Selfie
Selfie, de Ulises Cremonte, es uno de esos libros breves que
consumís de un solo aliento, sin levantarte de la cama ni para ir a prender un
cigarrillo. El relato tiene la virtud de encerrarte rápidamente en sus
palabras. Te obliga a permanecer ahí, porque se despliega con un lenguaje llano
y ameno, sin contorsiones ni rimbombancias. El autor parece jugar con el placer
de entretejer historias pequeñas de otros y llevarlas a una dimensión donde el
autorretrato termina definiendo los enigmas del narrador. En el prólogo de la
obra, Juan José Becerra lo define mucho mejor:
“Un profesor describe
los perfiles de las personas que frecuenta en las redes sociales. El grado de
distancia y cercanía con cada una de ellas es inestimable porque son, al mismo
tiempo, un enigma individual y una proclama.
“Desvío actual de la
vieja tradición de mirarse a sí mismo, la selfie es un modo de hacerse ver en
el teatro cada vez más público de la intimidad. Pero a diferencia del
autorretrato clasicista, no es una composición sino una toma. ¿Dónde está el
interior de la imagen, y que hay en él?
“La diferencia entre
el punto de partida de Selfie y su punto de llegada es la del abismo que separa
el acto de ver del acto de confesar. En ese transcurso, la escritura de
Cremonte, sólida y vaporosa como la realidad de un sueño, nos ofrece un libro y
nos da otro”.
Selfie forma parte de la colección narrativa “Sinfonía
Emergente” de la editorial platense Club
Hem, que este año está presentando además una serie de poesía “Ojo de
Tormenta”.
Catálogo on
line: http://issuu.com/clubhemeditores/docs/club_hem_cat__logo_2015-2012
Facebook:
Club Hem Editores
Fragmento de la obra
“Conviví con dos mujeres. La primera fue hace tanto que solo
recuerdo lo mal que cogíamos y que cocinaba muy bien. La segunda fue la madre
de mi hija. Estuvimos cinco años juntos y me dejó por un DJ que tenía un video
club que quedaba frente a la cervecería más conocida de La Plata. Por esa época
fui a almorzar ahí con mi hija. Nos sentamos en las mesas de afuera y ella me
dijo que en el negocio de enfrente atendía el novio de su mamá.
La mayoría de las mujeres con las que después estuve fueron
ex alumnas. Parte de mi éxito lo debo a que la materia de la cual soy adjunto
pasó de ser anual a ser cuatrimestral. Es el tiempo justo para que el
encantamiento docente haga mella. La extensión de dos cuatrimestres muchas
veces terminaba por aburrirlas. Y a mí también.
La última vez que me enamoré lo pasé bastante mal. Siempre
mi mayor temor es que me dejen de querer. Así no se puede estar, aunque durante
un tiempo la cosa funciona. Yo trato de hacer todo lo que ellas me piden, pero
mientras tanto germina dentro de mí un, cada vez más inocultable,
resentimiento. “Encima que hago todo esto me vas a dejar de querer”. Cuando
quiero ser, al menos, un poco más auténtico ya es tarde. Ahora pienso que es
muy difícil que pueda volver a convivir con alguien y mucho menos que me vuelva
a enamorar. Típico del duelo, ¿no? Los días que no viene mi hija a casa me dedico a comer y a tomar Fernet Branca con agua tónica. De
postre, un cuarto de helado de Kukú.
No es que me deprima, aunque paso esas horas como si fueran un feriado. Hay algo
que entendí: ya está, no creo que haya mucho más que esto. De acá, al final de
mis días las cosas van a ser así. ¿Por qué habría que esperar algo más? Pero no
me quejo. Mi único temor es que no quiero terminar como mi mamá.”
(Selfie. Ulises
Cremonte, Club Hem Editores, La Plata, 2015. p.68-70)
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