CAPITULO
27
Los
arduos trabajos de investigación de Lolei también fueron dando sus frutos. El
primero que vio la luz fue un artículo publicado el domingo 9 de abril de 1967
en el diario El Popular de Olavarría, en adhesión al centenario de la
ciudad y se tituló “Apuntes biográficos del Teniente Coronel Don Florencio
Monteagudo”.
El
texto, bastante extenso, ocupaba una página entera del matutino y estaba
acompañado por una imagen fotográfica del militar. La misma nota, aunque
abreviada, aparecería años más tarde, en la edición del viernes 19 de noviembre
de 1985 en el diario El Día de La Plata, bajo el título “El Comandante
Monteagudo – Un vecino de principios de siglo”.
El
artículo firmado por Lolei narra lo siguiente:
Nació
en la pequeña villa de Nuestra Señora de los Dolores (Dolores, provincia de
Buenos Aires), el 7 de noviembre de 1852. Era hijo del coronel Juan Florencio
Monteagudo y Echeverría, porteño, descendiente de la familia del doctor
Bernardo Monteagudo. Su madre, doña Isabel Valdivieso, era santafesina, hija de
padres chilenos y perteneciente a una de las familias más aristocráticas del
país trasandino. El historiador Angel Justiniano Carranza la recuerda en su
libro “La Revolución de 1839 en el sur de Buenos Aires”, al referir los
acontecimientos revolucionarios que tuvieron lugar en aquella zona durante el
gobierno de Juan Manuel de Rosas: “…Esa misma noche, no encontrándose tela
celeste para embanderar el pueblo, merced a un prodigio de actividad y abnegación,
se tiñeron con añil varias piezas de bramante, por las patriotas señoras Benita
Sánchez de Calvento (hermana del juez de Paz), Melchora de Valdivieso y sus
hijas Marta y Laureana, su nieta Isabel, joven de peregrina hermosura, y otras
damas; de manera que antes de las 24 horas más de 500 banderas flameaban al
viento.”
Casada
en primeras nupcias con el coronel Narciso del Valle, tuvo de éste tres hijo:
José, Aristóbulo y Delfor del Valle. Al quedar viuda contrajo nuevamente
matrimonio con el coronel Monteagudo y Echeverría, el 5 de junio de 1850. De
este matrimonio nacieron además de Florencio, tres niñas: Ana, Rita e Isabel.
Unidos por un gran afecto, los hijos de ambos matrimonios de doña Isabel
Valdivieso se consideraron verdaderos hermanos en todo momento.
El
14 de junio de 1853 Florencio Monteagudo fue bautizado en la Iglesia de
Dolores, siendo sus padrinos don Nicolás Coronel y doña Mercedes Somalo y Cires
de Coronel. Junto con sus hermanos, Florencio pasó su primera infancia en el
pueblo natal, donde realizó los estudios primarios. El 24 de enero de 1868
fallece su madre. En el libro 8, Folio N° 594 del Libro de Defunciones de la
Parroquia de Ntra. Sra. de los Dolores (Dolores, provincia de Buenos Aires)se
registra la siguiente partida:
“En
veinte y cuatro de enero del año del Señor de mil ochocientos sesenta y ocho,
el infrascripto Cura de esta Parroquia de Dolores dio licencia para sepultar el
cadáver de Isabel Valdivieso, viuda de Juan Monteagudo, de cuarenta y dos años
de edad, natural del país, domiciliada en el cuartel primero, que murió el día
de hoy de cólera, testimonio de Julio Pereyra, de veintisiete años de edad,
domiciliado en el cuartel primero, y de Manuel Pereira, de treinta y siete años
de edad, domiciliado en el cuartel dos. Recibió los Santos Sacramentos. Hizo
testamento, por señal de verdad lo firmamos: el Cura de la Parroquia, Manuel
María Erausquín. Testigo: Manuel Pereira.
Revolución
del 73
Su
profunda vocación militar lo llevó a ingresar al ejército luego de concluir sus
estudios secundarios en Buenos Aires. En el año 1873 fue dado de alta como
oficial y con el grado de Teniente 1°, formando parte del Regimiento 4 de
campaña que marchó a ocupar la frontera norte de Buenos Aires, prestando
servicios en el fortín “Lavalle Norte”, a las órdenes del coronel Próspero
Norri desde setiembre de ese año hasta el 1° de setiembre de 1874, fecha en la
cual fue transferido al Regimiento 1° de Caballería de línea en Nogoyá
(provincia de Entre Ríos)
En
ese año de 1873 llegaba a su término la presidencia de Sarmiento. El ambiente
político convulsionado presagiaba violencias inminentes. Acusados de
fraudulentos los comicios presidenciales que consagraron la fórmula encabezada
por el doctor Nicolás Avellaneda, no tardó en producirse un movimiento revolucionario,
cuyo estallido ocurrió el 24 de setiembre de 1874, asumiendo la dirección del
mismo en las provincias del interior el general Arredondo.
El
gobierno nacional designó al general Julio Argentino Roca para sofocar la
insurrección y este se dirigió con sus tropas al encuentro de Arredondo.
El
Teniente 1° Monteagudo integraba las
tropas al gobierno comandadas por el general Roca, participando así en su
bautismo de armas en defensa de las oficialidades de la Nación. El 2 de
noviembre tomó parte en la batalla de Villa de la Paz, en la provincia de
Mendoza, y el 7 de diciembre en la de
Santa Rosa, librada en la misma provincia. Sofocado el movimiento
revolucionario, la valentía y arrojo mostrados por el Teniente 1° Monteagudo
durante ambas jornadas le valieron la recomendación de sus superiores y el
ascenso a Capitán, el 18 de diciembre de ese mismo año.
El
diploma de ascenso, junto con otros dos más, fue obsequiado al Museo Histórico
de la municipalidad de Dolores “Los Libres del Sur” por Don Luis Monteagudo
Tejedor, hijo del militar.
Transferido
al Regimiento 6° de Caballería de Línea, expedicionó a las órdenes del coronel
Octavio Olascoaga hasta la provincia de Catamarca, desempeñando a su paso por
Santiago del Estero “varias comisiones de importancia”, según consta en su foja
de servicios. Pasó poco después a la primera línea de la frontera con el Chaco,
a las órdenes del coronel Mariano Obligado y después a la segunda línea “La
Soledad”, donde fue nombrado jefe del fuerte “Sunchales”, jefatura que
desempeñó hasta 1878.
En
la frontera bonaerense
El
5 de setiembre de 1878 es ascendido al grado de mayor, teniendo en cuenta los
relevantes méritos que nuevamente acreditan sus superiores. En ese mismo año
pasa con su cuerpo a Carhué, en la frontera sudoeste de la provincia de Buenos
Aires, haciendo desde allí las expediciones que preparaban la Campaña del
Desierto, bajo las órdenes del teniente coronel Freyre.
Refiere
el historiador Juan F. Lázaro en su estudio sobre “El origen y la evolución del
partido de Adolfo Alsina” que esas
tierras, en el año 1876, continuaban fuera de la línea de frontera con los
indios, pero que en el transcurso del siguiente año habrían de ser incorporadas
definitivamente a la civilización. El 23 de abril de 1876 el coronel Nicolás
Levalle hizo construir un fuerte sobre las barrancas del lago Epecuén, al que
dio el nombre de General Belgrano y en el cual estableció la comandancia de las
tropas a su cargo. En las adyacencias del fuerte se fundó un pueblo cuya pierda
fundacional fue colocada el 21 de enero de 1877 y que se llamó Adolfo Alsina. A
fines de 1878 un grupo de militares y vecinos presentaron un petitorio al
gobierno, solicitando que se declarase al pueblo cabecera del partido y que se
nombrara un comisario y un juez de paz, por cuanto el desarrollo alcanzado por
la población así lo requerían. Y se advertía que en una próxima fecha en que
debían marchar las tropas que constituían la guarnición “podían quedar los
vecinos sin autoridad alguna y librados quizás a muy enojosas circunstancias”.
El
mayor Monteagudo fue uno de los firmantes de este petitorio elevado al
gobierno, cuyo texto y nómina de solicitantes inserta el historiador Lázaro en
el estudio mencionado.
Durante
la Campaña del Desierto, consta en la foja de servicios existente en el
Ministerio de Guerra que “el general Levalle le confió durante la misma
comisiones de peligro y confianza, por las cuales y por los hechos de armas en que se ha encontrado, ha merecido
recomendaciones especiales” (sic)
La
batalla de Remecó
En
la localidad de Remecó (departamento de Guatraché, provincia de La Pampa), tuvo
lugar una de las más encarnizadas batallas contra los indios. Allí el mayor
Florencio Monteagudo pudo demostrar no solamente su temeridad sino también su
extraordinaria actitud como militar. El coronel Juan Carlos Walther, en su obra
“La Conquista del Desierto”, refiere este encuentro en estos términos:
“…Ante
la noticia que en la laguna Remecó se hallaba el capitanejo Lemir con sus
indios, el teniente coronel Herrero dispuso que el mayor Florencio Monteagudo
tratara de caer a la brevedad con una pequeña fuerza sobre sus tolderías,
mientras que el resto de la columna lo seguía de cerca para apoyarlo
oportunamente. El mayor Monteagudo llevó sobre sus enemigos una violenta e
impetuosa carga, a pesar de ser allí las indiadas en proporción de 4x1 contra
los nuestros. Los despedazó en todas partes donde obstinadamente trataran de
hacer pie alentados por su mayor número, causándoles 27 muertos, muchos
heridos, y tomándoles prisioneros mucho mayor número de indios y chusma que lo
apresado en la primera toldería, como así también varias lanzas y armas de
fuego. Los indios algo rehechos después de su derrota atacaron las tropas del
mayor Monteagudo, pero avistando el resto de la columna del teniente coronel
Herrero, se retiraron”.
Antonio
G. del Valle en su libro “Recordando el pasado – Campañas por la civilización”,
destaca también la brillante actuación de Monteagudo en la batalla de Remecó,
subrayando la superioridad numérica –cuatro veces mayor- de los indios.}
Al
día siguiente, 26 de enero, participó en otra batida similar en la localidad de
Marecó, distante algunas leguas de Remecó. En esa oportunidad, se sumó a la
inferioridad numérica de los soldados una terrible tormenta de viento y lluvia
en medio de la cual se realizó el combate, que culminó con un nuevo triunfo
para el ejército. Allí resultó muerto el capitanejo Lemor, cuyas indiadas
fueron deshechas.
El
coronel Olascoaga transcribe en su obra “Estudio topográfico de La Pampa y Río
Negro” una carta que fuera enviada al general Nicolás Levalle, y cuyo original
se encuentra en el archivo del Ministerio de Guerra. La esquela dice:
“Carhué,
29 de enero de 1879. Muy grato me es
participar a V.S. que la comisión del mayor Herrero que dejó ordenada V.S. a su
retirada de aquí y que yo despaché el 18 del cte, ha dado el más espléndido
resultado, pues habiendo batido a los salvajes
por tres veces consecutivas les ha causado 272 bajas… El mérito de esta
operación V.S. sabrá justamente apreciarlo, pues en los combates reñidos hasta
el piquete de infantes tuvo que contener con su nutrido y certero tiro a los
salvajes, que con obstinación poco usada desde hace tiempo, hacían el ataque de
nuestras fuerzas.
Al
felicitar a VS muy cordialmente por el éxito de la jornada, debo recomendar
especialmente el valor y excelente disposición del sargento mayor D. Benito
Herrero y el mayor graduado Florencio Monteagudo y demás oficiales de la tropa
que de ella han participado… habiendo tenido que batirse contra cuádruple
número de enemigos.
Dios
guarde a V.S. Clodomiro Villar. Jefe interino de la División Carhué”
Una
misión difícil
En
el mes de junio, dice el coronel Walther en el libro antes mencionado,
Monteagudo integraba la segunda división que tenía por destino la región de
Traru-Lauquen (hoy partido de General Acha, La Pampa). De acuerdo con el plan
de operaciones trazado, Levalle, a medida que fuera avanzado iría dejando cada
tanto pequeñas partidas o piquetes que servirían de enlace hasta Carhué. El
propósito era explorar las sierras de Lihuel-Calel como así también el río
Chadí-Leuvú (Salado). Iniciaron la marcha el 1 de junio, llegando el día 4 a
Leuvucó. Allí levantaron el primer fortín y reiniciaron el avance tres días
después. El día 11 Monteagudo encabeza una pequeña expedición, la cual consta
en el diario de operaciones del general Levalle: “A las 6 pm mandé al mayor del
Regimiento 6° de Caballería D. Florencio Monteagudo con 20 hombres a Utracán,
distante 10 leguas de este punto, con el objeto de batir sus alrededores”.
Mucho debía conocer Levalle las condiciones de este
oficial para enviarlo a realizar una batida de salvajes que por su indómita
belicosidad habían despedazado tropas mucho más numerosas que los escasos 20
hombres con que Monteagudo contó en dicha oportunidad.
Con
razón habría de decir años después un diario: “Monteagudo combatía al frente de
sus tropas si las había, o con dos soldados, o con uno, y hasta solo; a caballo
o a pie, con espada, sable o lanza según la circunstancia. Atacaba serenamente
resuelto y daba o recibía mandobles sin mirar para atrás, como los antiguos
caballeros” (El Popular, 1 de julio de 1908)
Las
tropas siguieron avanzando. Habiendo llegado a las tierras de Lihuel-Calel,
acamparon allí hasta el día 18 de junio. Refiere el coronel Walther que el
propósito no era sólo explorar la región, sino también hacer una batida
sistemática de las márgenes del río Salado y la costa norte del Colorado, en
cuyos densos montes se ocultaban las guerreras indiadas de Namuncurá, que
habían reclutado un grupo considerable de ranqueles.
Tres
caciques bravíos
Monteagudo,
al frente de un puñado de hombres, inició un avance exploratorio desde
Lihuel-Calel y en dirección al paso del Salado (próximo a la desembocadura del
río Curicó en el Colorado). A poco de andar descubrió una indiada con la cual
se trabó en lucha, consiguiendo no sólo triunfar sino también capturar –según
Walther- a los tres más bravos caciques de los Pampas: Namuncurá, Agneer y
Querenal. Estos habitaban la región de las sierras de Choique-Mahuida, siendo
salteadores y asesinos de las tribus vecinas. Sustentando sus ideales, Agneer y
Querenal defendieron tenazmente con su vida –continúa refiriendo Walther- las
tierras que creían pertenecerles. En su informe, el mayor Monteagudo sostuvo
que “Agneer y Querenal han muerto con una lanza en la mano y un puñal en la
otra, defendiendo con el celo de una pasión salvaje el desierto que creían
dominar eternamente”.
Nombrado
nuevamente por Levalle para combatir a los indios, los alcanzó y batió en
Chadelcofú, matando a los indios que se negaban a rendir.
La
insurrección de Tejedor
En
el año 1880 una nueva lucha fratricida vuelve a conmocionar al país.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires,
Dr. Carlos Tejedor, se levanta contra el gobierno nacional. El presidente
Avellaneda se ve obligado a trasladar provisoriamente la capital de la
República al municipio de General Belgrano, decretando la intervención de la
provincia insurrecta. Por su parte, Tejedor declara a Buenos Aires en estado de
defensa, y Nación y Provincia inician inmediatamente sendos aprestos militares.
En
esta oportunidad, el mayor Florencio Monteagudo, nombrado segundo jefe del
Regimiento 12 de Caballería, peleó también en defensa del gobierno nacional.
Consta en su foja de servicios que combatió en la jornada más sangrienta de
esta insurrección: el combate de Puente Olivera, cuyas alternativas narraría
tiempo después el propio doctor Tejedor en su obra “La defensa de Buenos
Aires”.
Monteagudo
marchó luego con su regimiento a la intervención de la provincia de Corrientes.
Merece
destacarse esta eventualidad por cuanto Monteagudo combatió contra las fuerzas
leales al gobernador aún cuando su casamiento con Dolores Tejedor (sobrina
carnal del gobernador bonaerense) estaba próximo a celebrarse.
Supo
así cumplir con su deber de militar honesto a carta cabal y por encima de
ambiciones personales o mezquinas apetencias: “Los cinco galones que ostentaba
sobre su kepí y llevaba con orgullo sobre su cabeza venerable los tiene bien
ganado”, publicará El Popular el 18 de julio de 1908.
Que
el doctor Tejedor supo comprender la actitud de Monteagudo y valorarla es
prueba elocuente, en tanto que al año siguiente, el 24 de agosto de 1881, fue
conjuntamente con su esposa Da. Etelvina Ocampo, padrino de casamiento de su
sobrina. La boda se celebró en la Iglesia Nuestra Señora de Balvanera. Los
padrinos de Monteagudo fueron su hermanastro, doctor Aristóbulo del Valle, y la
esposa de éste, Julia Tejedor de del Valle (hermana de Dolores Tejedor). Más
aún, el doctor Tejedor pidió expresamente a su sobrina que los hijos que
tuviera agregaran al apellido paterno (Monteagudo), el de Tejedor, materno,
deseo que los descendientes cumplieron.
Enviado
algún tiempo después a la frontera norte de Santa Fe en carácter de Jefe
Accidental de la misma, Monteagudo desarrolló allí una labor sumamente eficaz y
proficua. No solamente organizó expediciones que batieron numerosas indiadas
salvajes, sino que también hizo levantar buena cantidad de fortines en defensa
de la colonia Presidente Avellaneda, situando Monteagudo la comandancia de sus
fuerzas en la localidad de Avispones.
Al
estallar la revolución de 1890 consta en su foja de servicios que permaneció
destacado en Olavarría a las órdenes del gobierno nacional.
Sus
últimos años
Ascendido
a teniente coronel por la valiosa labor que realizara en la frontera de Santa
Fe, no pudo permanecer mucho tiempo más en servicio activo, pues como años
después diría de él el doctor Drago frente a el ataúd de Monteagudo: “A medida
que se acercaba el lauro con que posterioridad debía orlar su frente, la vida
de privaciones que entonces caracterizaba a los campamentos, que no tenían más
techo que la bóveda celeste, ni otro abrigo que el que le proporcionaban las
ramas de arbustos raquíticos, le generó una dolencia fatal”
Retirado
de la vida militar se radicó con su familia en la ciudad de La Plata a
principios de siglo. Allí adquirió una hermosa casona en la calle 6, en el
solar donde posteriormente se levantó el moderno edificio del Colegio
Eucarístico. Pasó sus últimos años dedicado a tareas rurales en un campo que
poseía en copropiedad con su hermano, el doctor Aristóbulo del Valle y don
Mariano Demaría. Falleció el 30 de junio de 1908.
Los
diarios más importantes de Buenos Aires y de La Plata destacaron desde sus
columnas la muerte de este distinguido militar. El sepelio de sus restos fue
una imponente manifestación de duelo, congregándose en la Iglesia de San
Ponciano, donde se realizó una misa de cuerpo presente, una concurrencia que
colmaba las naves del templo. Personalidades y distinguidas figuras de la
sociedad porteña y platense se hicieron presentes: el arzobispo de La Plata,
monseñor Francisco Alberti, José Camilo Crotto, Delfor del Valle, Raymundo
Salvat, coronel Ramón Falcón, Mariano Demaría, Julia Tejedor de Del Valle, Luis
Monteverde, Horacio Oyhanarte, José Abel Verzura, Julio Arditi Rocha, Juan
Vilgré Lamadrid, entre otros.
El
diario “La Voz de la Iglesia” publicó la siguiente nota necrológica: “Ha caído
uno de nuestros más gloriosos soldados que ha dado brillo y renombre a las
armas argentinas, al par que dignificó con una vida honesta de creyente sincero
la sociedad en que vivió. Descendiente de patricios, supo llevar su apellido
limpio y digno del origen… Dios premie las virtudes del meritorio soldado que
tan señalados servicios ha prestado a la sagrada causa y a la patria”.
NOTA:
Las hermanas Dolores Tejedor de Monteagudo y Julia Tejedor de del Valle
(esposas de Florencio Monteagudo y Aristóbulo del Valle, respectivamente)
pertenecían a una antigua y distinguida familia avecinada en el Río de la Plata
desde las tempranas épocas del virreinato. Muchos de sus miembros ocuparon
meritorios y expectables cargos en el Gobierno y el Ejército, como el teniente
coronel Miguel Tejedor, jefe del Cuerpo de Blandengues de la Frontera; Antonio
Tejedor, alférez combatiente durante las invasiones inglesas y militar de la
Independencia, recordado por Ángel Justiniano Carranza en su obra “Bosquejo
histórico acerca del doctor Carlos Tejedor y conjuración de 1839”; Dionisio
Tejedor, capitán del ejército del General José María Paz, de quien era Ayudante
de Campo y cuya trágica e injusta muerte relata el mismo general Paz en sus
“Memorias” y Domingo F. Sarmiento en “Facundo”; Nicolás Tejedor, joven fogoso y
enemigo del entonces gobernador Juan Manuel de Rosas, y en cuyo domicilio –dice
Carranza en el libro antes mencionado- solía reunirse el Club de los Cinco que
complotaba contra Rosas, y uno de cuyos integrantes era el doctor Tejedor. Este
último, años después alcanzó la primera magistratura bonaerense, cargo en el
cual lo había precedido su pariente, D. Pastor Obligado, primer gobernador
constitucional de la provincia de Buenos Aires. Julia y Dolores Tejedor eran
hijas del doctor Martín Tejedor y de Da. Jerónima Monterroso (prima hermana de
Ana Monterroso, esposa del general Lavalleja). Huérfanas a temprana edad,
fueron criadas por Carlos Tejedor y su esposa Etelvina Ocampo.
Los
hijos del teniente coronel Florencio Monteagudo y Dolores Tejedor son Dolores
Monteagudo Tejedor de Marziali; Luis (casado con Mariana Irma Martínez
Alchurrut); Carlos (casado con María Esther López Merino) y Abel (casado con
Elsa Ardigó).
Para
completar la información, no está de más apuntar que del matrimonio entre Luis
Monteagudo Tejedor y Mariana Irma Martínez son hijos Luis Alberto Monteagudo
Tejedor (casado con Miriam Mirambell) y Lola Irma Monteagudo Tejedor (casado
con Hugo Lionel Cavalcanti Palacios). Esta
última boda se celebró el 30 de enero de 1963 en La Plata, siendo los testigos
las señoritas Corina Galarregui y Alicia Fabregat por la novia y el doctor Luis
Monteagudo Tejedor (h) y el señor Alberto Palacio por el novio. La ceremonia
religiosa fue el 1 de febrero en la Parroquia San Ponciano. Fueron los padrinos
la señora Florentina Rosario Palacios y el señor Luis Monteagudo Tejedor.
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(XXVII)
Para: Hugo Cavalcanti
Palacios
Academia
de Idiomas Gref
Calle
Santa Engracia 62 4°
Madrid
– España
De: Alan Rogerson
Les
Viviers
Claouey
33950
- France
1
Juin 1984
Querido amigo:
Gracias
por tu carta, la recibí esta mañana. Siento que hayas tenido problemas con
Josefina y con Julio. Espero que se resuelva pronto.
Estoy
en el bar con un café, no beberé alcohol esta tarde, ya que anoche fui a una
fiesta. Todo era gratis, así que cumplí con mis obligaciones y cogí un pedo
fenomenal. Volví a las 3 de la madrugada, me levanté a las 8 con una resaca que
ni veas. En la fiesta me puse a hablar con un tío y tu nombre surgió. Este
señor me dijo “mais oui, Monsieur Cavalcanti, il est le pire professeur de
l’Academie, n’est-ce pas? Il ne donnera jamais de cours a mes enfants, aux
elections en France pour élire le pire professeur d’Espagne, moi et beuacoup
beuacoup de gens avons vote pour lui, les enfants dorment bâillent y ronflent
pendant ses cours en plus d’est toujuors pété” ¿Qué te parece, tío? Eres
conocido en Francia también.
Acabo
de terminar de trabajar, estoy muy cansado. Dime, Hugo, ¿cuáles son tus planes
respecto a este empleo en la Embajada Argentina? ¿Estarás en Madrid o en otro
sitio? Porque si te vas, quizás no te vuelva a ver nunca más y me dolería
mucho. A veces pienso que un día iré a tu país, comeré con tu familia, y
después de la comida yo te diré: “¿Hugo, te apetece dar una vuelta?”, y vamos
de cabeza al bar y nos cogemos una tajada gorda.
Estoy
soñando, como siempre, pero a mí gusta soñar de vez en cuando. Sé que los
sueños casi nunca se realizan.
Cuando
Josefina te dice esas cosas no le hagas caso, no me jodiste la vida. Cuando
estuve en Madrid, gracias a ti la pasé mejor y además me diste mucho dinero,
que te debo. Para mí no es importante, sabes que no le concedo importancia a la
pasta. Lo importante fue tu amistad y tu afecto, que no olvidaré jamás. Y otra
cosa: si no hubieras sido mi amigo, habría bebido la misma cantidad de alcohol,
solo o con otra persona. Así que no te preocupes, si pudiera yo haría
exactamente lo mismo con la misma persona: tú, mi amigo Hugo. Ya está.
Para
terminar, te pediré un favor. Te lo pagaré, claro. ¿Me puedes mandar un paquete
de Bisonte, el periódico El País y, si puedes, un plano del Metro? Si no
puedes no te preocupes. Te mando un abrazo fuerte fuerte. Cuídate y escríbeme
pronto
Alan