miércoles, 11 de noviembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (8)

Capítulo 7

CAPITULO 

8

Al día siguiente quise dormir hasta tarde pero Lolei no me dejó.
Era sábado y, pese a que la historia de la pelea se extendió hasta la madrugada, él se desveló bien temprano y no tuvo el mínimo de piedad para dejarme dormir con la tranquilidad que creía merecer. Antes de las nueve de la madrugada me despertó a los gritos y no me quedó otra alternativa que bajar, con los ojos pegados y una buena dosis de malhumor.
Comprendí de inmediato que para el viejo todos los días eran iguales, no existía diferencia entre un sábado y un martes, entre un día cuatro de un veintisiete. Tampoco respetaba horarios para el descanso. Para él significaba lo mismo dormir una siesta a las siete de la tarde que despertarse a las cuatro de la mañana para ir al baño. Ese día, como uno más, como los que estaban por venir, simplemete se despabiló y llamó.
Ya comenzaba a ser una actitud constante que Lolei se empeñase en convocarme a cada rato, muchas veces solamente para saber si estaba. Se tranquilizaba con sólo tener la certeza de que yo estaba en mi casa. Era manifiesto su temor a ser abandonado y necesitaba asegurarse de ello cada vez que la idea se le cruzaba por la cabeza.
-Es sábado y es temprano, me gustaría dormir un rato más-, le pedí.
Se justificó diciendo que no sabía qué hora era. Le informé que todavía no eran las nueve y, para hacer rendir el viaje, pregunté si necesitaba algo. Quiso ir a mear, seguramente para aprovechar que estaba ahí, más que por tener verdaderas ganas de mear.
Mientras caminábamos hacia el baño, habló algo sobre el episodio de la pelea con el padre, como si hubiese estado recordando más detalles. No le presté demasiada atención, estaba medio adormilado y no tenía ninguna gana de escuchar historias. Le pedí que me lo contara más tarde. Él no me prestó atención y siguió hablando. Yo seguí sin prestar atención.
Es probable que se diera cuenta de mi desinterés y, para retenerme y salirse con la suya, avisó que además de mear tenía ganas de cagar. Lo único que faltaba, me dije.
Como pudo se sentó en el inodoro. Siguió hablando pero yo salí del baño, le dije que no me apetecía verlo cagar, “a mí no me agrada que me miren mientras cago”, avisé.
Aproveché para acomodar la cama. Al cabo de unos minutos me llamó. Descubrí un detalle al que no había prestado debida atención: el viejo se limpiaba el culo con los trozos de papel de diario que estaban en la bolsita colgada en la puerta. Y no los tiraba en el inodoro sino que los guardaba en una segunda bolsa que escondía dentro de la bañera y que estaba repleta. Calculé que había papeles enmierdados desde hacía meses. Ofrecí traerle un rollo de papel higiénico, “es más cómodo para tirarlo”, aconsejé. Se negó, “con esto me arreglo bien”, dijo. “Entonces podremos cambiar esta bolsa, te traigo una nueva y tiro esta que está llena”, propuse. Ni aprobó ni negó, por lo que procedí a cumplir con el recado sin pedir permiso.
No tenía un olor agradable aquel pequeño y cargado recipiente de nylon, pero mi olfato ya se estaba adecuando. Lo ayudé a pararse. Se subió el calzoncillo y el pantalón. Tiré de la cadena y comprobé que no funcionaba. Tuve que descargar un balde con agua para desagotar el inodoro. “Flor de sorete”, dije por lo bajo al ver el contenido del retrete. Le exigí que se lavase las manos, acto que cumplió sin chistar.
Volvimos lentamente para la cama y, para ganarle de mano, en el camino le fui diciendo que volvería a dormir y bajaría más tarde, tal vez cerca del mediodía. “Está bien, a las doce te espero”, me comprometió. Me preguntó qué día era.
-Los sábados no vienen los evangelistas-, sugirió al recibir mi respuesta.
Entendí que el compromiso sería doble: bajar cerca del mediodía –“a las doce te espero”- y, por supuesto, con el almuerzo. No estoy seguro, pero no es improbable que internamente haya maldecido efusivamente a los evangelistas, una vez más.
-También podríamos arreglar la mesa-, recordó.
Le regalé una mirada insinuante y desde la puerta avisé con firmeza que volvería, sí, por supuesto volvería, pero cuando me despertara, no a las doce, sino cuando me despertara. A la hora que sea.
-No te olvides la comida-, me despidió.


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(VIII)

Madrid, 19-IV-80
Querida Julia: Como verás yo ando de nuevo por Madrid después de mis vacaciones por Portugal y el sur de España. Sigo trabajando a lo loco para pagarme mis viajes. Espero estar en las vacaciones y contarte mi vida aquí. Hasta entonces, un abrazo de
Lolei
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Mora de Toledo, 27-IV-80
Queridos papá y mamá: Con unos amigos me vine a las romerías del olivo que hay por aquí. Nos estamos divirtiendo a lo loco. Me parece que el lunes ninguno va a ir a trabajar. Un beso y un cariño grande de
Lolei
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Mora de Toledo, 27-IV-80
Querida Julia: Otro fin de semana que paso fuera de Madrid con un grupo de amigos. Nos vinimos a unas romerías famosas cerca de la ciudad de Toledo, en el pueblo de Mora. Un gran beso y gran abrazo para ti
Lolei

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Madrid, 9-V-80
Querido Carlos Alberto: Como ve, de vez en cuando me acuerdo de enviarle una postal. Cuando vaya para allá el mes que viene le llevaré todas las que pueda. ¿Qué tal andan sus cosas en el colegio? Ya sus hermanitas deben estar grandes, ¿verdad? Bueno, querido sobrino, esperando verlo pronto, le envía un gran abrazo

Lolei

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