lunes, 11 de abril de 2016

Afiches

Mi amigo con  aires de publicista me acercó algunos afiches para promocionar el libro de la historia de Lolei
Lo quiero mucho a mi amigo, como a un hermano. Tanto lo quiero que muchas veces, por ese carácter de mierda que tengo, no me animo a refutarle con firmeza algunas ideas que considero inadecuadas. 
¿Viste cuando tu vieja se zafa con una palabrota en el medio de una cena con invitados que no conoce, o desliza un comentario medio racista, bastante a destiempo, o bien pelotudo, haciéndote quedar como el culo adelante de todos, pero no querés decirle nada para no contrariarla, simplemente porque quien está diciendo esa barbaridad digna de hacerte esconder seis metros bajo tierra es tu vieja? ¿Viste cuando no podés/sabés decir "no"? 
Bueno, algo así pinta la cosa. Con mi amigo es parecido. El tipo viene un día, derrochando buenas intenciones, y te ofrece una mano desinteresada (como corresponde a un amigo) para que "puedas vender ese libro que escribiste con tanto esfuerzo"
"Tenés que promocionarlo", te dice tu amigo, "en la Internet está la clave para darlo a conocer", te agrega, revelador. 
Estamos de acuerdo. Y yo acepto, con mi habitual capacidad de no poder negarme a tamaño gesto de solidaridad. 
Si a casi nada me niego, imagínense a un ofrecimiento semejante. 
"Te puedo hacer unos afiches", se lanza como si fuera una eminencia en la materia del marketing y la publicidad, esas cosas que uno no maneja con destreza porque, cómo decirlo sin ponerse colorado, al fin y al cabo uno está para escribir historias más o menos pasables, y de ese tema de la publicidad no conoce mucho, no se mete, no entiende. De pedo puedo escribir un relato, de pedo puedo animarme a publicarlo. ¿Promoción, publicidad, anuncio, divulgación? Uff, qué pesado es eso, no me da la cara... 
"¿Pero vos sos pelotudo? ¿Con esa actitud pensás vender tu libro?" 
No tengo respuesta, porque mi amigo tiene razón. Lo descubre en mis palabras y en mi cara de desconcierto. "Despreocupate querido, yo te ayudo". Me tira un salvavidas. 
"Uy, qué bueno...", respiro, 
Si algo me viene bien en este momento de estancamiento, de modorra, de retraimiento, de ganas de esconderme, todo eso junto, es el timbrazo de ese amigo con aires de publicista que me devuelva un céntimo de confianza.
"Unos afiches que sean divertidos", te aclara el tipo, "hay que sacarse un rato el corset de lo establecido, hay que jugar un poco, hay que romper los esquemas, romper un poco las bolas, hay que buscar lo lúdico en la reacción del otro..."
"Hay que... qué sé yo lo que hay que...", pienso y lo miro serio. "De eso entendés vos, no me expliques nada. Te doy vía libre, hacé lo que quieras, confío en tu capacidad de todo eso que me decís...", lo despido con la sensación de que aceptaré de buena gana cualquier cosa. En el fondo no me importa. Antes que nada, cualquier porquería es buena. 
"Ya vas a ver, te van a gustar", me dice y "chau, después te los mando..."

***********

Dos días después recibí el primer correo electrónico de mi amigo con aires de publicista. Un archivo adjunto, un mensaje breve: "Decime qué te parece. Te mando uno, si te gusta, tengo otros del mismo estilo. ¡¡Son un garco de risa!!". Fin del comunicado. Abro el adjunto y veo esto: 


"No está nada mal. No es muy original que digamos, pero tiene onda", pensé. El hecho de ver a Mirtha Legrand promocionando a "mi" Lolei me provocó una mezcla de asombro y asquito. Impensado por donde se lo mire. Pero no me molestó. Al fin y al cabo, presentar a esa mujer en situación de ridículo, jugando con palabras muy propias de su léxico mohoso, tenía cierta gracia. Entendí la explicación de mi amigo cuando pregonaba eso de "romper un poco las bolas". Por lo demás, su elección fue acertada: él siempre supo que, desde que tengo uso de razón (de esto hace ya muchos años), consideré a la Legrand como un vejestorio lleno de prejuicios, además de ególatra, ignorante, miliquera, arpía, culo con rosca, ególatra, malintencionada, soberbia, petulante, zaina, mala leche, y ególatra. Entre otros. Sabe, mi amigo con aires de publicista, que está dentro de los personajes públicos que me generan poco y nada de simpatía. 
Punto a favor para su iniciativa.

Dudé un momento antes de responderle: a mí no me molestó presentar en semejante situación a esa mujer, pero ¿qué pasará con quienes sí la aceptan y no tienen el sentido del humor adiestrado para notar que en ese juego de palabras no entran mis impresiones personales sino, simplemente, una paráfrasis de su propia personalidad, utilizada con fines publicitarios? ¿Se sentirán heridos, y de tal modo se desinteresarán por el libro? Entonces, ¿todo esto resultará productivo?
De inmediato comprendí que es imposible satisfacer a todo el mundo. Que a mí no me caiga bien Mirtha Legrand (del mismo modo que ocurre con una larga lista de presentadores "famosos" del mundo de la farándula, idolatrados por muchos pero ignorados por mí) no debería generar mayores desencuentros. 
"No resuelvo nada con censurar los criterios humorísticos de mi amigo con aires de publicista", pensé. 
Y terminé aceptando el resto de sus ocurrencias.
Fue enviándomelas una a una...


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Mal hubiese hecho en buscar una correspondencia ecuménica. Muy mal. Es imposible agradar a todo el mundo. Es la vida misma, qué joder. Y ejercer la censura ante mi amigo, no dando a conocer el fruto de su trabajo solamente por no querer disgustar a algunos, no me lo hubiese perdonado. 
Él mismo me lo aclaró: "El que se quiera enojar, que se enoje. Y si no que se jodan. Yo detesto las propagandas de Cola-Cola, que son una oda a la búsqueda de la falsa felicidad. Igual que las de cerveza Quilmes o las de Movistar, o de Personal, todas esas garchas, que lo único que te muestran son jóvenes lindos de físico perfecto bailando en las playas, queriendo generar la idea de que la diversión y la felicidad son la misma cosa, y si tomás esa birra o usás no sé que plan de teléfono sos más poronga que cualquiera y tenés más chances de garcharte a la mejor mina, que es tan piola como el tipo porque chupa la misma cerveza y usa el mismo celular, y si vos no hacés eso sos un boludo bárbaro, que si la pasás mal es porque querés, porque estás afuera del sistema de felicidad que esos productos te proponen. Al final son todos una manga de forros. Pero por más que yo lo vea así, medio mundo toma Quilmes, habla por Movistar, destapa felicidad con una Coca Cola, caga divino porque se limpia el culo con papel higiénico Elite o es más fuerte y exitoso porque come el yogurt de Carlitos Tevez. Aunque seas un gordo lleno de granos o una mina más fulera que mi tía, te tomás una Sprite y pasás a ser como un rey. Bueno, querido, yo detesto a esos publicistas y sin embargo sus idioteces les surten efecto. El que quiera enojarse con mis afiches, que se enoje y listo...".

No creo que su explicación deba ser opacada por mis consideraciones. Si estoy o no estoy de acuerdo con su postura no tiene la menor relevancia. Lo cierto, lo inequívoco, es que fui abriendo uno a uno los modelos publicitarios para que eligiera el que más me gustara. A suerte y verdad, sin medir consecuencias.
Llegó este


y pensé: ¿quién podría enojarse? Seguramente los hinchas de Boca. Pues bien, qué mala suerte.
Entonces abrí este


que tal vez no caería simpático a quienes suponen que Fantino es un buen entrevistador. ¡Pero qué pena!
Y seguí con este


que seguramente fastidiará a los macristas y también a los antikirchneristas, que son unos cuantos, y muchos bastante cortos de cincha para las humoradas, sobre todo después de la cuestión de la grieta y esas cosas. 
Lo mismo con este,


con este,


y con este.



Y por último me llegó el menos problemático, porque este personaje de Capusotto no molesta a nadie, siempre siguiendo la tesitura ideológica de mi amigo con aires de publicista.


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No me he puesto a analizar qué clase de efectos provocarán estos afiches. Tampoco me detendré a pensarlo. A esta altura, la gauchada de mi amigo con aires de publicista es más valorable que cualquier hipotética reacción negativa. Allá ellos y sus esquemas de interpretación. Los que lo acepten y los que lo aborrezcan.
Sí trato de conjeturar qué suerte tendrá "Lolei" después de esta arenga publicitaria.
"Te lo van a sacar de las manos. Andá preparando una segunda edición del libro", intenta tranquilizarme mi amigo en su último mensaje por correo electrónico, exultante de optimismo. Yo no me quedo tan tranquilo...
Eso de la publicidad no es lo mío, queda bien claro. Pero prefiero rendirme a las buenas intenciones de la amistad. Me resulta más confiable. Que sea lo que tenga que ser. 
De hecho, creo que seguiré contando con sus habilidades para las próximas campañas de ventas de este libro. No sé, mi amigo tiene algo de contagioso con ese asunto de la confianza y el optimismo...

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