Operación Medibacha.
Una misión imposible del agente secreto Denzel Washington Ferreira
(José Eduardo Moreno)
Milton Andrada, jardinero de Julian Assange –creador de
Wikileaks–, encuentra enterrada, en plena tarea de parquización, una enigmática
caja que atrapa su curiosidad. Al abrirla, ve en su interior unas carpetas que
esconden información sobre increíbles historias de espionaje de las que nunca
nadie tuvo conocimiento. La primera de ellas lleva un sugestivo título: Operación Medibacha.
Su protagonista excluyente es el agente secreto más bravo y
seductor de Latinoamérica, el uruguayo Ferreira. Denzel Washington Ferreira, un
mito del espionaje, formado en Cuba en los años 70, un “espía de las Américas
para salvaguardar el honor latinoamericano ante los imperialismos que lo
acechan”.
En Operación Medibacha, los presidentes
de Brasil, Uruguay y la Argentina lo eligen para llevar adelante la misión más
importante de su vida: desestabilizar el gobierno de los Estados Unidos,
golpear al presidente de la gran potencia en su punto débil, volverlo
“vulnerable” hasta hacerle perder la cabeza. Se trata, sin más, de la historia
del agente uruguayo que puso en jaque al imperio. Acompañado por su compañero
brasileño Zé Tapinha (el Machonhero),
un dealer con llegada a los más encumbrados círculos de la farándula y la política
norteamericana, Ferreira se embarca en una aventura lisérgica y adictiva para
cumplir con su misión.
La historia es muy hollywoodense, con más influencias
cinematográficas que literarias, aunque se descubren claras reminiscencias de esa
épica bizarra, mezcla de realidad y absurdo que leemos en Osvaldo Soriano (en Triste, solitario y final y, sobre todo,
A sus plantas rendido un león) y en Roberto
Fontanarrosa (y su Best Hamas Seller de Best
Seller o Área 18). Una novela
adictiva, muy divertida, donde el humor no es un límite sino un saludable
ejercicio para plasmar un concepto ideológico llevado al extremo de la
desfachatez.
Fragmento de la obra
“-Creo que es un buen momento para conocer sus nombres- soltó la rubia
alta, Erika de aquí en adelante.
-Mi nombre es Denzel, soy uruguayo y mi compañero Ronaldinho, brasileño
–bromeó Ferreira-. ¿Y ustedes?
-Yo soy Pamela –respondió la petisa-, ella es Erika, ella Uma y ella
Tera.
-¿Qué quieren tomar?-, preguntó Tera.
-¿Fernet con cola tienen?- consultó Ferreira.
-No, no sé qué es eso.
-¿Gancia?
-Tampoco.
-¿Cinzano?
-¿Existen esas cosas?
-Son aperitivos, muy consumidos en aquella parte del globo. Para
hacerla más fácil, ¿qué es lo que pueden ofrecer?
-Whisky y cerveza.
-Hubiésemos empezado por ahí. Yo me tomaría un whiskysito. ¿Vos,
Ronaldinho?
Zé Tapinha tardó en contestar. Entre la marihuana, el nombre cambiado y
las cuatro bestias que tenía ante sus ojos, su nivel de concentración era el de
una cría de hámster con dislexia.
-También, un whisky- dijo medio minuto después.
Tera volteó y enfiló para la cocina en busca de las bebidas. Sus
glúteos perfectos envueltos en calzas brillosas saludaron a los invitados que
secretaban saliva como los perros de Pavlov. No había pasado más de una hora y
el clima ya era ideal. Las chicas muy dadas, simpáticas y desprejuiciadas,
parecían muy a gusto con la compañía de los “exóticos” latinos. Las luces
habían bajado su intensidad y la música acompañaba la situación. Los amigos
estaban en una buena noche, locuaces y ocurrentes. Bailaban todos con todos, lo
que trajo alguna situación incómoda cuando el Maconhero, siempre excitado y
abierto de criterios, quedó emparejado con el uruguayo.
Luego de algunos movidos de Bee Gees y ABBA, empezaron a sonar en la
consola algunos clásicos más románticos, principalmente de los ’80. Desfilaron
Michael Bolton, George Michael, Rod Stewart y hasta el efímero paso de Don
Johnson por el generoso mundo de la música comercial.
-¡Éste que canta sos vos! -gritó Tapinha desde el otro extremo de la
sala cuando se empezó a escuchar el ex Miami
Vice.
Luego de los primeros 5 o 6 temas, la camisa de Denzel pendía sólo de
uno de sus botones. Las chicas bebían, bailaban y reían. El trencito fue una de
las estrellas de la noche que brilló con clásicos como Oh L’Amour de Erasure y Me
sube el colesterol del inconmensurable Fito Olivares, que especialmente
había llevado Denzel en su compilado “Enganchados Movidos”. Si bien en el
trencito se escapó alguna que otra mano, todo transcurrió con llamativa tranquilidad
para las condiciones que brindaba la noche.
No eran ni las once y media cuando ninguna de las cuatro chicas tenía
puesto en el torso más que el corpiño. Los latinos transpiraban, jadeaban y se
rehidrataban con whisky. A la medianoche, dos de las generosas anfitrionas ,
Pamela y Tera, dieron a lucir sus prolijamente operados pechos mientras
bailaban entre ellas cuerpo a cuerpo, frotando sus siliconas hemisféricas en un
espectáculo estremecedor. Para esa altura los rostros de los sudamericanos lucían
completamente deformes y salvajes, retrocediendo en la línea evolutiva a algún
punto intermedio entre el Australopitecus
y el hombre de Cromañon.
Denzel, profesional como era, había notado que su agudeza y lucidez
estaban un tanto disminuidas, pero era fácilmente atribuible al frenesí de la
noche y al whisky ingerido. El deterioro del Maconhero no era novedad, por
tanto no hubo alarma al respecto. Cuando después de la medianoche Denzel se
sacó los pantalones y exhibió su desprolija erección, la vista se nubló por
completo, alcanzando a ver, borroso, cuando las mujeres empezaban a vestirse.
-Nos cagaron-, se le escuchó decir.
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