lunes, 27 de junio de 2016

La ridícula idea de no volver a verte…




Apenas terminó el partido con Chile me rehusé a seguir viendo nada.  No consumo a periodistas ni analistas deportivos porque me aburren. Me quedo con lo que vi, con lo que viví. Me acosté decepcionado por otra final perdida. Pero nada del otro mundo, solo la amargura superficial de no poder ver a mi selección levantando la copa. Una vez más. Hace años que el fútbol no me quita el sueño, aunque después de un buen tiempo de desidia, de aburrimiento, me doy cuenta que cada día me gusta más. Me gusta ver fútbol, disfruto ver jugar a ciertos jugadores. Me alegra su alegría de verlos ganar. Y me entristece su tristeza de verlos perder. En particular me importa un carajo cuánta guita ganan los jugadores, con quién se acuestan, lo que dicen frente a los micrófonos.  Me gusta verlos jugar, hacer lo que mejor les sale. Me gusta que ganen los que me gustan, pero no me asfixia verlos perder. Es parte del juego. En ese sentido soy bastante desapasionado. La pasión elijo ponerla en otras cuestiones. Ya no litigo con eso.

Hoy me desayuno con una noticia peor, mucho peor que esa derrota: Messi renuncia a la selección. Busco información, encuentro declaraciones sueltas, encuentro miles de opiniones. Leo a gente que lo defiende y a gente que lo cuestiona; veo cientos de cartelitos de apoyo, decenas de videos con sus mejores goles. Veo fotos de Messi llorando. Encuentro discusiones acaloradas sobre si Higuaín sí, si Agüero no, si Di María tal vez, si Martino debió o si con Maradona esto no pasaba. Culpas, responsabilidades, chivos expiatorios, comparaciones desmedidas. Pero para mí ya no existen los análisis y los posibles. A mí se me nubla la cabeza. Y deja de importarme definitivamente haber quedado a un paso de ganar otra copa. Lo que pasó, pasó. Es irreversible. Volvimos a quedar segundos. Duele, molesta, jode. Pero en este momento, justo en este momento, tener que instalarme la idea de no ver más a Messi con la camiseta de la selección argentina, me suena a obligarse a hacer un duelo por adelantado. Lo que me arrasa es una nostalgia irremediable, a contramano, bien a destiempo. Y ya no me entra nada en la cabeza.

No me entra en la cabeza la ridícula idea de ver otra vez a Argentina imaginando que Messi está en su casa mirando el partido por televisión.  Dudo si tendré ganas de tomarme dos horas de mi vida para mirar un equipo en el cual está ausente el jugador que más me llena los ojos. No me resigno a no verlo más.  Me acuerdo de una frase de Hernán Casciari, de su cuento “Messi es un perro”. En ese relato dice que “hay que tener mucha suerte para que te guste un deporte y ser contemporáneo de su mejor versión”. No quiero dejar de tener esa suerte. Hoy no me interesan los mundiales, ni las copas América, ni los trofeos de leche. Mi punto de vista es completamente egoísta: me interesa mi felicidad de seguir viéndolo jugar a Messi. Se me hace un nudo en la garganta de solo pensar que lo último que veré de Messi con la camiseta de la selección argentina sea ese llanto tímido (todo lo que él hace, excepto cuando tiene una pelota en sus pies, lo hace con timidez, o como si no le importara), sea esa mirada perdida, ese caminar demolido, ese penal tirado a las nubes. Me duelen los ojos de solo pensar que no volveré a verlo jugar para mi equipo.

Cuando un músico se muere, quedan sus canciones; cuando se muere un escritor, me dejó sus libros. Messi está vivo, y tiene 29 años. No me resigno a verlo muerto tan pronto. Es como el ser querido y lejano que se va para siempre después de regalarte lo mejor de sí. Todavía no es el momento.

No me resigno a recurrir a sus videos para llenarme el alma con su obra. Eso es lo que siento ahora, justo ahora. Es bien elemental, casi primario. Hoy me cago en la AFA, en Martino, en lo que pudo ser y no fue. Me cago en el penal errado, en las malas definiciones de Higuaín y de Agüero, en la expulsión de Rojo, en los cambios que no se hicieron, en lo solo que tiene que arreglárselas Messi contra cinco o seis sabuesos cada vez que agarra una pelota, en la tercera final perdida en tres años. Me cago en todo. Trato de mirar para adelante y veo un hueco que nadie podrá llenar. Hoy me duele más esa decisión personal que el haber perdido otra final.

El lunes se me va pasando en un estado de angustia inexplicable. No tengo ganas de hacer nada. No quiero ver videos ni homenajes de despedida, no quiero leer ni escuchar nada. Voy a la casa de mi vieja y le pido que, ¡por el amor de dios!, cambie de canal. No quiero agregar nada de nada a esta sensación. Porque esto es personal. Esto es entre Messi y yo. Lo único que deseo, ahora, justo ahora, es que Messi seque sus lágrimas y vuelva a hacerme feliz. A mí y a todos los que disfrutamos de su manera de embellecer el fútbol. De su arte.


Esto es lo único que me importa por ahora. El resto, después lo discutimos…



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