Breve confesión sobre las memorias inconfesables
Me pasé meses enteros pensando de qué manera contar esta historia.
Si hago un cálculo correcto ese
tiempo debería medirse en años, más que en meses. A veces fueron horas, una tras
otra, en esos momentos de raras esperanzas que me asaltaban mientras la vida me
iba pasando por al lado sin que me animara a detenerla o sin que tuviera ganas
de animarme a detenerla, porque creía que no había forma de bajarme del frenesí
de estar viviendo sin ninguna meta a la vista. Fueron horas cortas de días
largos, y también fueron largas horas de días demasiado cortos, los que dediqué
replantearme esa desilusión. Me dejaba vencer rápidamente.
Poco y nada existía más allá de
lo inmediato de cada jornada, aún con la tibia resistencia interior de saberme en
un lugar impreciso, rodeado de dudas y con el tiempo disparado hacia una sola
dirección: hacia adelante y hacia ningún lado. Tenía la brújula averiada y no me importaba.
A veces lograba detenerme por un
rato para analizar la situación, para analizarme, para bajarme por un instante
de mi torbellino creado para resistir mis propias inseguridades. Y pensaba que
tenía que hacer algo, que tenía una deuda pendiente conmigo mismo, que necesitaba
saldarla para sentir que las cosas no habían pasado porque sí y no estaban
pasando porque sí. Pero eran tan grandes y potentes las obstrucciones
autoimpuestas que no había manera de romper esa burbuja. Y cuando más vueltas
le daba al asunto, mayor era el tamaño y la resistencia de mis muros. Muros sin
puertas y sin ventanas, construidos durante años. Parecía imposible romper con
eso.
No hace mucho leí: “Quien se resigna, está dando los primeros
hachazos al nogal de su propio ataúd”. Lo encontré cuando me di cuenta de
que ya había vencido a la resignación. En buena hora. Pero descubrí que estuve
caminando con el hacha en la mano durante todos esos años, con el riesgo de que
si, en ese deambular, encontraba ese nogal, hoy no estaría contando este pasaje
anecdótico.
Mi amigo Lolei, con todas sus
contradicciones a cuestas, me había señalado los riesgos de la resignación. Su
ejemplo puesto en palabras no siempre lo encontré reflejado en sus actos, pero no
tiene importancia. Sus muros propios, por lo pronto, tuvieron una coyuntura muy
diferente a la mía. Eran muros de miedo, de vacilaciones, de perplejidades,
construidos desde la quietud y la pasividad. Mis muros de miedo tenían que ver
con el recuerdo. O mejor: con el peso de tener que recordar aquello que
necesitaba olvidar. Y en ese intríngulis estaba Lolei. La historia de Lolei, mi historia con Lolei.
Por eso tiendo a creer que todos
esos años, esas horas que fueron días, y luego fueron meses, y luego años de movimiento
incontrolado, fueron, inconscientemente, perpetrados con premeditación, con la
única intención de demorar el regreso a ese pasado que necesitaba contar. Sin
darme cuenta, me resistía a regresar a esa parte de mi historia que siempre me
había resultado demasiado incómoda y penosa de sobrellevar. Necesitaba escribir
ese episodio bisagra en mi vida para seguir caminando con menos lastre.
Sabía que no sería una tarea
sencilla. Ya había dejado demasiadas páginas en blanco y no confiaba en mi
perseverancia para lograrlo. Nunca tuve gran confianza en mí y me costó aceptar
en que podría lograrlo. Pero sin quererlo, o porque las cosas son como tienen
que ser, fui encontrando otra dirección. Detrás de los muros había otros mundos
posibles. Aún con la brújula averiada puede rumbearme. Descubrí que se puede
vivir con menos de todo lo que deseamos, que se puede amar, respetar y admirar
a la persona que nos acompaña siempre, que podemos prescindir de mucha gente y
abastecernos con el cariño de unos pocos, que todos tenemos una historia que
vale la pena ser contada. Y en ese recorrido encontré el tiempo necesario para
hacerlo. Me adueñé de mi tiempo para hacerme cargo de mi propia vida.
Muchas veces creí que necesitaba
escribir para disciplinar la locura. Otra, para enterarme de lo que pienso.
Muchas veces se cree que nuestras palabras son sólidas, permanentes, únicas y
que marcan para siempre. Pero no siempre es así. Escribimos en el momento. El
riesgo de que los lectores extraños nos lean es que crean que quien representa
esas palabras es uno. Y no es cierto. Este texto –y el de la historia que
vendrá- no soy yo, aun cuando esté escrito en primera persona. Ese texto son
mis manos, mis pensamientos, mi ánimo, mis recuerdos al momento de escribirlo.
Por eso mis mayores dudas pasaron por tener que identificarme con el trabajo de
escribir. Insisto: no soy yo. Fue un gran momento pasando a través mío. Tan
solo el momento en que he estado lo suficientemente despierto como para
capturarlo y escribirlo. De sacar las palabras adecuadas para contar la
historia necesaria.
Así, la historia de Lolei fue
escrita en un par de meses. Muchas horas por día de trabajo, de lecturas, de recuerdos,
de abandonos y desatenciones. Cuando entendí que ya me había librado del hacha
con que estaba buscando el nogal de la resignación, sólo necesité disciplinar
mi tiempo, bucear en mi memoria, amedrentar mis pasiones. Y, sobre todo,
entender que debía poner todos los sentidos al servicio de la liberación que
significó tomar, de una buena vez, la decisión de escribir esa historia. No
todos los días fueron felices, pero una vez que estaba adentro, no podía
escapar. Y encontré el lugar que había elegido estar.
“Lolei. Memorias de lo inconfesable” se terminó hace dos años. Fue revisada
y corregida incontables veces. Durmió durante meses en una carpeta de mi
computadora junto a decenas de borradores y apuntes. Un par de veces viajó por
correo electrónico hacia destinos remotos para ser leída por amigos y
desconocidos. Llegó a España y a la Antártida. Recibió elogios y críticas. Y
fue corregida, con el anhelo de mejorarla, cuantas veces creí necesario. Hoy considero
que es momento de compartirla. Debe ser la séptima u octava versión corregida,
ya perdí la cuenta. Es lo que quedó. Sé que si persisten las modificaciones,
dormirá para siempre en este cascajo.
Cuando me animé a redactar una
suerte de prólogo para mi librito de cuentos “Nunca nadie me dijo que nada parece ser lo que parece”, publicado
en el año 2006, también me estaba acordando de Lolei, en ese momento “disfrazado”
bajo un seudónimo elegido por él: Isidoro Palacios. Por aquel tiempo decía lo
siguiente:
Esta es la tapa del libro de cuentos, del año 2006. El muchachito de la tapa, es.... adivinaron: mi amigo Lolei. (PD: el que no lo leyó, perdió, porque no se consigue más) |
“Pocos días antes de morir, Isidoro Palacios tuvo la deferencia de
elevar una escrupulosa protesta contra mi cobardía. Me recriminó cierta falta
de vanidad y con un elegante y cavernoso sermón, criticó, entre otras
debilidades, mi ostensible inseguridad. Palabras más o menos, me recordó algo
que ya intuía con temor por el simple hecho de pertenecer a este mundo: el
tiempo corre más rápido de lo que parece. La vida es algo liviano que te roza
la panza y te hace cosquillas en la nariz; parece molesta pero en realidad es
un placer que nos cuesta reconocer y cuando nos damos cuenta, quizá sea
demasiado tarde, me dijo. También me recomendó tener paciencia pero apurarse,
no ser tan mesurado con la risa y evitar el exceso de explicaciones.
Es cierto: mi amigo Isidoro estaba enfermo y había perdido
paulatinamente su lucidez. Y sabía que se estaba pudriendo minuto a minuto
mucho antes de lo deseado.
Una noche como tantas, algunos años más tarde, desperté perseguido por
ese recuerdo, uno de los últimos que guardo de su agonía. Y lejos de
sobresaltarme, tuve un ataque de vanidad. La consecuencia de ese desvelo es
este modesto volumen de relatos.
Creo que mi amigo hubiera disfrutado de esta actitud repentina; sé, sin
embargo, que ya es demasiado tarde. Por eso, esta obrita va dedicada a la
memoria de Isidoro Palacios, a pesar de todo”
F.R.
Rojas, marzo de 2006
Ahora pienso que esas palabras
podrían repetirse para encabezar esta historia, que es más completa y más justa,
y que también comienza a ver la luz como
consecuencia de un ataque de vanidad. Espero no arrepentirme como me pasó con
ese volumen de cuentos. Esta vez cualquier lamento será en vano. De nuevo. Lo que viene a
partir de ahora ya está escrito. Mal o bien, las palabras fueron dichas. Y bien
sabemos que de las palabras no se vuelve…
Como disfruto leyéndote...
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