lunes, 10 de octubre de 2016

Sólo le pido una cosa, señor Juez



Sólo le pido una cosa, señor Juez: necesito aclarar algunos aspectos sobre mi condena. Nada más que eso. A veces pienso que usted es quien debe afinar mejor algunos puntos del fallo. Quizá yo sigo siendo un poco tosco para entender su jerga y termino distorsionando el sentido de algunas palabras que emplea para sus fundamentos. Pero tal vez es usted el que no entiende (y nunca entenderá, ya estoy casi seguro) cuáles fueron las razones verdaderas de mi acto. Para la ley todo parece más sencillo. Usted juzgó un acto sin considerar debidamente todo lo que existe detrás. Usted parece olvidar toda mi historia, que ya relaté con lujos y detalles más de quince veces. ¿Acaso cree necesario que la cuente otra vez? ¿Acaso mis explicaciones no han sido lo suficientemente claras?
Es cierto, señor Juez: he matado a una persona. Y es cierto, también, que lo he hecho bajo la estricta conformidad que alcanza el sentido común. Sí: mi sentido común, si así lo prefiere. Común o extraordinario, parece que no es suficiente. ¿Sigue dudando de mi palabra? Usted sigue convencido de que esa muerte fue injusta. Pues bien: debo hacerle una observación: usted se equivoca. Se equivoca, señor Juez.
El acto criminal que se me atribuye es legítimo y acertado. Sí: soy culpable, en eso estamos de acuerdo. Le digo más: si yo fuera usted, también me habría condenado con la misma pena. Sí: estoy seguro. Pero hay razones... Algunos argumentos formulados en el veredicto son los que no encuentro atinados... ¿Qué: que sea claro?... Por eso es que intento hablarle, señor Juez. Porque necesito ser claro y, sobre todo, necesito que me entienda. Aunque sea una sola persona en este mundo: que haya una sola persona que comprenda todas las razones...
Veintisiete años estaré en prisión, ¿no es cierto?... ¿Treinta?. No es tanto tiempo, después de todo. Veintisiete son los años que he vivido y han pasado tan rápido. Hasta tengo la sensación que han sido menos, mucho menos que veintisiete años. Espero que allí dentro sea parecido. Aunque... podré salir antes, ¿verdad? Sí: eso no es importante ahora. Lo importante es que logre entenderme, nada más que eso. No sé por qué me mira así, señor Juez..., con esa mezcla de perseverancia y desgano, con incredulidad, con odio. Usted me detesta, ¿verdad? Claro: es por eso que no ha logrado comprenderme. Y porque cree que soy un pobre individuo que ha cometido la torpeza de matar a alguien por razones que usted no llega a advertir. Entiendo: usted comprende, opina y reputa con los libros de la ley entre sus manos. Parece no tener otro método. A usted le bastaron dos cosas para declararme culpable: la palabra “asesinato” y mi propia confesión. Con esa simpleza actuó: me atribuyó el asesinato en el momento de mi confesión, sin necesidad de buscar más pruebas sobre el hecho. Y si llegaron a la verdad fue gracias a mí, gracias a que yo mismo los guié hasta el lugar del crimen, les enumeré uno a uno los pasos del asesinato y metí sus sucias narices encima del muerto. Ni siquiera necesitaron pedir una reconstrucción de los hechos, pues yo me encargué de hacerlo antes que cualquiera lo pidiera. De modo que les hice ahorrar bastante trabajo y tiempo, señor Juez. ¿No juzga esto como un acto de buena voluntad, de sublimidad? Podría tenerlo en cuenta, al menos para que alguna vez se retribuyan mis favores. Entiéndame: no le reprocho nada –no estoy en condiciones de hacerlo–. Deseo que imite mi buena voluntad para allanar el camino hacia la verdad. Sólo deseo que entienda mis verdaderas razones.
Usted sigue creyendo que no existen justificativos para matar a alguien. Y que la ley es categórica ante hechos semejantes. Créame: eso no lo pongo en duda. Y se lo repito: estoy de acuerdo con usted y con la ley. Respeto la sanción y la asumo con total dignidad y caballerosidad. Simplemente me permito exigir comprensión y justicia, no sobre el crimen ni sobre la condena,  sino sobre los motivos reales del crimen.  Busco comprensión sobre la verdad, señor Juez.
Todavía estamos a tiempo ¿verdad? No hace tanto que se dictó la sentencia; debe haber gente en la sala todavía. ¿No hay algún fiscal, algún abogado, algún policía, algún cafetero que quiera escuchar mi alegato? Tal vez entre varias personas logren sacar una idea más pura, menos prejuiciosa, si es que usted solo no puede hacerlo. ¿Podría llamar a alguien? ¿O es que nadie está interesado en la verdad? No pierden nada, señor Juez, ni usted ni ellos. Lo que todos querían ya lo lograron: ya dije que no es mi condena lo que quiero discutir. Todos los que están aquí dentro son seres humanos, ¿o me equivoco?. Todos tienen familia y viven en esta sociedad. Todos compartieron la misma educación. Y tuvieron novias y amigos y amantes y fueron socios de algún club y compartieron partidos de fútbol y cenas y borracheras y leyeron libros de psicología y de antroplogía y de sociología y de historia y deliciosas novelas policiales, ¿no es así? Todos los que están aquí lo han hecho. Y por eso comparten una cultura y un caudal de conocimientos que los hace parecidos. Forman un endogrupo muy particular, señor Juez, casi una secta. Por eso me resulta llamativo que entre tantas cabezas no haya una que logre entender lo que quiero explicar. Jamás he leído nada de eso. Y sin embargo, parezco tener una visión más amplia que usted sobre el asunto. Antes que hombres de leyes todos ustedes son seres humanos, ¿o me equivoco? Entonces, ¿alguien será capaz de atenderme con otros códigos que se distancien de los legales? Llame a alguien, señor Juez, si es que solo no puede.
Vuelvo a repetirle: no estoy a favor de esa forma de morir. Y yo he acabado con una vida. No erigiría una estatua de mí mismo por mi obra. Ya le dije, señor Juez: yo mismo me hubiese impuesto una condena si no lo hubiese hecho usted. (Digo usted pero está claro que me refiero a ustedes: en este momento, usted representa a todo el mundo, señor Juez. Claro que podría venir alguien más, si es que usted solo no puede.) Me mira así porque me cree incapaz de imponerme mi propio castigo. Se nota que no me conoce. Y lo peor es que hace todo lo posible por no llegar a conocerme nunca. Ni siquiera se digna a prestarme atención cuando le hablo. Aunque sea una vez podría cambiar su actitud, señor Juez.

*****

Gracias por venir, señor Juez. Le prometo que es la última vez que lo molesto. Estoy bien, gracias. Es un poco fría, nada más; igualmente la celda es agradable. No es mala la comida, pero no tengo mucho apetito, siempre fui de comer poco. Creo que mejoraré a medida que me acostumbre al frío y al aburrimiento. Sí, era como suponía: los días parecen más largos aquí dentro y sin nada para hacer. ¿Hay alguna forma de conseguir más pastillas para dormir? Creo que las necesitaré; las dosis que me traen no siempre alcanzan. Si pudiera dormir más tiempo todo se haría más corto y más resistible. Por lo pronto no tengo quejas para presentar. ¿Acaso estoy en condiciones de reclamar mejores servicios, más lujos, más beneficios? No se burle de mí, señor Juez; no se aproveche de mi desgracia.

Le pedí que viniera porque necesito hablar con usted, aunque sea la última vez que nos veamos. Es mi último intento, se lo prometo. Esta vez confío en su buena voluntad. En honor a la verdad, señor Juez, haga el esfuerzo de entenderme. Sea sincero conmigo y prométame que va a juzgar correctamente lo que quiero explicarle. Sólo inténtelo; olvide por un momento su condición de Juez y escúcheme como si fuera un amigo; júzgueme como a un amigo, no como al reo que soy. Trate de hacerlo. No se vaya. No, no es un asunto terminado. Espere un momento, por favor. Una última cosa: como intuí que no me atendería, que volvería a desestimar mi pedido, escribí esta carta: es mi última confesión. Necesito que la lea, allí está todo lo que deseo explicarle. Es algo extensa, pero es bastante específica y reveladora. Léala con atención, luego quémela si quiere. Ahí está la verdad, solamente la verdad de los hechos. No varía con lo que ya he dicho y redicho antes; no le tomará más tiempo que el ya ocupó en mí. Si no puede usted solo, pásesela a alguien más; quizá entre varios logren el objetivo. Y... ¡Espere!... ¡No me insulte!... ¡Espere, señor Juez, no se vaya todavía!... ¡Yo no lo he insultado, le pido que me trate con el mismo respeto!... ¡Vuelva, señor, no se resista a la verdad!... ¡Usted no está a favor de la verdad: usted es un mentiroso y un arrogante, señor!... ¡Usted también es un asesino, tiene que saberlo de una vez! ¡Asesino!... ¡Regrese: hágalo en honor de su ley ya que no lo hace por la verdad!... ¡Tiene que entenderlo, señor, trate de hacerlo!... ¡Ignora todo sobre la vida!... ¡Asesí...! ...Está bien, oficial, suélteme...  puedo regresar solo a la celda... ¡Ya conozco el camino, no hace falta que me empuje! ¡Puede soltarme, oficial: ya llegamos!... ¡Gracias, puedo entrar solo!... ¡Un momento, oficial: quédese un momento! Por favor, tengo que preguntarle algo. Tal vez usted sí está preparado para entenderme. Sólo le pido una cosa: respóndame con sinceridad. ¡Júremelo!... ¿Usted sería capaz, oficial, de matar a una persona por aburrimiento?... ¡No, yo no era quien estaba aburrido: era mi hermano quien lo padecía! El aburrimiento es lo único horrible que hay en el mundo, es el único pecado para el que no existe perdón. ¿No cree que le hice un gran favor ayudándolo a extirpar su mal y facilitándole la entrada al cielo? Si seguía viviendo cubierto de tanto tedio jamás habría alcanzado la gloria celestial; Dios nunca lo hubiese perdonado y ni siquiera él le hubiera expiado todos sus pecados. ¿No le parece un buen motivo?... ¡Ah: usted piensa igual que ellos!... Pero, ¡vuelva, oficial, no se vaya!... ¡Usted tiene que entenderme, por el amor de Dios, tiene que entenderme! ¿No hay nadie que sea capaz...?¿Qué pasa: acaso nadie tuvo un hermano cuya única diversión fuera mirar televisión?



De "Nunca nadie me dijo que nada parece ser lo que parece" (2006)

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