Nacho y Elena (y no digo que yo sea guapo, pero personalmente le considero bastante feo; no lo digo para desquitarme, es la verdad)
Otra cosa, Hugo: no sé si esto es la verdad o no, sólo te repito lo que me dijo Claudia respecto a los pajeros. Claudia me dijo, que le dijo Nacho, que me habían echado de la Academia porque me cogí un pedo. Yo paso de esta mentira. Pero lo más importante es que Nacho dijo a Claudia que vos eras un borrachín y que eras una persona sucia. Iba a decirte esto por teléfono aquella mañana, pero no tenía tiempo, te lo juro. Ahora, esto es lo que me dijo Claudia. ¿Por qué mentiría? ¿Con qué clase de gente estás viviendo? Si puedes, jódeles. No por mí, porque no les considero como seres humanos, sino por ti, porque tarde o temprano te van a joder. Sonrisas por delante de ti, puñaladas por detrás.
Ahora estoy pintando y empapelando la casa de mi madre. Cuando haya acabado volveré a Londres, dentro de un par de semanas. Llegué el sábado, tomé un baño, salí y ¡joder!, me cogí un pedo. La borrachera se repitió el domingo. Temo porque el futuro no me ofrezca mucho. Estamos aquí a dos velas y las posibilidades de trabajo apenas existen, pero voy a luchar como he luchado en el pasado. No quiero que los errores que he cometido se repitan. Quiero ser independiente, poder ayudar a la gente en vez de ser pedigüeño… Pero estoy soñando… Bueno, si no soñáramos cómo aguantaríamos la realidad de esta puta vida que te jode cada vez que puede…
Escríbeme pronto, querido amigo, escríbeme aquí, mi nuevo hogar…
Un abrazo

Alan