Una
serie de versiones no concluyentes sobre la vida de José de San Martín
confluyen con aspectos conocidos de la historia para dar forma a esta ficción,
que ensambla al padre de la Patria con nuestros pueblos originarios. “De la
tierra”, reciente novela de Oppizzi
publicada por Nido de Vacas, fue presentada en Arrecifes.
(Arrecifes).- El escritor Juan José
Oppizzi presentó en su ciudad un nuevo libro de su autoría: “De la tierra”,
novela histórica publicada este año por la editorial rojense Nido de Vacas. El
encuentro tuvo lugar el sábado 16 de octubre, ante un auditorio repleto, en la
sede de la Sociedad Vasca de Arrecifes.
El autor estuvo acompañado por los historiadores Roberto León y Ernesto "Tito" Haristoy,
de Carmen de Areco; por el editor y escritor Federico Riveiro, por la escritora
y editora María Elena Sofía, y los músicos locales Juan Pablo Mujica y Marcos
Giraudo, que amenizaron el encuentro con la brillante interpretación de varias
piezas clásicas.
“De la tierra” es una novela
histórica que enlaza la figura de José de San Martín con pueblos originarios de
la Mesopotamia y la Patagonia. El relato expresa una dinámica de cuadros que
atraviesan desde las misiones correntinas hasta la conquista del desierto, que
se desarrollan a través de sus hechos más terribles y exhiben el vínculo
profundo del Libertador con los nativos.
En el transcurso de la velada, los oradores destacaron la calidad estética
de la nueva obra de Oppizzi, y ofrecieron valiosas lecturas, desde lo
literario, lo técnico y lo histórico, el rasgo sobresaliente sobre el cual el
autor construyó esta ficción.
“De la tierra” es la vigésimosegunda
publicación de Oppizzi, una obra que incluye novelas, cuentos, teatro, poesía,
ensayo y aforismos. Algunos de sus trabajos recibieron distinciones, como su novela
“Pobladores del témpano”, Primer Premio a la mejor obra narrativa del año 2000
por la Sociedad de Escritores de la provincia de Buenos Aires (SEP); las obras
“In extremis” (novela) y “Reverso” (relatos), finalistas a la Faja de Honor
2018 de la misma entidad. También sus libros “La salida” (novela, 2019) y “Muy
cerca” (cuentos, 2020) fueron finalistas en sus categorías y compitieron por la
Faja de Honor de este año.
Para Nido de Vacas, este libro es el sexto de la colección
Cicatrices de narrativa (en la cual Oppizzi publicó la novela “La Salida”), y
uno de los siete libros publicados en 2021, entre los que se encuentran la
traducción de Alejandro Elcoro a la pieza teatral “Sakuntala o el anillo del
destino”, de Kalidasa; el poemario “Razón Maldita”, de Marcelo Baleriani;
“Cuentos, que no son cuentos…”, relatos de Coca Jué ilustrados por Micaela
Romera Jué; “Filosofía profana”, de Silvana Vignale; “Pueblos y parajes de
Rojas”, de Hugo Silveira, y “Un año encerrado”, poemario de Paul Bravo de
próxima aparición.
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A continuación,
reproducimos los principales discursos vertidos en el citado encuentro: los
análisis de Ernesto “Tito” Haristoy y de Roberto León, y las declaraciones que
el autor ofreció ante su público.
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Ernesto
“Tito” Haristoy:
“Un correlato con el devenir americanista”
Estamos aquí,
felizmente, en Arrecifes para acompañar la presentación de un nuevo libro del
amigo Juan José Oppizzi. El título, “De la tierra”, así, a secas, nos deja
picando una primera pregunta, ya que de la tierra se podrá hablar
infinitamente, sobre todo de sus (nos) habitantes humanos, de los cómo y los
porqués en el transcurso del tiempo. De esto, la primera pregunta que nos surge
es ¿de qué se tratará este libro?
“De la tierra” es una
novela histórica, lo cual a su vez nos abre otro panorama de preguntas que
solemos hacernos los lectores cuando tomamos un libro o nos interesamos por él.
Como sabemos, una novela es una ficción, que a su vez se bifurca en distintos
géneros y temáticas. El agregado “histórico” nos orienta al género al que
pertenece y dentro de ese género, nos encontramos además con el trabajador de
la pluma, quien nos acompaña en las vivencias del diálogo novelado. Veremos
situaciones, tiempos, lugares y sobre todo una línea narrativa que, por vías de
la ficción aplicada a largas dubitaciones (unos cuatro años), nos traza un
paseo figurado y muy atinado, para mostrarnos, ilustrarnos, conmovernos
(cualidad valiosa, porque es lo que finalmente apetecemos degustar cuando
accedemos, por vía de los libros, al variado depósito de conocimientos, siempre
tan enriquecedores en esta aventura del leer, el sentir, el pensar).
“De la tierra” es una
parcialidad contemplativa de Yapeyú, la infancia de José de San Martín, su
entorno, y esa marca cósmica invisible que se manifiesta en lo que algunos
llaman destino, o signos de vida, pero que al final de una historia da como
resultado el destello de nuevos orientes en el devenir de los tiempos.
Es extraño, pero tuve
que abstraerme durante la lectura de este libro, tuve que ceder al vicio del
mal lector que va al epílogo para satisfacer una inquietud. Y fue cuando el
autor, imprevistamente, cambió el cuadro de situación y saltó adelante en el
tiempo y en el espacio geográfico, agregando nuevos relatos. Es que ahí
aparece, según mi parecer, una contemplación cósmica del hombre en la tierra,
formando al final de cuentas, un correlativo antropológico del devenir
americanista.
La vida de las grandes
personalidades, las que por alguna razón asombraron al mundo, tienen su
correlato en la posteridad, fenómeno este que actúa por distintas vías, ya sea
por la historia de rigor, por la memoria oral, por la poesía. En todos los
casos, cada aporte, cada mirada y cada entender siempre habrán de dejarnos la
llave a nuevos espacios de libertades y emociones. Así es como encontramos que,
respetuosamente, este libro contempla algunos aspectos rodeados de misterios y
a la vez muy interesantes de la naturaleza de José de San Martín.
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Roberto
León:
“Una novela que humaniza a los personajes de nuestra historia”
Quisiera a referirme a
tres aspectos de esta novela.
El primero está en algo
que siempre aprovecho en estas circunstancias, y tiene que ver con la
importancia de la lectura, y exagerar cuestiones tales como: “todo lo que tiene
letras debe ser leído”. Alguna vez se ha dicho que lo que está escrito es
verdad, y eso no es verdad; no necesariamente porque esté escrito es verdadero.
Lo que sí nos proveen los libros son las palabras, el medio por el cual navega
el pensamiento. No se puede pensar sin palabras; es como nadar sin agua. La
gran virtud de los libros, entre tantas que les podemos adjudicar, es la de
proveernos de palabras. Y con ellas poder bucear, en este mar de la vida, lo
que está por descubrir. Cada descubrimiento que encontramos con las palabras,
asociándolas, relacionándolas, nos enriquece y nos produce una satisfacción
enorme.
Otra cuestión a la que
quiero referirme es a la novela histórica, aprovechando que tenemos una en
nuestras manos. Yo no sé cómo recuerdan ustedes; en mi caso los recuerdos son
como instantáneas, fragmentos de un momento determinado, en general inconexos
con los momentos siguientes. Por ejemplo, de mi infancia recuerdo a mi abuelo
sentado conmigo en el corredor de una casa en el campo, mirando las estrellas y
las luciérnagas, y algún diálogo tonto en el cual yo, siendo muy niño, le
preguntaba siempre cuántas estrellas había y mi abuelo siempre respondía,
creyendo que hacía un gran chiste, son cincuenta. Siempre respondía lo mismo
porque yo siempre hacía la misma pregunta. Es decir, recuerdo esa ocasión, pero
no logro recordar qué es lo que había ocurrido antes o qué ocurrió después de
ese momento que está grabado en mi mente. El recuerdo se compone de fragmentos
aislados; no hay secuencias como en los videos; tal vez porque los videos duran
mucho y la memoria no logra almacenar todo, entonces almacenamos instantáneas,
fragmentos.
La historia tiene la
particularidad de documentar determinados aconteceres, determinados hechos y
sucesos, y después de eso documenta otra cosa, quizás de otro momento o de otro
lugar, y nada sabemos sobre lo que ocurre entre el primer suceso y el segundo.
¿Cómo era entonces la vida de esas personas?
Cuando el autor pensó
escribir esta novela histórica, investigó mucho, y en este caso sabemos que
fueron varios años de estudios, de rastrear y escudriñar para munirse de los elementos
acreditados y acreditables con respecto a los sucesos históricos. Después
empezó a hacer algo que me parece maravilloso: tejer un puente entre cada
suceso y el hilo de la novela, hilvanando la historia que no conocemos, la que
tuvo que imaginar, y que es como una costura que va juntando las instantáneas
hasta convertirlas en un video. Y poco a poco, como por arte de magia, la
historia cobra vida; los personajes son humanos y tienen una existencia que en
las documentaciones históricas no suelen registrarse. Algunas novelas
históricas me parecen maravillosas porque facilitan (si bien uno sabe de
antemano que es literatura) la lectura y la comprensión de determinados sucesos
históricos.
Me gustan las novelas
históricas porque tienen la particularidad de ubicarme mejor en el tiempo; y
también, por otra característica que implica el tercero de los aspectos a los
que quería llegar: humanizar a esos personajes de la historia. Ya no son un
cartón, son seres humanos.
Particularmente de este
libro, hay un elemento que me atrapó desde el comienzo: el nombre de la obra,
que a la hora de conceptualizar no es una cuestión menor. El nombre del libro
nos obliga a pensar que estamos hablando de hombres y mujeres de acá, “de la
tierra”. No son superhéroes de película, no provienen del pináculo de los
dioses, ni del olimpo ni del paraíso; son personas como nosotros; son tan
humanos, que están ligados a la tierra.
La interconexión se
establece entre la idea del hombre de la tierra con el hombre americanista, con
el aborigen, el hombre que ama y le rinde culto a la Pachamama, a la madre
tierra; ese hombre, esa mujer, aparece en dos oportunidades cruciales en esta
novela: en la primera parte, cuando la historia de una mujer guaraní entra en
juego; y luego, en la segunda parte, cuando nuestros aborígenes del sur vienen
a complementar esta historia en un tiempo futuro, referenciando nada menos que
a nuestro héroe nacional, que resulta ser también un hombre de esta tierra.
Esta idea “de la
tierra” nos proporcionará a todos, supongo, cierto grado de emoción, de
pertenencia. La cuestión de pertenecer, no solo por el legado histórico o la
nación que compartimos, de la cual somos ciudadanos, heredados de la gesta del
general San Martín y tantos otros, sino también en la emoción de pertenencia
por ser parte de la tierra, porque al igual que ellos, también nosotros somos
de la tierra.
Ojalá que ese concepto
pueda hermanarnos mucho más allá de las expectativas que tengamos.
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Juan
José Oppizzi:
“Transformé en ficción una serie de hipótesis sobre la vida de
San Martín”
Este libro tiene una
génesis larga. Podría decir que la semilla primordial la tuve sembrada cuando
leí una obra que hablaba sobre San Martín y que no había sido escrito precisamente
por un historiador; se titulaba “¿Conoce usted a San Martín?”; fue publicado en
la década de 1980, y el autor era un famosísimo médico: René Favaloro. Es poco
conocido ese libro y, pese a que su autor era tan célebre, no trascendió.
Quiero creer que no sucedió por motivos especiales, aunque soy desconfiado. Me
impactó, porque fue el primero que leí sobre José de San Martín con un enfoque
diferente del que estaba acostumbrado. Como muchos, mi conocimiento escolar de
la historia se nutrió de la línea Mitre-Grosso-Constancio Vigil-Billiken; y aquí
me encontré con documentación nueva, con cartas inéditas en las que se
modificaban totalmente esos argumentos que yo conocía por formación.
Creo haber dicho, en la
presentación del libro anterior, que vengo de una época en donde la historia,
en la escuela primaria, se desprendía del Manual del Alumno Bonaerense, del “estudien
de acá hasta acá”, repetir lo leído y una buena repetición significaba un diez.
También creo haber mencionado que yo estaba acostumbrado a ese método de
estudio.
En la escuela secundaria
gocé del privilegio de tener como profesor, en varias materias, al doctor
Carlos Luis Merlassino, una personalidad sobresaliente, un señor que fue un
prócer de nuestra ciudad. En segundo año pasé a dar lección, luego de haber
estudiado “desde acá hasta acá”, como era mi costumbre. Expuse impecablemente;
cuando terminé, miré al doctor esperando su aprobación; entonces él me posó la
mirada, una mirada muy serena, y me dijo: “¿y usted qué opina?” Entonces yo no
supe qué responder; no estaba acostumbrado a opinar, por formación. A mí nunca
se me había pedido que opinara sobre nada de lo que estudiaba. Ahí empecé a
aprender a opinar, y a tener una interpretación propia sobre las cosas; a veces
equivocada, a veces acertada, pero propia.
El libro del doctor René
Favaloro me sembró una semilla importante. Recuerdo, por ejemplo, que desmentía
algo que nosotros estudiamos de manera muy saliente, como aquel famoso brindis ocurrido cuando San Martín
vuelve de Perú. Luego de pasar a Chile, donde le hicieron un recibimiento
importante, él declaró “en tanto tiempo hemos cruzado los Andes, hemos cruzado
por mar y hemos vencido a los realistas en Perú…”. La versión de Favoloro,
basada en documentos del propio San Martín, dice que él rechazó todo homenaje. Es
cierto que se le preparó un banquete oficial, pero cuando él llegó y vio esa
mesa servida, con cubiertos de plata, dijo “no, esto se manda a fundir para
reunir fondos para la campaña, yo no puedo participar de un derroche semejante,
cuando al pueblo le estoy pidiendo un sacrificio”. Ese fue uno de los tantos puntos
que llamaron mi atención.
Con el tiempo fui
encontrando elementos llamativos, no necesariamente reales, sino basados en hipótesis.
Uno, novedoso, y que provocó un escándalo, fue dicho por una señora llamada
Joaquina de Alvear y Quintanilla. Al final de su vida, ya anciana, escribió sus
memorias. Y en el encabezamiento de esas memorias, usó una pequeña frase que provocó
un revuelo, generó una controversia terrible. La frase dice lo siguiente: “Yo,
Joaquina de Alvear y Quintanilla, hija de don Carlos María de Alvear y nieta de
don Diego de Alvear, y por lo tanto sobrina carnal del Libertador José de San
Martín, por haber sido hijo este de mi abuelo don Diego de Alvear y de una
india guaraní”. Esta sentencia cambió el panorama para los historiadores y
empezó una polémica furibunda, que aún no termina, por una sencilla razón:
jamás se encontró el acta de bautismo de José de San Martín. Nunca fue hallada.
Todo lo que se sabe de sus datos personales se han sacado de declaraciones
propias; al enrolarse en el ejército español, o al casarse, dejó manifiesto que
tenía tantos años, pero el problema es que a lo largo de su vida, en distintos
momentos, va diciendo, por ejemplo: “hoy, a mis cincuenta años…”, y si se
coteja ese momento no coincide con la fecha de 1778, fijada como fecha de su nacimiento;
a veces es anterior; otras, es posterior. Así, hay no menos de cinco versiones
distintas sobre su edad. Lo cual lleva a suponer la existencia de ciertas
imprecisiones en torno a eso.
A mí se me ocurrió,
entonces, transformar esa hipótesis en una ficción. Así, pues, decidí
investigar por mi cuenta. Entre las instancias de la investigación, viajé hasta
Yapeyú. En averiguaciones y charlas con los lugareños, mi primera sorpresa fue al
ingresar al museo de Regimiento de Patricios, el único existente fuera de la
ciudad de Buenos Aires (frente a la plaza del pueblo se encuentra el templete
que protege los restos de lo que fue la casa natal de José de San Martín).
Recorriendo el lugar, encontré el pabellón “dedicado a doña Rosa Guarú, nodriza
del Libertador”. No es usual que en un museo dedicado a un héroe nacional se
dedique un pabellón a su nodriza. Me pareció sugestivo. Averigüé en el folclore
del lugar y recogí versiones que coinciden con la de Joaquina de Alvear; aunque
no dejan de ser versiones, sin elementos documentados que lo demuestren. Es
decir, es tan creíble que sea el hijo de Juan de San Martín y de Gregoria
Matorras como que sea hijo de Diego de Alvear y de Rosa Guarú; no hay
constancias efectivas que alimenten una u otra hipótesis.
Por lo tanto el debate
sigue. Y siguió tan intensamente que la familia de Alvear pidió un estudio de ADN;
los Cristaldo, una familia descendiente de Rosa Guarú, apoyaron el pedido. Es
importante señalar que no era necesario intervenir el sepulcro ya que en el
Museo Histórico Nacional hay cabello de San Martín para practicar el examen.
Pero hubo un recurso de amparo (de parte del Instituto Nacional Sanmartiniano)
que suspendió el examen, de modo que la polémica continúa abierta.
En definitiva, el
origen incierto me pareció un tema interesante para desarrollar en una ficción:
lo que podría haber sucedido de haber sido de tal modo.
También hubo un episodio
que me permitió estructurar esta novela en tres partes. Además de esa
hipotética relación con el pueblo guaraní, San Martín tuvo un encuentro
interesante, antes de cruzar la cordillera, en el valle de Uco, al sur de la
ciudad de Mendoza. Él se reunió con un grupo de lonkos araucanos. Existen
muchas versiones sobre esa reunión; la historia clásica menciona que allí San
Martín pidió colaboración para el cruce de los Andes, ya que necesitaba
logística de gente que conociera perfectamente el territorio; si bien él ya contaba
con baquianos, la gente de la tierra tenía mayor conocimiento del terreno, de las
condiciones climáticas, etc.
Yo encontré la punta del
ovillo en un monasterio ubicado en Los Toldos; allí existe un documento en el
cual se describe el poncho que viste San Martín en la tapa de mi libro, y el
significado de dicha prenda. Se indica que le habría sido otorgado por el grupo
de lonkos como un homenaje. Investigando más sobre el tema, me pregunté a causa
de qué se le rinde un homenaje en lo que parece ser una reunión diplomática. En
realidad, no había sido un encuentro diplomático, ya que el propio San Martín
le escribe a Tomás Guido, y de su puño y letra conocemos que se trató de una
reunión ritual; que él va solo en compañía de un asistente y un lenguaraz, y
gracias a esas presencias sabemos algo de que lo ahí ocurrió. En esa reunión
hubo una meditación, de cerca de media hora de duración, en silencio; los
lonkos cavilaron después de escuchar a San Martín, y resolvieron, por mayoría,
apoyarlo. Cuando se produce esa resolución, el grupo de lonkos supuestamente se
acercó y le regaló el poncho, que hoy se exhibe en el Museo Histórico Nacional.
Le dijeron que esa prenda se les otorgaba a los iluminados, desde el punto de
vista de sus creencias. Y lo catalogaron con una palabra que tiene un
significado especial: toqui, “gran
jefe guerrero”.
Investigué los símbolos
del poncho, que no son meros adornos sino que cada uno carga con un significado
preciso. Tuve que indagar en varias fuentes, hasta que encontré un libro de un
autor chileno que analiza, punto por punto, los emblemas. A partir de ahí se me
ocurrió trazar un vínculo ficticio entre San Martín y los aborígenes, usando
ese gancho. También el testimonio de la propia Joaquina de Alvear y Quintanilla,
que lo visita a San Martín en Francia y nos deja de ese encuentro una impresión
especial, utilizando un adjetivo solo en todo lo que ve de él: grande. “Grande
en su estatura, grande en su moral, grande en su generosidad”. La pobre
Joaquina terminó acusada de loca, confinada en una estancia, con una demanda de
parte de su marido para pasar a administrar sus cuantiosos bienes. Dentro de la
bolsa de acusaciones acerca de su locura, se encontraba su testimonio sobre San
Martín.
El proceso de
investigación, que demandó mucho tiempo, me llevó también hacia el sur, hacia
la Patagonia, para conocer algunas comunidades aborígenes del lugar. Necesitaba
indagar más a fondo las simbologías; qué era un toqui o un lonko, que, contrariamente
a lo que supone la generalidad, no es una autoridad política sino una autoridad
espiritual. Me costó entender esta diferencia al principio, y tuve que hablar
con gente de la comunidad, para llegar a explicarlo en la historia usando un
lenguaje accesible. También averigüé sobre mitos y leyendas, lo simbólico y el trasfondo
real de cada historia: costumbres, vestimentas, arquitectura de la época,
medios de transporte, mediciones del tiempo y del espacio, es decir, nociones
totalmente diferentes de las versiones europeas que utilizamos nosotros.
A grandes rasgos, este
es el panorama que motivó la escritura de esta novela. Ahora queda a criterio
de los lectores la evaluación de este trabajo. Repito: solo transformé en
ficción una serie de hipótesis e hice la unión de esos pantallazos. Lógicamente
hay intimidades de los personajes que son imposibles de conocer, y que nadie
conoce. Por eso la tarea de fabricar la unión de todos esos elementos y
conducir al lector a esta historia.
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Fotos: Ariela Bolzan y Mariángeles Tévere
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De la tierraJuan José Oppizzi
Nido de Vacas, 2021.
Colección: Cicatrices/6
21 x 14,8cms. 106
páginas.
Edición: Federico Riveiro. Colaboración: Ezequiel
Evangelista y Ludmila Padilla. Ilustraciones y arte de portada: Alejandro
Pérez Vivero.
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