Las palabras que reproducimos aquí fueron pronunciadas por el autor en el homenaje realizado al escritor, docente y filósofo Juan Carlos Llauradó, el 14 de septiembre de 2017 en la Escuela "Nicolás Avellaneda", de Rojas (Buenos Aires), en el marco de la 5° Feria del Libro.
Además, este texto forma parte de la antología poética "Literales ausencias", publicado este año por Nido de Vacas ediciones y Filoso-Qué?.
"El tiempo es sólo una sugerencia" es uno de los tres apéndices que acompañan el libro, junto a "Memorias de un irreductible", de Alejandro Elcoro, y "Lo verde de la hoja, ¿está en la hoja o en el ojo?", de Ezequiel Evangelista.
Al hablar de Juan poeta, resulta prácticamente imposible no detenerse en
Juan hombre, en Juan peatón. Se sabe que las emociones que vamos generando en
el vivir terminan por fusionar múltiples personas, dentro de una sola. Juan
poeta es (y fue) un distinguido, un desgarrante y continuo devorador de
sensaciones encontradas. No hay tiempo pasado para la poesía, por eso Juan
poeta se lee en presente; a Juan poeta lo leeré en presente:
Si puedes
descifrar
Quién soy,
Te revelo las
mentiras
De todos los
acertijos.
El poeta se une
al hombre cuando siente la necesidad de librar batalla contra la realidad: una realidad
absurda, pero lineal; contradictoria, pero comprendida. Juan peatón, el que
encierra hombre y poeta, no es (ni fue) una demostración de indiferencias,
porque las palabras, sus palabras son (y fueron): su refugio, su escudo y su
lanza. Con su cuerpo (como todo ser humano que predica en sus venas la pasión
por la pasión) también batalló, pero a través de su sombra: tan nostálgica, tan
llena de paciencia, tan desbordante de tenacidad, y tan servil a sus manos en
el aprender y contagiar de la sabiduría:
Hay sombras que
nacen solas.
Y luces que
agonizan.
Cuando un hombre
se propone como misión enseñar a pensar, y se encuentra falto de metáforas,
aconsejo desviar el oído hacia la naturaleza que nos rodea; pero cuando un
hombre se propone como misión enseñar a pensar, y se encuentra vasto de metáforas,
aconsejo afinar el oído porque ese hombre es carne arraigada (y desgarrada) por
la naturaleza y sus caníbales vivencias. Juan peatón, el que encierra hombre y
poeta, finamente pertenece al hombre vasto de metáforas y naturaleza. Su sabia
esencia poética nos muestra un “no” como alternativa; un “no” como
cuestionamiento; un “no” como opción modificable; un “no” como auténtico
irreverente. La conformidad aplaca, pero la disconformidad renueva, agita,
mueve, construye; hace al hombre, ser:
Pero el eterno
retorno
Que siempre
retorna,
Aunque la
voluntad
Se oponga,
Lo rescató del
naufragio
Y guardó para
todos nosotros,
Su mensaje en
una botella.
Desde entonces
los océanos
Se sintieron
menos solos,
Y nosotros también.
El poeta, desde
una sutileza exquisita, nos dice:
He sufrido todas
las mutaciones
y sin embargo,
jamás pude
abandonar
la narración que
nos dio origen
El poeta hace de
la sombra, de su sombra y de mi sombra (cuando me identifico en la lectura de
su poema), un sustento que parece disuelto, arenoso como el tiempo, o como los
espejos; pero a la vez, sus palabras transforman un inabarcable mar de piedras
en una sola gota de agua sangrante; nos dice:
Somos una sombra
que alumbra
cuando toda luz
se agota
El poeta,
arbitrario y desafiante, nos induce directamente a la honesta enseñanza:
Cuando sos lo
que otros quieren
no sos nada
Juan hombre,
Juan peatón, Juan filósofo, Juan poeta se desvive y desviste quedándose sin
piel, escribiéndonos:
Nada es el fin
de algo
Y toda apertura
bebe
De la misma raíz.
No somos más
Que el pregón
De un fragmento,
Que aún
desconoce
Su origen.
La vuelta de un
cambio
Que siempre
retorna,
Porque ningún
eslabón
Sabe cuál es la
trama
Que labra la
infinita
Sucesión de
enlaces.
No importa si
estamos
O no de paso,
O si la historia
tiene
Un registro
nuestro.
Nada significan
Las horas,
Los días
O los años,
Cuando
comprendemos
Que somos dones
simbólicos.
Ahí va Juan,
como tantos otros peatones, peregrinando las sales que saben al hombre hacerlo
hombre, desde las adversidades. Ahí va Juan, como tantos otros peatones,
filosofando poéticamente el sendero desprolijo de haber sido lo que vivió. Ahí
va la mirada única de un poeta irreverente que sabe (y supo) decir a su destino
lo que quiso, y lo que no. Aquí transcurrió un tiempo dentro de otro tiempo que
es (y fue) la poesía de Juan.
En este juego
del andar, del sentir, nos queda una última estrofa esculpida sobre una pena
que jamás se desmoronará:
Todo lo que
nos hace humanos
es simbólico.
(**)
(*) Amir Abdala
es un escritor nacido en Rojas, en 1990. Es autor de los
libros de poesía “Hay un poema dormido, hay un poeta despierto” (Imaginante, 2015), “Lo único que pasa es lo que no se recupera” (Imaginante, 2017) y de la novela "El vértigo de la felicidad" (Nido de Vacas, 2018) Alumno de Llauradó en los niveles secundario y terciario, tuvo la dicha de esquivar
los borradores lanzados por su polémico profesor y también de sumirse con él en
conversaciones que transformarían sustantivamente su vida.
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