miércoles, 26 de diciembre de 2018

Un sueño


Así presentó Paul Bravo “Donde el sol confluye con la mierda”

Café Montserrat, Buenos Aires, 19 de diciembre de 2018




Ph: Javier Ruiz


En el sueño yo descendía por una larga escalera amurada a una enorme pared de piedra, que me condujo a un hermoso bosquecillo, de árboles pequeños y robustos. Caminé despacio a través de un silencio acogedor. De pronto, empezó a llegarme el murmullo de una melodía sencilla y agradable. Lo seguí. Eran acordes de guitarra que se interrumpían y volvían a empezar una y otra vez, como si alguien estuviera practicando. Enseguida se abrió un claro que conducía a la orilla de un río. A pocos metros del agua, sentado en un tronco, el flaco me sonrió y me saludó con un movimiento de cabeza, mientras seguía bordando acordes y tarareando la encantadora melodía. En ese momento, me di cuenta que llevaba entre mis manos un ejemplar de “Donde el sol confluye con la mierda”. Permanecí frente a él, escuchando solemne, hasta que al fin soltó la guitarra. Se puso de pie y me estrechó la mano.



-Te traje esto-, dije. Y le entregué el libro.

-Me viene bárbaro-, dijo con su dulce voz, y se puso a ojear la contratapa.

-¿Puedo leerlo ahora?- me preguntó. Vos podés pescar mientras tanto. Por supuesto, acepté. Junto a la guitarra había un termo, un mate y una caña de pescar. Levanté la caña, agarré el anzuelo y encarné una lombriz que apareció bailoteando en mi mano como por arte de magia. Me acerqué a la orilla y arrojé la línea. Una boyita naranja quedó flotando sobre la corriente. El murmullo del agua y los cantos de algunos pájaros se hicieron más presentes. Una brisa fresca me acariciaba el rostro y al flaco le levantaba suavemente la hoja del libro. De pronto, la boya se hundió con violencia. La tanza se tensó tanto que casi me arrebata la caña de las manos, y comencé a forcejear mientras la caña se doblaba como si se fuera a partir por la mitad. Parecía haber atrapado un pez enorme. Intenté recoger la línea, pero era imposible, el pez poseía una fuerza descomunal y no daba tregua. Yo luchaba como si mi vida dependiera de ello, me sudaban las manos y las sienes, me temblaban las piernas, pero cuánto más fuerza hacía, más resistencia encontraba.

-Tenes que dejar de pelear- dijo el flaco a mis espaldas con voz serena mientras se levantaba. Se acercó hasta mí, me puso una mano sobre el hombro y me habló suavemente al oído. En tanto, yo resistía los embates del feroz pez esforzándome para escucharlo con atención.

-Mirá loco, no batalles más. Dejá que tu conciencia se vuelva hacia el agua y se funda con el río, y explicale al pez que su destino es ser el alimento de dos poetas.

No pude digerir del todo la estrambótica idea del flaco, cuando mi conciencia abandonó mi cuerpo y se diseminó en miles de partículas de agua que se hicieron parte del río. Entonces sentí al pez. Sentí su presencia bestial, su resistencia heroica, su instinto de supervivencia, su conciencia de pez recio y prodigioso. Era enorme y macizo, con aspecto de invencible. Mi conciencia comenzó a acariciarlo, por las escamas, las aletas, la panza, las branquias, la cola. Las caricias eran como susurros al oído, como una voz sincera, amorosa, llena de admiración y respeto, y susurrando caricias lo fui convenciendo de que su destino era ser el alimento de dos poetas.

En la siguiente imagen que recuerdo, estoy recogiendo la línea. El enorme pez se deja arrastrar manso, como si durmiera con los ojos abiertos. El flaco me regalaba unos aplausos y sonreía con sapiencia, como si dijera: “¿viste qué fácil era?”.

De inmediato aparecimos sentados junto a un fueguito. El atardecer teñía todo de púrpura. Yo comía un pedazo de pescado en un cacharro de cobre. La sabrosa carne blanca y suave se me deshacía en la boca. El flaco seguía leyendo y picaba trocitos de pescado de un platito.

-Terminé- dijo de pronto y cerró el libro.

-¿Y?- le dije yo, expectante.

-¿Puedo quedármelo, Paul Bravo?- me preguntó leyendo mi nombre de la tapa.

-Por supuesto flaco, es un honor- le respondí.

-Se lo quiero prestar al Pappo- me confesó. Le va a encantar al carpo… dijo riendo.

En ese momento caí en la cuenta de que yo, con este libro, también estaba aceptando mi destino, al igual que el pez. Este libro, “Donde el sol confluye con la mierda”, es apenas un comienzo. Es la sumisa aceptación de un destino inevitable, de una conciencia que se vuelve literatura.

https://www.youtube.com/watch?v=jEfxmZ__qrc




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