En su primer libro, el filósofo y docente Diego Singer compila discursos escolares y problematiza el lugar de la escucha en situaciones rituales. “¿Cómo articular un discurso de manera tal que llegue al otro y lo transforme; que genera un problema allí donde había una certeza?”.
“Políticas del discurso”, publicado este año por Nido de Vacas Ediciones, se presentó a fines de julio en la ciudad de Buenos Aires.
“Todos los discursos de este libro proponen un auditorio que no se dirigen al otro con condescendencia; porque si uno se dirige en forma condescendiente, en la mayoría de los casos el otro se acomoda a ese lugar. Como docentes, nosotros debemos disputar en el otro qué tipo de receptividad va a tener; nadie tiene una única forma de recepción, y si bien puede haber reacciones más conservadores (del tipo: esto no se entiende, o: esto fue desubicado) es importante que podamos tejer lazos con la forma de receptividad que puedan conectar con ese pequeño riesgo que nosotros tomamos al enlazar discurso y verdad de modos nuevos”.
De esta manera, el docente y filósofo Diego Singer sintetizó uno de los ejes que componen su primer libro, Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela, una compilación de textos nacidos, en su mayoría, de su experiencia como profesor en una escuela secundaria, a través de los cuales analiza el hecho de tomar riesgos en la relación del discurso: “ese riesgo implica ir más allá de lo que se espera de la palabra; y significa que siempre hay una escucha abierta, receptiva; y si no la hay, es importante generarla”.
Políticas del discurso fue presentado el 26 de julio en las instalaciones de Dain Usina Cultural, ubicado en el barrio porteño de Palermo, a sala llena. Se trató de la segunda presentación, tras la realizada en la librería Notanpuan de San Isidro en el mes de abril, a pocos días de su lanzamiento.
El libro, publicado por la editorial rojense Nido de Vacas, reúne discursos, cartas y otras intervenciones que fueron preparadas para actos de efemérides oficiales y ceremonias de graduación en la institución educativa donde trabajó durante diez años como docente de Filosofía y Sociología. También recoge otros textos de experiencias ligadas a la enseñanza, como su paso por el Centro Universitario de Devoto (CUD).
El autor estuvo acompañado por el editor Federico Riveiro; el director de la colección FilosoQué?, Ezequiel Evangelista, quien habló en representación de la editorial; el escritor Jonás Gómez y la profesora de filosofía Anahí Llanes, quienes aportaron diferentes miradas sobre la obra.
A continuación, transcribimos los discursos completos de los protagonistas que dieron vida al encuentro:
Ezequiel Evangelista: “Me intrigaba la forma en la que
Diego iba a trabajar con los símbolos patrióticos”
Quiero contarles cómo surge la iniciativa de hacer este libro, que es el cuarto de este quijotesco proyecto que comenzamos el año pasado, que es la editorial “Nido de Vacas”.
Les confieso que estos días estuve preocupado. Estaba pensando qué decir esta tarde. Por suerte soñé con mi profesor: Juan Carlos Llauradó. No recuerdo qué me dijo. Pero si recuerdo que estábamos sentados a su mesa algunos de sus amigos y que nos habíamos reunido a leer “Políticas del discurso”, el libro de Diego. De manera que este sueño me dio la excusa para nombrarlo, para homenajearlo y también para convocarlo esta tarde. Todo sueño que se precia de vigilia, cuando acaba tiene el sabor de la frustración: no pude y no podré leer éste y otros tantos libros con Juan, quien falleció a principios de 2017. Este sueño tenía, sin embargo, una pista de lo que debía decir hoy: esto es, aquello que diría sentado a la mesa de Juan.
Conocí a Diego durante mi último año de estudios del profesorado de filosofía. Me tocaba hacer las prácticas docentes. Elegí, para hacer mis observaciones de clase, un curioso taller de filosofía que se realizaba en el Centro Universitario de Devoto (más conocido como CUD), espacio que funciona dentro del penal. Un amigo en común que tenemos con Diego, Lucas Ortiz, me había invitado reiteradas veces a conocer esta singular experiencia docente.
Viernes a viernes nos fuimos conociendo. Recuerdo cuando lo entrevisté, mientras aguardábamos los permisos de las requisas, los candados y los pasadores del servicio penitenciario, para entrar al aula. Recuerdo mi torpe desempeño en la primera clase que dicté, un poco obligado por el entusiasmo de Lucas y de Diego. Fue también en el taller del CUD donde escuché el primer discurso de aquellos que componen ese imprudente formato que es “Filosofía a la gorra”. Luego frecuenté algunos bares y centros culturales para enredarme en otros conceptos y autores, y también en otros formatos de la filosofía de Diego como el ciclo: “Lecturas Cruzadas”.
De la mano de mi profesor teníamos en mente un ciclo de charlas. A fines de 2015 le propuse a Diego que visitara mi pueblo, Rojas. Aceptó la invitación de inmediato, y me contó de otros municipios del interior bonaerense donde lo recibían frecuentemente. Desde entonces mis vecinos lo han escuchado, en reiteradas oportunidades, hablar de la arquitectura nómade de su propuesta, y de algunas de sus lecturas predilectas, como por ejemplo: Nietzsche, Foucault y Butler.
Siguiendo el espíritu de su arquitectura nómade, hemos organizado actividades con Diego y otros pensadores y pensadoras en Rojas y ciudades aledañas tanto en escuelas como en bachilleratos populares, en centros culturales, bibliotecas, conservatorios y próximamente también en bares.
La primera vez que vino a Rojas, Diego también estuvo sentado a la mesa de Juan Carlos Llauradó. Recuerdo el momento incomodo de ese almuerzo. En medio del “ida y vuelta” de estos dos filósofos, Juan le preguntó a Diego si alguna vez había pensado en publicar. Diego contestó que no, contó que fue librero muchos años y que sabía de primera mano cómo funcionaba el mercado editorial y esos supuestos concursos literarios donde el ganador terminaba pagándose los libros y oficiando además de editor, distribuidor y vendedor. Juan en un gesto de comprensión le dijo: “esperame”, fue hasta el escritorio, le trajo un ejemplar de su único libro publicado en vida, el poemario: “Dones simbólicos”, y dándoselo comentó: “te lo regalo, este es el libro que me pagué yo”. Se trataba del primer premio del XXI certamen internacional de poesía de una editorial chupasangre cualquiera.
En fin, Juan no llegó a ver la edición de su libro: “Literales ausencias”, que inaugura la colección de Filosofía de la editorial Nido de Vacas, y mucho menos el segundo volumen de la colección: “Políticas del discurso”, el libro de Diego. Creo, sin embargo, que le hubieran gustado, él era un amante de los libros, del pensamiento crítico, de los formatos no convencionales. Creo también que no hubiera dejado pasar la oportunidad de hacerle notar a Diego su cambio de perspectiva.
En otra de sus visitas a Rojas, Diego me contó algo que ese mediodía se había guardado, y es que él había estado escribiendo de hecho un libro. Lo había estado escribiendo un poco “sin querer” –según dijo– durante los diez años que trabajó en una escuela secundaria. Resulta que un día le asignaron un acto escolar y escribió un discurso bastante corrido de lo que suele decirse en los actos escolares. A pesar de todo, a los directivos y a la comunidad escolar les gustó y decidieron convocarlo para otro acto. Con los años se hizo de un repertorio de discursos en relación a las distintas efemérides. Además dio discursos en ceremonias de entrega de diplomas en esa misma escuela donde trabajaba y escribió otros textos para otras instancias, como por ejemplo un discurso para una capacitación docente o textos para usar en clase.
En aquella charla trasnochada me confió que en algún momento había pensado en publicar un libro con todo ese material, pero que cada vez le parecía más lejana la idea, ya que para entonces había dejado de dar clases en la escuela.
A mí, me pareció un material único en su formato, un texto que podía interpelar a un público muy diverso y en particular remover ciertos conservadurismos del mundo docente que uno habita y en el marco del cual uno da batalla también, y lo más importante de todo, me generaba mucha intriga la forma en la que Diego iba a trabajar con los símbolos patrióticos. Nos juntamos con Fede (Riveiro), nuestro editor multifacético, y redactamos una lista de razones por las cuales Diego Singer debía publicar su primer libro a través de nuestro humilde proyecto editorial nacido en un pueblo perdido en la pampa bonaerense.
Sinceramente no creo que la lista de razones fuera tan brillante pero, de lo que no me cabe duda, es que la actitud de Diego de confiar en una editorial que recién arrancaba para publicar su primera obra, fue un gesto de generosidad, de consecuencia y de compromiso. Así que queríamos aprovechar este momento para decirte gracias Diego por hacernos pensarlo todo de nuevo y por hacernos revisar nuestra manera de relacionarnos con nuestra memoria colectiva, con estas fechas que se nos ocurren significativas en términos de comunidad, nación y humanidad, por ofrecernos herramientas desde la filosofía para darle una vuelta de rosca a esas ocasiones que la rutina de la escuela termina transformando en instancias repetitivas e intrascendentes.
Desde Nido de Vacas tenemos la convicción de que las bases mismas de nuestra sociedad pueden ser discutidas. En una época de proliferación de discursos autómatas y autocomplacientes, creemos urgente hacer circular otros discursos, voces que expongan la fragilidad que somos, que nos desafíen a forjar nuevos lazos afectivos y políticos para afrontar esa fragilidad tan íntima y de la que tanto nos escondemos. En este sentido, creemos que hacer libros, en uno de los peores momentos de la historia editorial argentina, es un gesto de resistencia.
Para terminar, quiero mencionar quienes aportaron su trabajo, su arte o su apoyo en este proyecto: a Federico Riveiro, mentor y motor de la editorial; a Martín Malamud, que engalanó la tapa y la portada con sus ilustraciones; a Ayelén García Pinasco por la fotografía del autor; a Emiliano Raggi, diseñador de las tapas de las colecciones de la editorial; a Fernando De Luchi, que inició junto con Fede esta aventura. A Dain Usina Cultural por el espacio. A quienes nos acompañan en esta mesa.
Gracias también a todos los que hicieron su aporte en la preventa de este libro; con sus compras y sus apoyos logramos superar las metas que nos pusimos para financiar el proyecto, tanto es así que tuvimos que hacer una segunda edición de “Políticas del discurso” apenas un mes después de su salida a la calle.
A todos ustedes que se acercaron para acompañarnos, gracias por su tiempo, por su atención y espero que disfruten de este encuentro.
Jonás Gómez: “Se respira en la lectura una intención genuina de activar el pensamiento crítico”
A la hora de escribir un texto, sea para la descripción de un dentífrico o para una investigación sobre la economía en el medioevo, hay que lidiar con dos problemas: qué voy a contar y cómo voy a contarlo.
El primer problema, la variable de qué voy a contar, se resuelve con la idea que impulsa el texto.
El segundo problema, el cómo contarlo, con el tono del texto. Y lograr que esos dos pilares estén asentados en un terreno firme no es nada fácil.
En el caso de Políticas del discurso Diego pudo resolver muy bien esas dos cuestiones. Llegó a un tono en el que la lectura es dinámica, el sonido fluye y, a la vez, hay materia. Porque aunque el proyecto partió de la base de los discursos (y a partir de ahí uno podría esperar cierto registro oral) lo que se encuentra en la lectura es un nivel de espesor que interpela.
Ya en el recorrido del libro se encuentra la respuesta a cómo se articula la filosofía en un espacio educativo. Tanto a nivel institucional como a nivel humano. O, para ser más precisos, se percibe la variedad de maneras en las que intervino Diego durante los 10 años que fue profesor en una escuela secundaria.
Esas respuestas y la respuesta a la pregunta de qué clase de profesor fue en ese ciclo de tiempo, se encuentran en estos discursos, expuestos (al menos la mayoría) en actos escolares, pronunciados como intervenciones para la comunidad de alumnos, padres y docentes, en fechas específicas del calendario escolar y en despedidas para los egresados.
Pero ¿qué implica una política del discurso? ¿Qué hay de específico en estas fechas? ¿Por qué decidió intervenir a través de una serie de discursos?
A partir de estas fechas se puede comprender (o intentar comprender) el modo en el que una nación se piensa y se narra a sí misma. No es lo mismo generar un momento de reflexión el 24 de marzo que dejar el salón de actos vacío.
No es lo mismo poner en contexto a San Martín que usar la palabra “emprendedor” para describir sus acciones políticas y militares.
No es lo mismo hablar de la clase trabajadora en el día del trabajo que no hacerlo y dar por sentado su rol, o considerarlo como una parte accesoria del funcionamiento de la economía.
A partir de estas fechas es posible pensar cuáles son los relatos que circulan en la población (resaltados por el sistema educativo) para contar su propia historia.
Pero queda claro que, en el modo de ponerle el cuerpo al rol de docente, Diego no se quedó en el discurso, muchas veces ingenuo (o editado con una intencionalidad mezquina específica), con el que una institución educativa se dirige al alumnado para tocar estos temas. Si hay algo que recorre el libro, de principio a fin, es la propuesta de ponerse en cuestión, a uno mismo, a la historia del país, a la sociedad, a las instituciones, al modo en el que ejercemos nuestra ciudadanía.
Lo que se respira en la lectura es una intención genuina de activar el pensamiento crítico, sea frente a un grupo de adolescentes o en el centro educativo de la cárcel de Devoto.
¿Y cómo se hace eso? ¿Cómo se intenta activar la reflexión? Con la palabra. Tomando la palabra, haciendo uso de una palabra imantada, una palabra que tenga peso, que remueva algo en el otro y en uno mismo.
No alcanza con señalar con el dedo, hay que, también, ponerse en cuestión uno mismo. La intervención que se haga en ese contexto tiene que estar llena de palabras comprometidas con el ejercicio de pensar, no puede ser una intervención de utilería, no puede ser una simple opinión. Porque, como les recuerda Diego a sus alumnos en uno de estos discursos, opinar no es lo mismo que pensar.
Anahí Llanes: “La escucha, si es genuina, abierta y generosa, también se construye colectivamente”
Antes que nada quiero agradecer a Diego por la invitación a ser parte de esta presentación. No es este agradecimiento un acto protocolar. Quiero destacar la generosidad de abrir el espacio de participación, de encuentro y de escucha, sobre todo a quienes recién nos estamos iniciando como educadores.
Esto tiene que ver con cómo consideramos las lógicas de producción del conocimiento. ¿Quiénes producen el conocimiento? ¿Las grandes personalidades, los especialistas, la elite? ¿O más bien sostenemos una producción colectiva donde todos tengamos la oportunidad de formar parte? Cuando pensamos en la presentación de un libro, en la conformación de un panel, o en cualquier evento relacionado con la cultura, tomamos un posicionamiento al respecto.
Y eso tiene mucho que ver con la inquietud que plantea Diego en su libro, porque al preguntarnos cómo construir otro tipo de escucha nos preguntamos también por quiénes son los sujetos que forman parte de la producción de los saberes. ¿Cuál es la noción de alumno que construimos? ¿Un ente meramente receptor y pasivo ante la palabra del docente? ¿O un sujeto activo, que se involucra, que participa, que forma parte de la cultura y, por ende, que se transforma al intervenir en su realidad?
Todas estas cosas están en juego al hacernos la pregunta inicial con la que abre el libro: ¿cómo articular un nuevo tipo de escucha? Y creo que el primer paso, la primera condición de posibilidad, es habilitar el encuentro, eso que estamos haciendo ahora: encontrarnos como iguales, participando de un evento que tiene que ver con el conocimiento, involucrándonos, poniendo el cuerpo. La escucha, entonces, si es genuina, abierta y generosa, también se construye colectivamente. Esto tiene que ver con qué sentido le damos a nuestras prácticas de enseñanza. Considero que ese es el núcleo duro olvidado en el campo de la educación. ¿Cuál es el sentido de nuestra práctica como educadores? ¿Para qué enseñamos? ¿Por qué? ¿Desde dónde nos posicionamos? En base a esos supuestos iniciales construimos el cómo.
La dimensión del sentido y los efectos de la palabra en la educación fue considerado, nada más y nada menos que por Paulo Freire, uno de los voceros más destacados y más conocidos de la Educación Popular. Muchos se ríen o desconfían cuando escuchan esta expresión, bastante banalizada. Se piensa corrientemente en una educación rebajada para los pobres. Y en realidad hablamos de una práctica que disputa y cuestiona los sentidos dominantes de las prácticas educativas. Que visibiliza que no existe la neutralidad en la educación y que siempre nos posicionamos ideológicamente. Que tomamos postura en relación a los alumnos, al conocimiento y, por supuesto, en relación a nuestras prácticas.
La palabra, el discurso, entonces, toma otra dimensión; forma parte de un entramado más complejo y pierde ingenuidad. No podemos considerarla aislada del sentido desde el cual enseñamos. Freire hablaba (y en ese hablar proponía, se posicionaba en) una educación dialógica como alternativa y resistencia a la pedagogía del oprimido. Fíjense la potencia de la palabra: puede ser instrumento de opresión y también de resistencia, de disputa.
Pensar la educación como práctica dialógica implica otros modos de circulación de la palabra y de los saberes; implica también sacar a los alumnos de la invisibilización y del silencio para que se conviertan en sujetos y para eso, volvemos al comienzo, necesitamos encontrarnos, abrir un espacio de encuentro. Visibilizar esto es poner sobre la mesa el posicionamiento fuertemente político que atraviesa a la educación y a la práctica del discurso.
Hay algo que quiero destacar de este libro, de Políticas del discurso, y es que es el resultado de pensar y analizar el sentido de la propia práctica. Es un ejemplo del conocimiento que se construye a partir de una reflexión aguda, profunda y genuina de la propia experiencia. Donde la misma experiencia es escuchada y es recibida, no es subestimada. Y así, el discurso se convierte en una práctica, en una práctica política.
Y desde el discurso, entonces, buscamos interpelar nuestras experiencias sociales cotidianas. Eso es lo que considero que intentan hacer los discursos que Diego incluye en su libro. De esa intencionalidad de dislocar el sentido común vienen las “Intervenciones filosóficas en la escuela”: por un lado, poner en tensión nuestras concepciones y prácticas cotidianas en torno a lo social pero, por otro lado, (y esto me interesa especialmente porque tiene que ver con el campo de estudio que elijo) ejercer la práctica de la filosofía desde nuestras propias experiencias.
Lo cual nos lleva, finalmente, a seguir haciéndonos preguntas: ¿Pará qué filosofía? ¿Para qué filosofar? ¿Cuál es el sentido de nuestras prácticas como profesores de filosofía?
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Diego Singer: “Siempre hay una escucha receptiva; si no la hay, es importante generarla”
Cuando empecé a escribir lo que ahora es un libro, no lo hice pensando en escribir y publicar, sino que fue parte de la praxis docente. La decisión de publicarlo pasó porque el trabajo que hacemos como docentes no se piensa como esa distinción clásica del mundo griego, entre praxis (obra) y poiesis (poesía); la praxis se relaciona con la acción en la cual no está involucrado un producto final, como puede ser un libro. Los docentes hacemos praxis, pero nunca nos pensamos como autores; no nos subjetivamos de esa manera. Muchas veces actuamos como mediadores de obras que escribieron otros, con contenidos legitimados en términos de saber dentro de un formato libro.
Además de todos los discursos escolares, el libro tiene al final un texto que refleja mi experiencia de trabajo en el CUD (Centro Universitario de Devoto), que funciona en la cárcel de Devoto. Me interesó mixturar dos universos heterogéneos: por un lado la escuela, y por otro un espacio como la cárcel, donde no se espera que aparezca el docente, un lugar pensado para la reclusión o el castigo.
Estos discursos fueron escritos para ser leídos en actos escolares; es algo a lo que llamamos una situación ritual (solamente algunos de los textos del final del libro fueron utilizados dentro del aula). El modo en que la escucha se prepara para una situación institucional (es decir, ritual) y el modo de una intervención dentro del aula son distintos. Me fui dando cuenta de que el discurso de la intervención institucional, particularmente en la escuela, muchas veces está subvalorado. En última instancia, pocos se atreven a decir: “¿para qué estamos acá?”; “el discurso nadie lo escucha”. Los padres están esperando sacar fotos a sus hijos, y eso parece ser lo único que importa.
Al mismo tiempo, los discursos tampoco son cuidados desde quienes los enuncian; son discursos que se repiten, y las orejas están esperando esa repetición. La pregunta que surgió, entonces, fue cómo aprovechar ese espacio en un momento cultural en el que la ritualidad está subvaluada.
La única posibilidad no es acomodarse a un ritual dentro de un ritual, es decir, jugar el juego de que estamos diciendo algo en lo que se suponía era un espacio y un momento especial; una situación de excepción en relación a lo que sucede en la dinámica de la enseñanza y el aprendizaje. En esa circunstancia esperada, que sirve para poner en paréntesis otros discursos (el himno, la bandera, etc.) y centrarnos en un aspecto que muchas veces tiene que ver con una identidad nacional, ¿cómo podemos hacer para que esa escucha empiece a abrirse de otro modo y puedan recuperarse otra clase de preguntas?
La cuestión era disputar los sentidos de un discurso, lo que se espera que se diga en un discurso como los escolares, sino también los límites mismo de lo que puede ser reconocido como un discurso.
Siempre se entra en comunidades que nos preceden; en un lenguaje (que es anterior a uno); en una forma de comprender lo que se puede decir y lo que no se puede, y cuáles son esos límites (que son anteriores a uno); se entra en una escuela, una institución con ciertas prácticas y formas de hacer y reproducir una forma de ser. A veces tenemos ganas de hablar porque hay algo de esas forma que nos incomoda y queremos ver hasta dónde podemos disputar esos espacios dentro de la institución; sin tener que decir “acá no se puede hacer nada” y sin dejar de jugar esos juegos de autocensura en los que muchas veces nos acomodamos para seguir cumpliendo esos roles como si no pasara nada.
Esos lugares que reproducimos sin arriesgar cierta incomodidad (algo que excede al ámbito escolar) no le caben simplemente a la autoridad, esa que garantiza que se sigan diciendo las mismas cosas; es un juego donde empiezan a jugar los alumnos, los padres, los docentes.
Hay un problema importante con los límites que nos autoimponemos y las formas en las que aceptamos lo que puede ser dicho y lo que no puede ser dicho. A veces nos gusta decir que es un problema de la autoridad, pero pocas veces arriesgamos a romper con esos límites y ver qué pasa. Cuando efectivamente se hace, pasan muchas cosas, sobre todo si se hace de modo genuino.
Parte del espíritu de este libro tiene que ver con que muchas veces me bajaba del estrado de donde los chicos recibían sus diplomas, y se acercaba algún familiar para decirme: "¡Qué bueno lo que leíste!". Entonces, la relación a cierto riesgo que implica ir más allá de lo que se espera de la palabra, significa que siempre hay una escucha abierta, receptiva; pero si no la hay, es importante generarla.
Los grandes creadores jamás se acomodaron a las formas de configurar una nueva obra, sino que crearon su propio público; lo forzaron. La idea de la creación siempre implica forzar algo; el modo en que quienes nos escuchan está esperando. Cada vez que aparece algo nuevo, entrenar la escucha, abrir un estómago (como decía Nietszche) para digerir eso, requiere de un trabajo. Y una palabra que no sea condescendiente con ese a quien se dirige tiene que demandar ese trabajo.
Todos los discursos de este libro proponen un auditorio que no se dirigen con condescendencia (al menos esa fue mi intención), porque si uno se dirige en forma condescendiente, el otro se acomoda a ese lugar (en la mayoría de los casos; por suerte también hay rebeliones). Nosotros debemos disputar en el otro qué tipo de receptividad va a tener; nadie tiene una única forma de recepción.
Y si bien puede haber reacciones más conservadores (“esto no se entiende”, o: “esto fue desubicado”) es importante que podamos tejer lazos con la forma de receptividad que puedan conectar con ese pequeño riesgo que tomamos al enlazar discurso y verdad de modos nuevos.
En una época de hipercomunicación y constante creación de discursos, debemos poner atención en la hiperproducción. Lo aprendimos de Platón: “opinión” y “pensamiento” son cosas distintas. A veces debemos tener cuidado con expresar todo lo que pensamos y tratar de rescatar algo que hoy en día no aparece en esta proliferación productiva de los discursos (sobre todo en las redes sociales), que es la escucha. Es muy difícil escuchar: enseguida queremos decir, queremos contestar, queremos discutir. El error de la discusión y la polémica; no estoy en contra de la polémica, pero hay que saber mucho para poder polemizar.
Me interesó comenzar a pensar de qué manera tiene que estar articulada la palabra para que llegue al otro de una forma no autoritaria (como expresando: “tenés que reproducir esto”; “callate, escuchá; repetí la historia”); el discurso tiene que llegar interrumpido, problematizado.
Y una buena manera de hacerlo, sobre todo si nos dirigimos a adolescentes, es evidenciar los problemas. Es decir, mostrar que lo que estamos pensando está vivo. Las escuchas adolescentes puede que estén más vivas que las nuestras, y enseguida perciben cuál discurso está vivo y cuál no; se percibe en el tono, en el modo en que se dispone el cuerpo.
Entonces, hay una cuestión fundamental para quienes nos dedicamos a la docencia: cómo hago para articular un discurso de manera tal que llegue al otro y lo transforme, lo toque; algo que generaba una certeza empiece a generar un problema.
(…)
Para escuchar esta intervención, click en el enlace 👇
Sobre el libro
Lanzado en el mes de abril de este año, y tras el éxito de ventas conseguido, esta obra ya tiene en circulación la segunda edición, que se consigue en librerías de Rojas, Junín, Pergamino, Capital Federal, San Isidro, Córdoba, Rosario y Azul. También a través de Mercado Libre, con envíos a todo el país y desde todo el mundo mediante la plataforma Amazon.
El autor
Diego Singer nació en Buenos Aires en 1978. Es profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y Maestrando en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad. Ejerció la docencia en Nivel Medio en las materias Sociología y Filosofía. Dictó clases en el Taller de Filosofía del programa de Extensión Universitaria UBA XXII en el CUD (Centro Universitario Devoto). Coordina grupos de estudio y realiza encuentros abiertos de Filosofía en todo el país. Dicta regularmente clases para profesionales de salud mental en hospitales de la Ciudad de Buenos Aires. Es docente de la Diplomatura de Estudios Avanzados en Psicoanálisis y de la Especialización en Teoría y Práctica Psicoanalítica (UNSAM). Dirige la Diplomatura en Subjetividad y Estado (UNLZ).
Ficha técnica
Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela. Diego Singer.
Nido de Vacas, 2019. 160 páginas. 21 x 14,8 cm.
Colección: Filoso-Qué?/ 2
Edición: Federico Riveiro, Ezequiel Evangelista. Ilustraciones: Martín Malamud. Diseño de tapa: Emiliano Raggi. Fotografía del autor: Ayelén García Pinasco.
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