CAPITULO
43
Poco
más de un mes después a la detención llegó la internación. Según él mismo lo
contó al ingresar al hospital, se hallaba en un estado de excitación inusual,
incrementado por los recuerdos de ese terrible y cercano episodio. Y que estaba
atravesando una crisis de alcoholismo como nunca antes. “Chupaba como un
cosaco”, recordó el viejo.
Tras
la liberación de la comisaría se demoró algunos días en regresar al trabajo y
permaneció en la casa de su tía, donde lo acompañó su madre en todo momento.
Con su padre, que estaba en Mar del Plata, sólo habló por teléfono una vez.
Allí le dijo que “había movido unos hilos” para conocer sobre su paradero y
facilitar su liberación.
Lolei
sospechó que de esa forma quería atribuirse, con esas gestiones, el hecho de
haberle salvado la vida.
A
Lola no volvió a verla sino hasta después de su salida del Melchor Romero, y le
contó al detalle todo el calvario soportado en los últimos meses. Ella se
mostró atenta y gentil, escuchó la historia, pero no se dejó conmover hasta el
punto de sentir compasión. A unos pocos de sus compañeros de trabajo les narró
su odisea, también luego de la internación.
Como
si hubiese despertado en su interior un “volver a nacer”, Lolei previó la
posibilidad de perseguir nuevas experiencias para recomponer su alma dormida y
beoda. Sus inclinaciones artísticas, sus ímpetus literarios, el denodado esfuerzo
volcado años antes por rastrear la historia familiar, de repente habían
desaparecido, o habían sido vencidos por la potencia de la apatía y el vicio. Todos
sus alicientes pasados se habían esfumado. Vivía días de ostracismo espiritual.
Durante
varios meses, sus días empezaban en el trabajo en el ministerio y terminaban en
algún antro de mala muerte, entre ginebras, putas y pervertidos de toda laya.
Rara vez se solazaba con el cuerpo de alguna mujer, y si lo hacía era porque su
estado de ebriedad no superaba la barrera de lo escandaloso.
Cuando
traspasaba sus propios límites, llegaba a protagonizar escenas indecentes y
confusas, de esas que no eran consideradas convenientes para una persona de su
estirpe. Bataholas similares armaba en su propio hogar cuando regresaba muy
excedido de sustancias, de esas que provocaban los más variados rumores en el
vecindario. De esa época dataría el episodio que alguna vez me contó Dora,
según el cual Lolei corrió a su tía con un cuchillo con intenciones homicidas y
la vecina debió refugiar a Julia en su propia casa hasta que la policía acudió
a aplacar el entuerto.
Un
mes después de salir del Melchor Romero, Lolei buscó dar un paso más en su
carrera como Procurador. A casi dos años de obtener su título universitario,
intentó reincorporarse a la facultad de Derecho.
El
8 de junio de ese año 77 escribió una carta al Decano de la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales para solicitar la readmisión como alumno regular
y así poder rendir las materias de Economía Política y Derecho Financiero,
únicas asignaturas adeudadas para obtener su diploma de Abogado.
“Razones
de salud mantuvieron al suscripto alejado de esa Casa de Estudios y a los
efectos que Ud. Estime corresponder adjunto el pertinente certificado médico”,
explicó al Procurador en su breve misiva. El permiso le fue otorgado al cabo de
un mes. Pero Lolei ni siquiera pisó la facultad.
A
su padre volvió a verlo recién en las vacaciones de verano. Lolei, como cada año,
viajaba a Mar del Plata para pasar las fiestas de fin de año con su familia.
Viajó con Julia en el tren que salía desde Constitución.
Por
aquellos años, Domingo Cavalcanti ya se había alejado de los primeros planos de
la política local, aunque seguía siendo un referente para el partido, en días
en que la actividad partidaria estaba fuertemente restringida por la
persecución del régimen dictatorial. El plan de exterminio cívico-militar ya
estaba en marcha y en plenitud, y Mar del Plata era un foco llameante.
Al
ex concejal y diputado provincial lo había tocado desde cerca el accionar de la
furia asesina del Estado, y Lolei se enteró de un episodio lamentable recién un
año después de ocurrido. El padre se lo contó aquella navidad. No había querido
divulgarlo antes “por miedo”. Y se decidió a confesárselo a su hijo conmovido
por el mal trance vivido en febrero de ese año.
El
hecho involucraba a quien era por entonces socio en la inmobiliaria que
Cavalcanti compartía en la calle Rioja al 2000, don Federico Báez. La causa
llegó a juicio recién treinta años más tarde, cuando ya ninguno de los miembros
de la familia Cavalcanti estaba en este mundo.
Esto
ocurrió en octubre de 2007, cuando en el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata
se dio inicio a una nueva audiencia del Juicio por la Verdad que impulsada por
los Organismos de DDHH de la ciudad, desde el año 2000. En esa oportunidad
brindó declaración testimonial Angel Roig, ex intendente de Mar del Plata, a
quien el Juez Roberto Falcone le solicitó que relatara los hechos que él
conocía acerca del asesinato de la familia Báez, ocurrida a principios de marzo
de 1976.
Roig
contó que conocía a Federico Báez (padre) por la militancia en la UCR desde
hacía muchos años y que fue a través de Domingo Cavalcanti, también militante
radical, que se enteró del secuestro Federico Báez, su esposa y su hija,
ocurrido en el domicilio familiar. Cavalcanti le relató que en el procedimiento
habían participado la Policía y el Ejército, y que además del secuestro se
habían robado una suma de dinero de la inmobiliaria que compartía con Báez.
Dado
que por publicaciones locales se enteraron que en la ruta 2, en las
proximidades de Dolores, se habían encontrado 3 cadáveres cubiertos de cal,
decidieron viajar hacia esa localidad para averiguar si este hecho podía
relacionarse con el secuestro de los Baéz.
Roig
viajó junto a Cavalcanti y dos personas más, y se dirigieron a la comisaría de
Dolores. El comisario les relató que un policía había encontrado los cuerpos y
les mostraron fotos. A pesar del estado de los mismos, los pudieron reconocer.
Roig
también recordó que junto con Adalberto Castro, previamente a la aparición de
los cadáveres, se entrevistaron con el coronel Barda en el GADA 601, quien les
dijo que seguramente los Báez iban a aparecer.
Con
relación a Federico Báez (h), Roig recordó que éste llamó a su domicilio para
averiguar si era cierto que su familia había sido asesinada. En esta
oportunidad fue atendido por su esposa ya que él se encontraba viajando a
Dolores por el tema de la aparición de los cadáveres en esa localidad. Federico
volvió a llamar posteriormente y Roig le pudo confirmar lo ocurrido.
Su
última comunicación con Federico fue a través de una nota que éste envió por
correo y en la que le agradecía las gestiones realizadas por su familia. Además
le aclaraba que él no había tenido que ver con el asesinato del Coronel Reyes y
que esperaba volver a encontrarlo en una militancia democrática.
Roig
recordó que Federico (h), luego de una breve militancia radical, había comenzado
a hacerlo en la JP.
Más
tarde se enteró, de forma indirecta, que posteriormente al secuestro de su
familia, Federico Báez (h) también fue asesinado.
Todos
los detalles de este episodio no me fueron brindados por Lolei. (*)
Sobre
el hecho en particular, sólo refirió que lo narrado por su padre aquella
navidad fue detonante para comenzar a analizar un viraje en su vida.
De
pronto el temor por su presente, acrecentado por el secuestro y la sesión de
torturas a que había sido sometido, se extendió hacia su familia. Se asustó. Se
asustó por él mismo y por los otros. Curiosamente, sintió miedo por lo que
podía sucederle a su entorno.
-La
cosa estaba complicada, no era broma, estaba jodida en serio. Sentí, después de
mucho tiempo, que necesitaba estar cerca de ellos. Incluso pensé en regresar a
Mar del Plata. Pero tampoco era un lugar seguro. Había, sin embargo, una luz de
esperanza, una contingencia concreta que podría aprovechar para estar en las
dos ciudades. Al menos por unos meses, trasladarme cerca de mis padres y
conservar mi puesto de trabajo en ministerio. En junio del 78 se jugaba el
Mundial de Fútbol, y Mar del Plata era una de las sedes. Había muchos trabajos
temporarios. Debía conseguir la forma de obtener uno…
*****************************
(XLIII)
Para: Hugo Cavalcanti
Palacios
Jujuy
1261
7600
Mar del Plata
Argentina
De: Alan Rogerson
31
Ruedes
Chênes-Liège
Bordeuax
France
1
Feuvrier 1987
Querido
amigo Bombachitas:
También
podría llamarte Hugo ‘Chupasostenes’ Cavalcanti Palacios, y varios otros motes
que ahora no se me vienen a la cabeza.
Gracias
por tu carta, que recibí hace una semana. Siempre me alegra tener noticias
tuyas, aunque las últimas me sorprendieran un poco. Nunca me contaste lo que
habías hecho en la playa.
Como
verás, ya no vivo en el otro sitio, que era un bar adonde aún voy seguido.
Ahora vivo con mi novia Anne, una chica muy simpática a la que quiero
muchísimo. Estamos juntos hace unos cuatro meses y tal vez un día tengamos un
crío. No sabemos, pero me encantaría tener un hijo con ella. Es mi intención
permanecer a su lado.
Cuando
quieres de verdad a alguien siempre hay peleas y las nuestras a veces son muy
violentas, como las que teníamos nosotros en Madrid. Recuerda si no cuando te
denuncié a la poli. Se lo conté a mi novia y me pidió que te dijera que merecí
ese manotazo que me diste, ya que con actitudes como esa incito a la gente a
darme una hostia.
Escribirte
una carta divertida me resulta difícil. Es que ya no bebo tanto como antes y me
contento con estar junto a Anne. A propósito, la otra Anne, Anne Bennet, tuvo
un problema: no quiso dejar sus tetas al gobierno inglés para el puente sobre
el Canal de la Mancha, así que el gobierno se las privatizó.
Mi
madre tiene muy buena impresión de ti. Me dice “este tío debe ser un profe
terrible, ya que no paro de bostezar cuando escribe sus chorradas, mentiras y
exageraciones”.
Te
regalo una canción. La escribí medio pedo. Se llama
‘Canción
de Hugo’
Letras
y música: Alan Rogerson
Hugo
Cavalcanti Siempre
bebiendo
Hugo
Cavalcanti Se coge
muchos pedos
Hugo
Cavalcanti Se caga en
el suelo
Hugo
Cavalcanti ¡=
Borracho!
Se
mea en su cama Hugo
Cavalcanti
Se
caga en su bombacha Hugo
Cavalcanti
Se
come muchos mocos Hugo Cavalcanti
Se
chupa los cojones Hugo
Cavalcanti
Hugo
Cavalcanti Llegaba
borracho
Botella
en el culo Hugo
Cavalcanti
Enculó
a la jefa Hugo
Cavalcanti
¡Qué
buena borrachera! Hugo Cavalcanti
Madame
Chardy y Hugo Cavalcanti
Su
polla y su culo Hugo
Cavalcanti
Su
botella y sus tetas Hugo
Cavalcanti
Su
pedo y su coño Hugo
Cavalcanti
Bueno,
basta de groserías, espero que me perdones. Tal vez nos veamos en Madrid en
septiembre. Voy con mi novia Anne; le gustaría conocerte. Te mando la foto que
ella me sacó en la Navidad, en Inglaterra. Ambos estábamos borrachos. Te mando
un abrazo fuerte
Alan
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