sábado, 27 de octubre de 2018

El tiempo es sólo una sugerencia



Las palabras que reproducimos aquí fueron pronunciadas por el autor en el homenaje realizado al escritor, docente y filósofo Juan Carlos Llauradó, el 14 de septiembre de 2017 en la Escuela "Nicolás Avellaneda", de Rojas (Buenos Aires), en el marco de la 5° Feria del Libro. 
Además, este texto forma parte de la antología poética "Literales ausencias", publicado este año por Nido de Vacas ediciones y Filoso-Qué?.

"El tiempo es sólo una sugerencia" es uno de los tres apéndices que acompañan el libro, junto a "Memorias de un irreductible", de Alejandro Elcoro, y "Lo verde de la hoja, ¿está en la hoja o en el ojo?", de Ezequiel Evangelista.


Ezequiel Evangelista, Amir Abdala, Alejandro Elcoro y Liliana Barzaghi
durante el homenaje a Juan Carlos Llauradó, realizado el 14 de septiembre
de 2017 en la Escuela Nicolas Avellaneda (Rojas, Buenos Aires), en el
marco de la 5ta. Feria del Libro de esa ciudad




Por Amir Abdala (*)

Al hablar de Juan poeta, resulta prácticamente imposible no detenerse en Juan hombre, en Juan peatón. Se sabe que las emociones que vamos generando en el vivir terminan por fusionar múltiples personas, dentro de una sola. Juan poeta es (y fue) un distinguido, un desgarrante y continuo devorador de sensaciones encontradas. No hay tiempo pasado para la poesía, por eso Juan poeta se lee en presente; a Juan poeta lo leeré en presente:


Si puedes descifrar
Quién soy,
Te revelo las mentiras
De todos los acertijos.

El poeta se une al hombre cuando siente la necesidad de librar batalla contra la realidad: una realidad absurda, pero lineal; contradictoria, pero comprendida. Juan peatón, el que encierra hombre y poeta, no es (ni fue) una demostración de indiferencias, porque las palabras, sus palabras son (y fueron): su refugio, su escudo y su lanza. Con su cuerpo (como todo ser humano que predica en sus venas la pasión por la pasión) también batalló, pero a través de su sombra: tan nostálgica, tan llena de paciencia, tan desbordante de tenacidad, y tan servil a sus manos en el aprender y contagiar de la sabiduría:

Hay sombras que nacen solas.
Y luces que agonizan.

Cuando un hombre se propone como misión enseñar a pensar, y se encuentra falto de metáforas, aconsejo desviar el oído hacia la naturaleza que nos rodea; pero cuando un hombre se propone como misión enseñar a pensar, y se encuentra vasto de metáforas, aconsejo afinar el oído porque ese hombre es carne arraigada (y desgarrada) por la naturaleza y sus caníbales vivencias. Juan peatón, el que encierra hombre y poeta, finamente pertenece al hombre vasto de metáforas y naturaleza. Su sabia esencia poética nos muestra un “no” como alternativa; un “no” como cuestionamiento; un “no” como opción modificable; un “no” como auténtico irreverente. La conformidad aplaca, pero la disconformidad renueva, agita, mueve, construye; hace al hombre, ser:

Pero el eterno retorno
Que siempre retorna,
Aunque la voluntad
Se oponga,
Lo rescató del naufragio
Y guardó para todos nosotros,
Su mensaje en una botella.

Desde entonces los océanos
Se sintieron menos solos,
Y nosotros también.

El poeta, desde una sutileza exquisita, nos dice:

He sufrido todas las mutaciones
y sin embargo,
jamás pude abandonar
la narración que nos dio origen

El poeta hace de la sombra, de su sombra y de mi sombra (cuando me identifico en la lectura de su poema), un sustento que parece disuelto, arenoso como el tiempo, o como los espejos; pero a la vez, sus palabras transforman un inabarcable mar de piedras en una sola gota de agua sangrante; nos dice:

Somos una sombra que alumbra
cuando toda luz se agota
El poeta, arbitrario y desafiante, nos induce directamente a la honesta enseñanza:

Cuando sos lo que otros quieren
no sos nada

Juan hombre, Juan peatón, Juan filósofo, Juan poeta se desvive y desviste quedándose sin piel, escribiéndonos:

Nada es el fin de algo
Y toda apertura bebe
De la misma raíz.

No somos más
Que el pregón
De un fragmento,
Que aún desconoce
Su origen.

La vuelta de un cambio
Que siempre retorna,
Porque ningún eslabón
Sabe cuál es la trama
Que labra la infinita
Sucesión de enlaces.

No importa si estamos
O no de paso,
O si la historia tiene
Un registro nuestro.

Nada significan
Las horas,
Los días
O los años,
Cuando comprendemos
Que somos dones simbólicos.

Ahí va Juan, como tantos otros peatones, peregrinando las sales que saben al hombre hacerlo hombre, desde las adversidades. Ahí va Juan, como tantos otros peatones, filosofando poéticamente el sendero desprolijo de haber sido lo que vivió. Ahí va la mirada única de un poeta irreverente que sabe (y supo) decir a su destino lo que quiso, y lo que no. Aquí transcurrió un tiempo dentro de otro tiempo que es (y fue) la poesía de Juan.
En este juego del andar, del sentir, nos queda una última estrofa esculpida sobre una pena que jamás se desmoronará:

Todo lo que
nos hace humanos
es simbólico. (**)




(*) Amir Abdala es un escritor nacido en Rojas, en 1990. Es autor de los libros de poesía “Hay un poema dormido, hay un poeta despierto” (Imaginante, 2015), “Lo único que pasa es lo que no se recupera” (Imaginante, 2017) y de la novela "El vértigo de la felicidad" (Nido de Vacas, 2018) Alumno de Llauradó en los niveles secundario y terciario, tuvo la dicha de esquivar los borradores lanzados por su polémico profesor y también de sumirse con él en conversaciones que transformarían sustantivamente su vida.

(**) Los poemas citados en este artículo pertenecen al libro: Llauradó, Juan Carlos, Dones simbólicos, Buenos Aires, Kratos, 2009.



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