viernes, 4 de noviembre de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (44)



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CAPITULO
44

En noviembre del 76, dos meses antes del secuestro, Lolei había sido destacado en la comisión de servicios ante la Dirección de Personal del ministerio de Educación, donde cumplía su primera década de labores. El nuevo ascenso había sido rubricado por la sub jefe del Departamento de Nombramientos de Personal Administrativo y Docente, Sara Bregant de Aguiar. Ante ella y su superior, la Dra. Mendes, comenzó a gestionar su traslado a la subsede de Mar del Plata para prestar servicios en la cobertura del mundial de fútbol.
Las negociaciones fueron arduas. Las autoridades del ministerio se mostraban reticentes a otorgarle el movimiento. Pero Lolei sacó a relucir sus dotes de insistente serial. Acreditaba un profuso conocimiento de varios idiomas –hablaba el inglés a la perfección, se defendía decorosamente con el francés y el italiano- y agregó a su pedido que, en caso de lograrse el desplazamiento hacia Mar del Plata, podría atender cuestiones de índole familiar que revestían deberes de invalorable urgencia. Vale decirlo: impostó un estado de enfermedad de su madre, y utilizó la supuesta contingencia para cumplir con el acompañamiento que el caso requería.
Paralelamente, negoció a través de su amigo Mario Browne, el abogado que años más tarde se encargaría de sus trámites jubilatorios, la incorporación a la Empresa Nacional de Comunicaciones (ENTEL).
No sin sortear diversas dificultades, finalmente logró su cometido. Lolei fue contratado por la Entel como operador de télex para desempeñarse entre el 1 de marzo y el 30 de junio de ese año en la subsede mundialista de la ciudad de Mar del Plata.
En el documento contractual, avalado por el gerente de Relaciones Industriales, Coronel (R) Alfredo Pavón, constaba que debía cumplir servicios de siete horas y media por día, en turnos rotativos, con concurrencia obligatoria a los cursos de capacitación dictados por la empresa. La remuneración sería de 119.921 pesos mensuales, más un premio de 100.000 pesos en concepto de premio, abonados a la finalización de su trabajo.
Como pocas veces en su vida, Lolei cumplió con esmero y profesionalismo sus funciones como traductor y difusor de las noticias más relevantes del torneo hacia todo el mundo. Fue sorprendente: Lolei destacándose en divulgar las incidencias de una competición que íntimamente aborrecía, interesándose en un deporte que no entendía y que juzgaba como una atracción circense para distraer a las masas, reflexión muy en boga entre cierta seudo intelectualidad que gustaba de denostar los espectáculos populares y de afirmar sin ninguna vergüenza que el fútbol consistía en veintidós tipos corriendo detrás de una pelota para tratar de meterla en un arco.
Una típica y desapasionada visión borgeana muy en boga entre cierta intelectualidad.
De más está decir que Lolei no tenía la mínima noción del juego y era proverbial su desconocimiento sobre los protagonistas. Llegó a confesarme, risueño y avergonzado, que creyó en la posibilidad de que existiesen varios arqueros en un mismo equipo, luego de ver la extraordinaria salvada de Mario Kempes en el partido contra Polonia. Ni se preocupó en averiguar que tras esa magnífica volada que impidió la caída del arco argentino, se sancionó penal a favor de los polacos y luego el Pato Fillol detuvo el disparo, y que por esa razón la victoria nuestra fue por dos a cero. Tampoco sabía que Kempes esa tarde había marcado dos goles y luego sería el goleador del torneo. De hecho, no sabía quién diablos era Kempes.
De fútbol, nada, pero de relaciones públicas y traducciones, un consagrado.
Tras finalizar su trabajo, recibió un profundo y sincero reconocimiento por el esfuerzo que significó la tarea encomendada durante el desarrollo del espectáculo en la ciudad.
“Por su eficiencia y rapidez puesta de manifiesto en el desempeño de la misma, permitió a nuestra empresa brindar, a través de su atención permanente, diligente y cordial, un servicio altamente satisfactorio, el que por otra parte, ha sido también reconocido por los distintos medios de difusión nacional y extranjeros que lo utilizaron”, destacó la nota enviada por el Mayor (R) Obdulio Adolfo Siffredi, delegado militar de la Gerencia Regional Centro-Este de la Entel.
-Al final, terminaste laburando para los milicos, los mismos que un año antes casi te liquidan en La Plata-, le comenté después de leer la conmovedora felicitación-. Los mismos tipos que estaban masacrando gente a cagarse, los que torturaban y mataban a diez cuadras de la cancha donde dábamos la vuelta olímpica.
-Ya lo sé. Ya lo sabía. ¿No te pensarás que no me daba cuenta? Mi trabajo era comunicarle a todo el mundo lo maravilloso del espectáculo deportivo, la armonía que reinaba en el país, lo ejemplar del comportamiento del pueblo unido… Una mierda, una reverenda hijoputez, nene…
-¿Entonces por qué lo hiciste? No entiendo…
-No tenés que entender nada. Yo estaba marcado. Ya me habían llevado, me habían torturado. Y me había salvado. Cuando decidí volver a mi ciudad ya sabía lo que estaba ocurriendo. Lo sabía porque a más de uno de mis compañeros del ministerio lo habían desaparecido. Entonces no conocíamos a ciencia cierta su destino, solamente estaban desaparecidos. De repente no iban más a trabajar… eso es todo. Los rumores ahí adentro crecían, a cuentagotas nos enterábamos. En realidad casi todos estábamos señalados por algo. Estaban los que nos oponíamos abiertamente, los que no decían nada o se hacían los boludos, los que sabían cuidarse, y existían los alcahuetes que se comportaban como compañeros y después pasaban datos a los superiores. Yo tuve la prudencia de no decir jamás que era simpatizante del peronismo…
-¿Al final eras peronista…?
-No de la boca para afuera, pero un poco, en el fondo… Siempre dije ser radical, siempre hablé de la carrera política de papá. Me servía para chapear ante los demás, me era útil… Lo importante en esos días era no militar en ningún partido, en ninguna organización, en ningún sindicato. Y yo no lo hacía. De todos modos, no era suficiente. Si hinchabas las pelotas, no te daban muchas vueltas esos mierdas…
-Pero explicame por qué reclamaste con tanto ánimo ese puesto en Mar del Plata…
-Simplemente porque vi una oportunidad cabal de salir un tiempo, de escaparme del ambiente en que estaba inmerso. De repente todo mi mundo se vino a pique. La separación de Lola, el alcohol, el secuestro, la internación. Me sentía abatido. Necesitaba de la contención de mi familia, de mi madre sobre todo. Cuando papá me contó lo que había pasado con Báez y su familia, me asusté de verdad. No sé por qué. En todo caso, yo no representaba una garantía de seguridad para ellos. Y si algo les pasaba a mis padres, también podía pasarme a mí. No lo pensé de esa forma en ese momento, pero tal vez ese empleo específico, el del mundial de fútbol, podría servir para limpiar mi imagen. Para mostrar que no estaba tan en contra de las autoridades. En definitiva yo era empleado público, trabajaba en el gobierno, para el gobierno, pero el ámbito laboral del ministerio era muy distinto. Ya estaba corriendo riesgos. En Mar del Plata, en cambio… al menos por unos meses…
-Si no puedes escapar del enemigo, únete a él…
-Puede ser, nene, no sé si es tan así, no lo sé…
Pasó poco más de una semana después de la finalización del mundial. Lolei regresó a La Plata, a la casa de Julia. Se reincorporó al ministerio, donde no halló mayores novedades. Fue recibido fríamente por sus superiores. Con el paso de los días empezó a intuir que algo andaba mal. Se lo manifestó a sus compañeros más cercanos, pero nadie tenía información precisa para satisfacer sus requerimientos.
El 11 de agosto recibió el telegrama de despido.



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(XLIV)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
31 Ruedes
Chênes-Liège
Bordeuax
France

15 - 19 Feuvrier 1987
Querido Hugo:
Recibes dos cartas a la vez. Gracias por las tuyas, que me alegran mucho. Sé que escribo menos que tú pero siempre ha sido así. Me esforzaré para escribir más a menudo. En esta carta te envío una foto de mi novia. La quiero tanto, y mi madre la quiere como yo. Estaré contentísimo de encontrarte en septiembre en Madrid. Yo estaré allí en primavera, pero en cuanto tú vuelvas, iremos a verte. Pero cuidado: ya no tengo el mismo aguante para el alcohol. Veremos.
Aquí no hace tanto frío, pero mi Anne se siente friolenta. Hace dos semanas había nieve por todas partes.
Te conté que hace dos años tuve un accidente, me rompí el cuello, casi me morí. Pues bien, hace una semana supe que había ganado el pleito. Recibí una cierta cantidad de dinero que ingresé en mi cuenta. Lo demás me pagarán al final de cada mes, unos 2.000 francos, o sea 40.000 pesetas.
Anne está frente a mí escribiendo. Hoy queríamos ir a orillas del mar, pero cuando nos levantamos llovía a cántaros. Nos quedamos en casa y nos pusimos cachondos. El mar queda a unos 60 kilómetros. Iremos en cuanto haga mejor tiempo. La semana próxima tal vez vayamos a Toulouse; Anne tiene un hermano que vive allí.
Cumplí 28 años el 13 de febrero. Recibí cartas de mi familia. Anne está tejiendo un jersey que quedará muy bonito. Tú dices que mis cartas no son muy interesantes; ya lo sé, pues me falta bastante imaginación. Cuando volvamos a Madrid (Anne y yo) iremos a visitar a Mme. Chardy. ¿Estará contenta de verme?
Hugo, escríbeme pronto. Te doy un abrazo fuerte, tu amigo que no te olvida
Alan

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