lunes, 6 de junio de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (36)


CAPITULO
36

-Con esta actitud, nos vamos a quedar acá hasta que nos muramos, algo se nos va a ocurrir-, le dije imperativo, cuando regresé, a la hora de la cena.
El viejo seguía cabizbajo, aunque en realidad parecía dormido. Cuando olió la comida de la bandeja abrió los ojos gradualmente, de a uno por vez, como para que la realidad no le pegara tan fuerte. Amagó con sentarse.
-¿Qué me trajiste?-, inquirió semidormido.
-Arroz con queso, no te imaginás lo rico que está el queso-, conté mientras me acercaba para ayudarlo a sentarse.
Se acomodó a la espera de su ración. Serví dos abundantes cucharadas en el plato y se lo alcancé. Le entró duro y parejo, como siempre.
“Es como el ego, que es fácil de alimentar porque come cualquier cosa”, me dije.
-Está pendiente un tema del que poco hablaste-, comencé a decir mientras el viejo seguía masticando-. Todavía queda el tema de tu jubilación, de los trámites que estabas haciendo, ¿cómo avanza eso? ¿Quién está a cargo del expediente?-, pregunté.
-Un abogado amigo, Marito Browne, él tiene todo-, respondió después de tragar.
-Marito Browne… me suena ese nombre. ¡Tu viejo amigo de la juventud! ¿Y hace mucho que no lo vés, que no tenés alguna novedad?-, dije. Su silencio y su cara de yo no fui fueron respuesta suficiente para entender cuánto tiempo haría que se había desligado totalmente del asunto. “¿Cuánto hace que no lo vés: seis meses, un año, dos años…?”
Siguió sin responder.
-Debe hacer como un año-, dijo al rato, después de meditar largamente.
“Si dijo un año deben ser por lo menos dos”, adiviné.
Me atraganté con varios cuestionamientos: ¿cuánto más dejaría pasar para averiguar por el estado de la jubilación? ¿Por qué esperó tanto tiempo en avisarme quién estaba detrás del caso? ¿No sabe que si no estás encima de ellos los abogados, por más amigos que sean, no mueven un dedo para acelerar ningún trámite?
Resultó que el tipo se pasó años esperando sentado desde la casa que su amigo cayera un buen día con la noticia: “Lolei, ya estás jubilado”, nos damos las manos, “gracias por los servicios prestados”, “ahora sí que estoy salvado”. ¿No hubiese sido mejor idea tratar de contactar a su abogado antes que mendigar por los asilos con la escritura de un departamento plagado de quilombos? Pero elegí callar.
Terminó de comer y me pidió algo para beber: “¿podrá ser un vaso de vino?”
-Por supuesto que no-, dije categórico-, no tengo una bodega en mi casa y además hoy es miércoles; los días se semana no se toma alcohol.
Se rió, buscando el remate de un chiste que no existió. “El vino cuesta dinero, y como dinero para vino no tengo, con agua de la canilla te sostengo”, poeticé.
-Te salió un versito-, descubrió gracioso.
-Anotalo para tu libro, te van a llenar de elogios-, grité desde el baño, donde cargaba una copa con agua.
-Decime adónde puedo encontrar a Marito-, sondeé.
-Debo tener anotado su dirección y su teléfono por algún lado, no sé adónde, dejame pensar, dejame pensar-, repitió con cara de estar pensando.
Me pidió que le alcanzara una agenda vieja apilada entre los libros de la cómoda. Espanté una cucaracha aventurera del lomo, le saqué un poco de tierra y se la di. Buscó un rato largo, mientras yo juntada los platos sucios de la cena. Encontró referencias en la letra M.
-¡Acá lo tengo!-, celebró. Mario Browne. Este es…
Había un número de teléfono y dos direcciones. Una de ellas correspondía a la oficina, en calle 8, sobre la peatonal.
-Está a la vuelta de la facultad-, apunté- puedo visitarlo mañana mismo.
Anoté todos los datos en un papel y corté el papel. Se quejó porque le rompí la agenda.
-Contame algo del estado del expediente, para saber cómo encararlo a este tipo-, lo corté sin responder a la protesta.
-Está trabada por razones técnicas-, dijo. Desde el IPS sostienen que no cumplí los treinta años de servicio necesarios para solicitar el beneficio, pero presenté un amparo porque fui cesanteado injustamente de mi cargo en el Ministerio de Educación, en los años de la dictadura. Me echaron y no recibí indemnización. Y al poco tiempo tuve que exiliarme para salvar mi vida. Cuando regresé al país, con la democracia, desconocieron mis antecedentes y no fui reincorporado. Desde entonces no he tenido un empleo formal y no agregué aportes jubilatorios. La última presentación de pruebas para el legajo fue en el 97, cuando tres testigos declararon en qué condiciones debí dejar mi trabajo. A partir de ese momento estoy esperando un dictamen. Marito confía en que será favorable, pero no sabemos cuándo saldrá la sentencia.
Prometí ocuparme de Browne a la brevedad. “Me harás un gran favor”, festejó, “esa puede ser la solución que buscamos”. Y antes de que me fuera, me llamó a su lado y tomó mi mano:
-Si llegás a verlo a Marito, decile por favor que venga a verme, aunque sea como amigo, por favor que venga-, rogó.
“¿Aunque sea como amigo?”, me dije. Imaginé que algo raro merodeaba en ese pedido, pero le resté importancia.
-Te lo prometo, Lolei, te prometo que Marito Browne vendrá a verte.


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(XXXVI)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Chez M. Claverie
2 Domaine des Tourelles
33700 Merignac - France

21 Juillet 1985
Querido Hugo:
Acabo de volver de Inglaterra. Carlos no vino; lo esperé una semana pero no dio señales de vida. Me alegró que no lo hiciera, pues yo tenía sarna, que es muy contagiosa. Además, ni mi madre ni yo teníamos suficiente dinero y no habríamos podido aceptar el de Carlos. Tomar dinero de un huésped, eso no se hace. La próxima vez lo invitaré.
Espero que no te estés aburriendo en Argentina y que algún día regreses a España. Llevas razón cuando dices que ahora hay un océano entre nosotros, pero confío en que una vez que estés de vuelta y sólo estarán los Pirineos.
Las clases se reanudan dentro de dos meses. Tendré más trabajo, aunque de momento estoy a dos velas. Guardo dinero en el banco pero no lo sacaré porque está destinado a construir una casa en el futuro. Nunca volveré a vivir en Inglaterra; el gobierno es neofascista. Tampoco volveré a trabajar en la Academia de Chardy. Es una puta. La quería, y ahora ya no la quiero.
Tengo muchos defectos, pero nunca he puteado a nadie por nada.
Estuve en Inglaterra dos semanas. Fui a ver a Kate. Estaba tomando un baño cuando recibió tu carta. Se rió cuando le dijiste que debería casarse conmigo. La leí también y me reí mucho. Salimos juntos, nos cogimos un gran pedo. Kate me gustaba cuando estaba en Madrid. Cuando la vi en Navidad, me gustaba. Después volví a estar con ella y también me apetecía. Es muy maja y la quiero mucho. Se ve que me gusta Kate, pero no ligo.
Me marcharé dentro de un mes porque la pareja que me hospeda ha vendido el bar y deberé buscar un nuevo alojamiento. Tú dime cuándo estarás de vuelta en España. Me gustaría volver a verte y pasar mucho tiempo contigo. Sobre todo, quisiera cogerme una buena merluza contigo. Sabes que te quiero muchísimo. Espero que no estés enfadado si he hecho algo que te haya cabreado. Lo siento. Cuando me llamaste casi dijiste que estabas perturbado y por eso no me habías escrito. Enseguida me dije ‘este tío está cabreado porque le he hecho algo’. Si es verdad, te pido mil perdones. Te quiero mucho y siempre quiero ser tu amigo.
Escríbeme pronto. Da mis recuerdos a tus padres, que no me conocen y tal vez nunca me conocerán. Me despido. Te doy un abrazo muy fuerte. Vuelve pronto a Madrid. Te echo mucho de menos

Alan

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