Con su primera novela en la calle, “El vértigo de la felicidad”, el escritor fue entrevistado en la Radio Escuela ENSNA de Rojas por estudiantes de 6° año y reflexionó sobre la construcción de su flamante obra, sobre la escritura y su visión de la literatura.
Acompañado por el
editor de Nido de Vacas, Federico Riveiro, que estuvo a cargo de la edición de
su primera novela, Amir Abdala (Rojas, 1990) fue entrevistado en la Radio ENSNA(99.9 Mhz) por estudiantes de 6° año de la Escuela Nicolás Avellaneda de Rojas
acerca de la aparición de su libro más reciente, “El vértigo de la felicidad”.
El joven escritor,
autor de los poemarios “Hay un poema
dormido, hay un poeta despierto” (Imaginante, 2015) y “Lo único que pasa es lo que no se recupera” (Imaginante, 2016),
reflexionó acerca de la construcción de su obra, acerca de sus modos de
escritura y su visión de la literatura.
“No creo necesario estudiar para escribir. En todo caso se estudia para
obtener herramientas de escritura, pero no quiere decir que se pueda ser un
buen escritor estudiando. Todo lo contrario: yo creo que lo indispensable es la
lectura para sacar lo mejor de cada autor. Y desde ahí, escribir y escribir hasta
dar con el estilo literario que le de fuerza a tu palabra. Escribir no es poca
cosa”, consideró.
—¿Sólo te dedicás a la escritura o también trabajás?
—Las dos cosas. Es muy difícil vivir solamente de la escritura siendo tan
joven. El mundo de las letras es muy exigente.
—Creés que si no estuvieras viviendo en Rojas, y sí en
otro lado, ¿podrías vivir de la escritura?
—No. Eso es un mito de que todo pasa en otro lugar. La escritura pasa en
donde uno está. Yo puedo estar viviendo en Rosario o Capital y no me sale una
palabra; como también puedo estar viviendo en Rojas y escribo tres libros… Lo
bueno es moverse, no quedarse estancado siempre en un solo lugar. Creo que fue
Nietzsche quien dijo: “Toda convicción es una cárcel”. A veces, ese
convencimiento no es muy bueno. Está bien dudar de lo que uno hace, está bien
querer dejarlo, siempre y cuando sea fructífero para lo que viene, y para lo
que se está trabajando.
—¿Cuánto tiempo te llevó escribir “El vértigo de la
felicidad”?
—Fue un trabajo intenso, de varios años, hasta que pude dar con el
principio de la historia. Antes escribí otras historias que no quedaron
truncadas, pero tampoco me convencían como me convenció ésta.
—¿Qué lugar específico tenés para escribir, o qué te
inspira a hacerlo?
—Me gusta estar solo. Es más, cuando estás con un libro en la mano abordás
el espíritu de otro autor, sus reflexiones, su forma de pensar. Aunque estés
acompañado del libro sos vos, mano a mano con vos… Y con respecto a la
escritura de mis textos, no creo que haya una sola forma de escribir que sea
solamente en el papel. Hay otras formas: escuchando, mirando, viendo, prestando
atención, buscando detalles, recuerdos; ahí también hay otra vuelta para la
escritura que va a caer en el papel. No existe un solo lugar para escribir.
Vuelvo a lo mismo: Rosario, Capital o el pueblo más chiquito del mundo están
bien para escribir, siempre que uno esté seguro de lo que está haciendo.
—“El vértigo de la felicidad” es un título bastante
profundo, ¿cómo lo empezaste, cómo es la historia?
—El personaje que narra la historia se va a vivir a la calle, después de
que su pareja se suicida frente a él. Su decisión es determinante cuando le
sucede algo dramático, trágico o absurdo, como lo es la muerte. A través de
toda esa carga emocional -que parece no ser poca- él deja su mundo material y
comienza a vagabundear. Empieza a narrar desde ese lugar que le toca ocupar.
Traté de situarme en el lugar de él; es decir: cómo sería yo viviendo en la
calle. Considero que la riqueza de la literatura es vivirla, por eso opté por
pasar hambre, sin necesidad; de pasar frío, sin la necesidad que a otras
personas condiciona la sociedad… El personaje puede ser cualquier persona que
vive en la calle, o también uno mismo sintiéndose solo, desolado, angustiado.
Tiene esa vuelta.
—Lo que escribís o escribiste, ¿está reflejado,
relacionado con tu vida antes de comenzar con todo el proceso de escritura?
—Sí. Es algo que viene desde mi infancia. Yo me crié en Tucumán, en un
barrio muy humilde, donde obviamente tenía amigos mucho más humilde que yo.
Gente que pasaba hambre. Y ver eso, que era un contraste conmigo, porque yo sí
podía comer, era muy duro; porque si él pasaba hambre, yo también pasaba
hambre. Era ponerme en la piel del otro, de buscarle esa vuelta para sentirte
acompañado y que el otro se sienta en compañía con vos. Tenemos valores que se
nos meten de chicos. Uno no elige nacer donde nace, pero sí tiene que vivir
donde le toca. Este libro tiene mucho de la existencia misma.
En tanto, Federico
Riveiro contó cómo fue trabajar con Amir Abdala en la edición de este libro. “Venimos hablando de sus obras
desde hace dos años. Estábamos trabajando en otra novela, pero él se fue a otra
ciudad y cuando volvió me propuso este nuevo texto que me gustó mucho”.
—¿Por qué
elegiste editar la obra de Amir?
—Básicamente, porque escribe bien. Yo lo conocí a él a través de sus libros
de poesía. Y luego lo conocí como persona. Tuvimos la oportunidad de cambiar
visiones sobre la literatura y demás cuestiones. Eso te hace conocer no sólo al
autor del libro, sino al hombre que escribió ese libro. Esa combinación te
ayuda a ver cuál es su proyecto de escritura, además de lo que escribe. En el
caso de la novela, me gustó el texto que me presentó y creí que valía la pena,
como editorial que se inicia, hacer el esfuerzo de editarlo. Hoy por hoy es muy
difícil que alguien te publique, más si es tu primera novela. Por eso aposté
por su escritura.
Agradecemos profundamente a las autoridades de la Escuela Nicolás
Avellaneda, a los responsables de la radio, a las estudiantes que participaron
de la entrevista y especialmente a la profesora María Victoria Stodard por el
espacio y la atención.
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