martes, 24 de agosto de 2021

Novedades 2021 y panorama editorial de Nido de Vacas

 

Entrevistado por RadioRojas y por Agencia Servicios Informativos (ASI), el escritor y editor de Nido de Vacas detalló las novedades del sello y trazó un diagnóstico del sector. También en Clyfer TV destacó el presente de los autores rojenses que se suman al proyecto.

 

Foto: Fede Raposo (ASI)


***


(Entrevista publicada en El Nuevo Diario Rojense, domingo 22 de agosto de 2021)


FEDERICO RIVEIRO


“No se está vendiendo más que antes, 
pero sí se escribe más de lo que se lee”

 

El escritor y editor rojense analizó la situación del mercado literario en la actualidad desde la perspectiva de Nido de Vacas que, no obstante la situación general, sigue adelante con su producción, incrementando su catálogo y ofreciendo permanentemente novedades para el lector.


El escritor y editor rojense Federico Riveiro analizó la situación del mercado literario en la actualidad desde la perspectiva de Nido de Vacas que, no obstante la situación general, sigue adelante con su producción, incrementando su catálogo y ofreciendo permanentemente novedades al público lector.

Riveiro admitió que el panorama es complejo: “No se está vendiendo más que antes, pero si es cierto que se escribe más de lo que se lee, entonces llega un momento en que no se llega a consumir todo lo que se produce, y ese puede llegar a ser un problema, el cual me gustaría conocer más en profundidad. En este año y medio no he podido salir a encontrarme de frente con la realidad y con el resto de los editores, más allá que estamos en contacto con los compañeros de Junín y Pergamino, pero lo cierto es que ellos vienen con otra dinámica de trabajo, pero aun así me parece que se está produciendo mucho más de lo que se está leyendo. En este sentido me parece que la pandemia ha hecho que mucha gente se haya puesto a escribir, a presentar proyectos y llega un punto donde piensan que van a hacer con todo eso, y en cierto punto tiene que ver con todo lo que vamos a presentar ahora”.

***

Escuchar la nota completa en Radio Rojas

***

Respecto de las novedades que Nido de Vacas ha lanzado al mercado en lo que va del año, explicó que “empezamos con Sakuntala, el libro de Alejandro Elcoro, la traducción de un hermoso poema, mientras que hace quince días apareció el primer libro de poesías de Marcelo Baleriani, quien me comentó que se quedó sin ejemplares, lo cual es algo muy importante, por eso hablamos con la imprenta para que se reimprima, se trata de Razón Maldita y es otro autor de Rojas que confía en nuestro trabajo. En estos momentos está llegando el libro de Coca Jué, Cuentos, que no son Cuentos.., que durante la pandemia se puso a escribir historias de su familia y fue un desafío nuevo para nosotros porque nos animamos a realizar un libro ilustrado, en este caso por su sobrina Micaela Romera Jué”.

A este respecto, Riveiro observó que “hay un gran auge de libros infanto-juveniles y veo producciones que son muy buenas porque tienen un nivel de ilustración muy grande, y es una historia dedicada a gente que conoce del tema, además hay una feria destinada exclusivamente a ese tipo de literatura. Sin dudas que hay zagas y autores, incluso en Argentina, que tienen un nivel de autores geniales, y quizás en algún momento se pueda incorporar a nuestro catálogo”.

Y prosiguió con las novedades de Nido: “El otro libro que también está circulando es De la Tierra, de Juan José Oppizzi, segunda novela del autor que publica Nido de Vacas; él tiene veinte libros publicados y tiene varios más en cajón. Hay una gran relación con Oppizzi;, en el caso de este libro, lo terminó el año pasado en plena pandemia, y lo reservamos porque había ganado un concurso que había organizado Milena Pergamino, entonces no quisimos que se chocaran las publicaciones”.

Respecto del trabajo del prolífico escritor radicado en Arrecifes, explicó que “esta es una novela histórica que cruza la figura de San Martín con los pueblos originarios, rastrea su origen y va armando una trama muy interesante, con cartas que aparecen del general donde pone de manifiesto que tiene sangre indiana, y después hay una segunda parte donde habla de la conquista del desierto, con ese cruce que hubo entre caciques de aquellos pueblos cuando San Martín esté reclutando tropas y preparándose para el cruce de Los Andes, por lo cual confluyen dos etapas diferentes y un núcleo de cierre que los encuentra”, y remarcó que “lo importante de esta recreación es seguir encontrando en San Martín esa faceta que siempre se intentó ocultar, la de político y revolucionario; es un lindo libro, que nos gustó mucho a los dos, es una novela corta, amena, un sello propio de Oppizzi”.

***

Ver entrevista en ASI

***

Por otro lado, prosiguió, “otra de las novedades es la llegada a imprenta del tercer libro de FilosoQué?, Filosofía Profana, siendo Ezequiel (Evangelista) y Lula (Padilla) los grandes precursores de esta aventura, que en este caso cuenta con la autoría Silvana Vignale, que es de Mendoza y doctora en filosofía, y llegó a nosotros a través de Diego Singer (reconocido filósofo argentino, ya publicado por Nido de Vacas)”.

“El sexto libro que estamos preparando es Pueblos y parajes de Rojas, de Hugo Silveira, que habla de los pueblos y parajes de Rojas, es un lindo trabajo de Hugo, era cuestión de recopilar todo su gran laburo, y se le hizo la edición completa de revisión de textos, se le incorporaron fotografías, por lo cual está listo para que salga la tirada completa. Hugo tenía un armado hecho por relevancia de localidades de acuerdo a los registros que venía incorporando, sabiendo por ejemplo de Rafael Obligado tiene algunos trabajos previos sobre la historia, de Carabelas tiene dos libros de Omar Polo, hay un libro de Los Indios que hizo Fernando Díaz. Lo que trató Hugo es no chocar con eso y enfocarlo desde otro lugar, entre la historia y la actualidad, fue así que hizo un relevamiento completo y hemos descubierto parajes que ya no existen más o que ahora están incorporados al casco urbano, un total de 50 parajes. Tratamos de utilizar un criterio para todos en cuanto a la distribución, en este caso en orden alfabético, como para que no quede lo más importante adelante y el resto atrás, o viceversa. Incorporamos fotos viejas y fotos nuevas de lo que ha quedado, porque hay lugares en los cuales quedó un edificio derrumbado y nada más, y hay otros que ni siquiera hay referencia, por eso lo que hizo fue ir casa por casa recopilando datos”, completó Riveiro.

***

Ver entrevista en Clyfer TV

***

Pero, pese a las dificultades pandémicas y, claro, económicas, Riveiro destacó que “es real que Nido de Vacas viene creciendo bastante, y sucede que se vienen acercando permanentemente autores que nos conocen porque tuvieron un libro en la mano, porque les interesó lo que vieron, quizás también a través de las redes, así que nos escriben muchos con intenciones de publicar y eso nos halaga mucho. Más allá de estas buenas noticias nosotros sabemos que debemos ser cautos a la hora de publicar porque somos un equipo reducido y no podríamos cumplir con todo”, y añadió que “por ese lado digamos que estamos muy contentos, aunque por el lado empresarial la cuestión es diferente, porque sigue siendo complicado y no se sostiene fácilmente, de todos modos, sirve para ir llegando a nuevos lugares y crecer desde lo estructural y lo visible, y si soportamos esperamos en algún momento tener un beneficio”.



Respecto de su desarrollo en el mundillo literario, Riveiro explicó que “antes que ser editor era autor y ahí entendí que nunca fui tratado como nosotros pretendemos tratar a los autores, porque entendemos que es importante tanto el autor como la obra, entonces buscamos que el autor quede contento, no como creador de tal o cual obra, sino también que sea respetado como persona. A veces pasa que puede ser un problema el hecho de corregir textos y gente que piensa que corregir distintos pasajes de su obra es juzgarlo de mala manera, y no es así, porque toda obra siempre necesita una revisión, y por ahora nos hemos encontrados con personas que lo aceptan perfectamente, sabiendo que tratamos de ser lo más coherentes y serios en eso, siempre teniendo como referencia que el autor tiene la última palabra”.

Respecto de cómo avizora el mercado literario a futuro, Riveiro dijo que “me cuesta cada vez más mirar a un futuro lejano, voy poniendo pie firme en lo realmente posible, aunque talvez no sea bueno perder perspectiva a largo plazo, y me parece que el mercado editorial ha tenido sus vaivenes, es por eso que a nosotros nos obligó a cambiar algunas estrategias. Ahora tendremos que esperar si esta nueva normalidad llegó para quedarse o podremos recuperar los espacios como los teníamos antes, desde que lugar se podrá fomentar el interés por la lectura, ver que importancia se le da a la editorial desde otros ámbitos”.

(...) 

***

 


domingo, 22 de agosto de 2021

“Coca” Jué explora su anecdotario familiar en su nuevo libro

 


 

“Cuentos, que no son cuentos…”, en tren de publicación y próxima presentación por parte de la editorial rojense Nido de Vacas, constituye el último trabajo de la docente, bibliotecaria, fotógrafa y escritora local, un compendio de relatos que, con pelos y señales, desmenuza con humor y nostalgia un cúmulo de vivencias familiares, que llegan ahora al papel haber sido relatos verbales por años.


(Entrevista publicada en El Nuevo Diario Rojense, 

viernes 20 de agosto de 2021) 


Coca Jué y Micaela Romera Jué, 
autoras de Cuentos, que no son cuentos...


Cuentos, que no son cuentos…, en tren de publicación y próxima presentación por parte de la editorial rojense Nido de Vacas, constituye el último trabajo de la docente, bibliotecaria, fotógrafa y escritora local María Elena “Coca” Jué, un compendio de relatos que, con pelos y señales, desmenuza con “ humor y nostalgia un cúmulo de vivencias familiares, que llegan ahora al papel haber sido relatos verbales por años, narrado por la misma Coca, a los niños y niñas de su familia. 

“En las reuniones familiares, especialmente en los cumpleaños donde se juntaban todos los chicos, les leía cuentos, y cuando se terminaban los cuentos aparecían las anécdotas familiares, las cuales se notaba que les gustaban por me empezaban a pedir que les contara tal cosa o tal otra, y así fue que un día me pidieron que las escribiera, así que acá están”, contó esta semana Coca en El Nuevo en Radio.

“El libro se llama Cuentos, que no son cuentos…, porque no son puro cuento lo que está relatado, sino que son anécdotas vividas, todo relacionado a lo que sucedía en casa, pero resulta que la casa era muy grande y se juntaba todo el barrio. Muchas veces éramos veinte, así que imagínense mis padres (risas), y jugábamos y hacíamos travesuras, que acá las contamos”, añadió.

Lo llamativo es el cambio de rumbo literario, le planteamos a Coca, ya que ella venía de editar una investigación histórica sobre la Parroquia San Francisco de Asís de Rojas, que elaboró tras una laboriosa tarea de documentación histórica, ante la inexplicable ausencia de nuestra parroquia de la historia de la Diócesis de San Nicolás, publicada por el obispado.


“Con el libro anterior pasó que la diócesis de San Nicolás estaba haciendo historias de las distintas parroquias, y cuando el primer número llegó a mis manos vi que decía atrás que Rojas y algunos municipios más no aparecían porque no aparecían los trabajos. Si Rojas figura en el primer mapa del virreinato que está en el Vaticano era imposible que no estuviese en esa obra, por eso es como que acudí al rescate”, explica.

“Esa investigación me llevó dos años de leer todos los libros de pe a pa, porque los archivos no estaban, los archivos de acta tampoco, fue así que me tuve que poner a leer todos esos libros que son joyas para poder sacar los datos. Ese material fue publicado y quedó en dos partes, porque cuando uno habla de los primeros tiempos de Rojas le parece que todo el mundo estaba con una pluma, por lo cual en la primera parte toca como nace el virreinato y dentro del virreinato, Rojas. En la segunda parte es únicamente de la parroquia. Como quedó amplio, Lito Labrada y el doctor Roqués me pidieron que lo publicara, así que por eso tenemos ese libro. Hay cosas que me llamaron la atención en eso libros de actas donde han encontrado aborígenes y por ahí los daban por muertos, pero después los encontraban y estaban vivos, por eso se tachaban las actas, un montón de historias aparecían”, nos relata.

Y, aludiendo al cual es ciertamente su segundo hogar, agrega que También en ese momento encontré material en la biblioteca del CIIE (Centro de Investigaciones e Información Educativa de Rojas) para investigar la zona, hay allí un material muy interesante”.

Coca puntualiza que su querido CIIE “es justamente el único lugar de la provincia que no se cerró, hubo un gran trabajo ad honorem de mucha gente que permitió que eso no se cerrara”. 

Respecto de su otra pasió, la fotografía, nos cuenta que “siempre me gustó la fotografía, a mi papá le gustaba mucho, a Fefo también y cuando Pantaleo, que tenía la casa en la calle Alem, cuando renovó su local nos regaló una caja de revelar, entonces armamos el laboratorio en casa. Pobre mi mamá que no nos podía hacer ir a dormir, porque nos quedábamos hasta tarde revelando los negativos y viendo las fotos que sacábamos. En esos momentos había que revelar, poner los líquidos, buscar el encuadre, y nos entusiasmábamos esperando por ver como salían las imágenes, donde aparecían los vecinos y los paisajes que sacábamos. Me encanta la fotografía del momento, la callejera, en realidad me gusta todo lo relacionado a las fotos, de hecho, tengo un archivo muy grande en casa, incluso ampliadas tengo más de cien, que ya han estado a la vista en algunas oportunidades. Me gusta mucho más la foto impresa, por eso es que tengo álbumes en cantidad”.

***

Retomando su veta como escritora, Coca explicó que “el libro anterior lo hice en Junín, pero ahora me puse en contacto con Fede (Riveiro), con quien nos conocemos de toda la vida. Primero le pregunté a él por unos borradores que yo tenía escritos, así que de ahí fue que nació la idea del libro”.

“Uno tiene que hacer la ambientación, ya que por ejemplo Micaela (Romera Jué, sobrina de Coca), que fue la que me hizo unos dibujos preciosos, hay cosas que ella no las conoció, por eso tenía que buscar una referencia, podía ser una casa, un boceto, o explicarle como era tal patio, y así que fue que hizo unas obras preciosas. El libro tiene 24 cuentos y una obra de títeres, que fue justamente con la cual rendí examen, con Mané Bernardo, una de los grandes. Cada relato es independiente, porque eran distintas historias y distintos momentos, entonces era conveniente separarlos, por eso hay una primera parte relacionada a cuando nosotros éramos chicos, en tanto la otra es cuando aparecen los sobrinos y hacen sus travesuras, o sea que el libro cuenta todas dañineadas de la familia, muchas de ellas muy graciosas. Buscaba tanto la risa como la melancolía del pasado, porque a los chicos les gustaba que le contara esas historias y después se las acordaban, y me pedían que se las volviera a contar. También la intención fue mostrar que había otras costumbres, que pasaban otras situaciones en esos momentos, porque mi casa era el rincón de juegos del barrio, por eso surgían un montón de cosas”, reflexiona luego, respecto de la historia y el desarrollo de la publicación de Cuentos, que no son cuentos...

Asimismo, dijo que “no es específicamente para niños, sino que los adultos que lo lean seguramente se van a encontrar con relatos conocidos, hay mucha gente conocida que se menciona, por eso algunos detalles tuve que ir consultando para no hacer lío, porque son cuestiones que a uno le han llegado y me las acuerdo, en tanto en otras quería tener más detalles, así fue que cada vez fueron surgiendo más anécdotas, incluso después de terminado el libro”.


***

Ver entrevista en ASI

***


Respecto de su trabajo con su editor, Fede Riveiro, dijo que “Fede se toma el trabajo de revisar cada trabajo porque lo que él hace es muy artesanal, además es muy detallista, algo que a mí me encanta, es propio del bibliotecario. Con Fede estábamos en contacto permanente para ir viendo las muestras, mirar los detalles de los diálogos y no es tan fácil la construcción de los diálogos, por suerte me ayudan los tantos años en la profesión de bibliotecaria”, y asegura que “cuando me llegó la muestra, al momento de tenerlo en la mano, ver los dibujos, fue alucinante, quedé muy contenta, por eso estoy ansiosa por hacer la presentación”.

Respecto de la presentación de su nuevo libro, explicó que “como está todo muy complicado para hacer una presentación, con la posibilidad que participen pocas personas, pero con la idea de elegir distintos sitios como para que tenga una continuidad, ya que hay mucha gente mencionada, creo que todo Rojas va a querer ver que es lo que hay adentro”.

Y nos cuenta que “el primer cuento que se me ocurrió para arrancar es el que habla de una tormenta, porque es el que más le gustaba a los chicos, incluso te digo que las dos nenas de mi sobrino Guillermo, Paulina y Magda, después de algún cumpleaños, preparaban la habitación y llamaban a sus compañeros para que les leyera un cuento. Y cuando se terminaban los cuentos empezábamos con las historias, y las tenía que repetir, y otra cuestión interesante es que los personajes eran conocidos”.



No obstante, asegura que “me quedaron un montón de cosas por contar, y más cuando me fui acordando de otras situaciones, por eso me decían de hacer una segunda parte, pero es algo que vamos a ver. Justamente cuando estábamos hablando con Alejandro (Elcoro) por el tema de la presentación escuchó Hugo Silveira, que me preguntó si no había puesto nada del ‘carcajómetro’, que era el auto que teníamos, y es algo que se me fue, y como esa, tantas cosas que van apareciendo”.

“Cito un montón de nombres propios (risas), incluso a muchos de ellos les he consultado detalles, y tengo la lista, porque además de mis hermanos y mis primos, estaba todo el vecindario, así que estaban los chicos de Cerisola, de Audifred, Estelita Lalli, los hijos de los jefes de correo que llegaban, también los Davidovich, los Franzossi, Pepe Corti, todos los que llegaban a la bicicletería Pratto también se juntaban”, evoca.

Recuerda, a ese respecto, que “el más personaje del barrio creo que era Coco, que andaba por todos lados y era muy amiguero, y Fefo también se sumaba, porque al ser el más chico era un poco el juguete de los demás, incluso en uno de esos cuentos está como lo revolcaban en la calle, cuando yendo para lo de la abuela lo perdimos en el cochecito (risas), hay unas cuantas de esas…”.


Cuentos, que no son cuentos...

Coca Jué 

Nido de Vacas, 2021. 
14,8 x 21 cms. 100 páginas.

Edición: Nido de Vacas Ediciones. Ilustraciones: Micaela Romera Jué. 


domingo, 15 de agosto de 2021

¿Quién quemará mis libros?


Algunas fotos, el recuerdo de otra caída y un interrogante. Secuencias inconexas motivan balbuceos mentales que no conducen a ningún lado. 

 

Tirando fotos del teléfono me reencontré con unas tomadas hace un par de meses (quizás un poco más). Me habían invitado a charlar con pibxs de diez a doce años que estaban escribiendo cuentos y proyectaban armar sus propios libros. Querían conocer de qué se trataba un editorial, y hacía allá fui con mi cara de piedra.

La idea de editorial también suele contemplar un lugar, un espacio adonde se hacen los libros, como puede ocurrir con una pizzería (porque de algún lado salen las pizzas o los libros, ¿no?). No sé qué imagen tendrán algunos del espacio físico que ocupa una editorial; lo cierto es que para mostrar dónde se empezaban a cocinar los libros de la que conozco, Nido de Vacas, no tuve más remedio que fotografiar mis espacios de trabajo. Es decir: el living-comedor-oficina-depósito-sala multiusos, y la biblioteca-escritorio-gimnasio-depósito. Sin ir más lejos, lo que se ve en estas fotos.


Orden relativo. Puede que haya algunas cuestiones 
para resolver con el temita del fengshui. Nada grave.



(Sí, a veces me siento como Lenny: “no digan cómo vivo”)



Ahora compruebo que desde hace meses ambos espacios lucen igual. Casi igual. Se levantan los bultos, se limpia la tierra, se reacomoda todo en el mismo exacto lugar, y se siguen agregando bultos. Cada tanto, todo lo que yace en la mesa del comedor-living-oficina se hace a un lado a la manera de una barrida completa con antebrazo en forma de escoba, para que algún visitante ocasional pueda apoyarse y ubicar alguna tasa sobre la mesa. Luego, se sobrepone el (des)orden.

De esa imagen de (des)orden devenido en normalidad y rutina interminable se desprende una de las preguntas más inquietantes que me asaltan de tanto en tanto. Y sobre la cual ya no arriesgo ninguna respuesta. Porque ni Dios la sabe…

 

***

Antes de eliminar esas fotos del teléfono (que finalmente no les mostré a lxs pibxs, por suerte no hizo falta), las bajé a la computadora y gané la calle. Buscaba un poco de sol, aire fresco, vida palpable aunque sea a la distancia. Enfilé por el monte hacia el lado del Cecir, tranquilo y sin apuro. No recordaba que había llovido hace unos días hasta que encontré algunos charcos y franjas barrosas en el camino. Varios huellones accidentaban el recorrido y deseché la idea de avanzar al trote. Lo primero que pensé, como casi siempre que ando por caminos desparejos, es que quería evitar otra caída. Vengo medio flojo de equilibrio últimamente (en mi barrio le dicen a esto que pasa porque uno es medio pelotudo…) Reconozco que me he puesto un poco remilgado ahora de vejete, y a veces hasta me molesta ensuciarme las zapatillas. Sí, ando medio pelotudón, no hay vuelta…

Me acordé (inevitablemente) de mi última caída acompañada de suciedad y crucé, por esos caprichos de una mente llena de sensaciones cangureantes, la imagen de esa rodada con el desorden general de mi casa.

Repasé, sin ponerme melancólico ni trágico, que aquella caída pudo haber terminado peor y se me dio por barruntar (¡qué ejercicio preciosísimo  e inútil es barruntar!) nociones inexactas de qué hubiese sucedido después de que hubiese sucedido lo que finalmente no sucedió.

¡Je! Veamos…


 ***

Hace unos meses anduve por Ushuaia. Y visité parajes que demandan largas caminatas por terrenos no tan amigables; es sabido que caminar en montaña no solo supone una aventura agradable a todos los sentidos, sino además cierta inminencia de riesgo para cuerpos ligeramente torpes o de tobillos más tristes que un bolero, como los míos. Me lucí en el Parque Nacional; al cabo de unas ocho horas anduve casi treinta kilómetros con lluvia, sol, barro, extravíos, paciencia, pendientes costosas. Supe aguantar los ritmos y esquivar los tropiezos. Solo una señal de alerta me quedó girando, como una idea desabrochada: arranqué antes de las diez  de la mañana, bajo una lluvia intensa, la senda costera del bosque; cerca de las siete de la tarde, ya anocheciendo, me  pasaron a buscar para volver a la ciudad. En ese lapso no crucé a más de diez personas; la mayoría en yunta o en equipo. Ninguna andaba sola, como andaba yo.

Después recordé que por momentos caminé al borde de leves precipicios junto al mar, sobre los que era necesario no distraerse; un simple resbalón podía resultar peligroso. Si me hubiese pasado algo (una caída que ocasionara una lesión; una descompostura, cualquier accidente menor) lo más probable hubiese sido que no me encontrara ni Dios. Hubiese podido pasar algo así: me caigo hacia el mar, me golpeo el marulo, me desmayo, pleamar hace lo suyo y chau picho, si te he visto no me acuerdo. 

O también: se cae un árbol, te aplasta y andá a cantarle a Gardel (debo justificar esta posibilidad contando que el único sonido inquietante que escuché durante horas, en ese recorrido, fue el crujido lejano de ramas de árboles gigantes, un rechinar estridente que te hacía frenar en seco o darte vuelta con cagazo de película de terror; los carteles de advertencia y la cantidad de plantas caídas merecían mantener ese respeto).





Lo inquietante no pasaba por la posibilidad de un accidente, sino por la soledad y porque nadie sabía que yo estaba en ese lugar. Y acá la cosa se pone interesante. Porque esto lo comprendí días más tarde, cuando sí sucedió la caída (que ya todos esperábamos, a que no…), el extravío, la incertidumbre, el barruntamiento excesivo y el origen que justifica este palabrerío…


***

Días después, otra vez solo (a esta altura la soledad ya no es un mero dato anecdótico) salí hacia el glaciar Martial. El ascenso se puede hacer en dos horas, sin grandes exigencias. El camino habitual estaba, ahora sí, bastante concurrido. Nos acompañaban vestigios de una nevada cercana y un frío que declinaba con el andar. Como sucede con cada ascenso trabajoso, lo que se termina por  disfrutar es el descenso. No siempre bajar es lo peor; lo peor puede ser hacerlo solo, siempre hacerlo todo solo.

Rumbo a la base, a mitad de camino, hay un descanso desde el cual se desprende un sendero que se eleva y busca una salida alternativa, tal vez más dichosa, tal vez más emocionante. En la cima, cerca del glaciar, alguien me había preguntado por el Sendero del Filo; dije no conocerlo; al llegar al descanso y descubrir el cartel que me descubría la existencia de ese Sendero, busqué a los interesados, pero no había nadie más que yo.

Por curiosidad, entonces, elegí ese camino. Me fui separando de la ruta recorrida en el ascenso, en dirección opuesta y ascendiendo cada vez más, cada vez más, hasta perder de vista aquella ruta. Tenía tiempo; allá arriba se veía todo magnífico, se olía el mar (aunque estaba lejos) y el viento atravesaba la piel como una caricia con amor.

Calculé haber caminado lo mismo que debí haber demorado en llegar a la base por el camino habitual. Me hubiese gustado encontrarme algún ser vivo con quien compartir esa sensación de paz y quietud.

No sucedió.

Por lo pronto, pude rescatar las mejores vistas que me traje de aquella experiencia. Estas son algunas.



Lo interesante empezó un rato después, a la hora del descenso. El Sendero del Filo, solo piedra y camino angosto con laderas de cuidado, me mostraba adelante un bosquecito. Bajé hasta el límite y al no encontrar más señales que indicasen otra vía, allí entré. El sol, que cada tanto se asomaba tibio y deslucido, se fue perdiendo bajo la espesura de la arboleda. La claridad que se filtraba por las ranuras de la arboleda no alcanzaba a dar alivio a la tierra mojada; entre nosotros: no había centímetro adonde pisar que no fuera un lodazal insoportable.

Barro. Barro. Barro y un declive descendiente bastante difícil de domar. Panorama inmediato y realidad: la cuesta abajo se fue haciendo cada vez más acostada y más barrosa; esas tierras, lo supe de inmediato, no conocían la dulzura de los rayos solares y sí el agua y la nieve. Estaba en alpargatas en la pista de Holiday on Ice.

Debo aclarar, a mi favor, que llevaba bastones (porque boludo pero precavido); a paso lento, avanzaba de costado, como si estuviera en falsa escuadra. Me las arreglé bien. Otra aclaración: no sabía hacia dónde iba. Lo que sí sabía (porque boludo y precavido, y también con problemitas de equilibrio), era que la posibilidad de caerme se estaba cada vez más cerca. Era inevitable: pendientes de cincuenta grados, barro barro barro, troncos atravesados, pozos, huellones, y yo.

 

Poco a poco se va oscureciendo el cielito, aunque sé que todavía es temprano. No me importa nada más que encontrar la salida. Llevo más de una hora caminando. Sigo la huella; hay carteles pegados a los árboles; al parecer, voy bien. A veces no puedo ni usar los bastones como tercer pie, pero sigo. Aguanto. Voy bajando; enfrente hay un vado cargadito y enseguida una pendiente que asciende. Necesito dar un paso largo, pero es tan flojo el barro que no puedo afirmarme para tomar envión y meter un saltito. Me estiro para apoyar un bastón del otro lado del arroyito. Me queda incómodo.

Estoy jugado; estimo que si meto un pie en el charquito ese que está a mitad del trayecto no va a pasar nada.

Lo único que vale es no detenerse.

Lo que me detiene es el pozo. Resulta que el pie se entierra hasta la rodilla, pierdo el equilibrio, caigo sobre el arroyito. Estaba más cantado que Let it be. ¡Paf!  A la mierda. ¡Ja, ja! ¡Qué divertriste momento!

Me levanté tan rápido como me respondió el cuerpo, como si me hubiese caído en el medio de un casamiento. No sé cómo reaccioné así, porque la caída fue brava; estaba en los planes, sí, pero resultó que el pozo era más hondo de lo imaginado; en ese momento fue como si me pie hubiera llegado a la China y le hubiese cascado el melón a Yao Ming. ¡Exagerado! ¡Lo sentí así! No tuve ni ánimo para lamentarme.

Listo. Pasó lo que tenía que pasar. No era lo importante; lo desolador del panorama no se limitaba a esa caída previsible. La posta era otra: comprendí que estaba perdido en un bosquecito por el cual avanzaba sin saber adónde terminaría, estaba completamente solo y ninguna persona en este mundo sabía que yo estaba ahí. O sea: si en esa caída tonta me doblaba un tobillo (como me sucede a menudo incluso acá mismo, en mi casa), había muchas probabilidades de que, por las condiciones del terreno, hubiese sido complicado continuar.

Ni qué hablar de otra clase de accidentes. Para los optimistas de las tecnologías es importante recordarles que en un lugar como ese un celular puede servirte de linterna, con suerte; otro uso posible es perderlo en el recto, como para no sentirte tan solo...

Por lo pronto, y esto es lo que no se barrunta, fue que tardé casi tres horas en llegar a un lugar al cual debí llegar en veinte minutos. El café con leche que fantaseé disfrutar en la tienda de la base se lo habrá tomado otro, porque yo no pude ni entrar, de tanta roña que cargaba.

 

Eso es lo de menos. Fuera de cualquier especulación, no deja de ser una real posibilidad esa de haber quedado fuera de circulación allí donde nadie me hubiese buscado. Hay hechos e interpretaciones: en los hechos, estaba donde estaba y absolutamente nadie lo sabía; si algo me pasaba, nadie iría a buscarme adonde no se sabía que podría haber ido. Lo mismo si me hubiese caído al mar mientras recorría el Parque, sin testigos y nadie hubiese reparado de mi existencia, ni en el ingreso al parque, ni el hotel (adonde nadie registraba mis movimientos). 

También en ese bosquecito cercano al Martial; ¿mirá vos si me rompía una gamba y quedaba ahí tirado, inmóvil, a merced de ser atacado por los lobos o desayunado por algún yeti patagónico? ¡Ja! ¡Qué plato!

Lo anecdótico no elimina lo preocupante. Y acá lo preocupante no solo es sobrevivir a caídas, a barruntar posibilidades de muerte y demás. Lo que no se advierte completamente es eso que motivó el cruce de ideas que desembocó en esta narración: ¿qué sucederá con mi desorden cuando me muera?

Porque, más vale, me moriré algún sorete día porque esta sorete vida incluye la sorete muerte como parte de este sorete recorrido. Entonces, ante hechos incontrastables e inmodificables, y frente a sucesos que indican que la soreta muerte anda siempre merodeando, mientras camino por un bosquecito en el fin del mundo, por un montecito acá nomás del pueblo, o en mi cama de siempre (para qué tan lejos…) lo que me queda preguntar es qué pasará con mis residuos cuando ya no esté.

En esto pensaba mientras sorteaba huellas en el monte y recordaba cómo pude zafar bien de algún traspié sureño y lejano.

Sé que es una preocupación que nos incluye a quienes andamos bastante solos por la vida, que no dejaremos descendencia ni nos llueven las manos para cargar el cajón. Lo que se barrunta, al fin y al fin cabo, es quién dispondrá de mi herencia. 

¿Quién tendrá ganas de recoger mi magra siembra material? Para que lo vayan estudiando lxs potenciales benefactores, lo poco que dejaré son libros. ¿Quién se quedará, entonces, con mi biblioteca?

¿Quién va a terminar de limpiar mi mesa? ¿Quién tirará todos mis papeles? ¿Quién será responsable de tirar mis libros? 

¿Quién prenderá el fósforo que elimine los rastros de mi paso por este mundo?